Siete falacias sobre la Revolución Nacional boliviana
Rafael Archondo
Este 9 de abril de 2022 se recordaron siete décadas del inicio de la Revolución Nacional boliviana, acción política permanente, cuya finalización efectiva continúa pendiente. Seguimos y seguiremos marcados por aquellas jornadas de combate.
En este abultado espacio de tiempo, 70 años, los enemigos del movimientismo unieron esfuerzos para instalar en la esfera pública variadas falacias sobre lo sucedido a lo largo del proceso detonado después de la Guerra del Chaco.
Dichas falsificaciones surgieron al calor del frenesí egoísta de sus fabricantes. Todos ellos, competidores ideológicos al fin, querían no solo restarles brillo a las acciones históricas reseñadas, sino, sobre todo, expropiar las voluntades y emociones de los millones de seguidores del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR). Esperaban que aquel inmenso caudal de electores y movilizados pudiera mutar sus preferencias y cobijarse bajo otra bandera. Sin embargo, el instinto de la gente no es tan fácilmente moldeable. Tuvo que haber una masacre y un levantamiento popular como el de octubre de 2003 para que el pueblo terminara de arrancar de su corazón aquella gloriosa sigla de tres letras.
Por eso acá, en el marco de mi compromiso generacional, pero también sobre la base de datos que activaron sorpresa al ser detectados, va la radiografía de siete afirmaciones sin sustento, que continúan siendo lugares comunes en la Bolivia de hoy. Demolemos entonces una falacia por cada década transcurrida.
1. Cuando menos, en inicio, el MNR fue un partido nazi-fascista
Falso y, sin embargo, ¿cuánta gente ilustrada lo sigue repitiendo con marcada condescendencia?
Acá, datos, no consignas. Casi un año antes de que el MNR existiera formalmente, el 19 de julio de 1941, el gobierno de Enrique Peñaranda desató tal acusación, la cual quedó exhibida más tarde como un escandaloso montaje. Una carta fue falsificada y un hombre, Elías Belmonte, fue acusado como supuesto instigador de un golpe de estado planificado en presunta cooperación entre los nacionalistas locales y la embajada alemana en La Paz, bajo la sombra de la esvástica.
Lo interesante de este asunto es que el MNR terminó de organizarse precisamente para rechazar esa calumnia. Es más: casi podría decirse que la acusación sobre el putsch nazi precipitó el alumbramiento del grupo, que dos días después emitió un documento público negando su filiación con el nacionalsocialismo alemán. Su título fue “Nosotros contra los traidores” y allí resuena la frase: “La intriga que ha urdido la Rosca es burda y ridícula”.
El problema es que dicha intriga se resistió a morir entre variados círculos sociales e intelectuales. Sigamos nosotros apegados a los datos. La prueba documental del supuesto nazismo movimientista es la publicación incompleta del texto: “Bases y Principios del MNR”, encargado a José Cuadros Quiroga, en ese momento, uno de los fundadores del partido con mayor huella marxista. En efecto, quienes quisieron dejar sugerido que el MNR era una célula hitleriana en 1941, subrayaron oficiosamente una sola línea del extenso manifiesto: “Denunciamos como antinacional toda posible relación entre los partidos políticos internacionales y las maniobras del judaísmo”. Les bastó con leer eso.
A partir de ese minúsculo fragmento, la calumnia cobró cuerpo. En dos libros de consulta muy requeridos, editados por Rolón Anaya y Cornejo, “Bases y Principios” aparece mutilado, reducido a las 8 páginas finales de un documento que alcanza a las 54 y claro, la citada línea antisemita pasó a ser el mantra de los fabuladores.
Años más tarde, Walter Guevara Arze, abonó a la mentira. Le dijo a Carlos Mesa que algunos segmentos de “Bases y Principios” parecían extraídos de “Mein Kampf”. Con ello Guevara se postulaba como el corrector de la doctrina, pero se aplazaba como historiador de su propio partido.
2. Luego, el MNR se hizo comunista. Por eso Falange lo combatió encarnizadamente
Si bien el partido cobijó en sus filas a intelectuales y obreros marxistas, nunca abrazó esa doctrina y jamás se adhirió a las corrientes de la Revolución Cubana como sí lo hicieron algunas ramas del nacionalismo latinoamericano en los casos del APRA rebelde o de los Montoneros.
Precisamente por no ser comunista, el MNR compartía el mismo espectro ideológico con Falange Socialista Boliviana (FSB), partido mesiánico y ultra patriota fundado por Óscar Únzaga de la Vega. Otra de las leyendas inventadas por la izquierda boliviana consistió en calificar a FSB como fascista, pero refutar aquello daría para otro artículo de desagravio que no es éste.
Lo cierto es que falangistas y movimientistas complotaron juntos para poner en el Palacio a Gualberto Villarroel, para sacar de allí a Herzog y a Urriolagoitia en los fragores de la Guerra Civil de 1949 y para derribar a la junta militar que desconoció el resultado electoral de las elecciones de mayo de 1951. Es más. La insurrección del 9 de abril de 1952 tuvo, en sus horas iniciales, a Únzaga y Siles Zuazo como sus planificadores civiles. Si FSB y el MNR no gobernaron juntos antes de 1971 fue porque los falangistas nunca tuvieron fortuna electoral y se mantuvieron como una fuerza pequeña y disciplinada. No había condiciones pues para una alianza simétrica.
Notables movimientistas como Federico Álvarez Plata o Guillermo Bedregal salieron del partido de la antorcha. Los unía precisamente su reticencia frente a los actores internacionales y cuando Únzaga criticó a la Revolución Nacional, fue para reprocharle entreguismos o exigirle apego al nacionalismo que los unió.
3. El MNR fue un remedo del peronismo y del aprismo
Los movimientistas exiliados se concentraron muchas veces en Buenos Aires, y de esa ciudad partió Paz Estenssoro rumbo a La Paz en abril de 1952 para asumir la Presidencia. Sin embargo, aquel dato no alcanza a borrar las malas relaciones entre Perón y el MNR. Ya nadie lo recuerda.
El embajador de Herzog e Urriolagoitia en la Argentina, el señor Gabriel Gozalves, fue capaz de distanciar a tal grado a Perón del exiliado Paz Estenssoro que incluso logró que, tras la Guerra Civil de 1949, el jefe del MNR fuera expulsado de la capital bonaerense para tener que recluirse en la ciudad uruguaya de Minas. La decisión de deportar a Paz fue tomada ante Lester de Witt, encargado de negocios de los Estados Unidos en Argentina. En general, los nacionalistas argentinos vieron con desdén a aquellos bolivianos fumadores y empobrecidos que llenaban algunos de sus cafés, intercambiando recortes de periódicos. Lo mismo pasó con los apristas peruanos, varios de los cuales expresaron su júbilo al enterarse del colgamiento de Villarroel. Manuel Seoane, portavoz del APRA, dijo que aquella era una página de “brillante heroísmo civil”.
4. En abril de 1952, el MNR fue rebasado por las masas, las cuales igual le entregaron el poder
El mito de que la Revolución de 1952 fue obra de la clase obrera para luego entregarla en bandeja de plata a la clase media o incluso a la burguesía (insólita concesión) es la falacia mejor elaborada de estas siete. Se sostiene por el deseo de glorificar al actor proletario y restarle elocuencia al discurso movimientista de la alianza de clases. El relato compartido por trotskistas, comunistas y kataristas señala que ante el fracaso del golpe de estado de Seleme, entre el 9 y el 11 de abril de 1952, las masas salieron espontáneamente a las calles para pulverizar al ejército. En el interín, el MNR habría caminado como sonámbulo. Organizó el golpe, sintió su fracaso, se escondió y corrió a Laja a rendirse ante los militares. La leyenda cuenta que cuando Siles regresó a La Paz tras haber capitulado ante el jefe del Estado Mayor, se enteró que la insurrección había triunfado y que ya podía tomar el poder. Casi una comedia de equivocaciones.
La anterior es una versión falaz de un mito repetido cientos de veces, pero la vida te da sorpresas. Cuando uno lee el acta de Laja, dos hojas de papel firmadas por Siles Zuazo y el general Torres Ortiz, simplemente debe ir en reversa. El texto es la capitulación de las Fuerzas Armadas, las que entregan el mando del país a Siles, señalado como jefe de la junta de gobierno, para que éste organice nuevas elecciones en un plazo de cinco meses. Éste se demoró 4 años y las ganó.
5. En 1952, el ejército fue destruido
Hacen eco de esta fantasía numerosos académicos norteamericanos y sus coristas locales. Del 9 al 11 de abril de 1952 no se produjo la destrucción del ejército a manos de civiles armados. Hubo, sí, una deserción masiva de conscriptos que acababan de ingresar al servicio militar, una derrota de los cadetes del Colegio Militar y del batallón de ingenieros, un repliegue desordenado de cinco regimientos acantonados en El Alto y la rendición negociada en Patacamaya de las tropas del regimiento Camacho en Oruro. La insurrección del 9 de abril solo abarcó las actuales ciudades de La Paz, El Alto y Oruro. ¿Cómo pudo entonces desaparecer un ejército asentado en todo el territorio nacional?
La única alteración digna de mención con relación a la institucionalidad militar fue el cierre, por un año, del Colegio Militar, el cual cambió de nombre de “Pedro Villamil” a “Gualberto Villarroel”. Los que sostienen que la Revolución acabó con el ejército simplemente no conocen la historia del MNR. Los movimientistas fueron, tras la Guerra del Chaco, el partido que más se acercó a los uniformados, el único que gobernó con ellos entre 1943 y 1946, y el que más generales sedujo para sus filas. Baste mencionar que la guerra civil de 1949 fue encabezada desde Santa Cruz por el general Froilán Calleja, quien en 1952 quedó al mando del Ministerio de Defensa.
Es más. Fue tal la convergencia entre la Revolución Nacional y el ejército, que además de contar con una célula formada por los oficiales de alta graduación, el partido lo potenció al grado de que en noviembre de 1964, los militares se dieron el lujo de reemplazarlo, contando con el monopolio de la fuerza y el enorme respaldo popular que llevó al general Barrientos a ser uno de los principales caudillos del proceso. Nadie dio más poder a las Fuerzas Armadas que la Revolución Nacional, a la que se le atribuye su destrucción de manera errónea.
6. El MNR cogobernó con la clase obrera
Esta falacia se desprende de la anterior. Claro, si la clase obrera hizo la insurrección, no el MNR, entonces lo lógico es que haya preservado algo de su poder a la hora de formar gobierno. De ahí nace la fantasiosa teoría del poder dual, por la cual la COB recién formada, disponía de espacios en el gabinete. El modelo fue extrapolado hasta 1970 cuando la Asamblea Popular compartía o, en realidad, disputaba la toma de decisiones con el gobierno militar de Juan José Torres.
Sin embargo, la realidad es despiadada con este mito. Cuando se mira con detalle la dinámica del supuesto cogobierno se aprende, por ejemplo, que de él eran objeto solo los ministerios de Trabajo, Obras Públicas, Minas y Asuntos Campesinos, que los designados no eran generalmente ni obreros ni agricultores y que en realidad todos eran militantes del MNR. Peor aún, la COB entregaba una terna al presidente y éste designaba al más cercano a sus intereses. Así, durante el segundo gobierno de la Revolución Nacional, Siles ignoró las exigencias de la COB y puso en las carteras ministeriales a los dirigentes obreros que formaban parte del llamado bloque reestructurador. Eso no es cogobierno ni acá ni en la China.
En los hechos el tan ensalzado cogobierno no fue más que la colocación dentro del gabinete de la llamada izquierda del MNR, a la que se sumó un núcleo de trotskistas, que hacían coro a Lechín. Por eso, el cogobierno se terminó cuando el máximo líder de la COB formó su propio partido y se divorció del proceso.
7. La Revolución Nacional fue la semilla de la democracia actual
Mientras, desde la izquierda, se alimentaba el mito de que la clase obrera había sido traicionada por la clase media y la burocracia del MNR, desde las corrientes liberales que llegaron después, se alentó la fantasía de que la Revolución Nacional había puesto en pie una democracia. No es verdad.
La relación entre la institucionalidad democrática y el curso revolucionario siempre fue tensa y a momentos, antagónica. Desde el 11 de abril de 1952 hasta las elecciones de 1956, las primeras en las que se aplicó el voto universal, el MNR gobernó sin Congreso pese a que había uno electo un año antes. En otras palabras, las principales medidas como la nacionalización de las minas o la reforma agraria se ejecutaron sin contrapesos parlamentarios. Era un gobierno que, si bien había logrado plena legitimidad, estaba burlando la Constitución.
Luego, cuando en 1956 se estableció la primera bancada opositora formada por cinco falangistas, Elías Belmonte entre ellos, la violencia se desató en las calles al grado de que, para fin de ese año, todos los líderes adversos al MNR estaban fuera del país. En tal sentido, ya sea porque el MNR optó por su faz represiva o porque la oposición nunca creyó en la toma del poder por la vía electoral, la Revolución no pudo ni pretendió que Bolivia se convirtiera en un estado democrático. Así, la democracia llegó recién en 1982 cuando el MNR estaba ya lo suficientemente debilitado como para no poder imponer sus dictados. Podría decirse que solo un movimientismo débil y post hegemónico podía formar parte de un sistema de partidos competitivo y abierto.
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