El "compañero" Ben, Paz y el Piloto
Rafael Archondo
Aunque Salomón Benjamín Stephansky nació en Kiev, la capital de Ucrania, el año 1913, sus recuerdos mozos se fueron sedimentando en la ciudad de Milwaukee, al noreste medio de los Estados Unidos, muy cerca de la fría ribera del lago Michigan. Allí creció distante del hogar de sus padres, pero arropado por las marcas de su comunidad migratoria judía, decidida a enraizarse en el nuevo suelo continental.
En 1939, año del estallido de la Segunda Guerra Mundial; Ben, como le decían los amigos, se graduó como economista en la Universidad de Wisconsin. Llegó a esa meta sorteando decenas de dificultades. Su infancia y juventud estuvieron colmadas de privaciones. Alguna crónica relata que tuvo días en los que solo comía pan y queso, en un vano intento por eludir las dentelladas del hambre.
Antes de convertirse en diplomático, comprendió que podía dar clases e investigar. Se mudó a Nueva York, metrópoli donde logró que lo contrataran en el Sarah Lawrence College, centro de educación secundaria que solo admitía alumnado femenino. El primer hombre autorizado para matricularse allí lo hizo en 1947.
Por temporadas, Ben dictaba cátedra en Chicago y Wisconsin. Poco a poco, el apellido Stephansky fue haciéndose familiar en los circuitos académicos. Se lo relacionaba con los asuntos de la clase trabajadora, analizada desde su Historia, sus lazos con los partidos políticos y sus relaciones internacionales. En medio de esas búsquedas, Ben conoció a su futura esposa, Ann Edelmeyer, cuyo padre era un renombrado activista de la industria textil, un proletario de corazón y palabra, quien además fue su nexo directo con John F. Kennedy (JFK). John Edelmeyer, el suegro de Ben, sería la plataforma para su salto al mundo de la política exterior.
Una foto tomada una década más tarde (getty images), retrata a los Stephansky en familia, dos muchachos, Evan y Tom, y una niña, Kate. Por detrás se extiende una profusa hilera de libros, en tres niveles.
Con el inicio de la Guerra Fría (1945), Stephansky y una nutrida camada de políticos e intelectuales norteamericanos entendieron que la única forma de frenar el avance del comunismo soviético en el mundo, era dando asistencia económica estadounidense a los países del naciente Tercer Mundo. Ello los apartaría, aseguraban, de la influencia marxista o por lo menos le quitaría brillo al emblema de la hoz y el martillo. Profesaban la idea de lanzar una especie de Plan Marshall para América Latina, fuertemente penetrada por la seductora Revolución Cubana (1959). La idea sería bautizada como “Alianza para el Progreso” e inaugurada en 1961, año en el que Kennedy juraba a la Presidencia y Stephansky tomaba su primer vuelo a La Paz, Bolivia. Nuestro ucraniano de origen quiso llegar solo a Los Andes, por unos meses, hasta terminar de explorar el sitio donde cobijaría a su numerosa familia.
En Estados Unidos, el liderazgo de esa especie de desarrollismo anti comunista fue asumido primero por Chester Bowles, el robusto gobernador electo de Connecticut (1949-1951). Irrumpía en la escena política una corriente vigorosa de liberales con fuertes matices sociales, cuya figura señera terminaría siendo, años más tarde, el propio JFK. Bowles fue su subsecretario de Estado, posición clave en el tejido de la política exterior. Los nexos entre estos políticos y los dirigentes sindicales norteamericanos eran tan vitales como complementarios.
Pocos años antes de su nombramiento como primer secretario de la embajada de Estados Unidos en México (1952-1957), Ben se interesó por el cordón umbilical existente entre los partidos populares y nacionalistas y los movimientos sindicales de América Latina. Las referencias sobre la CTM y el PRI en México, o la COB y el MNR en Bolivia empezaron a ser frecuentes en sus libretas de apuntes. La gira del entonces vicepresidente Richard Nixon por América Latina en 1958 colocó a Ben en la mira de sus futuros colegas de la diplomacia. Empezó a recibir sus llamadas y a responder consultas. Para entonces trabajaba en la Fundación Brookings y asesoraba a la Oficina Federal de Asuntos Interamericanos.
En una larga entrevista concedida por Stephansky en junio de 1983, a Sheldon Stern del proyecto de Historia Oral de la Biblioteca John F. Kennedy, Ben cuenta que tras viajar a Venezuela, le sugirió al Departamento de Estado que Caracas fuera borrada del itinerario de Nixon. No le hicieron caso y las cosas terminaron mal. El futuro diplomático también asesoró el plan de viaje del presidente Dwight Eisenhower a Centro América, otra de sus áreas de especialización.
México y Bolivia
Hasta aquí percibimos que Ben Stephansky era un hombre capaz de tomarse las cosas muy en serio. Cuando el senador Lyndon Johnson visitó México en 1964, Adolfo López Mateos, presidente electo y anfitrión, lo miró con extrañeza tras haber pasado revista ocular a los miembros de la delegación visitante. El virtual jefe de Estado mexicano le habría preguntado a Johnson cómo era posible que no hubiera traído a la visita al único académico estadounidense que realmente “ha comprendido México”. Se refería a Ben. La anécdota fue contada por el Philip M. Kaiser, ex embajador norteamericano en Hungría, Austria y Senegal.
El 14 de junio de 1961, Stephansky fue designado por Kennedy como embajador de Estados Unidos en Bolivia. El nombramiento dispararía a las nubes su ardoroso deseo de conocer el país receptor más que ninguno de sus compatriotas. ¿Por qué lo enviaron a un país extraviado en sus montañas y sumido en el caos social más agudo? A su predecesor, Carl Strom, un grupo de manifestantes armados le había incendiado el vehículo oficial. El hombre vivió situaciones de tensión que no pudo sobrellevar bien, por lo que suplicó su repatriación inmediata. Así, sin saberlo, abría las puertas para su reemplazo por Stephansky.
Según Ben (1983), habría sido Víctor Reuther, el legendario líder sindical norteamericano de la industria automotriz, quien habría sugerido su nombre para la embajada en La Paz, tras haber conversado con su par boliviano, Juan Lechín Oquendo, quien en 1960 había sido elegido vicepresidente, con el pergamino de ser el principal dirigente obrero del país, cabeza fundadora de la Central Obrera Boliviana (COB). De modo que el nuevo embajador bien pudo haber llegado a Bolivia bajo la inspiración indirecta del máximo líder de la COB. Estados Unidos necesitaba en La Paz a un experto en sindicatos, alguien que pudiera moverse en el mundo de la rebelión y el trabajo asalariado. Stephansky daba la talla.
El relevo en la legación diplomática se dada cuando Víctor Paz Estenssoro iniciaba su segunda presidencia (1960-1964). Lechín, el segundo a bordo, no tardaría mucho en distanciarse del Jefe histórico. Por su parte, los otros líderes de la Revolución Nacional, Hernán Siles Zuazo y Walter Guevara Arce habían elegido salir del país, con o sin funciones diplomáticas. El MNR, el partido de la Revolución, se quebraba por dentro.
Stephansky arriba a un país explosivo. Además de las fracturas internas del MNR, Bolivia atravesaba por una crisis económica galopante, en parte, ocasionada por las propias acciones revolucionarias. La Nacionalización de las Minas había dado lugar a una Corporación Minera de Bolivia (Comibol) derrotada de antemano por el boicot internacional, la ausencia de hornos de fundición, el agotamiento de sus yacimientos y la creciente carga de trabajadores supernumerarios, la mayoría fuera de los socavones. Las enormes grietas de la economía nacional empezaron a ser cubiertas por la cooperación internacional norteamericana. En la entrevista citada (1983), Stephansky reconoce que un tercio del presupuesto nacional era cubierto con los dólares remitidos por Washington. La Revolución pasaba a depender de los Estados Unidos y a momentos incluso parecía ser su criatura. Con la llegada de los barbudos a La Habana, ésta terminaría siendo la figura filial definitiva.
¿Qué país encontró Stephansky? La mejor descripción viene con sus propias palabras (1983): “Cuatro millones y medio de habitantes, un territorio vasto del tamaño combinado de California y Texas, muy variado, con muy pocas carreteras y difícil acceso de un extremo a otro del país. No era un desafío tan complejo. La Revolución ya había tenido lugar, por lo tanto ya no tenías el problema pendiente de la distribución de la tierra (…) La nacionalización de las minas fue una forma de nacionalizar la pobreza, porque la compañía privada que antes era propietaria, estimulada por la guerra de Corea, había extenuado los yacimientos sin que haya habido exploración de nuevas vetas. La maquinaría era obsoleta. Muchos obreros supernumerarios, todos en la superficie. Tantos problemas a ser enfrentados”.
La amistad con el Jefe
¿Cómo era su relación con el Presidente Paz?, le pregunta Stern a Ben en 1983. “Muy cercana”, responde. En efecto, entre los dos hombres hubo química instantánea. La amistad Stephansky-Paz Estenssoro es parte de un largo capítulo del libro no escrito sobre las inmejorables relaciones entre el MNR y Washington.
En la primera cita con el Presidente, Ben llevaba consigo todo lo que México había decidido enviarle a Paz Estenssoro. El nuevo embajador hacía de puente entre las dos revoluciones agrarias más radicales de la primera mitad del Siglo XX. Junto a sus cartas credenciales, le entregó a Paz tres regalos: una misiva de Anita Brenner, célebre inmigrante judía en México, cuyo libro autografiado versa sobre la Revolución en ese país; una carta del agrónomo Edmundo Flores, un mexicano que hace poco había cooperado con la Reforma Agraria en Bolivia y el libro, también con dedicatoria, de Louis Hanke, profesor de Historia Latinoamericana en diversas universidades, que conoció a Paz cuando éste era embajador de Bolivia en Londres (1956-1960). El texto de Hanke aborda el apogeo de la villa imperial de Potosí en tiempos coloniales. No cabía duda de que Estados Unidos había elegido al mejor hombre en La Paz. Don Víctor estaba encantado. Acababa de conversar con los técnicos de la CEPAL, llegados desde Santiago, quienes habían cooperado con un plan de desarrollo y sustitución de importaciones al que solo le faltaba la plata, ésta tendría que venir de los gringos.
¿Cómo describe Stephansky al Presidente boliviano?. En la citada entrevista del 83, leemos lo siguiente: “Paz era un intelectual químicamente puro, un hombre de una inteligencia extraordinaria, con muchos recursos internos, un ser tremendamente estable, sano, balanceado, un buen socio político”. Ben le proveía de los últimos lanzamientos literarios norteamericanos. Juntos podían pasar muchas horas despreocupadas conversando sobre todos los temas o viendo una película.
Para el nuevo embajador, las prioridades del país siempre estuvieron claras. Al contrario de lo que predica cierta izquierda acaudalada en consignas, Stephansky carecía por completo de una obsesión neoliberal. En su agenda estaban tres asuntos básicos: rehabilitar la minería estatal, construir carreteras y “descongestionar” el altiplano mediante un plan de reubicación de familias de las tierras altas a las tierras bajas. El futuro de la Revolución Nacional boliviana dependía de ello. Paz y Stephansky no hicieron otra cosa en esos años. Las familias colonizadoras recibían, a cambio de su desplazamiento al trópico, entre diez y doce mil dólares pagados con cheques de la embajada.
Entre sus reflexiones como ex embajador, encontramos una frase profética: “Si Bolivia supera algún día todas sus dificultades, será claramente de la mano del gas”. No era el petróleo, ya desde entonces. Ben iba más lejos, imaginaba el desarrollo de la siderurgia del Mutún, acoplada a los hallazgos de gas en el oriente. En los hechos, la Revolución se encaminaba a hacer grande a Santa Cruz, usando la palanca minera, fuente tradicional de fortunas en el occidente montañoso.
“Nosotros sabíamos que no nos hubiéramos hecho tan amigos si él no fuera Presidente, y yo, embajador. A pesar del afecto mutuo entre nosotros, manteníamos una distancia cordial y respetuosa”, recuerda Ben (1983). Sin embargo, la cercanía con Stephansky no disminuía la profunda amargura que Paz sentía por el comportamiento concreto de la ayuda norteamericana. Muchas promesas y escasas realizaciones. Esa frustración era compartida por ambos, de tal suerte que en pocos meses, muchos consideraban que Ben había dejado de ser embajador de Estados Unidos en Bolivia, para convertirse más bien en emisario de Bolivia en su país. Se había transformado en el “compañero” Ben.
Ello provocó los celos iniciales de Víctor Andrade, el hombre de Paz en Washington. Él, como embajador de Bolivia ante la Casa Blanca, junto a un sector del MNR, empezó a desconfiar de Stephansky por su excesiva cercanía con el Presidente. Para muchos, Ben se había convertido en el instrumento dócil de la reelección de Paz, imaginada para 1964. Ben rechaza enfático tal acusación. Afirma (1983) que la reelección de Paz para un tercer mandato nunca fue tema de conversación en su periodo como embajador. Ben se marchó de La Paz el 15 de octubre de 1963, un año antes del episodio que terminó por despedazar al partido de la Revolución.
Acerca de los celos internos dentro del MNR, Ben recuerda que no fue Paz, sino Guevara y el propio Lechín quienes le pidieron su apoyo personal. El primero llamó para que lo ayudara a prolongar la beca de su hijo que estudiaba en los Estados Unidos, y el segundo, para que promoviera su candidatura presidencial con miras a 1964. Desde su residencia en la plaza Abaroa, el embajador nunca pudo entender por qué el partido que había hecho la Revolución en Bolivia, se astillaba en segmentos irreconciliables. Tenía fresco el recuerdo del PRI mexicano, su alta cohesión interna, esa que dio lugar a una sucesión dinástica de tipo institucional. En Bolivia las cosas marchaban muy mal en ese sentido. Ben presenciaba la fragmentación irresoluble del actor político más importante de la vida pública boliviana en el siglo XX.
Lechín, encanto y ligereza
La relación de Stephansky con Lechín merece mención aparte. El embajador creyó poder controlarlo. Quizás con ello intentaba reconciliar al MNR y peinarlo bajo el boceto del PRI mexicano. En sus palabras (1983): “Lechín era una de las personas más encantadoras y queribles que yo haya conocido jamás, pero también, uno de los tipos más caprichosos e irresponsables. Él nos prometió muchas cosas en la oficina de Víctor Reuther, yo cumplí todas las mías, pero él no cumplió ninguna”.
Ahora comprendemos que Lechín usó a los gringos de un modo tan prebendal como unilateral. Stephansky hace varias revelaciones incómodas en su entrevista-balance del 83. Afirma, por ejemplo, que consiguió para Lechín un fondo para financiar sueldos atrasados y el aprovisionamiento de pulperías en las minas, pero que a pesar de ello, éste se negó a cooperar con el llamado Plan Triangular, el operativo de racionalización de Comibol financiado por Estados Unidos, Alemania y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). “Oye, Juan, tú dices que eres trotskista, no es verdad, tú eres un caudillo. Tus bases son los obreros, es verdad, pero ¿por qué los tienes tan alejados del partido?, ¿por qué no haces como en México o en Venezuela donde el movimiento obrero fortalece al partido en vez de tomar distancia”, le habría reprochado. La respuesta de Lechín sonó a amenaza cordial: “Esta revolución es burguesa. Nosotros vamos a tener un día una verdadera revolución”. Stephansky creía que todo lo que Lechín le decía era una gris repetición de lo que acababa de escuchar de labios de algún teórico por ahí (¿Guillermo Lora?). Para Ben, don Juan no era un hombre con ideas propias.
Otro día, Stephansky le dijo a Lechín: “Tú dices que eres trotskista. Yo no sé qué diablos eres, pero una cosa te digo, la eficiencia y la modernización no son incompatibles con el socialismo, por eso deberías estar de acuerdo con el plan de rehabilitación de Comibol, que va a modernizar un sector nacionalizado”. El “compañero” embajador estaba persuadido que el Plan Triangular iba a fortalecer al Estado y salvar de la ruina económica al gobierno de la Revolución. Pero Lechín no se agachaba y seguía pidiendo: “Oye, necesitamos camiones y alimentos del PL-480, sé que ya hemos firmado hace poco un convenio, pero necesitamos más”.
La sombra de Barrientos
En Bolivia, Ben Stephansky quiso repetir su desempeño previo en México, pero enfrentó una dificultad tangible: la falta de carreteras. Desde los primeros días buscó conocer todos los rincones del país y para ello, solo contaba con la aviación. “Barrientos era un muy buen piloto, un guía insuperable en las zonas rurales. Las conocí en parte junto a Paz, pero mucho más gracias a Barrientos, que en la práctica era mi piloto privado”. Así inicia Ben su relación con el General que se convertiría en el sucesor presidencial golpista en 1964.
A medida que Barrientos se fortalecía dentro del aparato partidario y al interior de las Fuerzas Armadas, su relación con los gringos florecía. Stephansky dice con orgullo haber convertido el programa de asistencia militar para Bolivia en un paquete de fortalecimiento político-electoral. El dinero que llegaba para los militares se convirtió en Acción Cívica de las Fuerzas Armadas. La ayuda servía para que batallones de ingenieros militares edificaran escuelas, postas sanitarias, caminos o canchas deportivas. Barrientos y Stephansky acudían con frecuencia a los cortes de cinta. Sin proponérselo, Estados Unidos estaba aportando recursos para dar cuna y sonajeras al naciente barrientismo. Según Ben (1983), el General hizo buenas migas con Curt LeMay y Andrew Omara, dos altos jerarcas del llamado Comando Sur del ejército norteamericano. Serían las manos auxiliares de su ascenso al poder.
¿Supo Ben sobre los ensueños de Barrientos? En 1983, el ex embajador desempolvó sus recuerdos. “Fue nuestro agregado aéreo, Paul Wimert quien me dijo que mientras Ovando era un profesional del ejército, Barrientos tenía ambiciones políticas”, rememora. En una conversación directa con “su piloto”, Ben lo escuchó absorto: “¿Sabe qué?, embajador… yo podría tener un buen futuro si me quito este uniforme, estoy muy metido en el partido (el MNR) y el partido es el que decide todo acá”.
Según Ben, uno de los principales conspiradores a favor de Barrientos era el general Julio Sanjinés Goitia, fundador de la Escuela Militar de Ingeniería. Stephansky recuerda que éste se hacía pasar por graduado de la academia de Westpoint, lo cual no era cierto. De ese modo, creía capturar la atención de los oficiales gringos.
Entonces ocurrió lo que era lógico. Ben se reunió con Paz para advertirle de que Barrientos estaba planeando quitarse el uniforme, es decir, comenzar a actuar directamente en la política. La pregunta no admitía confusiones: “¿Crees que los militares se atrevan a tomar el poder?”. “Sabes, Ben, en el poder, el partido quizás no es muy eficiente, pero fuera del poder, compañero, somos como un reloj suizo”. El Presidente imaginaba que gobernar con el MNR en la oposición iba a ser un verdadero vía crucis para los generales encaramados en Palacio.
Estaba parcialmente equivocado. Tras su caída en 1964, Paz debió esperar siete años en el exilio hasta que fueron los mismos militares, con Banzer, los que le franquearon un salvoconducto, que solo duró hasta 1974. El MNR estaba irremediablemente debilitado. Después de aquella elección de 1964, en la que no compitió con nadie, Paz Estenssoro no volvería a ganar una sola elección.
Ben Stephansky murió el 19 de abril de 1999, Paz Estenssoro, dos años más tarde.