Trotsky en Los Andes
Rafael Archondo
Prólogo del libro "Mi Vida junto a Filippo" de Olga Vásquez de Escóbar (junio de 2024, editorial Kipus, Cochabamba)
El 6 de junio de 2017, Bolivia perdió a uno de sus pensadores obreros más fecundos. La seducción de Filemón Escóbar radicaba precisamente en ello: él era una combinación humana poco frecuente entre quien razona sin perder de vista la vida concreta; y quien actúa en las coyunturas vivas sin relegar el robustecimiento gris de la teoría.
En eso se distinguía de casi todos los líderes sindicales del proletariado boliviano, pero también de los dirigentes políticos habituales de diestra y siniestra en el país.
Así, Guillermo Lora, por ejemplo, vivió enfrascado en su máquina de escribir; mientras Juan Lechín, perezoso para las disquisiciones, era hábil en la conducción de los conflictos sociales. Nuestro Flaco osciló magistralmente entre ambos personajes: el primero, su medio hermano malhumorado; el segundo, también de origen árabe y con un coincidente origen activo en Uncía.
Este estupendo libro: Filippo y Olga, ahora mismo en tus manos, retrata a Filemón Escóbar desde el amor de pareja y de padre, desde su vida clandestina entre los surcos roturados o el horno panadero del Juancho, el colegio en el que enseñaba como don Lucho, las calles polvorientas del barrio de Los Trojes o las curvas sobre el desvencijado jeep plomo con el que el biografiado se zarandeaba por valles y selvas. Olga Vásquez nos abre aquí sus cajas de cartas, revela sus sobresaltos y miedos, los nacimientos, bajo dictadura militar, de Alexia (1970), César (1973) y Natalia (1981) y los riesgos a los que se exponía uno de los pocos perseguidos políticos bolivianos que, con tal de estar junto a los suyos, prefería mil veces esconderse que exiliarse.
Como uno de los primeros lectores de Olga Vásquez, aliento al público a seguir esta maravillosa secuencia que va desde la infancia sin padres de Filippo hasta su muerte serena con traguito de cerveza incluido, justo en el año número cien (1917-2017) de aquel estallido digitado por sus mentores bolcheviques.
La autora de este libro o, dicho de otro modo, el amor de medio siglo de Filippo, muestra acá rigor con los detalles. Hace un recuento ameno que parte de la insistencia de su futuro compañero de vida por contraer nupcias, deseo que coronaría en 1968 dentro de la cárcel de San Pedro; sigue con los años de la militancia social que solo cesa junto a su respiración y concluye con los viajes de a dos en el marco de una tardía luna de miel de este gran amor obrero, edificado en medio de tercos contratiempos y pasajeras victorias.
En esta senda, Filippo y Olga sufrieron juntos la pérdida, es decir, la muerte de César Lora, Pedro Basiana o Jossy Mirtenbaum. La pareja militó en el POR, resintió la expulsión injusta de ese partido después del fracaso de la Asamblea Popular, pero también la del Movimiento al Socialismo (MAS) y lejos de ensombrecerse por los complots de la izquierda estalinista, la dupla mantuvo su amor por Bolivia y sus clamorosas causas colectivas. El país sigue conservando una deuda con esta pareja y esta familia, y como suele pasar, ella permanecerá impaga a pesar de la valiosa información contenida en este testimonio político-afectivo. De cualquier manera, Olga Vásquez cierra aquí el círculo y remata sin dubitaciones las verdades antes solo esbozadas por su compañero de vida. Gracias por ello.
Tras haber sido honrado con la misión de producir el prólogo de Filippo y Olga, opté por entregar este texto complementario a lo investigado por su autora. Mi ángulo de observación discurre alrededor de las ideas de Filemón Escóbar. Es quizás la pieza que ahora ayuda a redondear nuestro conocimiento integral sobre la recia personalidad del dirigente obrero y político que fue Filippo.
Antes de correr hacia esa meta, confieso que fui militante fugaz de la corriente auto-gestionaria, forjada por Escóbar, y que lo acompañé, casi como un hijo, en los congresos mineros de Oruro y Tupiza, en el Congreso de la Central Obrera Boliviana (COB), realizado en Sucre, y en un seminario de la Izquierda Unida (IU) en el que disfruté su apabullante habilidad para los saques de voleibol con los que desestabilizaba al dirigente comunista Marcos Domic. En aquella casona regentada por el Movimiento Bolivia Libre (MBL), los atléticos autogestionarios ganamos todos los partidos, aunque por doctrina desconfiáramos de ellos.
Esas ideas
Nuestro hombre nació a la vida pública en el Partido Obrero Revolucionario (POR).
Su adhesión inaugural al trotskismo boliviano bien pudo haberse activado por sus lazos referenciales con la familia de su madre: Celia Escóbar. Nuestro joven trabajador minero debió haber quedado deslumbrado por el activismo intelectual y cívico de sus medios hermanos Guillermo y César Lora, del mismo modo que él impactó, a su vez y años más tarde, en Andrés Lora (hijo de Eugenia Ortuño).
Los Lora, tantos y tan inteligentes, habrán sido para Filippo una especie de espejo en el que este medio hermano carismático se miraba y exhibía, despertando celos y admiración simultáneos. Olga Vásquez da cuenta en este libro sobre la cantidad y calidad de los vínculos entre los Lora y su amado Filemón. Carmen Lora hizo de sus visitas a la cárcel una rutina y Gloria Lora fue receptora de hermanos en la gélida Suecia de su exilio. En la convicción ideológica hubo algo de aroma familiar, hecho que se convalida de forma paradójica y por derivación contraria, cuando Guillermo y Miguel Lora convirtieron a Filemón Escóbar en uno de sus enemigos favoritos.
Con o sin lealtad familiar, Filemón Escóbar nació y murió trotskista. He ahí nuestra primera tesis, fuelle impetuoso para cualquier debate, sobre todo con quienes consideran que Filippo “se vendió” a la burguesía. Es falso y acá lo demostraremos.
Entendemos por trotskismo aquella rama notable del marxismo que entre 1929 y 1940 alcanzó a desarrollar cinco motores, cuya potencia apenas se inició con los escritos de Trotsky y cuya vigencia está asegurada por la actualidad de los fenómenos, que siempre fueron de su especialidad. Hoy en día, no hay herramienta teórica más potente que el trotskismo para desmenuzar la decadencia de los gobiernos y partidos autocráticos de la izquierda estalinista latinoamericana. Filemón sabía muy bien cómo obtener y exponer su macabra radiografía.
Los cinco cauces teóricos citados y generados por el trotskismo son los siguientes: 1. la teoría de la Revolución Permanente, 2. el elogio a la democracia obrera (sovietismo o marxismo de los concejos), 3. la estrategia de la unidad superior de la izquierda contra el fascismo, 4. la libertad inexpugnable de la cultura y las artes y 5. la teoría del estado obrero degenerado (crítica al estalinismo).
A lo largo de sus ocho décadas de vida, Filemón Escóbar cimentó sin tregua estas cinco vertientes. No obstante, su aporte no fue repetir los planteamientos del jefe de la Cuarta Internacional, consistió en convertir las ideas de Trotsky en líneas discursivas con arraigo en la realidad boliviana. Sí. A diferencia de sus medios hermanos, Filippo fue el gran bolivianizador del trotskismo. ¿Cómo?
Vayamos por quintos.
Uno. La teoría de la Revolución Permanente resuelve aún hoy uno de los grandes dilemas de los revolucionarios de la mayor parte de los países de la Tierra, vale decir, de los habitantes del llamado Tercer Mundo. Según este núcleo conceptual, en los países capitalistas, atrasados y dependientes, es la clase obrera la llamada a construir sin interrupciones (por eso es permanente), un estado y una sociedad que alcanzando primero las metas demo-liberales, prosiga su ruta hacia una convivencia igualitaria. Ser trotskista equivale a pensar en que el camino hacia el socialismo carece de etapas, fases de descanso o recreos necesarios. El arte reside en despacharse todo el trayecto de un solo tirón.
Para el trotskismo, las burguesías de los países periféricos no tendrían la capacidad de encabezar una revolución modernizadora. Su condición dependiente de los poderes externos las incapacitaría para cualquier misión histórica. Ante esta parálisis, la clase obrera tendría que tomar el relevo y acaudillar a la nación oprimida rumbo al destino que le corresponde dada su estatura moral y física. Trotsky diseñó para ello el Programa de Transición, quintaesencia indiscutible de sus ideas en el mundo.
Filemón Escóbar usó esta premisa y la aterrizó en Bolivia. Su idea expansiva y aclimatada de la Revolución Permanente, imaginada desde Catavi, es la Teoría de las Coyunturas democráticas. Filippo pensaba también que el rol de la clase obrera, y más adelante, del bloque social ampliado, era consolidar las conquistas democráticas, es decir, la vigencia de las libertades, el sufragio universal y la potestad de elegir gobierno.
Para Escóbar, a diferencia de la izquierda foquista y estalinista, la democracia no era “la dictadura camuflada” del poder burgués, sino el espacio pleno de realización de la acción social unificada y emancipatoria. Por ello, aconsejado por la Historia que le tocó padecer, Escóbar recomendaba a gritos que los trabajadores salgan a las calles a defender la democracia frente a cualquier intento de cancelarla. Armado de los episodios más acuciantes de la Revolución Rusa, el Flaco solía recitar aquella trama en la cual los bolcheviques defendieron la llamada Revolución de Febrero, con Alexander Kerensky a la cabeza, escudo con el que evitaron el ascenso del golpista Lavr Kornilov.
Eso de poner la democracia como meta y único ámbito para avanzar hacia una nueva sociedad fue considerado por los enemigos de Escóbar como “reformismo” y “claudicación”. No quisieron ver lo evidente: Filippo estaba siendo más trotskista que nadie con la sola afirmación de que en un país pobre como Bolivia, y ante las vacilaciones de una burguesía pusilánime, solo los trabajadores podían garantizar elecciones limpias y transiciones claras.
En su defensa de la Teoría de las Coyunturas democráticas, Filemón bautizó con un nombre preciso aquel pecado original de la izquierda estalinista fulminada por sí misma en julio de 1946: el neo-pirismo, es decir, la propensión a estrellarse con los moderados, provocando así, el zarpazo del enemigo principal y pretorianamente autoritario.
Fuimos neo-piristas al organizarle una guerrilla al nacionalizador Ovando, al dejar a Torres a merced de Banzer, y al reventar el gobierno de la Unidad Democrática y Popular (UDP) para abrirle la puerta al 21060. Y es que nunca escuchamos a Filemón. Al contrario, lo acusamos de traición por erigir escudos contra las regresiones autoritarias, por proponer el cogobierno de los trabajadores con Siles Zuazo, por aliarse con los kataristas en los comicios de 1985, por suprimir huelgas y jukeos para inmunizar a la COMIBOL y evitar su cierre o venta. Filipo fue un defensor de los acuerdos que salvaran un piso mínimo para seguir caminando y, repito, en ello fue el mejor invernadero para acoger las ideas de León Trotsky en Los Andes.
Dos. El elogio a la democracia obrera es un rasgo clásico del trotskismo. Consiste en concebir a las organizaciones “naturales” de los trabajadores como la base organizativa del socialismo. En consonancia con la Teoría de la Revolución permanente, que deposita en la clase obrera el rol dirigente de todos los cambios, incluso los que se atribuían consuetudinariamente a la burguesía, se percibe a los sindicatos proletarios como los vehículos de la acción histórica en ciernes. Tanto Trotsky como Rosa Luxemburgo elogiaron en su momento la espontaneidad de unas masas que sin esperar directrices de sus mentores o partidos, sacudían las cadenas hasta hacerlas crujir. La fe de ambos conductores y pensadores en la revolución estaba concentrada en lo que hicieran los mismos obreros. En simultáneo, ambos recelaban de las recetas paternalistas de Lenin, más inclinado a ser un tutor impaciente de los zigzageantes pasos colectivos.
En este segundo motor del trotskismo, Escóbar hizo su mayor aporte o aterrizaje a la realidad boliviana. No solo congenió con la democracia obrera en asambleas, ampliados y congresos. Nunca se cansó de explicarle a la izquierda, vano esfuerzo, que la COB no era un sindicato, sino algo similar a un soviet y que los partidos eran una excentricidad sin destino ni arraigo. Persiguiendo el proyecto de una clase que se autodeterminaba sin mediaciones artificiales, Filippo recordaba infatigable lo ocurrido en las elecciones de 1947 cuando la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) inscribió candidatos elegidos en asambleas y ratificados en las urnas; sí, del mismo modo que sus imitadores posteriores, los cocaleros del Chapare o los vecinos de El Alto. Escóbar pudo haberles pasado la receta.
Los militantes del POR que repudiaban diariamente a Filemón no pudieron evitar la repetición pegajosa del estribillo avalado por Lora que decía: “Ni militares ni politiqueros, todo el poder para los obreros”. Al hacerlo, reivindicaban sin saberlo al dirigente expulsado en 1974.
Tres. A diferencia de Stalin, Trotsky entendió con la debida anticipación el carácter envolvente y magnético de las sirenas del fascismo y el nazismo en Europa. Entendió además el riesgo de creer en la frase: “tanto peor, mejor”.
El creador del Ejército rojo se anticipó a los acontecimientos, porque vio que la consolidación de Mussolini o Hitler implicaba una postergación duradera de la revolución socialista, incluso su cancelación indefinida. Por eso, desde la Cuarta Internacional convocó a la unidad de todas las izquierdas para plantar un muro que asentara la consigna “no pasarán” de los republicanos en España.
Filemón Escóbar fue aún más lúcido en este cometido. Identificó las interrupciones autoritarias promovidas desde las Fuerzas Armadas como retrocesos en la conciencia de los trabajadores, como el sabotaje más efectivo para el avance de las luchas. Por eso sufrió tanto cuando registró los éxitos electorales de Banzer como candidato presidencial en los centros mineros el año 1985. Al constatarlo, nos recordó que aquel resultado era fruto de la intransigencia de la Dirección Revolucionaria Unificada (DRU), que condujo la salvaje ola de huelgas de la COB contra el gobierno de Siles Zuazo.
La consigna de la unidad superior de las izquierdas para salvar las coyunturas democráticas llevó a Escóbar a pactar con toda fuerza moderada dispuesta a enfrentar a un régimen militar o de facto.
En ese tren, Filippo propuso la tesis boliviana del co-gobierno, el producto nacional concordante con la línea correspondiente de León Trotsky. Para Escóbar, ya en 1970, las fuerzas nacionales y populares debían participar en el gobierno del general Juan José Torres a fin de evitar su caída y la consiguiente regresión autoritaria. Fue la primera diferencia seria con Guillermo Lora, quien se oponía a cualquier colaboración con un gobierno que consideraba “burgués” y por consiguiente “anti-obrero”. Cara fue la factura que pagamos por aquel error del lorismo intransigente. Escóbar sería expulsado del POR debido a su supuesto colaboracionismo con fuerzas afines, pero no lo aconsejablemente revolucionarias. El dogmatismo y el sectarismo iniciaban su férreo control sobre el partido.
A partir de ese momento, Filemón Escóbar fue nutriendo su teoría. Con la llegada al poder de la UDP, propuso en consecuencia un co gobierno entre ese frente político, ganador de tres elecciones consecutivas y la COB. Solo se pudo avanzar a la co gestión obrera mayoritaria en la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL).
Más adelante, en 2003, cuando el periodista Carlos Mesa le dio la espalda a Sánchez de Lozada y asumió el mando adoptando las banderas de la Asamblea Constituyente y la soberanía energética, Escóbar, senador electo por Cochabamba, se acercó a la nueva administración. Fue la oportunidad para que el estalinismo agazapado, que hasta ese momento seguía viendo a la democracia como “dictadura camuflada” del capitalismo, aprovechara para deshacerse de Filemón.
Manipulando datos y teniendo ya capturada la mente de Evo Morales, la izquierda que antes abrazaba la lucha armada, inventó una fábula sin pruebas: nuestro senador obrero habría pactado en secreto con la embajada norteamericana para darle inmunidad a unos soldados gringos que nunca llegaron. “Agente de los yanquis”, el rótulo que aniquila cualquier debate serio.
El desagravio a Filippo llegaría dos años después y pasaría lamentablemente desapercibido. En el libro "MAS IPSP, Instrumento Político que surge de los Movimientos sociales", escrito por Marta Harnecker y Federico Fuentes, publicado en 2008, está la verdad de la expulsión.
Entrevistados por ambos autores, los dirigentes del MAS Antonio Peredo y Santos Ramírez explican por qué sacaron a Escóbar del Instrumento. Ramírez dice textualmente: "Algunos sectores políticos, internamente y a espaldas del MAS, a espaldas del jefe Evo Morales (sic) ya habían estado comulgando con el gobierno (el de Carlos Mesa). Ese fue el caso del señor Filemón Escóbar y creo que es el caso de algunos parlamentarios también. Entonces ahí vino la decisión de separar a Filemón de las filas del MAS (...) porque le propuso al MAS, al instrumento, al compañero Evo, que el MAS apoyara al gobierno de Mesa". La declaración es contradictoria. Señala que lo hizo a espaldas y luego de frente. ¿Al final, qué?
Antonio Peredo, que fue el primer candidato a la vicepresidencia con Evo en 2002, dice en el libro lo siguiente: "Para mí, personalmente, el tema estaba en que Mesa no iba a cumplir, pero que nosotros teníamos la capacidad de cercarlo, de obligarlo a cumplir determinadas acciones y fue eso lo que tratamos de llevar adelante hasta el último momento". La cercanía entre Filemón y Mesa no fue nunca un secreto, tampoco lo sorprendieron cobrando un soborno en dólares. Rehabilitar hoy a Escóbar es necesario, pero leerlo podría ser incluso indispensable.
Cuatro. Durante su largo exilio, León Trotsky fue un defensor preclaro de las libertades en el marco de la Revolución. En 1938, él y André Breton, la principal figura mundial del surrealismo, firmaron un manifiesto. Las ideas, compartidas también con el muralista mexicano Diego Rivera, nos llevan al mismo puerto: los artistas deben ser libres para expresar todo lo que piensan y tienen el derecho a incomodar a los jerarcas del socialismo sin ser amenazados con la etiqueta de contrarrevolucionarios.
Rescatemos una cita firmada por Breton y Rivera, que ayuda a sintetizar esta cuarta cláusula: “Reconocemos (…) que el estado revolucionario tiene el derecho a defenderse del contraataque de la burguesía, más aún si para ello ésta usa la bandera de la ciencia y el arte. Sin embargo, hay un abismo entre las medidas temporales de autodefensa revolucionaria y la pretensión de dirigir la creación intelectual”. Bretón, Trotsky y Rivera repudiaban así a los patrulleros o comisarios de la cultura que se hicieron fuertes en todos los regímenes autoritarios del llamado “socialismo real”, desde Cuba hasta Camboya.
Escóbar fue el sucesor de Liber Forti en la cartera de asesor cultural de la COB. Si bien la lucha sindical absorbió todo su tiempo, nuestro biografiado tuvo siempre en cuenta el planteamiento trotskista que es el único compatible con el elogio a la democracia obrera, que acomodamos en el punto dos de esta revisión. Sin pluralismo, la COB no hubiese podido funcionar como órgano de poder. Sus comités ejecutivos estuvieron siempre conformados por militantes de distintos partidos o por independientes como él. Una vez más, junto a Trotsky y Luxemburgo, dos pensadores cosmopolitas, Escóbar aprendió que sin libertad no hay socialismo.
Cinco. León Trotsky dedicó buena parte de su exilio al balance del estado soviético. Su obsesión por terminar la biografía de Stalin lo demuestra. En la descripción del modo en que los comunistas rusos estaban aplicando las ideas de Lenin estribaba su crítica a lo que él llamó con precisión “estado obrero degenerado”. Su vigilancia abarcó los primeros 23 años del nuevo estado y las conclusiones fueron certeras. Trotsky desgranó los efectos de la burocracia en el funcionamiento del aparato de poder socialista.
¿Qué hizo que aquel estado obrero se degenerara?
Las claves trotskistas surgen espontáneamente de las teorías previas. La captura de las causas obreras por parte de una casta partidaria primero, y después a manos del jefe del partido, solo pudieron haber ocurrido mediante la cancelación de las libertades de opinión y asociación y la implantación de una sola entidad para decidir y gobernar: el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). El monopolio del poder al margen de la democracia obrera y el pluralismo de opciones y pensamientos es lo que hoy llamamos estalinismo.
¿No fue acaso Filemón Escóbar un crítico certero de dicho monopolio de poder a lo largo de toda su vida? Tras su expulsión del MAS, pero también durante todas las décadas previas, Filippo dio fuerza a la Teoría de la Complementariedad de Opuestos. No cabe duda de que con dicho aporte intelectual, nuestro biografiado no solo acogió la batería de críticas de Trotsky al estalinismo, sino que planteó una alternativa boliviana, una especie de vacuna para el autoritarismo comunista o lo que algunos intelectuales europeos señalaron como “despotismo oriental” para comprender la deriva tiránica de la Revolución Rusa.
Filemón nos enseñó que las visiones previas a la conquista española, pero también sus desarrollos posteriores erigieron en Bolivia un esquema de relacionamiento social sediento de gestos de conciliación y empalme armónico. La imposibilidad de establecer un poder secante y vertical en Los Andes habría llevado a sus extremos a explorar un modus vivendi que hiciera posible una coexistencia mutuamente beneficiosa.
Escóbar fue un incansable explorador de estos encuentros entre opuestos complementarios. Cuando se puso a trabajar para el MAS, buscó un acompañante para Evo Morales que pudiera atraer el voto de sus adversarios más pertinaces. Quería que el vigor sindical de la base india se uniera a la serenidad meditativa de las clases medias urbanas. En ese tren propuso y casi logró, que José Antonio Quiroga aceptara la candidatura a la vicepresidencia por el MAS en 2002. Luego tuvo que conformarse con Antonio Peredo, quien le abrió las puertas del MAS al foquismo en pleno, destruyendo así el proyecto original de unir el país. Años atrás, en esa misma tesitura, Escóbar fue el primer líder obrero sensible a la llegada del katarismo. En 1985 acompañó al legendario Jenaro Flores en la formula presidencial del MRTKL. En los meses previos a la Marcha por la Vida, Filemón hizo contactos intensos entre los comités cívicos de Oruro y Potosí y el de Santa Cruz, reafirmando que uno de los principales destinos de la carne cruceña eran los centros mineros. ¿No era esa una arista para lanzar una alianza en defensa de la minería estatal que acogiera a la ciudad de los anillos?
Nuestro recuento debe concluir.
Hemos constatado que los cinco motores del trotskismo aceleraron el jeep de Filemón Escóbar desde su llegada como muchacho minero al norte de Potosí hasta su fallecimiento en Los Trojes. Nada de lo dicho y escrito por León Trotsky le resultó indiferente. Todo fue transformado en fuerza histórica boliviana. Los historiadores del trotskismo en el país tendrían que ponerse a estudiar en serio a todos sus exponentes más allá de la actividad, generalmente marginal, del POR Lora. Y es que si algo le dio Escóbar al trotskismo fue suelo social fértil para modificar escenarios e incidir.
Por eso puede ratificarse o decirse de nuevo: El 6 de junio de 2017, Bolivia perdió a uno de sus pensadores obreros más fecundos.
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