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"Los he escrito yo"

Rafael Archondo



El sociólogo Boaventura de Sousa es quizás todavía el autor de cabecera de la nueva izquierda latinoamericana que irrumpió en este siglo con el moño de altermundista. De la mano de los congregados ideológicamente en el Foro de Sao Paulo, hizo fama y seguramente fortuna. Ahora intuimos que también amasó poder mundano, ese que se dispensan sus pupilos bajo diversos tejados de gobierno en Caracas, Madrid o Buenos Aires.


El octogenario portugués pasaba medio año en su natal Coimbra y el resto, en Wisconsin. Se movía pendular entre el país del norte y el Centro de Estudios Sociales (CES) que fundó en 1978 y a cuya dirección renunció en 2019 perturbado por la pintura anónima en una pared que a su paso le advertía: “Todas sabemos”.


He aquí que hace un par de semanas las académicas Lieselotte Viaene, Catarina Laranjeiro y Miye Nadya Tom lo degradaron a la condición de ameba de microscopio. Es el ejemplo clásico de un cazador cazado. En un ensayo publicado en Nueva York, las tres mujeres lo retratan sin citar su nombre, aunque cualquiera que ande familiarizado con el mundillo intelectual reconoce rápidamente las señas y tretas del abnegado luchador anticolonial.


Atrapado por el repentino escándalo cuando visitaba la feria del libro de Santiago de Chile en compañía del alcalde comunista Daniel Jadue, el profesor-estrella de la alterglobalización ha catalogado el “paper” de sus acusadoras como despreciable acto de venganza. Lieselotte Viaene estaría enfadada por haber sido expulsada del CES en 2018 debido, asegura el gurú, a su temperamento “insolente, incorrecto e indisciplinado”. Cinco años después y junto a sus dos aliadas estaría cobrando revancha.


En su defensa, De Sousa se prodiga en elogios hacia el CES y sus asistentes. Lo llamativo es que la entidad que él fundara hace más de cuatro décadas ha decidido suspenderlo mientras se aclaren o ratifiquen las denuncias. ¿Escampará pronto en Coimbra?


Lo que queda para el público es lo acuñado por el trío femenino de autoras. Resalto la impecable descripción del sistema de poder que emergería tras la incubación de un profesor-estrella. En “Las paredes hablan cuando nadie más lo hace” (2023), las tres investigadoras nos enseñan cuál es el modo de detectar a un depredador dotado de inesperadas piruetas epistemológicas. Lo primero es verlo fundar una escuela de pensamiento a la que se adhieran por un lado, bloques de poder político o económico inclinados a la filantropía, pero también una masa de ambiciosos retoños de profesor-estrella.

Logrado esto, el gurú querrá rodearse de dos lugartenientes que son un aprendiz y una regente. El primero, su brazo derecho intelectual, sonríe, enternece, pasa páginas, abre y cierra puertas. Aspira a reemplazar algún día al profesor-estrella. La segunda administra dinero, firma cheques, becas y boletos aéreos. Ambos elogian y fustigan, pero también ignoran o menosprecian de acuerdo a la consigna de moda. Nuestro trío los define a ambos como porteros, porque de ellos depende el acceso al profesor-estrella. El dúo le ahorra el mal sabor de tener que expulsar a quienes no cumplen con los rituales de lealtad prescritos.


¿Cómo funciona el sistema? Los aspirantes a seguir una carrera académica exitosa deben ser vulnerables y dependientes. Todo lo que hagan será medido.y pesado al centavo. De su obsecuencia depende que el profesor-estrella les franquee el tránsito al paraíso. El culto a este jefe de secta es imponente. Nunca jamás nada puede menoscabar su prestigio, porque de él depende la navegación. Entonces el sistema se corona con una cultura proclive a la libertad sexual y al arrebato. Cuentan nuestras autoras y confirma De Souza que ya estaba fijado para ello el restaurante “O Casarão”, lugar para encauzar lo que el teórico llama “relaciones personales más íntimas”.


El problema está en que estos actos de integración se daban en medio de una asimetría de poderes, que enlaza el futuro de todos a la aquiescencia de uno. De Souza añadía a la mezcla alcohol, poesía y música. Así, el señor que dice no haber tenido “nunca vacaciones”, decidió danzar sobre los engrasados bordes del abismo.


Y claro, nuestro trío denuncia al profesor-estrella no solo por agredir sexual, sino sobre todo intelectualmente a quienes solo concibe como subalternos. Él agrega: “Pero mis libros los he escrito yo”. ¿Y los asistentes? Él retruca: “obviamente me apoyaron (…) porque para eso fueron contratados”.


Alison Speeding bautizaba esto como yanaconaje académico. Otros le dicen simplemente expropiación.

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