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Réquiem para el pajla

Rafael Archondo


Xavier Albó (1934-2023) tuvo una vida lo suficientemente larga como para poder administrar e incluso editar sus epitafios. Puede decirse que antes de cerrar definitivamente los ojos, consiguió dejar arreglada su herencia espiritual con severa minuciosidad. Por eso hoy no hay desperdicios sobre su nicho final y será recordado como él mismo decidió.

Lo que muy pocos se animarán a decir, y menos ahora que ha tocado retirada, es que Albó encarnó un proyecto de poder, tiernamente consentido por la Iglesia católica y habitualmente aplaudido por las clases gobernantes en Bolivia, país al que llegó en agosto de 1952.

Albó fue incorregible, como dice su gorda autobiografía, pero no tanto por curioso, sino por haberse avecindado en la toma de las decisiones públicas del país. Más que un cura, un socio lingüista o un antropólogo, el “pajla“ fue un asesor oportuno de las autoridades, vistieran estas poncho o corbata. Como Pedro Portugal lo hace notar en estos días, a Xavier lo lloran hoy más sus pares que sus supuestos protegidos. En su despedida no sonaron fuerte las zampoñas.

Lo dicho no opaca su inmensa capacidad para argumentar sus causas. En Albó hubo siempre calma para argüir. Nadie nunca lo vio enojado. Es un caso notable de polarizador sutil, casi inadvertido, que sale por la puerta trasera de la casa cuando comprueba complacido que todos se pelean a gritos en el comedor.

Hay, sin embargo, un episodio que lo retrata de calva entera. Tras haberle dado bofetadas al poder en abril de 2016, en ocasión de recibir el Cóndor de los Andes de manos de Evo Morales, Albó le comentó en 2019 a Constantino Rojas Burgos: “Yo pensaba que (Evo) se me había enojado y que nunca más me hablaría, pero no, hemos seguido hablando. Lo dije lo suficientemente suave para que no me perdiera la confianza”. Esclarecedor. Portugal nos ha recordado también que ni Evo ni Álvaro siguieron los consejos de Albó y prefirieron nomás violar la Constitución. Quizás no le perdieron la confianza, pero sí la fe.

Cuando después de estudiar en Quito y Chicago Albó regresó a Bolivia en 1970, no quiso dar clases en el San Calixto. Lo suyo era influir sobre la gente que marca el rumbo de la vida nacional y para ello, debía hacerse digerible para todos. Con el único que no pudo fue con Felipe Quispe.

Albó concibió a Bolivia como un escenario donde convivían una nación opresora (la boliviana mestiza), en la que él se movía a sus anchas, junto a tres o más naciones oprimidas, con las que estableció un puente y a las que quiso representar en los circuitos de decisión. Albó pensó a Bolivia como proyecto de etno-liberación, que desde muy joven había descartado en su España natal. Por eso solo tuvo ojos para desenterrar identidades, encontrar esencias, restituir “idolatrías”, es decir, para emprender reversa en la senda que la Iglesia Católica se había trazado junto a la Corona española en el siglo XVI.

Y así como Albó interpretó obsesivamente lo que aymaras, quechuas y guaraníes desearían para su futuro, del mismo modo desconoció todo lo que había hecho la Revolución Nacional de 1952, a la que miraba con un desprecio extraviado en gran medida por su distancia generacional.

Es admirable la capacidad del “pajla” para traccionar ideológicamente su proyecto de poder. Proveyó de fondos y usó toda la red de contactos de la Iglesia, construyó una maquinaria para imprimir libros y revistas, activó una red de talleres y seminarios, reclutó a cuanto liderazgo indígena se asomaba en el horizonte, y con todo ello, fue capaz de mover, una tras otra, cada una de las coyunturas políticas que le tocó vivir. Albó asesoró tanto la elaboración de la Ley Agraria Fundamental con Víctor Hugo Cárdenas y Genaro Flores en 1982 como estuvo viviendo en Sucre durante la Asamblea Constituyente de 2006 o tratando de imponer la pregunta que mejor se acomodaba a sus intereses dentro de la boleta de los censos de población. Puso al INE como su asistente de campo.

Cuando, debido a su compromiso con Cárdenas, perdió poder durante el ciclo de protestas que llevaron al poder a Evo Morales, tuvo la habilidad de colocarse como bisagra entre éste y el Papa Francisco. Del mismo modo, cuando las críticas al MAS se hacían muchedumbres, dio el discurso del 2016 que le ayudó a quedar bien parado con los intelectuales amigos suyos que pronto saldríamos a amarrar pititas para derribar al “dictador”.

A las nuevas generaciones les corresponderá leer el medio centenar de libros de Albó, pero, eso sí, que sea con pinzas.

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