Yaku Pérez y la izquierda pelucona
Cuando, enrojecida por el llanto, Manuela se subió a aquel avión para cumplir con su deportación decidida con rapidez fulminante por la izquierda pelucona, Carlos Pérez Guartambel asumió la retadora decisión de cambiarse de nombre. Primero le pidió permiso a su madre, porque finalmente aquello de Carlos había sido idea suya. Luego verificó en el calendario que el 26 de febrero, la fecha de su nacimiento, fuera efectivamente el momento cíclico del carnaval y la cosecha, la fiesta que abraza la fertilidad, el goce y todas las humedades. Entonces, en el umbral de sus 50 años de vida, Pérez tramitó su nueva cédula de identidad reemplazando el Carlos Ranulfo por Yaku Sacha. Agua y más agua. La primera denominación, Yaku, uno de los vocablos quechuas para el líquido vital, y la segunda, Sacha, la palabra precisa para monte. Quedaba marcada así su preferencia por el fluir de la vida en las escarpadas zonas rurales en las que creció, a orillas del río Tarqui, cerquita de Cuenca, ciudad en la que se graduó como abogado. Bienvenidos al Ecuador.
Así, rebautizado por voluntad propia, el que pronto sería electo como prefecto de la provincia de Azuay, emprendió una lucha desigual para impedir el ingreso de la gran minería al área de Quimsacocha. A su vez, padeció dos años y medio la ausencia física de Manuela hasta que un resquicio legal, emergente del litigio por el anhelo británico de captura del activista Julian Assange, le devolvió a sus brazos a la mujer de su vida, allí en el aeropuerto de Quito, donde la esperó con un plato de capulis, cerezas del bosque amazónico, sus favoritas.
Manuela Lavinas Picq se casó con Yaku en 2013 en una ceremonia ancestral cañari. La unión no es reconocida por el Estado plurinacional ecuatoriano, lo cual fue bien aprovechado por el gobierno de Correa para negarle el paso a través de la frontera. Manuela nació en Francia y vivió gran parte de su vida en su Brasil materno y en los Estados Unidos de su época universitaria. La pareja es ya un símbolo diestro y vigente de la interculturalidad, valor profundamente arraigado en los pueblos indígenas del Ecuador, los más cosmopolitas del orbe.
Cuando Correa era presidente, Pérez Guartambel, hoy Yaku, encabezó una oleada de bloqueos para impedir que las cuencas hídricas se convirtieran en la mesa en la que las empresas mineras pudieran amasar sus grandes fortunas a costa de la vida vegetal. En airada conversación, le exigió al Presidente pelucón que vuele hasta el escenario del conflicto para negociar una solución a los cortes de vía. Correa contrapropuso que mejor Yaku se desplace a Quito para sellar un acuerdo. Pérez le aclaró que él no podía ir solo, porque siempre se mueve con una comitiva de cien compañeros. Correa accedió a que llegaran 25. “A lomo de bus” partieron rumbo a la capital. Ya en el palacio de Carondelet, la prima de Correa, una señorita apellidada Delgado, les dio una entusiasta bienvenida. Aclaró sin embargo que el Presidente solo podía recibir a Pérez y que los demás esperaran, pero que por favor no se fueran, porque al concluir la auspiciosa reunión íntima, Correa quería tomarse una foto con todos ellos. Vaya deferencia. Los dirigentes indígenas se pusieron inmediatamente de pie y comenzaron a descender las escaleras del Palacio en dirección a la calle. La señorita Delgado tuvo que correr para disculparse, que sí, que Correa sí había encontrado un salón capaz de albergar 25 sillas. Fin de la maniobra.
La deportación de Manuela y esta anécdota palaciega nos dejan la mejor descripción de la izquierda pelucona del Ecuador y quizás la de toda América Latina. El gobierno que puso a Julian Assange como el rubio más ecuatoriano del planeta, es el mismo que deportó a una académica y periodista que ya llevaba una década echando raíces en el país. La expulsó solo por haber participado en una protesta callejera en defensa de los manantiales y glaciares de la cordillera. ¿O por haberse enamorado de Yaku? ¿Ciudadanía universal?, puro verso. Por otra parte, el gobierno que proclamó los derechos de la naturaleza, es el mismo que solo quería a los indígenas como manchas de color dentro de la postal presidencial del día.
La lucha por restituir la soberanía no solo pasa por desprenderse de la tutela del norte estadounidense, tarea ya bastante avanzada en estos días, sino también por colocar en su verdadero sitio a una izquierda tan paternal como racista. Yaku pudo haber librado esa batalla si es que los números le hubieran permitido pasar a la segunda vuelta presidencial del próximo 11 de abril.
Comments