Urgente ecografía electoral
Rafael Archondo
El Movimiento al Socialismo (MAS) es hoy el partido político más grande de Bolivia. Compite en todos los confines de la patria y sus candidatos alcanzan en general los primeros o segundos lugares. Sus peores desempeños en la elección reciente se dieron en Santa Cruz o Potosí, ciudades en las que, de forma excepcional, sus aspirantes quedaron relegados al tercer peldaño.
Miremos por un momento las últimas tres elecciones sub-nacionales. En 2010, el MAS se llevó 229 alcaldías, en 2015 fueron 224. Este año, su cosecha fue de 239. A la fecha solo le faltan 92 ayuntamientos para adueñarse de todo el pastel. Si contamos únicamente demarcaciones territoriales, el MAS abarca al 70% del conjunto. Cualquier mapa territorial se vería inundado por un azul predominante y estamos hablando de una década completa sin variaciones cromáticas.
Si bien el MAS pisa fuerte en las tierras altas, al tener bajo su mando al 77% de los municipios de los departamentos de La Paz, Oruro, Potosí, Chuquisaca y Cochabamba, pelea airoso en la llanura. En la elección reciente, logró prácticamente la mitad de las alcaldías de Santa Cruz, Beni y Pando. En Tarija se llevó 8 de 11. Es tan extenso y diverso este aparato partidario que resulta comprensible que nadie posea un control real de semejante proliferación de recintos y personas.
Otro rasgo diferenciador del MAS son sus victorias con el 100% de los votos. En 2010, los frutos de la unanimidad se cosecharon en 29 municipios, en los que el partido de Estado corrió sin rivales. En los comicios de 2015, la canasta de la cifra absoluta se llenó como nunca con 31 alcaldías. Este año, hubo, sin embargo, una caída notable, solo 17 territorios monocolores.
¿Por qué se presenta este fenómeno, que dejaría saciado al mismísimo José Stalin? Digamos primero que son municipios situados en el occidente del país, sobre todo en Oruro y Cochabamba. La excepción a esta regla vino de la mano del proceder semi delincuencial de los vocales del Tribunal Supremo Electoral (TSE) quienes en 2015, inhabilitaron sorpresivamente una lista completa de candidatos opositores nueve días antes del sufragio. Ello provocó la existencia de tres circunscripciones con competidor azul-solitario en el Beni.
La razón principal del voto unánime en tierras altas no recae tanto en el MAS, sino en sus competidores. En todos estos años, las distintas oposiciones han sido incapaces de inscribir candidatos en lugares como Morochata, Pojo, San Agustín, Belén de Urmiri o Villa Tunari. La excusa de que no los dejan competir es cada día menos aceptable. La citada caída del número de municipios, de 31 a 17 con el 100% de votos para el MAS, se debió este año precisamente a la emergencia de nuevos partidos locales de corte rural, que introdujeron pluralismo en los departamentos de La Paz, Cochabamba y Chuquisaca. El surgimiento de micro sistemas de partidos provinciales es obra del Movimiento Tercer Sistema (MTS), de Jallalla, Venceremos y Chuquisaca Somos Todos (CST). Bolivia tendrá este año gobernadores y alcaldes electos que canalizan el descontento contra el MAS, sin por ello darle la espalda a los intereses campesinos, o vecinales. Son el buen augurio de que la polarización izquierda-derecha se puede ir disolviendo. Damián Condori, Eva Copa, Santos Quispe o Johnny Llalli son los ejemplos más connotados del nacimiento de un discurso alternativo, que toma igual distancia de Evo como de Doria Medina.
La conclusión central de este recorrido fugaz por la aritmética del sufragio es que en Bolivia la contradicción electoral básica se sitúa entre el campo y la ciudad. El MAS se petrifica como el brazo político del campesinado boliviano, sea éste indígena o no, altiplánico, valluno o amazónico. Es eso y ahí se queda.
Después de tantos años, estaríamos ya en un punto de no retorno. El MAS repele el voto urbano, el cual, lo hemos visto, recurre a cualquier carta con tal de alejar de sus centros de toma de decisiones al partido de la ruralidad organizada. Del mismo modo, los segmentos citadinos, creadores de Podemos (Tuto 2005), Plan Progreso para Bolivia (Manfred 2009), Unidad Demócrata (Doria 2014) o Comunidad Ciudadana (Mesa 2019), también parecen condenados a mal comprender las necesidades del mundo campesino. Son eso y ahí se quedan.
Hasta ahora, ese trágico desencuentro ha sido recubierto con disfraces ideológicos y banderas postizas. Nos empeñamos en creer que unos son de izquierda y los otros de derecha. ¿No habrá llegado la hora de decir las cosas por su nombre?
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