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Olvidado dictador converso


Rafael Archondo


El general boliviano Hugo Banzer Suárez es una de las personalidades históricas más infrautilizadas por nuestro análisis histórico convencional. Su desempeño mediocre como gobernante con doble turno (1971-1978, 1997-2001) o su escasez de ingenio como orador de plaza han terminado por dispensarle un rincón marginal dentro de la memoria del país.


Ni el llanto de su primera renuncia ni su declinante silueta exhibida durante su segundo alejamiento anticipado de la Presidencia conmovieron a los bolivianos. Y sin embargo, este cruceño tímido y atormentado fue quizás el único líder de la derecha boliviana con probada capacidad de incidencia y convocatoria. En Bolivia, un país fundido a fuego por el ideario de izquierda, esta no deja de ser una gran proeza.


En este mes ya no hay modo de ignorarlo. Se cumplen 50 años de su ascenso al poder y dos décadas de su dejación de mando por razones de salud. En todo este tiempo, nadie ha podido llenar el vacío que dejó, aún si su irradiación apenas arañaba, en promedio, el 22% del electorado.


Banzer probó fortuna en seis elecciones consecutivas hasta que en 1997 logró por fin recuperar la banda presidencial. Fueron 19 años de espera electoral, en los cuales salió dos veces primero, dos veces segundo y dos veces tercero. Nunca pasó la barrera del medio millón de votos y su mejor desempeño en porcentaje tuvo lugar en 1985 cuando casi el 33% de los electores marcó la franja de la flecha roja de ADN, su partido. En esta larga marcha de retorno al Palacio, Banzer produjo dos vicepresidentes: Luis Ossio Sanjinés y Jorge Tuto Quiroga.


Bajo el ferviente anhelo por adquirir credenciales democráticas, el General aceptó acompañantes de tan diverso jaez como Mario Rolón Anaya, Oscar Zamora Medinaceli o Eudoro Galindo. Estos nombres dicen más de lo que aparentan. Banzer buscaba persistentemente el centro del espectro político, es decir, que no lo arrinconaran bajo la etiqueta del fascismo o el separatismo camba. Por eso jamás quiso absorber a la Falange ni rechazó la idea de mezclarse con el MIR, su pretendido rival en los días en que usaba uniforme y saludaba con marcialidad.


A diferencia de Únzaga de la Vega, Banzer aspiraba a consolidarse como un líder urbano, moderno, liberal y cristiano. Su anticomunismo de origen se fue diluyendo lentamente a medida en que ya no le hacía falta para interpelar a las clases medias emergentes, que añoraban la estabilidad sin huelgas de su dictadura. Al final de sus días solo le quedaba como saldo emocional aquel enojo persistente y sentido contra Gonzalo Sánchez de Lozada; odio que además le permitió a Banzer tener aliados tan inesperados como Andrés Soliz Rada.


El desconcertante recorrido de Banzer, el dictador que sobrevivió a la democracia al grado de presidirla, solo puede ser explicado por la impronta previa de otro General aún más singular: René Barrientos. Las huellas del aviador cochabambino se transformaron en una especie de manual útil para todo militar interesado en la vida pública.


En Bolivia, llevar un sable y una gorra despertaba en el portador un vértigo invariable por el aplauso y la fricción cariñosa con las multitudes. El apego popular por el servicio militar y el magnetismo de los desfiles castrenses marcan en el país el contraste con las mismas cantidades de amor por la lucha sindical y las marchas de protesta. En tal sentido, Banzer fue siempre una especie de barrientista ligero y no tanto una versión andina de Pinochet o Videla. Por eso, seguido sin tanto éxito por el general Efraín Ríos Montt de Guatemala, el ya olvidado jefe de ADN ha quedado en el registro como el único dictador converso de América Latina. La explicación para esa excepcionalidad puede tener que ver con el lugar que ocupan las Fuerzas Armadas en la cultura boliviana. Por función y fisonomía, hay algo de acogedor en los cuarteles, un sentido de reverencia y complicidad largamente larvada.


El 9 de abril de 1952, el cadete Banzer salió a enfrentar al MNR. En 1964, desde el mando de la guarnición de Roboré, acabó con una guerrilla falangista. Meses después, acompañó a Barrientos en el derribo de Paz Estenssoro por lo cual fue premiado con el Ministerio de Educación. En 1971, le dio seis ministerios a los movimientistas y siete a los falangistas. Para 1985 firmaba un acuerdo con Paz Estenssoro y cuatro años más tarde lo hacía con Paz Zamora. En 1997 sumó tantos partidos como pudo para volver al Palacio. Banzer encarnó la fluidez de la política boliviana y fue parte de su caja de sorpresas.

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