La Constitución de Tucson
Rafael Archondo
Próximo a cumplir 93 años, pero también cuatro meses antes de que recordemos con pesar dos décadas de la Guerra del Gas, Gonzalo Sánchez de Lozada (Goni) reaparece ante la opinión pública boliviana de la mano de un peculiar consorcio de abogados afincado en Arizona. Su director, el jurista cubano Boris Kozolchyk, solo cuatro años menor que Goni, espera obtener aún el premio Nobel de la Paz. Experto en acuerdos interamericanos de libre comercio, don Boris se acaba de meter un autogol promocionando desde Tucson la fugaz resurrección del expresidente boliviano. Tener como cliente al principal acusado de la masacre de octubre de 2003 no parece ser la mejor estrategia para sumar puntos en la Real Academia Sueca de las Ciencias.
Con la puesta en escena de la “Constitución de todos” (2023), Sánchez de Lozada consolida un extenso periodo de traiciones al electorado que lo ungió como presidente por primera vez en 1993.
Sus seguidores de hace 40 años (no lo niego, claro que voté por él) apuntalamos con algarabía los que por entonces fueron verdaderos cambios en el modo de funcionamiento del sistema político y de la economía. El Goni que ingresó a palacio junto a Víctor Hugo Cárdenas dejó de ser hace tiempo aquel visionario que sacó brillo a su imaginación al grado de aplicar un ajuste estructural con rostro humano en Bolivia.
¿Cuándo se jodió el jocoso sucesor de Paz Estenssoro? Principalmente cuando tras ejecutar su Plan de Todos y a fin de reservarse un segundo tiempo para él solito, dejó morir en 1997 la prometedora candidatura de René Blatman, ese relevo necesario y posiblemente ganador. Luego, Sánchez de Lozada cometió el grave error de atesorar, hasta ahora, esa alianza sucia con Carlos Sánchez Berzaín, mientras descuidaba de paso el trato con gente honesta que sí creía en sus reformas. Solo tres años después de haber dejado el encargo mayor y cuando el país se embarcaba en un verdadero levantamiento popular amortiguado, Goni repudió su tónica original, convirtiéndose en un dique anacrónico de cualquier cambio que robusteciera la democracia. Simplemente se puso a nadar en contra de la corriente.
Retornado al palacio en 2002, el jefe del MNR terminó de abandonar la poca sabiduría que dice haber alcanzado recién. Vino entonces el papelón de su segunda presidencia, de la que tuvo que salir huyendo, asediado por las masas que antes lo habían aplaudido por haber puesto en pie la participación popular.
La abortada “Constitución de Todos” (2023) es el remate de la tozudez gonista. No solo aspira a borrar los avances alcanzados en 2009, sino que defrauda hasta a sus fans más complacientes como el excanciller Ronald MacLean, cuando propone anular la elección de gobernadores para reemplazarlos por designados a dedo desde el poder central. Si Goni no se hubiera encaprichado con darle todo a los municipios con tal de frenar las autonomías departamentales, Evo Morales no hubiera barrido tan rápido con los contrapoderes que lo resistieron desde Cobija, Trinidad, Tarija, Santa Cruz o Sucre.
La propuesta Tucson no innova ni siquiera dentro del otrora fecundo pensamiento Goni. No hay sorpresa, Sánchez de Lozada fue siempre un entusiasta promotor del parlamentarismo, pero dado su talante anglosajón, nunca antes se permitió ambicionar un nuevo estado boliviano que se ajustara mejor a las necesidades de su gente.
Cuando sintió la soga rodeando su cuello, nos maldijo escribiendo que Bolivia se convertiría pronto en “el Afganistán de los Andes” (13-11-2003, Washington Post). Y es que en su empeño por modernizar el MNR y aclimatarlo al temperamento de Kennedy y la Alianza para el Progreso, Goni no entendió que los sindicatos campesinos que comandaron la Reforma Agraria desde 1953 ya no necesitaban mediadores externos como él. La profecía incumplida de Sánchez de Lozada en 2003 corona su despiste agudo con respecto a la realidad boliviana.
En abril de 2018, cuando las familias de los acribillados en la Guerra del Gas le dieron la oportunidad de defenderse en un tribunal civil estadounidense, Goni desperdició la ocasión de pedir disculpas y ayudar a esclarecer los crímenes de su entonces ministro de Defensa. Peor aún, fue a La Florida con él, contrató a un periodista para que le lave la cara y, casi como Evo tiempo después, pretendió convencer al juez James Cohn de que en 2003 hubo una conspiración golpista y no un gobierno indolente.
Este recuento de yerros entrega una conclusión: no, de Tucson no llegarán las respuestas a la actual crisis de convivencia entre los bolivianos.
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