¿Ultra Chile?
Rafael Archondo
Este reciente 7 de mayo, pero también el pasado 4 de septiembre, Chile ha exhibido un perfil político tan inesperado como desorientador, al grado de obligarnos ahora a mirar con detalle, seriedad y respeto a nuestro vecino más próximo y enconado.
La situación actual del espigado país costero podría abreviarse con la siguiente fórmula: el proyecto de abolir la Constitución heredada de Pinochet (1980), idea concebida por la nueva generación de izquierda como un modo alternativo y terso de hacer la ansiada revolución social, quedará finalmente en las manos de quienes orgullosos de ser la derecha más intransigente, declararon desde el inicio que un reemplazo de la Carta Magna era impertinente e inútil.
Así, quienes fertilizaron el terreno con tanto esmero, deben ahora dejar la cosecha para los que se faltaron a la siembra. Paradójico sí, pero por eso mismo nada contradictorio.
Chile es uno de los pocos países del mundo que intentará cambiar de Constitución en dos ensayos sucesivos y dispares. Entre el estallido social de octubre de 2019 hasta el ya citado 4 de septiembre de 2022, la nueva izquierda chilena estuvo en la posibilidad de cambiar las reglas del juego de una manera honda y desafiante. Su proyecto se vino abajo cuando el 61% de los electores lo tiró a la basura. A partir de ese momento, quedó alumbrada una nueva mayoría tan maciza como la anterior, pero de signo ideológico opuesto.
Desde este 7 de mayo hasta el 17 de diciembre próximo, la derecha chilena ha quedado con la misión, encomendada también por las urnas, de reemplazar una Constitución aprobada en dictadura vía plebiscito y reformada ligeramente tras la salida de Pinochet del Palacio de la Moneda. Sin embargo, 23 de los 34 miembros de este bloque de mayoría, pertenecen a un partido, el republicano, que jamás estuvo de acuerdo con el proceso del que ahora es protagonista.
Con esos antecedentes, cabe preguntarse entonces: ¿qué fuerza pendular zarandea en los últimos años a los chilenos?
Optemos por una respuesta tibia para no apantallar: en Chile se acaba de producir un relevo generacional en los dos polos del espectro político. Primero Boric y sus camaradas desbordaron por la izquierda a los partidos de la llamada Concertación, el frente amplio liberal que gobernó el país durante 24 años. De todos estos partidos rebasados, la Democracia Cristiana es hoy la más lastimada y el Partido Socialista, el mejor sobreviviente.
Luego, este año, la derecha tradicional (UDI-RN) ha vivido la misma dislocación, pero a manos del partido republicano, fundado en junio de 2019 por exdiputados del tronco antimarxista original. José Antonio Kast, el líder del nuevo partido conservador fue 16 años legislador de la UDI. En consecuencia, quien parece tener más posibilidades de ganar las próximas presidenciales no es ningún recién llegado, sino la versión más pétrea de la misma muralla.
Lo resumido acá nos sitúa mejor en el escenario. Un relevo generacional no es necesariamente un quiebre, sino la continuidad remozada de lo ya conocido. Muchos recicladores de datos, al no apreciar matices, hablan por eso del triunfo de la ultra o de la extrema derecha. Peor aún, han aplicado la etiqueta de “pinochetista” a los seguidores de Kast, cuando en Chile ya muy pocos hablan de lo sucedido allí hace casi medio siglo.
En rigor, el arribo al gobierno chileno de militantes comunistas ya desde 2014, o el descarte en las urnas del proyecto de Constitución plurinacional, calcado de Bolivia o Ecuador el año pasado, son la prueba de que en Chile tanto Pinochet como Allende yacen varios metros bajo tierra. El país ultra existe solo en la mente de los corresponsales extranjeros que no saben con quién comparar a los nuevos rostros que van dejando caducos a los partidos que ayudaron al país a construir una democracia que sinceramente, debería producirnos envidia.
Al contrario de lo que se suele decir con angustia teatral, lejos de correr a los extremos, los chilenos estrenaron una nueva izquierda y ahora hacen lo mismo con una nueva derecha. En el trayecto, en parte gracias al voto obligatorio, han ensanchado la arena pública y han virado hacia el sentido común (lo dijo Kast).
Con ese paso, Chile parece haber cerrado en América Latina el ciclo de cambios constitucionales pretendidamente refundacionales que iniciara Hugo Chávez a inicio del siglo. Los ultras chilenos que quemaban supermercados y estaciones de Metro en octubre de 2019 estarán evaluando ahora mismo las desastrosas consecuencias de su despilfarro insurreccional.
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