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Nazi-ficciones

Rafael Archondo



Resulta hasta anacrónico que este mes en el que la Revolución boliviana cumple 71 años, aún haya quien se aventure a decir que los forjadores de las reformas más radicales de nuestra historia eran cultores abiertos o embozados del nazismo.


Ya para febrero de 1972, Cole Blasier, profesor de la Universidad de Pittsburgh, dejó bien sentado en un artículo que dicha acusación es tan injusta como fabricada. El citado académico consultó no solo la correspondencia de los aliados transatlánticos, sino sobre todo la del servicio exterior de Hitler, es decir, los cables que circularon entre Berlín y La Paz entre 1937 y 1941.


Su principal hallazgo es que si bien había bolivianos interesados en medrar del apoyo germano, la jefatura de relaciones exteriores del Führer carecía del menor interés por procurarse simpatías dentro de la ignota nación que acababa de perder la Guerra del Chaco con un rival aún más recóndito como Paraguay.


Cuenta Blasier que el 9 de abril de 1939, el entonces embajador alemán Ernst Wendler fue recibido por el joven presidente boliviano Germán Busch. Nuestro “camba” heroico, que había ayudado a tantos judíos fugitivos de Europa central a refugiarse en Sudamérica, le habría pedido a Wendler que apoyara su deseo de convertirse en dictador. En específico le solicitó el envío de una comisión experta en diversas ramas del saber humano. Orgulloso de la cita en Palacio Quemado, el embajador sintió asomarse una oportunidad de oro para expandir la influencia teutona en las tupidas esferas de la decisión política local.


La respuesta de Berlín, fechada el 22 de abril, fue sin embargo descorazonadora. A los cerebros de la diplomacia nacionalsocialista les aterraba la idea de que la conversión de Busch en dictador llegara de la mano de un rubio equipo de asesores portando esvásticas metálicas. Wendler no solo fue amonestado por su entusiasmo, sino que se le pidió que no se atreviera a mencionar el tema ni con el canciller y menos con el líder supremo del bigotito ralo, enfrascado ya en el inminente reparto de Polonia. Dos días más tarde Busch daba el paso temerario, mientras Wendler se envolvía en sus paños fríos. Dos detonaciones llegarían meses después, una acabaría con la vida de Busch y la otra, en los días siguientes, con la paz mundial.


Dado el desinterés activo de Berlín en el derrotero del “Dictador suicida”, ¿podemos creer acaso que Wendler se hubiese inclinado, desobedeciendo instrucciones superiores, por mimar a los herederos civiles de Busch, es decir, a los futuros creadores del MNR?


En una carta firmada el 27 de julio de 1941 y dirigida a su tocayo Ernst Woermann, subsecretario de asuntos exteriores de la Alemania nazi, Wendler confiesa que cuando algunos bolivianos le comentaban sobre la urgencia de organizar un golpe contra el entonces presidente Enrique Peñaranda, él objetaba sostenidamente tal posibilidad arguyendo “que sería inviable en las actuales condiciones”. En el mismo cable, el embajador Wendler reconocía que en Bolivia crece una tendencia totalitaria de oposición “en círculos socialistas y militares” y que desde su despacho se respalda a su máximo líder (no menciona el nombre del beneficiado ni el tipo de apoyo conferido). El embajador germano añadía que entregaba ayuda a varios medios de comunicación, entre ellos “el periódico La Calle y radio Nacional”, cercanos al movimientismo en ciernes. Aquella era una rutina monetaria generalizada sin mayores aspavientos.


Siempre siguiendo a Blasier (1972), tras dejar su cargo en el Departamento de Estado, el neoyorquino Laurence Duggan dijo al respecto que los dirigentes del MNR “aceptaban subsidios nazis para sus periódicos” a cambio de publicar los partes de guerra alemanes. Franco pragmatismo y práctica vulgar de diversas legaciones y redacciones. Billy Grupp, funcionario de la embajada alemana en La Paz en aquellos días, confirmó el cohecho en 1969. Blasier añade que quizás en las condiciones depauperadas de Bolivia, era “difícil prescindir” de tales billetes.


Por último, el 29 de abril de 1943, un resumen elaborado por el nada fascista Departamento de Estado señalaba concluyente desde Washington que “no existe prueba definitiva de una conexión entre el MNR y los nazis”. En julio del año siguiente, los movimientistas ganarán holgadamente las elecciones, un modo de reírse de tanta conjetura. Dato final: el MNR nació casi medio año antes de la devastadora batalla de Stalingrado. Cabe agregar, inspirándose en Paz Estenssoro, que nadie quiere subirse a una balsa anegada.

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