Sobreviviente en Madrid
Rafael Archondo
En 2012, Iñigo Errejón Galván, en ese tiempo joven promesa intelectual de 29 años, defendió su tesis doctoral en la Universidad Complutense de Madrid. El documento, disponible en internet para toda retina, titula “La Lucha por la Hegemonía durante el primer Gobierno del MAS en Bolivia”.
Dos años más tarde, junto a Pablo Iglesias, amigo suyo de abundante cabellera, Errejón fundó Podemos, partido que casi de inmediato se revelaría como la estrella ascendente del firmamento político español. Casi un millón y medio de votos acompañaron su debut en las urnas en 2014.
Hoy, tras casi una década, Podemos está en la lona. En las elecciones del reciente 28 de mayo, el partido morado, en el que Errejón ya no milita desde enero de 2019, quedó borrado del mapa electoral español. Es prácticamente un tercio de lo que había llegado a ser en los comicios previos.
El carismático Iñigo tuvo el tino de saltar del barco cuatro años antes de su hundimiento. Hoy, Errejón se ha achicado al plano local y retiene un porcentaje aún expectante de respaldo en la capital española, donde su nueva sigla, MAS Madrid, abarcó este domingo, 27 de los 135 escaños repartidos. En contraste, en la misma ciudad, el expartido de Errejón se quedó sin concejales.
Dicen por ahí que, aunque arrinconado este año por el crecimiento exponencial de la derecha, Errejón se ha comido al padre (Iglesias) y convertido en el único sobreviviente del naufragio. Desde el sur, cabe preguntarnos: ¿será que aprendió a prevenir caídas cuando tecleaba su tesis doctoral en nuestra soleada ciudad de Sucre?
Vayamos a la investigación citada. A lo largo de sus híper-redundantes 656 páginas, Errejón escribía en 2012 que el éxito del MAS en Bolivia se podía explicar por su capacidad de haber construido discursivamente una hegemonía. Bebiendo de Laclau y obviamente de Gramsci, el fundador y luego disidente de Podemos remarcó en su tesis que hegemonía es la capacidad de lograr “la adhesión activa o el consentimiento pasivo” de casi toda la gente “uniendo voluntades dispersas en un sentido unitario”. En Laclau (2004), dicha condensación de demandas puede derivar en “cadenas de equivalencias”, gracias a las cuales lo que pide uno, distinto de lo que pide otro; empieza a fundirse dentro de la idea de que todo se resolverá cuando caiga el mal gobierno y sea el pueblo el que se eleve al fin a la cima de las decisiones. Acá hay mucho de astucia mental, plasticidad retórica y sentido de amalgama. La división élite-pueblo sustituye entonces al prisma izquierda-derecha. Errejón se considera por ello un populista tan confeso como plebeyo.
Así, siempre según Errejón (2012), “el MAS en Bolivia habría sido capaz de concentrar para sí “la capacidad exclusiva de interpelar en su relato nacional a una amplia mayoría, por encima de las fracturas posibles de clase, etnia y región (…) por oposición a la oligarquía antinacional”.
¿Intentó nuestro doctorante aplicar la cotizada receta boliviana en su país?
Cuando conversamos con él en 2014 (Mapamundi de ERBOL), soltó una clave de su estrategia: “Nosotros no somos una formación de izquierda, sino transversal, que socava por igual a todos los partidos. Nosotros queremos ser la mayoría que discute con la casta y la derrota”. Cuando le preguntamos qué de lo aprendido en Bolivia le resultaba útil para España, nos dijo que el MAS le enseñó que para ser hegemónico, debes “integrar al adversario, aunque de forma subordinada”, es decir, sumarlo sin soltar el timón. De ese modo, puedes abrir una nueva fase política, desde la que se te presenten oportunidades impensadas para tentar saltos audaces. Errejón se considera por ello un buscador de viabilidades, más que un revolucionario. En Bolivia, se hizo “post marxista” y quizás repita aún hoy con Laclau (2004): “hay clases en lucha, no lucha de clases”.
Prueba superada, Iñigo. En su tesis, él elogiaba la capacidad hegemónica del MAS, que según creía, había conseguido cobijar la consigna de las autonomías regionales en el núcleo de su proyecto de poder. En efecto, Errejón dejó Podemos cuando Iglesias se empecinó en ponerse a la izquierda y por consiguiente, en abandonar así aquel prometedor guiño transversal. Sí, nuestro joven estudioso del proceso boliviano presintió que la radicalización de Iglesias y de su esposa Irene Montero los iban a jalar vertiginosamente hacia el abismo donde precisamente acaban de caer.
Lástima que hace mucho el MAS haya olvidado para sí lo que le enseñó a Errejón entre 2006 y 2009: “no somos de izquierda, somos transversales”.
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