¿Quién era Hernán Siles Zuazo?
Rafael Archondo
La segunda biografía de Hernán Siles Zuazo ya está en las vitrinas. Que haya dos no es casual. Don Hernán es una rareza para los historiadores. Es uno de los pocos personajes públicos en Bolivia dotado de una doble importancia: condujo la insurrección del 9 de abril de 1952 y también la conquista de la democracia el 10 de octubre de 1982.
Siles es la flecha que une la Revolución Nacional con el fin de las dictaduras militares, un verdadero fuera de serie.
“Sobre un Barril de Pólvora. Biografía de Hernán Siles Zuazo” aparece en librerías bajo el sello de Plural Editores. Será presentado, al menos, en seis ocasiones en La Paz, Cochabamba y Santa Cruz. Quince personalidades del mundo académico y político se han comprometido a comentarlo ante el público lector. Los coautores somos Rafael Archondo e Isabel Siles Ormachea, la hija menor de Don Hernán. El libro fue escrito entre la ciudad de México y Madrid y se nutre de más de cien fotografías y varios metros lineales de libros, periódicos y folletos. Comenzó siendo una aventura familiar y se fue transformando en una revisión puntual de varios pasajes de la Historia nacional.
Siles nació en 1913. Dentro de la tanda de oro de líderes del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) es quizás el más joven si no incluimos en la lista estelar a Mariano Baptista Gumucio, quien aceptó ser uno de los lectores de “Sobre un Barril”. Siles es contemporáneo de Juan Lechín Oquendo y Walter Guevara Arze y se incorpora al torrente político ligeramente más tarde que Víctor Paz Estenssoro, Augusto Céspedes o Carlos Montenegro, nacidos antes de 1910.
Sin embargo, la singularidad de Don Hernán reside en su postura filosófica de vanguardia. Fue precursor de una terquedad democrática que llama la atención por su aparente anacronismo prematuro en un tiempo en el que la democracia liberal vivía una de sus cíclicas crisis planetarias. Mientras su partido y sus pares oscilaban entre aceptar las reglas de la democracia o tomar los atajos de la violencia y la acción directa, él se mantuvo leal a la idea de que los cambios revolucionarios no tendrían sentido si no se ejecutaban bajo el imperio de la ley y las normas electorales. Pensaba, y tenía razón, que la eficacia de los fusiles era poco aconsejable para arraigar medidas de largo alcance. Siles prefería la eficiencia del consenso y la persuasión. Aunque dirigió grandes acciones conspirativas, el hombre de abril y de octubre nunca se desprendió de sus valores democráticos.
¿De dónde nació esa aversión tan persistente por la violencia? Nuestra segunda biografía precisa el momento en que nació esta convicción fundacional de su personalidad. Siles no había cumplido los 20 años cuando le tocó ver como una multitud enfurecida saqueaba la casa de su padre, el ya para entonces expresidente Hernando Siles Reyes. Los manifestantes arrastraron el piano de la familia Siles Salinas hasta la puerta de la embajada de Brasil en La Paz y le prendieron fuego. Dentro de la legación diplomática, la familia y el refugiado notable contemplaron horrorizados aquel acto agraviante. Desde la acera de enfrente, Siles Zuazo recibió, sin decirlo, la herencia de su progenitor. Se quedaba en La Paz para cuidar su memoria e ingresar de lleno a la lucha política con la misión de erradicar la quema de pianos o cualquier acción directa que mellara la dignidad de alguien.
Durante su presidencia, Hernando Siles logró postergar la Guerra del Chaco tanto como se pudo. Su primer hijo, el sujeto de este relato, acudió a la trinchera con la misma terquedad con la que se puso a defender la democracia en medio de tanto talante autoritario. El reclutamiento del soldado Siles Zuazo se dio en medio de puñetes y anteojos rotos. Para que lo llevaran al frente, provocó una gresca callejera, que derivó en el “castigo” del uniforme y la partida en un tren. Ni su miopía ni la oposición de sus padres pudieron vencer a su deseo de combatir. Lo hizo en la primera defensa de Alihuatá y de allí salió herido en el brazo.
Que Siles haya ido a la Guerra no es un dato menor en su vida. Lo hizo además como soldado raso, sin privilegios como era habitual en los estudiantes universitarios que se alistaban en las filas. Compartió los mismos padecimientos que sus camaradas, la mayoría aymaras desconcertados por formar parte de un ejército que solo una década atrás había establecido los deberes militares para todos. La credencial de excombatiente acreditó más adelante patriotismo y valentía probada, fue el galardón exigido para todo aquel que quisiera atraer votos y aplausos. Quienes como José Antonio Arze o José Cuadros Quiroga optaron por el exilio en el Perú para rehuir al reclutamiento, serían siempre vistos con cierto recelo por la masa de ex conscriptos, corriente electoral significativa de las décadas venideras.
Reintegrado a la vida civil, Siles lee profusamente. Está buscando una militancia que le permita integrarse a los cambios que la sociedad boliviana de la posguerra reclama airadamente. Coincide en ello con José Aguirre Gainsborg con quien bebe de Mariátegui, el marxista peruano más connotado. Haya de la Torre también se acerca a su ánimo. Siles se declara socialista dentro del campo nacionalista. Al mirar su identidad cultural, decide calificarse como “indoamericano”. Su madre, Isabel Zuazo Cusicanqui, le sigue los pasos de cerca. Cuando el joven consigue un trabajo en la biblioteca del Congreso, le suplica que no descuide sus estudios. Y es que Siles va por todo. Con el mismo impulso que lo jaló a las trincheras del sudeste, se gradúa como abogado, trabaja, funge como dirigente universitario y se casa con Teresa Ormachea.
Sus posturas políticas se van alineando en la defensa del estado de derecho y la búsqueda de las reformas sociales urgentes. Cuando el grupo Beta Gama, al que pertenece, se suma al golpe del general David Toro, Siles renuncia. Desconfía del golpismo. Luego, cuando Busch se suicida, sale a las calles a exigir la sucesión constitucional para que Enrique Baldivieso asuma el mando. En tal sentido se opone al golpe de Quintanilla. Cuando el presidente electo Enrique Peñaranda es sacudido por un intento de derrocamiento, Siles también se pronuncia en contra de los golpistas. Nada lo apartará de aquella línea a lo largo de sus 83 años de vida.
Nace el partido
El MNR fue fundado en 1942. No fue un partido nazi, fascista y menos marxista. Su afiliación, valga la redundancia, era nacionalista revolucionaria. Conviene llamar a las cosas por su nombre. Es muy común que las etiquetas internacionales nos auxilien para orientarnos, sin embargo, causan más opacidad que luz.
Las 54 páginas del documento fundacional del MNR, redactadas por José Cuadros Quiroga, son el mejor desmentido a las clasificaciones fáciles. Si bien Cuadros Quiroga usa algunas categorías marxistas, que adoptó de sus tiempos universitarios junto a los cochabambinos piristas Arze y Anaya, y deja relucir una sola vez su fobia por las sociedades secretas y el judaísmo, cabe afirmar tajantemente que el MNR se fundó para desmentir las acusaciones del gobierno de Peñaranda en el sentido de que se trataba de una agrupación andina de fanáticos de Hitler. Baste añadir que declararse nazi aquel año era simplemente un acto suicida. El MNR nació casi en paralelo con el desplome del sexto cuerpo del ejército alemán en Stalingrado. La noticia se dispersa por el mundo en febrero de 1943.
Pero la evidencia definitiva de que el MNR no fue sucursal partidaria de Berlín o Roma es la sola presencia de Siles Zuazo entre sus fundadores. Y es que su apuesta por la democracia como única vía para encausar transformaciones revolucionarias llegó al grado de que el 20 de diciembre de 1943, cuando el MNR y la logia militar Razón de Patria (RADEPA) derrocaron por la fuerza al presidente Peñaranda, Siles amenazó con su renuncia al partido. En una airada conversación con Paz Estenssoro, el líder de la línea antigolpista quiso abandonar las filas. El jefe logró evitarlo con la promesa de que el nuevo gobierno, al mando de Gualberto Villarroel, convocaría pronto a elecciones. Paz llegó incluso a ofrecerle a Siles una silla en el gabinete, cosa que él rechazó.
Recompuesta la relación Siles Paz, ésta se mantendría, no libre de turbulencias, hasta 1971. Tras la caída de Villarroel en 1946, Siles Zuazo ascenderá a la subjefatura del partido. Tampoco dejaría esas tareas hasta 1971, año en el que decide fundar el MNRI.
Durante el tenso gobierno de RADEPA y la participación intermitente del MNR con tres ministros en el palacio, Siles despliega una intensa labor parlamentaria. Concentra sus discursos en dos aspectos que le han quitado el sueño desde que se graduó como abogado en la UMSA: el sufragio femenino y la justicia campesina.
Con lo primero, mete un gol de media cancha. Tras una larga polémica en la que incluso debe vencer la resistencia de sus propios compañeros de partido, Bolivia opta por autorizar el sufragio de las mujeres con instrucción escolar (a los hombres solo se les pedía que supieran leer y escribir). El paso es tímido. Se lo da solo para las elecciones municipales, pero incluye la opción de que las mujeres sean candidatas. La medida será ejecutada después del colgamiento de Villarroel y con el MNR en condición semi clandestina. Nueve años más tarde, Siles será el primer boliviano electo presidente mediante el voto universal.
En cuanto a la justicia campesina, el proyecto del diputado paceño Hernán Siles Zuazo discurre ante la certeza de que Bolivia necesita un sistema paralelo para administrar conflictos. La idea se adelanta en décadas a la Constitución de 2009. Sin embargo, no cuaja. En la mente de los legisladores del periodo Villarroel no entra la posibilidad de que aymaras o quechuas establezcan sus modos propios de impartir justicia. Siles morirá antes de poder ver plasmado su sueño.
El tándem Paz-Siles se prueba eficiente. El primero, desde su exilio en Buenos Aires, agita las aguas de la prensa internacional. Rodeado de hábiles operadores como Germán Monrroy Block, Augusto Céspedes, Carlos Montenegro o Clemente Inofuentes, Paz desmenuza los errores del enfermizo Herzog y del despótico Urriolagoitia. Desde la trinchera real, Siles ejerce la jefatura del MNR. Sigue alentando la participación electoral, pero también se sube al carro de la conspiración. Misión cumplida. El 15 de abril de 1952, Siles recibe a Paz en el aeropuerto de El Alto para entregarle la Presidencia. Mejor, imposible.
La ruta a la democracia
Hasta 1952, el MNR había participado en seis elecciones. Ganó las de 1944 y las de 1951, lo seguiría haciendo hasta 1980. Ninguno de sus competidores, FSB, el PIR o el POR, se acercaba a ese desempeño. Siles estaba al mando de un aparato electoral formidable, bajo las restricciones del voto censitario o sin ellas. Quienes porfían en pensar que los competidores del movimientismo tenían las mismas posibilidades de jugar el rol histórico que le tocó, fantasean sin rigor.
Sin embargo, ganar elecciones e incluso capturar el poder por la fuerza, como ocurrió entre el 9 y el 11 de abril de 1952, no hacían del MNR un actor democrático. Los primeros cuatro años gobernó sin el Congreso y con cuatro campos de concentración; los siguientes ocho, bajo periódicos estados de sitio y persistentes deportaciones de opositores marxistas y falangistas. Luego la Revolución Nacional fue conducida por los militares que solo se animaron a convocar a elecciones en 1966, 1978 y 1979.
La precisión previa invita a pensar entonces que Siles Zuazo, quien había portado el estandarte de la democracia desde que vio el piano paterno en llamas en 1930, era la persona indicada para encabezar la instalación del primer modelo verazmente democrático de la historia patria. Por ello, la nueva generación de bolivianos que creció al amparo de la Revolución Nacional decidió en la localidad de Achocalla, buscar a Siles para proponerle una alianza. Nacía el Frente de la Unidad Democrática y Popular (UDP) en la ciudad de Caracas en enero de 1978.
Allende y Aylwin en Chile, Cámpora y Alfonsín en la Argentina, Belaúnde en el Perú, Roldós en Ecuador, Neves en Brasil, Sanguinetti en Uruguay y Siles Zuazo en Bolivia. Son los aspirantes en nuestra América Latina a quedar como los padres de la democracia.
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