top of page

Historia íntima del ELN


Rafael Archondo


A decir de Álvaro García Linera (2017, número 23, revista “Migraña”, p. 13), el Ejército de Liberación Nacional (ELN) de Bolivia fue fundado por el argentino-cubano Ernesto Che Guevara. Es verdad, el exvicepresidente de Bolivia (2006-2019) está en lo cierto. A pesar de su adscripción territorial andina, no hubo un solo ciudadano boliviano en el origen de esta herramienta financiada y diseñada por el aparato de seguridad e inteligencia del estado cubano[1].


Este punto de partida para entender al ELN boliviano es revelador[2].


Bajo esa premisa, la historia íntima que arranca acá consigna la dependencia casi permanente de los elenos (mote usado para designar a sus militantes) de factores foráneos. Un cuerpo político cuyo emblema fue la “liberación nacional” devino así en una dócil sucursal; un satélite, cuyas decisiones y acciones quedaron supeditadas a intereses externos o supranacionales. El ELN funcionó como un alfil de la Guerra Fría la mayor parte de su existencia.


Entre 1966 y 1969, este cuerpo atrincherado dependió del estado cubano. Más adelante pasó a gravitar alrededor de los movimientos armados de Uruguay y Argentina, que empezaron a dictar sus lineamientos y, como ocurrió con Cuba, a darle dinero (hubo dos desembolsos). En 1979 el ELN quedó prácticamente disuelto y disgregado. En total tuvo seis jefes y una jefa.


Lo señalado acá condicionó radicalmente al ELN, al grado de que éste entronizó para sí una lógica militar exógena que lo llevó a prescindir por completo del análisis de la coyuntura boliviana. Para el ELN lo que ocurriera en el país resultaba irrelevante y hasta anecdótico. Lo neurálgico era que se contara con una estructura, un financiamiento y una militancia dispuesta siempre a “volver a las montañas”, como prometió Inti Peredo[3] el 19 de julio de 1968. Por eso, para la gran mayoría de la sociedad boliviana, el comportamiento eleno se fue tornando extravagante y exótico hasta caer en el olvido. Solo con la llegada de algunos elenos al poder político en 2006 se pudo ensayar una ola nostálgica que derivó en la erección de un monumento metálico al Che Guevara en la ciudad de El Alto.


Además de lo señalado, narraremos también los esporádicos momentos en que los elenos se liberaron de sus patrocinadores, más por defecto que por iniciativa propia. Durante esos episodios el ELN comprendía fugazmente que, para liberar Bolivia, quizás primero debía liberarse él. Sin embargo, no tuvo el tiempo suficiente para crear, forjar una nueva dinámica y construirse como una corriente efectiva de pensamiento.


A fin de solventar esta tesis y el flujo general del relato hemos empleado abundante bibliografía producida por los mejores especialistas en el tema. Destacamos a Gustavo Rodríguez Ostria (1952-2022) y a Humberto Vázquez Viaña (1937-2013). Su distancia crítica con el ELN, al que Humberto perteneció junto a su hermano Jorge, aportó decisivamente a formarnos una idea cabal de lo que fueron estos 13 años de recorrido por la política boliviana.


Praga: la central de pasaportes


El origen del ELN es más remoto de lo que se sabe y cree. Se anida en la entonces capital de Checoslovaquia, Praga. En esa ciudad se había refugiado el Che tras haber fracasado en El Congo. El alumbramiento del grupo es también más reciente de lo que se imagina, estamos hablando apenas de inicios de 1966.


Revisemos primero el contexto previo.



Tras dejar el Congo, Guevara se encontraba en una situación peculiar. Había renunciado por completo a su nacionalidad cubana y anunciado al mundo que sus brazos eran requeridos por “otras tierras”[4].


Fidel Castro, su compañero de correrías en la Sierra Maestra, a la sazón jefe casi vitalicio del estado cubano, se había encargado, un año antes, de leer públicamente la carta de despedida del Comandante argentino-fechada el primero de abril de 1965, días antes de partir a su travesía africana. El escenario de dicha lectura fue el primer Congreso del recién fundado Partido Comunista de Cuba (PCC), entidad que gobierna la isla desde aquel año hasta nuestros días. Castro leyó la carta de despedida del Che el 3 de octubre de 1965. El tenor de la misiva no podía ser más claro: “Hago formal renuncia de mis cargos en la dirección del partido, de mi puesto de Ministro, de mi grado de Comandante, de mi condición de cubano. Nada legal me ata a Cuba”.


Era el adiós.


Dentro de la espesura verde del Congo y a pesar de ser el autor de la carta, el Che, asegura Vázquez Viaña (2012), sintió aquel anuncio como un golpe. Los cubanos que estaban con él en combate empezaron a sentir que acababan de perder a su conductor, que quien estaba al mando había vuelto a ser un extranjero.


En parte por ello, pero también porque la situación militar en la zona ya era insostenible, Guevara abandonó la selva congolesa el 24 de noviembre. 1965 se le iba de las manos y el saldo era gris. Fuertemente vigilado desde el aire por el enemigo, el Che huía en una lancha hacia la vecina Tanzania.


En esos días, al Che le quedaban pocas opciones. Estaba a punto de realizarse en La Habana la ansiada Conferencia Tricontinental, la primera cumbre de movimientos guerrilleros del planeta. La reunión, que albergaría a partidos de izquierda y ejércitos irregulares de todo el Tercer Mundo, hubiera sido el escenario soñado para coronar al Che como líder global de las insurgencias. Los soviéticos toleraron y financiaron aquel boquete a la coexistencia pacífica, dice Humberto Vázquez Viaña (2012), con tal de arrebatarle la batuta, la hoz y el martillo a la China de Mao, su gran competidora. En medio de la confrontación entre los dos comunismos, Cuba ayudaba a que sea la URSS y no la República Popular la que se ataviara de verde olivo y se impregnara de pólvora. La mayor isla del Caribe ayudaba a que Moscú reafirmara su peso dentro del movimiento comunista internacional.


La Tricontinental, celebrada efectivamente en enero de 1966, era fruto emergente de la reunión de partidos comunistas de América Latina, organizada también en La Habana en 1964. En ese cónclave, todos los PC del hemisferio juraron lealtad a Moscú, apadrinados por su hermano mayor: Fidel Castro Ruz. Sigilosos, los soviéticos comenzaban a instalar sus misiles apuntados contra los Estados Unidos. La complacencia cubana con Moscú era frenética.


Queda claro entonces el contexto en el que el Che estaba sumergido en los días en que ocupaba el segundo piso de la embajada de Cuba en Tanzania. Por un lado, el lazo entre La Habana y Moscú lucía inquebrantable y por el otro, él, por decisión epistolar propia, había quedado temporalmente fuera de las luchas antiimperialistas. Era Messi y estaba sentado en la banca de suplentes. Tal situación era imposible de prolongar por mucho tiempo.


Dado que África le había dado un portazo, Guevara optó por moverse a Praga. ¿Por qué? La capital checoslovaca era, en virtud de un convenio firmado con Cuba, un lugar de tránsito para todos los combatientes adiestrados en la isla. La rutina era volar desde La Habana hasta Praga, ser recibido por los servicios de inteligencia de ambos estados, refugiarse en alguna de las casas de seguridad controladas por los cubanos y a partir de ese punto, moverse hacia la zona del planeta elegida para la guerra. En Praga, los cubanos suministraban a sus reclutas pasaportes falsos para que no pudieran ser detectados o reconocidos cuando encararan sus delicadas misiones. El mismo Che recorrería ese itinerario para adentrarse luego en la selva boliviana. Praga era entonces, en tiempos del bloque comunista, la ciudad del cambio de identidad. En virtud de ello, que Guevara se asentará allá le permitía estar en contacto con todos los aspirantes a guerrilleros con quienes él quisiera conversar.


Dos delegaciones bolivianas


Entre el 5 y el 15 de enero de 1966, ya en Praga, Guevara siguió atentamente las deliberaciones de la Tricontinental. Afirma Vásquez Viaña (2012) que allí casi no se habló de Bolivia. La delegación llegada desde La Paz estaba conformada por el Partido Comunista (PCB) y el Frente de Liberación Nacional (FLIN), que no era otra cosa que la coalición electoral con la cual los comunistas bolivianos iban a participar en las próximas elecciones del 3 de julio de ese año.

Sin embargo, no todo fue armonía bajo palmeras.


Hasta la capital caribeña llegó además una segunda delegación alternativa de comunistas bolivianos pro-chinos. Arribaron allí apadrinados nada menos que por Salvador Allende, en ese momento, senador y potencial candidato a ganar las elecciones en Chile. Presidía esta comitiva paralela y contestataria una mujer que luego sería presidenta: Lidia Gueiler Tejada, quien para entonces ya había abandonado las filas del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y obedecía al liderazgo de Juan Lechín Oquendo. Estamos hablando de que Gueiler representaba al Partido Revolucionario de Izquierda Nacional (PRIN), escisión movimientista surgida solo dos años antes.


A excepción de Doña Lidia, la mayoría de los delegados pro-chinos militaba en el recién creado PCML, surgido en Siglo XX en abril de 1965. Su pedido al aterrizar en la isla fue que se los dejara participar en la Tricontinental. Para disfrazar su filiación pequinesa, bautizaron a su organización como Consejo Democrático del Pueblo (CODEP). De ese modo no parecían una escisión del PC, sino un frente amplio.


A pesar de las presiones de Allende, los codepistas no fueron admitidos en la sala. Permanecieron en un hotel durante esos días y tuvieron que conformarse, relata Vázquez Viaña, con una breve entrevista con Osmany Cienfuegos, uno de los comandantes de la Revolución Cubana. Ni siquiera Fidel les concedió un saludo protocolar. Desencantados, los visitantes inesperados prefirieron moverse hacia Pekín. Allí sí serían bienvenidos. El Che ya no estaba ahí para consolarlos[5].


¿Qué conclusión puede derivarse de este hecho? En 1966, pero incluso desde 1964, el régimen cubano no solo se había inclinado por la Unión Soviética, sino que había roto relaciones, cuando menos formales, con los partidos maoístas surgidos a raíz de la diputa intercomunista. Esta investigación probará, que cuando menos en el caso de Bolivia, el gobierno cubano no se atreverá a establecer tratativas formales con el maoísmo ni siquiera con el objetivo coyuntural de engrosar sus expediciones guerrilleras. A esa regla se someterá también el Che a pesar de sus relaciones fraternas y hasta cierto punto discretas con Chou Enlai, el secretario de relaciones exteriores de la República Popular China.


Concluida la Tricontinental, Fidel debió ocuparse del Che.


Anclado en Praga, la situación del guerrillero emblemático era flotante e incierta. Los enlaces cubanos peregrinaron hasta la ciudad europea para convencerlo de que, a pesar de su carta, regresara a Cuba. El Che porfiaba en que debía dirigirse directamente a algún país de América Latina donde sus “modestos esfuerzos” fueran reclamados. Así lo había prometido en su carta. De pronto, sus anhelos individuales lo tenían como rehén y comprometían el prestigio de la Revolución Cubana. Guevara estaba cautivo dentro del relato mítico creado por él mismo y el tiempo apretaba implacable. Por otra parte, su presencia en breve en cualquier trinchera equivalía a cumplir con la promesa de la Tricontinental, que ya exigía una cuota de sacrificio bajo la consigna suya: “El deber de todo revolucionario es hacer la Revolución”. El Che sentía el vértigo de su propio verbo.


Al Perú


En febrero de 1966, Fidel Castro logró convencer por fin al Che de que primero debía transitar clandestino por Cuba, desde donde saldría, equipado con todo lo necesario, hacia el Perú. Humberto Vázquez Viaña y Gustavo Rodríguez Ostria han probado que esto fue así.


Guevara era esperado por el ELN peruano e incluso se produjo su afiliación formal al grupo rebelde. Así se lo confirmó el eleno peruano Tucac a Gustavo Rodríguez Ostria (2019). “Había que ver la manera de guiar al Che hasta la frontera con Bolivia”, fue la frase que marcaba el itinerario. El Che debía ingresar por el límite e internarse en la región de Ayacucho. A fin de consolidar el plan, el cubano Martínez Tamayo el entregó dinero a los peruanos Juan Pablo Chang y Julio Dagnino, jefe y militante principal del ELN del Perú en enero de 1966.


Ya en 1963, 40 aspirantes a guerrilleros de nacionalidad peruana arribaron a La Paz, Bolivia. De allí se dispersaron en compás de espera. Uno de ellos, Héctor Béjar, se refugió en las minas. Otro, el poeta Javier Heraud, coordinó los planes que militantes designados del PCB diseñaron para viabilizar la incursión elena a través del fronterizo Puerto Maldonado. De allí, los combatientes se internarían en su país para detonar la lucha. Sí, ese ELN, el peruano, era la organización que consiguió devolverle al Che su alma guerrillera.


En principio, la operación conocida como “Matraca”, es decir, el traspaso de insurgentes de Bolivia a Perú fue exitosa. Para coronar su misión, los comunistas bolivianos contaban con la complicidad de las autoridades de su país. El presidente boliviano Paz Estenssoro había acordado con la embajada cubana que toleraría esas andanzas en el marco de un intercambio de favores. Así, los peruanos se moverían sin molestias siempre y cuando Bolivia sostenga sus relaciones diplomáticas con Cuba y ésta no organice ninguna aventura armada en complicidad con los comunistas nativos. Solo así puede explicarse que los 40 peruanos hayan permanecido confortables a lo largo de tantos meses antes de partir hacia el norte selvático. Bolivia sería, en efecto, en agosto de 1964, uno de los últimos países latinoamericanos en romper relaciones con Cuba. Para entonces la presión de la administración Kennedy ya era insoportable.


Cuando el estado cubano constató que el gobierno de Bolivia rompía relaciones diplomáticas, decidió enviar a La Paz a la argentina-alemana Tamara Bunke Bider de 27 años, como agente encubierta para que recolectara información política. En los hechos, la joven, que ingreso a Bolivia en noviembre de 1964 con la falsa identidad de Laura Gutiérrez Bauer, reemplazaba medianamente las labores de la embajada de Cuba que tuvo que ser desmontada meses antes. Para entonces, como queda claro en nuestro relato, no existía ningún plan para establecer una guerrilla receptora del Che en el país. Cuando Tania se internó a Bolivia por Copacabana, Guevara era aún Ministro en La Habana. Gustavo Rodríguez Ostria ha probado que Tania o Tamara no era parte de ningún plan subversivo y que estuvo dos años en La Paz ocupada en tareas inocuas e intrascendentes[6].


En momentos en que el Che juraba lealtad al ELN peruano, las perspectivas de la guerra allí parecían aún alentadoras. Humberto Vázquez Viaña (2012) asegura que la inconformidad con el plan nació en La Habana. Según nuestro autor, los consejeros cubanos del Che registraron con desánimo la frialdad con la que el PC peruano recibió la noticia de que el Che pelearía en Ayacucho. Harry Villegas, Pombo, escribió además en su diario que el ELN peruano estaba infiltrado por agentes del gobierno. La suma de los dos factores, la hostilidad de los comunistas limeños y la endeble estructura receptora del Che, llevaron a Fidel a desarrollar una verdadera campaña de cartas y visitas hacia Praga para cambiar la opinión del Che en torno al destino final de sus brazos. Este proceso de persuasión habría demorado hasta mayo.


Acá las dudas se agolpan sin cesar. Los motivos por los que Fidel Castro reemplazó al Perú por Bolivia no son plausibles. Las perspectivas en ambos países eran igualmente sombrías y la resistencia de los comunistas tanto en La Paz como en Lima eran un factor para considerar. En tal sentido, las hipótesis de Vázquez Viaña no son convincentes. Lo único verificable es que el viraje de Ayacucho a Ñancahuazú tuvo lugar en La Habana y que el Che no pudo modificar el curso de la decisión.


Así, en julio, aún en Praga, el Che terminó aceptando el plan Bolivia. Lo hacía solo 4 meses antes de ascender a las cumbres andinas. El ELN ya no peruano, sino boliviano, empezaba a gatear.


Es elocuente el modo en que nuestros autores explican el viraje. En una entrevista al cubano Ángel Brugués, Lino, uno de los actores del proceso, que además fue embajador de Cuba en La Paz, Jorge Castañeda registra la siguiente frase: “Fidel le inventa Bolivia (…) para convencerlo de regresar a Cuba”.


En rigor, ¿cuándo nace entonces el ELN boliviano? La fecha del parto bien podría ser el 26 de julio de 1966, cuando sendos enviados de La Habana arriban a La Paz con la idea ya definida de organizar una guerrilla “para el Che” (título del principal libro de Humberto Vázquez Viaña). Antes lo habían hecho solo para coordinar el desplazamiento de guerrilleros al Perú o a la Argentina. Ahora la misión había cambiado. De nada sirvieron los ruegos del ELN peruano para que Cuba regresara el plan original. Un modo de consolar a los impacientes al norte del Desaguadero fue incluirlos en el proyecto boliviano. Por eso hubo tres peruanos en Ñancahuazú, uno de ellos, nada menos que el jefe de la organización guerrillera (Juan Pablo Chang), quien quedó atrapado en el campamento cuando visitaba al Che en busca de ayuda para su proyecto.

Por todo lo dicho, el Che pediría, ya desde La Habana, que el campamento boliviano de su guerrilla se situara en la zona del Alto Beni (en Caranavi), una especie de plataforma para que, ante cualquier eventualidad, el grupo combatiente pudiera atravesar la frontera norte con el Perú. De ese modo, el viraje hacia Bolivia podía terminar confirmando la meta de partida. Todos parecían ganar con esta fórmula.


Virando a Bolivia



El día 28 de julio, los enviados cubanos del Che (Pombo, Tuma y Ricardo o Papi) se reunieron en La Paz con Mario Monje Molina, primer secretario del PCB. Le informaron a medias sobre el proyecto que escondían en mente. Desconfiaban. Sabían que, si bien el partido era un aliado forzoso, sobre todo desde el cónclave de 1964, la cúpula de este no compartía la concepción del foco. Gustavo Rodríguez Ostria (2019) señala que las diferencias entre el PC y los cubanos no eran ni personales ni casuales, eran de fondo y de naturaleza ideológica. Nunca nadie lo aceptaría, porque ambos bandos eran formalmente aliados en el plano internacional.


Se produjo entonces aquel 28 de julio de 1966 un acuerdo sobre bases equívocas y simuladas. Monje les explica a los cubanos que él tiene un plan insurreccional, descrito detalladamente por Vázquez Viaña en su libro más importante (2012). Los comunistas bolivianos eran admiradores del movimientismo, fenómeno político que emergió imponente en los mismos años en que se creaba el PCB (enero de 1950). Monje vibraba con la posibilidad de repetir la hazaña de 1952. Para ello, el partido contaba con bases mineras y fabriles. Como había ya señalado Regis Debray, el gran teórico de las guerrillas desde 1965, Bolivia era quizás el único país latinoamericano, cuyos rasgos abrían la posibilidad a una toma del poder al viejo estilo del asalto al “palacio de invierno”.


En la revista “Tiempos Modernos” de Jean Paul Sartre, Debray había escrito en 1965, un año antes, que Bolivia era un país en el que la guerrilla como método debía pasar a un segundo plano. La frase textual del francés (1965) no admite dudas: “Bolivia es el único país en el que la revolución está a la orden del día, Es también el único país donde la revolución puede revestir la forma bolchevique clásica (...) por consiguiente, debido a razones de formación histórica verdaderamente únicas en América, en Bolivia la teoría del foco es sino inadecuada, por lo menos relegable a un segundo plano". Lo increíble del comportamiento de Debray es que un año después de esta publicación que le franqueó la puerta de ingreso a La Habana, él mismo haya respaldado la implantación de un foco en Bolivia, país que conocía desde que realizó una gira internacional en 1964.


Cabe subrayar enfáticamente que Monje pensaba igual que Debray en ese momento.


En efecto, el PCB decía prepararse para un asalto fulminante al poder. En caso de que el sistema lograra frenar la ofensiva de masas, entonces el partido podía replegarse ordenadamente a la retaguardia rural. Para aplicar su plan insurreccional, Monje les pidió a los cubanos que comenzaran dando adiestramiento guerrillero en la isla a cuatro de sus militantes. Para ello, aceptó también cooperar a montar un campamento. ¿Instalar una guerrilla?, ni hablar. Solo un campo de adiestramiento para la retaguardia de la insurrección.


Los cubanos escucharon el plan Monje con muda condescendencia. Ellos, que habían hecho una revolución en 1959, no estaban dispuestos a recibir lecciones de un profesor rural yungueño con nula trayectoria en el campo militar. Pese a ello, le aceptaron mañosamente el pedido. Se compraría una finca con dinero de la isla. Los comisionados del PC para ejecutar las acciones de cooperación con el aparato de inteligencia y seguridad de Cuba podrían ser considerados aquí como los primeros integrantes potenciales del ELN boliviano. Sus nombres son públicos. El partido designó a los hermanos Peredo Leigue (Guido y Roberto), a Rodolfo Saldaña y a Jorge Vázquez Viaña (hermano de nuestro autor) para acometer las tareas orientadas a garantizar el plan insurreccional. Uno de ellos, el Inti (Guido Peredo) había sido candidato a diputado en las recientes elecciones. Todo un contrasentido si se considera su discurso posterior.


De ese modo, el 28 de julio, los cubanos y Monje suscribieron un acuerdo basado en supuestos errados y premisas tramposas. Ambos sabían que sus posiciones no concordaban realmente, pero aquello era lo único que podían obtener uno del otro, por el momento. Parecían dos esposos que se juran amor eterno a sabiendas de que ninguno está ya dispuesto a ejercer la monogamia.


El 6 de agosto de ese año, los enviados cubanos del Che presenciaron desde alguna esquina del centro paceño la posesión del general René Barrientos Ortuño como nuevo presidente constitucional de la república. El PC acababa de lograr el 2,3% de los votos, su máximo sitial electoral hasta ese momento. No le alcanzó para ocupar un curul en el nuevo parlamento. El llamado Pacto Militar Campesino, esbozado en febrero de 1964, era ratificado de manera efectiva en cada provincia.


¿No habrán reparado estos mirones cubanos en la extravagancia en la que súbitamente estaban metidos?, ¿organizar una guerrilla contra un gobierno salido de las urnas? Cuesta creer que los hombres más leales al Che no lo hayan estudiado. En su libro de cabecera, “Guerra de Guerrillas, un Método” (1960), Guevara había dejado establecida la siguiente máxima: “Donde un gobierno haya subido al poder por alguna forma de consulta popular, fraudulenta o no, y se mantenga al menos en apariencia la legalidad constitucional, el brote guerrillero es imposible de producir por no haberse agotado las posibilidades de la lucha cívica”. Los siguientes meses mostrarían la validez de las ideas del Che con respecto a sus propias prácticas.


Cinco días después, el grupo de combatientes elegidos por Guevara en Cuba iniciaba su instrucción militar relámpago. El entrenamiento duraría hasta el 22 de octubre, día en el que Guevara, calvo y disfrazado de hombre de negocios uruguayo, iniciaría su itinerario de vuelos que lo dejaría en La Paz.


Dónde luchar


En el lapso intermedio, el estado mayor del Che, disperso entre La Habana y La Paz, debatió de modo negligente la ubicación ideal del futuro campamento. La controversia fue fundante, porque terminó de remachar la improvisación reinante.


En septiembre y por encargo del Che, el francés Regis Debray volvió a Bolivia para explorar zonas de posible implantación del foco. Arribaba al país que el mismo había desaconsejado considerar como escenario para una guerrilla. Tras una serie de sigilosos recorridos, acompañados por un acopio de mapas adquiridos en el Instituto Geográfico Militar, Debray confeccionó un detallado informe para sus empleadores. En él, el francés expuso dos escenarios posibles, el Alto Beni y el Chapare. El documento que fue entregado al Che antes de su despegue de La Habana recomendaba, en consonancia con el pálpito del Comandante, la primera zona. Debray señalaba con tino que aquella era un área poblada, con un enclave minero y cercana tanto a la sede de gobierno, como a las escasas carreteras del país. Servía tanto para huir al Perú como para asediar el palacio con una hoguera social[7].


Hasta hace poco no se sabía por qué las recomendaciones del francés fueron rápidamente descartadas. Las conjeturas de Humberto Vázquez (2012) arrojan luz sobre una posible respuesta a esta duda y es que poco antes del arribo de Debray, a sugerencia de Mario Monje, los comunistas bolivianos “Coco” Peredo y “Loro” Vásquez ya habían comprado con dinero de la isla una finca a orillas del río Ñancahuazú. Ese fue el primer fruto del acuerdo del 28 de julio.


La contradicción salta a la vista. ¿Acaso no es lógico primero explorar y luego situarse?, ¿a qué llegaba Debray entonces si ya se había precipitado la adquisición del lugar?


Cuando el enviado del Che aún está en la faena de visitar sitios, tomar fotografías y ordenar mapas, el Che les escribe a sus excompatriotas en Bolivia que si bien acepta la finca comprada: “consigan otra”. Guevara entiende que el lugar obtenido se quedará solo como un depósito. Él sigue insistiendo, aquel 26 de septiembre de 1967, que el sitio ideal sigue siendo el Alto Beni.


La orden del Che es cumplida a cabalidad. El 9 de octubre, Rodolfo Saldaña informa de la compra de dos lotes en la zona. Asimismo, otro comisionado del PC, Luis Tellería, promete conseguir mediante el gobierno una concesión forestal. Hay una de 15 kilómetros al borde de un río. Todo está cerca del Perú, como se quiere. Pero los caribeños rechazan ambas opciones. Los lotes son pequeños y la concesión demoraría meses hasta su entrega. Los cubanos Pombo y Ricardo y el peruano Sánchez le envían entonces al Che un extenso informe en el que buscan persuadirlo, sin haber siquiera pisado el lugar, de que Ñancahuazú es la mejor carta.


Nuevos datos enriquecen esta intrincada explicación.


La división del PC, ocurrida en abril de 1965, dio como resultado que el grupo moscovita quedaba en condición de minoría. La mayor parte de la militancia roja había optado por acudir al Congreso fundacional del PCML organizado en el distrito minero de Siglo XX. De allí surgieron dos cabezas del maoísmo boliviano, el dirigente minero Federico Escóbar Zapata, secundado por el estudiante Oscar Zamora Medinaceli. Pues resulta que las bases del nuevo partido pro-chino estaban precisamente en el Alto Beni. Ahí reside el motivo para que Monje haya aconsejado comprar la finca de Ñancahuazú con la idea de aplicar su plan insurreccional.


Resulta entonces que la selección del lugar en el que el Che terminaría muerto nace en realidad de la división del PC boliviano un año antes. La obligación de los cubanos de negociar con los pro soviéticos bolivianos y el temor de Monje de que el campamento se asiente en una zona de predominante influencia pro china, es decir, un espacio hostil a su jefatura precipitó la decisión de moverse más al sur. La sentencia de Guevara estaba firmada y los planetas se alineaban en favor de Barrientos.


Ahora las piezas parecen encajar a la perfección.


Iniciado el mes de octubre de 1966, el Che, al que le queda un año más de vida, ya siente el costillar de la prisa rozando sus talones. El grupo que entrena en Cuba ya está listo. Su angustiante espera en un país que ha dejado de ser suyo ha cruzado la barrera de lo aceptable. Los partidos comunistas de América Latina ya sospechan de su movida y desconfían abiertamente del mando cubano. La infidencia de Jorge Kolle Cueto, segundo hombre del PCB, en el sentido de que Cuba podría estar organizando algo en la zona, expresada ante el líder del PC uruguayo, Rodney Arismendi, fue la gota que rebalsó el vaso. En comunicación con La Habana, Arismendi amenazó a Fidel con revelar sus sospechas si es que éste no informaba oficialmente sobre lo que se pretende hacer en la región. Guevara siente entonces que ya no puede esperar más. Un escándalo dentro del gallinero podría poner en alerta al granjero. Debe sumergirse a la brevedad en la selva.


Vázquez Viaña (2012) dice que nunca antes en su vida adulta, el Che había estado tan sometido a factores ajenos a su voluntad. El 22 de octubre, tras presentarse sorpresivamente disfrazado antes sus inminentes compañeros de armas, Guevara abandona La Habana para siempre. El 5 de noviembre ya está sentado en un jeep con dirección a la finca boliviana, que Monje le ha elegido sin comprender la verdadera función para la que será empleada. Solo ha dormido una noche en La Paz. Entrará a aquella trampa mortal con la falsa confianza de que inicia una nueva fase de la liberación del continente. El ELN boliviano adquiere forma.


Nacimiento a tiros


Una vez instalado en Bolivia, el Che inició operaciones apenas sintió crecer su cabello y su barba. Restituida su emblemática figura, primero se reunió con Mario Monje. El encuentro tuvo lugar en Ñancahuazú la última tarde del año 1966. Lo dicho ahí ha sido puntualmente narrado por ambos interlocutores. Monje lo dijo todo en una entrevista (Roberto Savio, 1972, RAI), mientras el Che dejó sus impresiones en su diario. Por tanto, no quedan muchas dudas acerca de lo conversado.


Gracias a todos los antecedentes explicados, la charla adquiere ahora pleno sentido.


El Che comienza pidiendo disculpas por el engaño.


En efecto, Monje nunca recibió la información esencial, sino solo una pequeña parte. Nadie le dijo hasta ese momento, 31 de diciembre de 1966, que el Che sería parte del plan. Tampoco le dijeron que el plan insurreccional propuesto por él jamás fue tomado en cuenta por La Habana y que lo que se organizaba era en realidad un foco y no un puesto de retaguardia. Menos se le advirtió que junto con el Che llegaría un contingente de 16 oficiales del ejército cubano y, peor aún, que un sector de su partido ya se había pasado a las filas guevaristas. El ELN había nacido a expensas del PC, por la vía del transfugio digitado por la isla. Monje se desayunaba con todo ello. La Habana le da cuenta con lo obrado.

Reunidos a solas, los dos jefes chocaron frontalmente y empezaron a argumentar en círculos. Al final entendieron que no habría pacto posible. Conscientes de que la tropa esperaba sus resoluciones, se aproximaron al grupo y cenaron juntos. Monje salió al paso prometiendo que iría a La Paz, renunciaría a la jefatura del partido y regresaría para unirse a la naciente cruzada antiimperialista. ¿Acaso hacía falta? Las miradas recelosas de sus ex camaradas lo dejaron ir. Todos adivinaban que nunca más se volverían a ver.


El Diario del Che ilustra muy bien la situación de esos días. Desde la primera página, la del 6 de noviembre, vemos al Che sumergido en el dilema moral de atraer comunistas bolivianos hacia sus planes sin haber consultado previamente con Monje. Sobre el “Loro” o “Bigotes”, Guevara escribe que está dispuesto a “colaborar con nosotros”, pero que “se muestra leal a Monje a quien respeta y parece querer”. El “Loro” ha sido su chofer durante el trayecto final a la finca. Es, en ese momento, el primer boliviano en enterarse de la presencia del Comandante en ese suelo. Al igual que todos los que en ese momento están montando el futuro campamento, milita en el PCB y responde a sus instrucciones.


Guevara esconde lo que hace, porque sabe que está engañando a Monje y a toda la cúpula de la organización. Por eso le pide al “Loro” que guarde el secreto hasta que el jefe del PCB se decida. El 12 de diciembre, el mismo Che pone en claro que él y el partido, al que está dividiendo, no comparten la misma línea. Sus palabras no dejan lugar a equívocos: “Advertí a los bolivianos sobre la responsabilidad que tenían al violar la disciplina de su partido para adoptar otra línea”.


Como vemos el Diario del Che es la mejor evidencia de que el 28 de julio, Monje y los tres cubanos suscribieron un acuerdo, que del lado de Guevara tenía cláusulas secretas. El Comandante y el estado cubano habían usado los términos del pacto para implantar un foco allí donde los comunistas solo habían consentido un puesto de retaguardia y entrenamiento. Más adelante, el 1 de enero, el Diario advierte “días de angustia moral” para los bolivianos. Al concluir el mes, el Che confirma que la negativa de Monje será al final beneficiosa. “La gente más honesta y combativa estará con nosotros, aunque pasen por crisis de conciencia más o menos graves”, agrega.


La información hasta acá deja poco espacio para la duda. Guevara ha llegado a Bolivia para evadir la influencia de los dirigentes comunistas y atraer a su militancia hacia “otra línea”. Antes de siquiera tocar suelo boliviano por segunda vez en su vida, el Che es consciente de que el PCB no está de acuerdo con el foco y menos si éste opera en Bolivia. Amparados en el acuerdo del 28 de julio, los cubanos lo implantan con ayuda de un grupo de militantes comunistas que están bajo las órdenes de Monje. La sorpresa llega cuando ellos se enteran, el 5 de noviembre, que el Che está en el país. Un nuevo jefe les ha salido al paso. El 31 de diciembre, las dos jefaturas se enfrentan. Como era de suponer, vuelven a aflorar las dos líneas. No puede haber acuerdo, porque las premisas siguen inalteradas. Es más, la traición de La Habana enturbia aún más las aguas. Sin embargo, Cuba ha impuesto materialmente los hechos. Ya no hay vuelta atrás. La apuesta del gobierno caribeño es que el foco encuentre su propia dinámica y obligue al partido a respaldar la operación. Se abrirá entonces un periodo de expectación en el que el Che y Monje mantendrán sus apuestas.


Una vez en La Paz, Monje reunió el 10 de enero de 1967 a la dirección del partido. Acudieron a la casa del doctor Walter Pareja (un eleno), Kolle, Ramírez y Reyes. Quizás también haya estado Otero. Allí la cúpula ratificó la falta de acuerdo con el Che. El PC discrepaba de todo lo obrado a sus espaldas y no solo eso, decidía la expulsión de los comunistas devenidos sorpresivamente en guerrilleros. Salían a la intemperie los principales dirigentes de la Juventud Comunista (JCB), la comprometidos con los “fierros”. Monje tomó entonces la decisión de alejarse de la dirección y bajar a las bases para organizar mejor a la militancia. Cumplía así la mitad de su promesa formulada en Ñancahuazú.


Días más tarde, la nueva dirección comunista, ahora a la cabeza de Kolle, tomó un vuelo a La Habana. En vez de visitar al Che, estaba optando por escalar un peldaño. En su reunión con Fidel Castro, las relaciones rotas en Ñancahuazú parecen recomponerse de forma milagrosa o maquiavélica. Igual que había ocurrido el 28 de julio, comunistas bolivianos y líderes cubanos fingen usar el mismo lenguaje y pensamiento, decoran con palabras ambivalentes y vagas lo que no han revisado con el microscopio. El trío boliviano afirma que Monje no habría entendido bien lo que el Che quiso decirle. Aclaran que el exjefe del PC pensó erradamente que el plan de Guevara consistía en liberar Bolivia. Ahora, con la explicación de Fidel entienden al fin que en realidad es un proyecto continental, con lo cual no cabe duda alguna de que el titular debe ser alguien súper virtuoso como el Che. En ese marco, prometen, el PCB estará en la primera fila del combate.


Simón Reyes, quien participó de la cita, rememoró años más tarde ese encuentro. El líder sindical minero afirmaba en un artículo publicado en Cochabamba que de su parte hubo un claro deslinde con el foquismo y que le habría dicho a Fidel que, en Bolivia, país en el que se había aplicado una reforma agraria como la de 1953, un movimiento guerrillero no tendría razón de ser. La afirmación textual de Reyes (2009) es la siguiente: “Fidel habló de Bolivia y ahí me permití anotar que en mi opinión no estaban dadas las condiciones para emprender una acción revolucionaria”. No te puede traicionar quien nunca acordó nada contigo.


Pese a existir una discrepancia tan clara, según Vázquez Viaña (2012), el encuentro de La Habana reconcilió al PCB con Castro, mientras el Che hacía enormes esfuerzos por emprender su plan en un país que siempre le resultó una incógnita.

Con la promesa de reunirse con Guevara a la brevedad, los tres comunistas citados retornaron a su país. No se sabe si realmente intentaron el contacto con quienes, ese mes, ellos mismos habían expulsado de sus filas. Lo evidente es que el 23 de marzo, se produjo el primer choque entre el ejército y el ya descubierto batallón de guevaristas. El hecho, provocado por el Che, determinó que el ejército cercara inmediatamente la zona. De ahí en más, solo 5 de los 50 saldrían vivos.


Cuando el Che se entera mediante un mensaje cifrado de La Habana que la nueva dirección del PCB le había prometido a Fidel Castro que se reuniría con él para darle su apoyo y retractarse de lo definido por Monje, reacciona escéptico y provocador. Advierte en su Diario que recibirá a Kolle, pero que le organizará un debate con los jóvenes guerrilleros bolivianos, todos ellos expulsados por haberse decidido a seguir la ruta de las armas. Queda claro que aquel encuentro, frustrado por el inicio de los combates, se iba a convertir en un juicio público a la dirigencia comunista a cargo de sus exmilitantes.


Yerros guevaristas


Vázquez Viaña es uno de los pocos ex elenos que tuvo la valentía de señalar los errores militares del Che en Bolivia. Tras su extenso análisis, queda muy claro que, junto a la mala selección del lugar de operaciones, la segunda razón del papelón operativo de la guerrilla fue la conducción de Guevara. Fidel Castro, plenamente consciente de ello, buscó afanoso a quién echarle la culpa del fiasco. Solo así era posible construir el mito del guerrillero heroico.


Para abreviar esta explicación, pueden destacarse los siguientes yerros del Che: tras el combate del 23 de marzo, el foco quedó totalmente aislado del país y del mundo, el equipo de comunicaciones nunca funcionó y la incipiente red urbana fue desmantelada por decisión del mismo Guevara, que ordenó vender los jeeps y cerrar las casas de seguridad. El cubano Iván que iba a ser el enlace entre Bolivia y Cuba abandonó el país a inicios de 1967 (se pretextó que su visa expiraba). A su vez, Rodolfo Saldaña, quien estaba a cargo del apoyo urbano fue llamado por el Che a combatir (aunque no obedeció) y la labor fue transferida al inexperto ginecólogo Walter Pareja. El aporte que pudo haber entregado Tania se perdió en los primeros días al quedar ella atrapada en el campamento.


Otros dos errores de Guevara en el terreno terminarían de dar al traste con la guerrilla. El Che decidió iniciar una marcha de exploración, entrenamiento y fogueo el primer día de febrero. Con 25 hombres recorrió durante 50 días un espacio accidentado y atravesado por ríos caudalosos en plena temporada de lluvias. La marcha no solo duró 5 veces más de lo previsto, sino que les costó la vida a dos hombres (murieron ahogados Carlos y Benjamin) y provocó la división de la columna en dos segmentos, que regresaron por separado al campamento. Aquel infernal ensayo general le demostró al Che cuán equivocados estuvieron sus desinformados asesores en el momento de sugerir el lugar. Además, la rivalidad entre el Che y el cubano Marcos se tornó insoportable durante esa larga caminata.


Cuando el Che estuvo de vuelta del ejercicio inaugural, solo recibió malas noticias. Tania había desobedecido las órdenes internándose en la finca y llevando hasta el lugar al francés Regis Debray y al argentino Ciro Bustos. El grupo de peruanos del ELN vecino y los hombres de Moisés Guevara también lo estaban esperando. Dos de éstos últimos terminaron desertando antes de que la guerrilla pudiera actuar. 20 días antes del primer combate, ellos serían los primeros delatores. Para terminar de ensombrecer el panorama, como producto de la marcha, dos guerrilleros quedarían fatalmente heridos y enfermos (Alejandro y Joaquín). Nunca más se recuperarían y pasarían a formar un peso implacable en momentos en que los manuales aconsejan gozar de agilidad en los pasos.


La exploración inútil del Che solo sirvió para sufrir las barreras que frenaban la movilidad de su tropa, riscos y ríos cortaban el paso de los aspirantes a libertadores. A su vez, la información que empezaba a salir a raudales sobre la presencia del grupo en dirección a los oídos del ejército acortaba los plazos del entrenamiento. La presencia de cuatro visitantes, incapaces o renuentes al combate, obligó al grupo a escoltarlos a la salida. La posterior guerrilla de Teoponte se despreocuparía más adelante de un problema similar, dejando a sus primeros ocho desertores abandonados a su suerte.

Además de la marcha, el Che cometió un segundo error catastrófico: dividir a su tropa en dos[8].


El 17 de abril, cuando los guerrilleros transportan a sus visitantes fuera del área de operaciones, Guevara deja en un lugar llamado Bella Vista a Joaquín y a 9 insurgentes aquejados por percances individuales. Allí se quedarán los heridos, los enfermos y la única mujer a la que llaman “Tania, la guerrillera”, pese a que nunca combatió ni le fuera entregado un fusil. La llamada “retaguardia” sería aniquilada el 31 de agosto tratando de cruzar el río Grande en una zona llamada Puerto Mauricio (confundida con otro sitio llamado Vado del Yeso).


Vázquez Viaña (2012) demuestra minuciosamente que la intención del Che de reunificar a sus soldados fue rápidamente olvidada a medida que las cosas se agravaban. Tras prometer que regresaría en tres días, el tronco más fuerte de la guerrilla, liberado de sus elementos vulnerables, apuró el paso hasta dejar a Debray, Bustos y Roth en la vía de salida hacia Muyupampa. Allí los tres evacuados serían arrestados.


Una vez cumplida la misión, la vanguardia intentó el retorno por la ruta más larga (un error) y después de un regodeo, empezó a alejarse definitivamente de Bella Vista. Cuando Debray dejó de ser amigo predilecto del gobierno cubano, éste lo acusó no solo de delación, sino de haber obligado al Che a realizar esa peligrosa maniobra de evacuación. Lo evidente es que los visitantes, desesperados por abandonar la zona de riesgo, se constituyeron el un dolor de cabeza para el grupo. El que luego hubieran sido detenidos, juzgados y sentenciados a 30 años de prisión probó que escoltarlos hacia la salida no mejoraba en nada las pésimas maniobras de despegue del foco.


El ELN fija oficialmente su fe de bautizo el 23 de marzo de 1966. Es un modo de tejer memoria. Privilegia la emboscada al ejército, su primera victoria, por encima de las circunstancias trasnacionales de su gestación. El hecho es que su capacidad de combate declinó totalmente en un lapso de siete meses. El ejército boliviano liquidó sistemáticamente a los alzados y terminó sentenciando a muerte al Che el 9 de octubre de 1967. Solo un año antes, el ELN aún no sabía dónde operar exactamente, si en el Alto Beni o en el sudeste. La tropa rebelde recién empezó a conocer el terreno en febrero y ya en marzo se vio en la necesidad de apretar el gatillo. Las cuevas y el campamento, tan arduamente construidas en tres meses, no fueron de utilidad. En sus entrañas, el ejército expurgó todos los secretos que requería alumbrar para acabar con el proyecto inventado por Fidel en mayo del año previo. De allí salieron, por ejemplo, las fotos que los más narcisistas se tomaron, imaginando que hacían Historia.


Los Estados Unidos ayudaron al gobierno de Barrientos de forma limitada, como correspondía hacer en un periodo caracterizado justamente por la contención. Así Washington impidió la formación de un Vietnam sudamericano. Ya desde 1963 las Fuerzas Armadas de Bolivia habían renovado sus arsenales y dejado en el museo los viejos Mauser de la guerra del Chaco. En 1967 recibieron 12 instructores estadounidenses que culminaron su labor el 24 de septiembre de ese año. Cuando los rangers ingresaron a la zona guerrillera, el Che ya era un hombre descalzo. Solo arremetieron en la última batalla.


Después, cuando el Alto Mando de las Fuerzas Armadas bolivianas instruyó el fusilamiento del Che, los norteamericanos se enteraron del hecho por los periódicos. En un reporte especial, ya desclasificado, el asesor Walt Rostow, le escribía al presidente de Estados Unidos, Lyndon Johnson que la ejecución de Guevara habría sido algo “estúpido”, pero que era un acto comprensible en un país sometido a la subversión. Tenía razón. La imagen limpia del cadáver del Che con los ojos abiertos impresa en todas las portadas noticiosas solo inflaba el mito de un heroísmo cuidadosamente empaquetado.


El acopio de todos estos datos no ha conseguido resolver el que hasta ahora es el mayor misterio de Ñancahuazú: la razón por la que el Che Guevara decidió iniciar combates con el ejército cuando ya sabía que la zona de operaciones era “infernal” e inadecuada y cuando tenía en su seno a cuatro visitantes que debía evacuar y que, de ser detenidos, serían fuente de información para el enemigo. Concluida la marcha hacia el río Grande, con dos bajas fatales, el campamento descubierto, dos delatores en plena acción y la Casa de Calamina intervenida, con Tania, Debray, Bustos y Roth en calidad de huéspedes, Guevara ordena una emboscada el 23 de marzo que, aun siendo exitosa, delataba su localización y determinaba, en automático, el cerco militar. El anillo de hierro que las Fuerzas Armadas instalarían en la región fue el elemento menos considerado en ese momento. A partir de ahí, la derrota era cuestión de meses.



Todos en paz menos él


Sin embargo, lo más sorprendente es que en el 28 de julio de ese año, meses antes de la muerte del Che, se organizó en La Habana una secuela de la Tricontinental: la cumbre de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS). La cita era promovida por Salvador Allende.


En representación del país en el que Guevara luchaba por su vida, averiado por el asma y el cerco militar, acudía nada menos que el PCB. Obviamente Monje no estaba entre los delegados, pero sí las mismas figuras que de manera unitaria habían negado su concurso al fallido proyecto guerrillero. Extraviado en el monte, el Che no pudo aquilatar la magnitud de este encuentro y menos de su composición.


Aquella confluencia es la prueba más vigorosa de que mientras Monje desistía del foquismo el 31 de diciembre de 1966, Fidel Castro recomponía los lazos con ese partido en enero siguiente. Tiempo después, en 1968, el gobierno cubano lograba adelantarse a todos con la publicación del Diario del Che. En su introducción, Fidel aplastó con su puño verbal a dos bolivianos: Mario Monje Molina y Oscar Zamora Medinaceli. El PCB quedaba intacto y por eso no necesitó defenderse. Los dos chivos expiatorios quedaban consumidos por las brasas del caudillo de La Habana[9].


¿Por qué el ELN boliviano no acudió a fundar la OLAS siendo que estaba en pleno tableteo de metralleta?, ¿por qué tomó su asiento el PCB, al que los elenos consideraban una organización adocenada y traidora?, ¿por qué Fidel no presionó a los comunistas bolivianos para que alimentaran la leva del Che y esperó a que todo acabara para limitar su crítica a dos dirigentes?


La respuesta a estas preguntas es relativamente simple si es que se quiere dejar de lado la glorificación del sujeto guerrillero. El gobierno cubano plantó la guerrilla para el Che en Bolivia y fue también el que luego reformuló sus nexos con la sociedad política boliviana. Al hacerlo, le importó muy poco lo que sintieran sus aliados previos.


Al ser el ELN un apéndice de La Habana, nada podía hacer para defenderse. Su dependencia económica, logística y militar del aparato cubano le impedía quejarse públicamente por la “traición” cometida con su jefe máximo: Guevara. Esa tarea se la dejó a Fidel Castro, aunque éste tuvo la habilidad de condenar el pecado y abrazar a los pecadores.


Este es un ejemplo de cómo se operan las acciones políticas de largo plazo. Al final Fidel Castro colocó al primer jefe del ELN boliviano en el altar más iluminado de la Revolución Cubana. Ello no lo inhibió para seguir alimentando su imagen de jefe comunista latinoamericano y por ello, principal aliado de Moscú. En ese contexto, el ELN boliviano no pasó de ser una tuerca desechable en el escenario feroz del choque entre dos superpotencias, mientras el PCB continuó funcionando como figura representativa de Bolivia en las celebraciones de la Revolución de Octubre organizadas anualmente en la plaza roja de Moscú. Allí, Mario Monje viviría la segunda mitad de su vida, protegido de las balas vengadoras de sus excamaradas abandonados en Ñancahuazú.


La resurrección del ELN



El ajusticiamiento del Che el 9 de octubre de 1967, a manos del oficial Mario Terán, quien recibió la orden del general Joaquín Zenteno Anaya, ayudó a que el ejército boliviano diera por concluida su labor contrainsurgente.


Ello permitió que cinco guerrilleros guevaristas, tres cubanos y dos bolivianos, pudieran evadir el cerco y huir por la frontera oeste hasta internarse en territorio chileno. La fuga de Pombo, Urbano, Benigno, el Inti y Darío marca la siguiente fase de esta historia, caracterizada por una resurrección, aunque ésta se haya dado dentro de una sala de terapia intensiva.


La muerte de Guevara no fue un factor de desaliento. Al contrario. El Che, quien había sufrido una derrota militar incuestionable, se erigía, muerto, con una victoria política planetaria. La exhibición de su rostro sacrificado despertó olas de entusiasmo y profundas reminiscencias cristianas. Los cuestionadores de las injusticias lo convirtieron en su estandarte. De pronto, el ELN que había sido el nombre casi fortuito usado por el gobierno cubano para operar en Bolivia, adquiría vida propia más allá de su implantación foránea. Las condiciones para su tímida emancipación empezaban a darse de la forma más inesperada.


Los indicios de ese despertar autonomista empezaron a notarse desde octubre de 1967 en la conducta del Inti. Como sobreviviente boliviano de Ñancahuazú, Guido Peredo Leigue sintió cómo se cargaba de energía en los primeros días de la fuga. De pronto, el terreno en el que se desplazaban los fugitivos era de su total dominio. El Inti se movía feliz en la Bolivia urbana o semirrural a la que pertenecía, cuyos códigos entendía y cuya cooperación obtenía fácilmente. En contraste, sus acompañantes cubanos pasaban de pronto a una situación dependiente y subordinada. Estaban fuera de su jurisdicción y a merced de los bolivianos, de cuya capacidad de combate siempre se quejaron.


Urbano y Pombo eran mulatos. Solo Benigno podía pasar por boliviano y de hecho muchos creían que era un camba. El Inti en cambio se movía con soltura. Fallecido el Che, por lo menos en ese momento, podía pensarse como el sucesor indiscutible y así quedó demostrado.


Humberto Vázquez Viaña (2012) narra con maestría estas escenas de tensión y competencia. Abandonadas las armas y los uniformes, el Inti decide avanzar por su cuenta; los cubanos exigen que se lleve a uno de ellos. Finalmente acepta, pero consciente de que es un problema tener como compañero de viaje a alguien como Urbano. El cubano debe quedar sospechosamente callado en la cabina del camión en el que se acercan a Santa Cruz. Una frase del hombre lo delataría por su acento caribeño. Ya en tierra oriental, el Inti compra boletos de avión. Aterrizados en Cochabamba, el jefe nato del ELN toma su camino en solitario. En la ciudad del valle conoce a mucha gente y posee familia. Los cubanos son escondidos por un tiempo. Luego se quejarán amargamente de que Inti se reunió con ellos solo un mes más tarde, en Oruro. Las manifestaciones de autonomía del jefe boliviano caracterizan este breve periodo. Los cubanos, sobre todo Pombo, reaccionan irritados, resentidos. Vázquez insinúa una ruptura envuelta por una silenciosa desconfianza.


En febrero de 1968 los tres cubanos salen de Bolivia. El Inti los despide y el desdén recíproco se hace perceptible. Es claro que, pese a los riesgos, Peredo Leigue ha decidido quedarse en su patria, porque solo así se asegurará para sí la jefatura del ELN. Saldrá también hacia Chile, pero solo cuando así lo haga su familia y los riesgos de ser atrapado por la represión policial se tornen inminentes.


Mientras el Inti está clandestino y se ha puesto una recompensa por su cabeza, Rodolfo Saldaña, el sobreviviente de la manca, ciega y sorda red de apoyo urbano, la acaba de revivir haciendo uso, nada menos, que de la militancia comunista. Con la ayuda del PCB, los exguerrilleros del Che consiguen escapar. También incide en ese éxito, desde el otro lado de la línea fronteriza, un núcleo selecto de militantes del Partido Socialista de Chile, el que dirige Allende. Tati, la hija del que pronto será presidente del país deambula por la frontera con frazadas y café caliente esperando toparse con los fugitivos. La activación de esta red chilena de apoyo a la insurgencia boliviana será vital de acá en adelante. Solo el triunfo de Allende en las urnas la apagará para reconcentrarla en la defensa del proceso chileno. El Inti es recibido con afecto en Santiago, le dan casa, comida y abrazos para que se recupere en cuerpo y alma.


Es Raúl


En septiembre de 1967, pocas semanas antes del trágico desenlace en Ñancahuazú, ha llegado a La Paz el estudiante de economía Raúl Quiroga de La Fuente (foto junto a Osvaldo Peredo). En su ánimo estaba unirse a las huestes guevaristas. No tiene entrenamiento militar, porque durante los últimos 9 años ha vivido y estudiado en Stuttgart y Tubinga (Alemania). Allí fue parte de una extensa cofradía guevarista a la que pertenecen varios futuros cuadros del ELN boliviano. La lucha armada actuaba como un imán para muchos becarios jóvenes que imaginan una vida heroica en las selvas tropicales. Quiroga retoma contactos con los escombros de la red urbana. Una década atrás había sido reclutado por los hermanos Coco e Inti Peredo en las filas del PCB. Su retorno a Bolivia coincidiría trágicamente con la sorda pelea interna dentro del ELN motivada por la desconfianza surgida entre el Inti y Pombo.


Saldaña, acostumbrado a cuidar lazos con La Habana y siempre reacio a asumir responsabilidades mayores, contacta a Quiroga en La Paz y lo designa como jefe del ELN. Le agrega el título de “provisorio” para no alarmar a las fracciones rivales. Raúl es un parche.


Es evidente que la súbita designación cuenta con el respaldo de los cubanos. Tanto es así que Quiroga toma un raudo vuelo a La Habana y empieza a ejercer la jefatura desde esa ciudad. En la práctica, se puede decir que el sucesor del Che Guevara en el mando superior del ELN boliviano tiene esa nacionalidad, aunque nunca haya combatido y solo comulgue con las ideas básicas a partir de sus lecturas y convicciones.


No sabemos cómo habrá reaccionado el Inti ante la designación señalada. No se conocen gestos de molestia, pero es fácil suponer su desconcierto. Alguien sin la menor experiencia de combate, un ajeno a la breve tradición iniciada en 1966, aparecía casi de la nada en la cúpula. Los cubanos volvían a mostrar quién mandaba en el ELN. Cabe imaginar que Pombo sonríe desde La Habana creyendo que se ha liberado del incómodo clan Peredo Leigue.


¿Habrá habido un motín? Es probable. Raúl Quiroga llegó a la isla para ponerse en contacto con los bolivianos que se entrenaban con el sueño de engrosar la marcha ascendente hacia la victoria. La noticia de la muerte del Comandante Guevara seguro tronó desestabilizadora. Sus planes inmediatos se iban al tacho. Quiroga tuvo que haber intentado reanimar la moral. Algunos de sus conocidos estaban entre la tropa. En La Habana, Raúl compartió vivienda con Humberto Vázquez Viaña a quien conocía por las reuniones en Praga cuando ambos se persuadían del camino de la lucha armada.


Es Vázquez Viaña (2012) quien ilustra la única decisión asumida por el nuevo jefe del ELN: un acuerdo con el Partido Obrero Revolucionario-Combate (POR-C) dirigido por Hugo Gonzalez (Serrano). El documento suscrito concedía a los nuevos aliados la posibilidad de adherirse al ELN sin perder su identidad trotskista. Es fácil deducir cuál era el ánimo de Quiroga al aceptar esta modesta expansión dentro del complejo panorama de la izquierda boliviana. Los poristas de Gonzalez eran parte de la larga tradición obrera y minera. Contaban con militancia curtida en los socavones y las fábricas. En cierto sentido, Quiroga buscaba darle al ELN la inserción de masas que no tuvo durante su abrupto nacimiento.


Los cubanos avalaron el pacto al grado de que el Comandante Manuel Piñera Losada, el mentor del Departamento América, estuvo presente en la firma del acuerdo. Bromista como siempre, el hombre más conocido como Barbarroja habría subrayado con ironía el hecho de que “ahora iban incluso a trabajar con los trotskistas”. Por entonces el asesino de Trotsky, Ramón Mercader del Río, ya vivía refugiado en la capital cubana.


No cabe duda de que la alianza de Quiroga y González sería abono para las confrontaciones internas que se vivían soterradamente en el ELN. Éstas se desarrollaban entre La Habana, La Paz y Santiago, el triángulo geográfico de los elenos en ese momento. El Inti aceptó el acuerdo con el POR-C a regañadientes. Advirtió, sin embargo, que sería minuciosamente revisado. Luego se encargaría de sabotearlo. Saldaña, en cambio, el hombre que había designado a Quiroga se opuso terminante. Vázquez Viaña (2012) entenderá que aquella era una reacción natural en “un estalinista” como Saldaña.


El paso de Quiroga por la jefatura del ELN será tan corto como trágico. Afectado emocionalmente por el arresto de su pareja en Brasil, la militante y compatriota María Esther Seleme, que intentaba introducir una metralleta hasta Bolivia, fue perdiendo terreno en la organización. La estocada final vendría en mayo de 1968 cuando los cubanos decidieron ceder ante las aspiraciones del Inti y sustituir a Raúl Quiroga por la viuda de Coco Peredo: Mireya Echazú. La mujer llegó a la isla exiliada con su familia procedente de Chile. El 12 de junio, Quiroga tomó la pesada decisión de quitarse la vida. Apretó el gatillo de una pistola que Fidel Castro le habría regalado al eleno Eustaquio Mena. Otra fuente asegura que el arma era de Osvaldo Peredo, el Chato. Hay dudas sobre el lugar de su cuerpo donde quedó inmovilizada o atravesó la bala, si la cabeza o el corazón. Una empleada de limpieza tuvo que enfrentar el macabro hallazgo aquella mañana y un amigo alemán de Raúl, de visita por el Caribe, tuvo la incómoda tarea de informar a la familia sobre aquel súbito final.


A estas alturas del relato, es fácil suponer que, en las altas esferas de la política, el suicidio de Quiroga debía minimizarse por completo. Interrogados sobre la tragedia, todos concordaron en apuntar razones sentimentales. Seleme había roto su relación amorosa con el futuro suicida tras regresar a Cuba una vez lograda su liberación en Brasil. Vázquez Viaña confirma que Quiroga estaba emocionalmente inestable, aunque no corrobora la versión del suicido. Tampoco la niega. El hijo y la hermana menor de Raúl encontraron un registro con su nombre en el cementerio de La Habana. Allí no se indican las causas del deceso. Para el ELN, Raúl era Mario Castro.


Se sabe muy poco sobre la impronta dada por la única mujer que dirigió el ELN desde Cuba. Lo seguro es que aquel solo fue un escalón de descanso hasta el arribo del Inti a La Habana. La familia estaba recuperando el sitial y cerrando el paréntesis colocado por Saldaña y los cubanos. En julio de 1968 allí ya no habría lugar para “jefes provisorios”.


El resto del año sería de ardua preparación. El Ministerio del Interior de Cuba y el Inti coincidían en que en Bolivia había que “volver a las montañas”. Un grupo numeroso de becarios bolivianos en Cuba se fue concentrado en la playa de Baracoa. A cargo de la nueva instrucción militar estuvieron los tres sobrevivientes cubanos de Ñancahuazú. El Inti aparecía esporádicamente para darles ánimos.


Si el relato previo bebía profusamente de los conocimientos de Humberto Vázquez Viaña, esta fase corresponde a Gustavo Rodríguez, el historiador del ELN tras la muerte de Guevara. Ambos coinciden sobre lo hecho por Quiroga y Vázquez es muy enfático al resaltar la tensión entre Pombo e Inti. Pero en 1968, Pombo ya está replegado. Aunque a momentos expresa sus discrepancias y se jacta de lo hecho el 67, no tiene otra opción que reconocer la jefatura del boliviano. El chauvinismo duramente atacado por Fidel en el momento de liquidar a Monje y a Zamora ha penetrado por completo en el ELN. Desde entonces no se reconocerá la jefatura de nadie que no sea boliviano.


Cuando ya todo parece preparado para regresar al combate, el Inti vuelve a Chile en noviembre de 1968. Con él van regresando varios de los hombres de Baracoa. Lo hacen en parejas y encuentran diversas vías para retornar a Bolivia. Harán el clásico periplo por Praga para el cambio de pasaportes. La mayoría aprovechará los conductos de la red chilena que ya sirvió para sacar a los sobrevivientes de Ñancahuazú.


Golpe tras golpe


1969 será el año de la crisis elena más aguda. Justo cuando Omar, uno de sus principales líderes del grupo, se encuentra explorando la región de Teoponte, el helicóptero que transportaba al general René Barrientos en sus giras habituales cae abatido tras enredar sus aspas en unos cables de alta tensión. Es el 27 de abril de 1969. La sorpresiva muerte del presidente de Bolivia cambiará por completo la vida del proyecto guerrillero. La segunda ola guevarista se hundirá junto con el General caído o derribado en Arque.


Cuando el Inti regresa a Bolivia en mayo de 1969 tiene que enterarse de que los cubanos han decidido replegarse del proyecto a su cargo. Desde La Habana se informa que los instructores “estrella” Pombo, Benigno y Urbano ya no formarán parte del destacamento. Con Pombo se aduce una excusa infantil: le intentaron modificar el color del cabello y un químico le habría afectado el cráneo. Con Urbano el asunto se pone peor, porque el hombre recibe la orden de regresar a la isla cuando ya está en Roma y él no se calla. Al protestar, los bolivianos entienden que en La Habana se ha empezado la retirada. Pero el gobierno cubano no solo sustrae a sus hombres, decide también retener a los bolivianos que aún están en la isla, esperando su traslado a Los Andes.


Rodríguez (2006) revela la reacción del Inti en Bolivia: coge una granada y la estrella en una mesa de vidrio. “Estamos solos”, exclama. Luego advierte a quienes lo escuchan desconsolados: el ELN volverá a las montañas como prometió, así tenga que cargar sus vituallas “en aguayos”[10].


Volvemos a las preguntas incómodas: ¿por qué Cuba decidió replegarse tan de repente? La respuesta ya está dada: la muerte de Barrientos.


Para La Habana, el cambio presidencial en Bolivia modificaba el panorama de la lucha. De repente el hombre que había ordenado el fusilamiento del Che estaba muerto. Era reemplazado por un moderado como Luis Adolfo Siles Salinas, un tímido abogado socialdemócrata y después, en septiembre, por el general Alfredo Ovando Candia, una especie de Perón dominado por la timidez.


Mientras para el Inti todo seguía igual, para Fidel Castro había llegado la oportunidad de firmar la paz con la plaza Murillo. Que Ovando nacionalizara la compañía estadounidense Gulf el 17 de octubre de 1969 era la evidencia de que en Bolivia se vivían nuevos tiempos políticos. Lo que Inti y sus camaradas no sabían era que Jorge Gallardo Lozada, el asesor personal de Ovando, y futuro ministro del interior de Torres, ya había iniciado una secreta negociación con los gobiernos de Cuba y Francia para liberar a Regis Debray de su cárcel en Camiri, donde purgaba una sentencia de 30 años de cárcel[11]. El traslado del francés a Chile terminaría de hacerse bajo el gobierno izquierdista del general Torres.


Así, mientras el ELN era abandonado por Cuba, ésta reponía conversaciones con los militares bolivianos, esos a los que el Inti quería destruir. Los caminos se habían separado.


¿Queda claro ahora el lazo de dependencia? Rodríguez Ostria (2006) tiene una frase lapidaria para explicar el impasse. El historiador afirma que Cuba ponía y retiraba guerrillas como si fueran sus tropas. La verdad es que eran suyas. La decisión teledirigida no guardaba relación alguna con las necesidades locales de los combatientes, sino con la política exterior cubana. Vázquez Viaña (2012) es aún más preciso. Dice que la única razón por la que Cuba organizaba y financiaba focos era para molestar a la retaguardia norteamericana. En ese contexto, el ELN boliviano no habría sido más que una marioneta de La Habana para crear problemas en el patio trasero de los Estados Unidos. Sin embargo, cortados los hilos, el ELN buscaría su propio derrotero.


Una vez que el obstáculo Barrientos había sido removido por circunstancias fatales, del mismo modo que ocurrió con Monje, Castro decidió retornar a los cauces de la política convencional. Las armas debían callar ante la irrupción de la diplomacia. Los intereses del estado cubano pesaron siempre más que los afanes de coyuntura en los países en los que se libraba la Guerra Fría.


Seguir solos



Cuando el Inti retomó desde Bolivia las riendas de la organización, simplemente decidió proseguir con las tareas iniciadas. En vez de denunciar la traición del estado cubano, se empeñó en sacar adelante el nuevo foco con los recursos a mano. Con respecto al acuerdo firmado por Quiroga el año previo con el POR-C, asumió la línea de que ninguna organización podía incorporarse al ELN de manera fraccional. Ello llevó en los hechos a que el pacto se rompiera y a que solo tres militantes trotskistas juraran individualmente a la guerrilla en 1970. El siguiente paso fue construir una red urbana de apoyo, una ausencia crónica en 1967. No pudo. Los golpes de la policía, magistralmente propinados por el dúo Roberto Quintanilla-Rafael Loayza, fueron erosionando lo poco que se iba tratando de montar. En ese periodo se produjo la caída de varias casas de seguridad y la muerte de Maya en Cochabamba.


Para el Inti era fundamental en ese momento de crisis decirles a los cubanos que el ELN iba a combatir así se quedara solo. Por eso, en pleno desbande del respaldo internacional, dispuso el asesinato de Honorato Rojas, el primer campesino con el que la guerrilla se topó en la marcha hacia el río Grande el día 10 de febrero. Rojas había delatado al grupo de Joaquín en agosto de 1967 y gracias a su alarma, el ejército pudo emboscarlo en Puerto Mauricio. En señal de gratitud, el ejército le había regalado una vivienda en una orilla de la carretera Cochabamba-Santa Cruz. Hasta allí llegaron tres elenos para dispararle mientras dormía. Lo dramático del asesinato es que Rojas descansaba junto a su pequeño hijo. El acto fue cometido el 14 de julio. De ese modo, el Inti daba señales claras a Cuba y al gobierno boliviano de que las operaciones hacia un segundo foco no se habían paralizado por la deserción de Fidel Castro.


La evidencia de que el ELN había sido incapaz de prescindir ni del PCB ni de los cubanos, fue la propia muerte del Inti, ocurrida el 9 de septiembre de 1969, cinco meses después de la retirada de ayuda de La Habana. Guido Peredo Leigue murió antes o poco después de haber quedado acorralado en una habitación en la que pernoctaba solo. La única ventana de la habitación tenía rejas y el largo pasillo hacia la calle Santa Cruz era la única vía de escape. Rodeado por 500 policías, el Inti se topaba con la muerte sin que ninguno de sus camaradas hubiera acudido en su auxilio. ¿Cómo había sucedido algo semejante? ¿Carecía el ELN de un aparato de seguridad que velara por la vida de su jefe?


Para explicar lo inexplicable, las versiones posteriores se detienen en dos posibles delatores. Otras especulan con un romance entre una militante y el jefe, al amparo de la compartimentación, invitación frecuente para infidelidades e infidencias. En un discreto pie de página, Rodríguez Ostria (2006) se atreve a hablar de una “razón mundana” por la que el Inti habría muerto aquella madrugada. El uso de esa palabra lleva a pensar en una causa alejada de la política, tal vez un impulso de la piel o de los afectos. ¿Por qué un jefe guerrillero pide a sus custodios que lo dejen a solas?


Por Rodríguez Ostria (2006) y su pie de página sabemos que Omar, uno de los elenos más connotados, se fue con ese secreto a la tumba y nuestro historiador se excusa con sus lectores aduciendo que no grabó la confesión. Luego también fallecería.


Sea cual haya sido la razón, el hecho es que el ELN era, en septiembre de 1969 y sin el patrocinio de sus impulsores materiales del Caribe, una estructura perforada. Entre la muerte del Inti y el estallido de la guerrilla de Teoponte, el 19 de julio de 1970, los elenos ordenaron las ejecuciones de tres de sus más importantes militantes en la ciudad de Cochabamba: Elmo Catalán Avilés, Genny Köhler Echalar y José Gamarra Quiroga. Las ejecuciones se dieron en condiciones macabras, en medio de acusaciones internas de traición y con la desaparición inicial de los cadáveres a cargo de sus propios compañeros de lucha. Uno de ellos, José, fue lanzado a un pozo aún con vida, sentenciado a una angustiante agonía. A esas muertes se sumarían las de Federico Argote Zuñiga y Carlos Brain Pizarro, fusilados personalmente por Osvaldo Peredo Leigue el 26 de septiembre de 1970 en medio de los últimos coletazos de la guerrilla de Teoponte. Estas dos ejecuciones, las primeras realizadas por un jefe del ELN, se dieron porque ambos guerrilleros habían hurtado dos latas de sardinas en el momento de desertar. El hombre que los mató desertaría también días más tarde. Luego huiría al exilio.


Nueva fuente de dinero


El fin de la ayuda monetaria cubana llevó al ELN a depender de los asaltos a mano armada. El ELN ejecutó varias operaciones con resultados irregulares. Cabe citar el asalto a la Cervecería Boliviana Nacional y a una casa de cambios. La impericia como asaltantes hizo que el hueco financiero no pudiera ser llenado y además cada acción delictiva ponía en vilo al aparato de la organización, cada vez más descifrado por los sabuesos policiales.


Entonces llegó la mano salvadora de los Tupamaros uruguayos que entregaron al ELN un cargamento de monedas de oro (libras esterlinas), que no habían podido gastar debido a su enorme cuantía. Tal riqueza provino del pago de un rescate, la forma favorable de resolver uno de los secuestros millonarios llevados adelante por los Tupas en la región del Río de La Plata. A partir de ese momento, el ELN podía ya prescindir de la ayuda cubana, todo un acto de autonomía o autodeterminación, pero no por mucho tiempo. La deuda rioplatense sería cobrada años más tarde.


Así quedaba financiada la guerrilla de Teoponte. El responsable de este cambio victorioso de método financiador fue Osvaldo Peredo Leigue, más conocido como Chato. ¿Cómo se produjo este recambio de timón?


Dinastía


Tras el asesinato del Inti, la responsabilidad de conducir el ELN recayó de inmediato en Rodolfo Saldaña. Otra vez un hombre que no había combatido en Ñancahuazú ocupaba el primer puesto del deber. De su lado estaba una trayectoria mediocre a cargo del aparato urbano y por supuesto la responsabilidad por haber abandonado al Inti en la desprotección de un cuartucho. Era difícil que Saldaña pudiera mantenerse al mando por mucho tiempo a pesar de gozar de la confianza de La Habana, de todas maneras, inactiva.


El relato de cómo se produjo la transición del mando de Saldaña a Chato está en otro libro: “Ejército de Liberación Nacional (ELN), documentos y escritos” (2017) editado y coordinado por Boris Ríos Brito, Juan Carlos Udaeta y Javier Larraín. Según el documento, los elenos se reunieron en la casa de la viuda de Sergio Almaraz. Allí, Saldaña, el nuevo jefe, propuso un repliegue. Su diagnóstico era tan preciso como demoledor: sin la ayuda de Cuba y sin un símbolo vivo como el Inti, el regreso a las montañas se ponía cuesta arriba. Lo mejor era salir de Bolivia y esperar hasta que las condiciones mejoraran. La pesada circunstancia que lapidaba todo, produjo silencio en la sala. Los asistentes sabían que Saldaña simplemente les estaba abriendo los ojos. Se inició entonces un tenso compás de espera. Mientras más personas tocaban las puertas del ELN para incorporarse y vengar al Inti y al Che, la militancia dispersa sentía que replegarse era admitir la derrota.


En diciembre de 1969, en una reunión sui generis realizada en la vía pública y cuando la Gulf ya había sido nacionalizada con la firma del ministro Marcelo Quiroga Santa Cruz, los elenos se fueron agrupando en parejas sucesivas para analizar la propuesta de Saldaña. Poco a poco fue brotando un motín silencioso. La idea de cumplir la promesa de 1968 se fue transformando en exigencia. Ahí se produjo la renuncia de Saldaña. Una vez más, las circunstancias ayudaban a que éste se pudiera replegar sin mella. Dado que nadie quería la tregua propuesta, lo lógico era que el tercero al mando ocupara la jefatura del ELN. El hombre en cuestión era Elmo Catalán Avilés, periodista chileno de destacada actuación en la red de apoyo en la frontera oeste. El camarada “Ricardo”, como se lo conocía, era el indicado para una labor así.


¿Cómo?, ¿un chileno a cargo de un destacamento libertador en Bolivia? Imposible. El fantasma de Mario Monje rondaba por todas las mentes y adquiría otra vez un rostro chauvinista. No, Elmo, jamás.


En medio de la duda, Osvaldo Peredo Leigue se asomó en la lista. Era uno de los hombres adiestrados en Baracoa, pero, sobre todo, un Peredo Leigue. En la entrevista que le hicieron Ríos, Udaeta y Larraín (2017), el Chato dice que él aceptó la responsabilidad, porque quería vengar la muerte de su hermano. En los hechos, quien vengó al Inti no fue él, sino Mónica Ertl, como veremos más adelante.


Osvaldo Chato Peredo Leigue fue entonces el sexto jefe del ELN en su historia. Hasta ese momento habían transcurrido solo tres años desde su creación. De los seis cabecillas, tres ya estaban muertos aquel 1969. Ya no habrá más bajas de ese tamaño. Chato sobrevivirá milagrosamente al siguiente trance: la guerrilla de Teoponte.


Si se revisan atentamente los datos aportados por Rodríguez Ostria (2006), veremos que, en efecto, Chato logró cumplir la promesa entregada por su hermano Inti el 19 de julio de 1968. El documento “Volveremos a las Montañas” se publicó aquel día y exactamente dos años más tarde, en 1970, los 67 reclutas del ELN estaban nuevamente recorriendo senderos y vadeando ríos.


Otra de las promesas fue retornar a la zona desdeñada por los cubanos en 1966, es decir, el Alto Beni, aunque esta vez no había perspectivas para saltar al Perú. Y es que Cuba ya había bajado los brazos en Los Andes y es que la soñada lucha continental no pasó de ser un eslogan usado para justificar a destiempo los desatinos y errores del Comandante Guevara.


A partir de ese momento la isla solo otorgará apoyos leves y hasta cierto punto indiscriminados. Casi todos los partidos bolivianos interesados en contar con un aparato armado recibirán becas y adiestramiento. El estado cubano no volverá más a sellar vínculos con el ELN y dejará que las muertes sean responsabilidad de quienes se inscribieron en sus cursos.


Teoponte, nuevo tropiezo



En el marco de nuestra premisa de partida, puede decirse que, en julio de 1970, se produjo la emancipación fáctica del ELN de sus progenitores cubanos. Rodríguez y Vázquez Viaña denominan a ello “la nacionalización de la guerrilla”. Con ello están insinuando que lo de Ñancahuazú fue, a pesar de todo lo dicho en sentido contrario, una intervención extranjera.

Para desgracia de Chato y sus compañeros, ocho de ellos, chilenos de los tiempos de la red de apoyo del partido de Allende, la segunda guerrilla guevarista fue un fiasco aún peor que la inspirada por el Che. Si la de Ñancahuazú aguantó de marzo a octubre, la de Teoponte, detonada en julio, pereció en noviembre, casi la mitad de un tiempo que ya de por sí era breve. Si la guerrilla de Guevara puso al ejército boliviano en ciertos apuros entre marzo y agosto, la de Peredo Leigue II fue un asunto menor para los militares, casi un juego. Entre 1966 y 1970, el ELN había padecido más de cien funerales.

La novedad de Teoponte fue que una vez anunciada la insurgencia del grupo por voz propia (no hubo factor sorpresa), solo se sucedieron dos combates (Chocopani y río Chimate). Cercada la zona por el ejército como ya había ocurrido en Ñancahuazú, los militares se limitaron a esperar que los bisoños elenos murieran por inanición o fatiga. A su vez aplicó la cruel estrategia de no tener “ni prisioneros ni heridos”. Los primeros ocho desertores, por ejemplo, fueron sencillamente fusilados. Aunque con una toma de rehenes, la guerrilla logró liberar a diez de sus presos, no pudo apuntarse ni una sola victoria antes de caer aniquilada.


Si se cotejan los datos de Rodríguez Ostria (2006), solo 13 de los 67 guerrilleros de Teoponte habían pasado por el curso de entrenamiento militar en Baracoa (1968). El restante medio centenar no pasaba de unas prácticas de caminata y tiro por las zonas aledañas a La Paz o Cochabamba. Mientras el Inti, bajo supervisión cubana, procuraba reclutar solo a los más aptos, su alivianado hermano Chato abrió las puertas a quien quisiera enrolarse. Rodríguez Ostria (2006) es claro al señalar que, por ejemplo, la decena de guerrilleros emergentes de los círculos de la iglesia católica, muchos de ellos dirigentes estudiantiles sin servicio militar, fueron admitidos, porque eran populares y prestigiosos como si la fama compensara su inexperiencia.


La apertura indiscriminada a guerrilleros de todo origen hizo que las armas fueran diversas y por ello, difíciles de administrar (no había proyectiles compatibles para todas), que se presentaran diferencias de clase social entre los combatientes (uniformes y botas según la capacidad adquisitiva del rebelde), que cada mochila pesará al menos 30 kilos, paralizando el avance y devastando la movilidad, que se pretendiera cargar toda la comida posible, descartando ya de antemano toda posibilidad de abastecimiento alimentario en la zona.


Similar a lo padecido en Ñancahuazú, la columna quedó dividida en las orillas opuestas del río Chimate el 1 de septiembre. A partir de ahí 28 siguieron al mando del Chato y 13 quedaron con Alejandro (“la columna perdida”[12]). Otros 4 quedaron librados a su suerte. A diferencia de la experiencia con el Che, nadie prometió volver a encontrarse, fue el adiós definitivo. Los guerrilleros caminaron en línea recta sin ningún plan ni estrategia, huyendo en una encerrona organizada desde el momento en que anunciaron su presencia en el territorio. En el trayecto muchos murieron de hambre, agotados por el peso y la longitud de las caminatas. La única idea inteligente fue dividirse en grupos de cuatro para escurrirse y hacer más difícil la cacería del ejército. Un mes y medio después de iniciadas las operaciones, la única duda dominante era qué comer y por dónde escapar.


En abril de 1971, el ELN hizo un balance de lo ocurrido en Teoponte. En doce páginas, los elenos reservan cinco párrafos para reconocer algunos errores, a saber: dicen que faltó trabajo político con la población de la zona, se pensó que con “esparcir” algunos compañeros en el lugar era suficiente, la selección de los combatientes “no fue tan buena como creíamos” y se admite que muchos no estaban “fogueados”. Se agregan dos elementos más: la inoperancia de la red urbana (el aparato radioeléctrico volvió a fallar, dejando aislada a la guerrilla) y la falta de firmeza ideológica de la tropa, fuente de las decenas de deserciones.


Ninguno de los datos de la realidad ayuda a los elenos a admitir la inadecuación total de su concepción con la realidad boliviana. Por el contrario, el documento finaliza con un monumento a la terquedad: “El hecho de que hayamos tenido una apreciación equivocada sobre nuestras posibilidades de comenzar a construir este ejército revolucionario no invalida la necesidad de esta tarea”.


A la segunda derrota ante el ejército boliviano, al que el ELN endilga una cooperación sumisa y dependiente de Estados Unidos, seguirá una tercera, quizás la definitiva. El 21 de agosto de 1971, un grupo nutrido de elenos consigue tomar el cerro Laikakota de La Paz. Desde allí, un par de destacamentos de hombres armados intentan neutralizar a los soldados que participan del golpe de Banzer. Otros segmentos se hacen fuertes en el monoblock de la UMSA, el Montículo y Villa Victoria. Los militares del regimiento Ingavi, los que huyen del cerro, se esconden dentro del Estado Mayor. El ELN cree estar entonces en condiciones de ir por ellos. Descienden de la altura y se dispersan en fila sobre la avenida Saavedra. De pronto una hilera de tanquetas pasa por allí. Los elenos armados sienten que una fracción del ejército se les ha unido en defensa del gobierno de Torres. Se equivocan. Los vehículos se enfilan a la puerta del Estado Mayor. Ingresan. Desde allí volverán a salir para perseguirlos. Al final, los hombres del ELN saltan por las paredes del Hospital General. Allí adentro, dejan sus fusiles y se pierden en la oscuridad que invade la salida por la morgue. Muy cerca del parque botánico, el grupo tiene una casa de seguridad en la que esconden “los fierros”. El golpe de Banzer se ha impuesto, solo queda volver a la vida clandestina.


¿Quién los dirigió en esta acción de resistencia? La respuesta no está en ninguna de las fuentes consultadas.


El próximo jefe del ELN es miembro del ejército y dirigía en ese momento el regimiento escolta presidencial. Su nombre es Rubén Sánchez y es uno de los primeros oficiales del ejército boliviano capturado y posteriormente liberado en Ñancahuazú. Él asumirá la conducción del grupo cuando los militantes de la izquierda acaben junto a él en el exilio compartido en Chile. Se sabe poco de lo que logró Sánchez en el ELN. Su hijo murió junto a la columna del ELN que buscaba tomar el Estado Mayor en Miraflores. Loyda, su hija, también militó en el grupo y participó activamente en la organización desde el exilio.


Languidecimiento lucrativo


El año 1971 será de gloria pasajera y huida permanente.


El ELN había sido la única fuerza con capacidad de resistir un golpe de estado en Bolivia. En las inmediaciones del estadio de Miraflores, los elenos habían mostrado que algo sabían sobre fusiles. Quizás por ello la primera tarea del gobierno de Banzer fue aniquilar a esta organización en rebeldía. Todos los análisis coinciden en señalar que el General lo logró.


Los desplomes de las dos guerrillas rurales emprendidas entre 1966 y 1970 redujeron al ELN a un entramado urbano. La experiencia del Laikakota operó un cambio gradual que fue abriendo una nueva senda. El modelo cubano iba perdiendo adeptos. Quizás por ello, la última victoria elena fue el ajusticiamiento en Hamburgo, Alemania, de Roberto Quintanilla a manos de Mónica Ertl, la singular “Imilla”, compañera de curso de Raúl Quiroga, el segundo jefe del grupo. Banzer cobraría la afrenta eliminando a Ertl y a su acompañante Oscar Ukaski el 10 de mayo de 1973. La tropa de los Peredo Leigue parecía decantarse por las acciones de comando en las ciudades. La revolución del campo a las urbes quedaba enterrada por la realidad.


Ya bajo la jefatura de Sánchez, el ELN, obligado por el exilio de casi toda su militancia, decidió internacionalizarse. La fórmula era simple. Tras haber fracasado en Bolivia y haber sido vencidos por el gobierno de Banzer, los guerrilleros bolivianos vacantes podían ayudar a construir el socialismo en Chile o bien sumergirse en las redes de los nuevos movimientos armados del cono sur. En 1973, poco antes del golpe de Pinochet, el ELN pasó a formar parte de la Junta de Coordinación Revolucionaria (JCR), una creación, en el Santiago aún allendista, del MIR chileno, los tupamaros uruguayos y los trotskistas argentinos del ERP. La incorporación de los elenos a esta estructura no puede ser vista como una señal de su agigantada importancia. No. Así como la presencia de militantes cristianos fue aceptada en Teoponte para darle lustre a la aventura, del mismo modo la JCR quería atraer para su propaganda las estrellas del Che y del Inti. Y es que el miembro boliviano de la alianza no podía ofrecer nada más.


Tras el golpe de Pinochet en Chile, se produjo una nueva estampida de izquierdistas fugitivos, esta vez hacia Buenos Aires. Allí los elenos terminaron de entregar el último palmo de soberanía que les quedaba. A cambio de un millón de dólares entregados por el ERP (más dinero de un secuestro), el ELN se comprometió a proletarizarse, en la línea de los antes denostados trotskistas, y por tanto a construir un partido que se llamaría Partido Revolucionario de los Trabajadores de Bolivia (PRTB).


El asunto fue discutido a fondo en Lima el año 1975 en ocasión del ampliado llamado “Ñancahuazú”. Allí 30 elenos bolivianos volvieron a evaluar el planteamiento que les habían invitado a aceptar sus solventes camaradas argentinos (los más influyentes fueron Luis Stamponi y el gringo Mena). En el ampliado, Chato Peredo se resistió y quiso mantener la tendencia foquista al interior del reducido grupo. Su reflejo díscolo recordaba las posturas de su hermano Inti y de Rodolfo Saldaña. En ese momento fue defenestrado junto a su hermano Antonio. Se habla incluso de una expulsión de las filas. Ambos Peredo retornarían a la política boliviana de la mano de Evo Morales y con una reestablecida conexión privilegiada con Cuba.


El séptimo jefe, el mayor Rubén Sánchez se hacía fuerte con el respaldo argentino, el cual pronto se esfumaría con la llegada de la dictadura del general Videla. Los anhelos de proletarizar el ELN nunca se cumplieron. El primer intento fue hecho por Raúl Quiroga cuando desde su ingenuidad inaugural firmó un acuerdo con el POR-C en La Habana. Allí aparecieron los primeros tres combatientes de origen obrero. El reencuentro con el trotskismo, esta vez argentino, daría aún menos frutos. El PRTB tuvo un paso fugaz por la arena electoral cuando en 1978 se incorporó tímidamente a la Unidad Democrática y Popular (UDP). Su desempeño sindical fue periférico. El único recuerdo que queda es el nombre tan poco eleno de su periódico: “El Proletario”.


También resulta entretenido preguntarse cómo se habrán sentido los elenos al participar en el mismo frente político fundado por el PCB y encabezado por un viejo movimientista como Hernán Siles Zuazo. Así de “bajo” habían caído.


El fin


Con la democracia en construcción después de 1982, el ELN ensayó un misterioso intento de reestablecer un foco en la zona de Luribay del departamento de La Paz. La columna completa fue capturada y juzgada por un tribunal militar. Aunque el presidente Siles Zuazo les concedió un indulto, los militares los retuvieron como trofeo. En el grupo había un par de chilenos, lo que trajo remembranzas a Teoponte. La guerrilla de Luribay no alcanzó a desarrollar ninguna acción. Fue tan efímera como su detención en masa.


En marzo de 1985, la movilización minera contra el gobierno de la UDP encontró a algunos viejos elenos en contacto con una novedosa experiencia de poder obrero. La suma de atractivos análisis orientados a una toma del poder por la violencia, pero esta vez instrumentada desde las masas organizadas, dio paso a la idea de forjar la primera agrupación sindical inspirada de manera diluida en el ELN. Nacía entonces la Coordinadora 4 de Marzo (C4M).


Ya con la llegada del llamado ajuste estructural de 1985, las alas radicales de los partidos de la UDP y algunas nuevas entidades, influidas por la Revolución Sandinista en Nicaragua, empezaron a congregarse alrededor de tímidas insinuaciones acerca de la necesidad de contar con un brazo armado. Así, la C4M se topó con la escisión radical del MIR conocida como Masas, un reducido grupo surgido del PCB y abanderando el nombre de V Congreso y finalmente un nuevo partido de vocación guerrillera llamado Bloque Popular Patriótico (BPP). Las cuatro siglas se fusionaron rápidamente en el Eje de Convergencia Patriótica (ECP), que poco a poco se fue haciendo conocer simplemente como “el Eje”. Bajo esa sigla actuaron en la vida pública personas como Juan del Granado, Javier Bejarano, Germán Monroy Chazarreta, Rafael Puente, Gregorio Lanza, Ramiro Barrenechea, Carlos Soria Galvarro, Remberto Cárdenas, Edgar Ramírez, Pedro Mariobo, Walter Delgadillo, José Pimentel, Tomás Quiroz, Guillermo Dalence y Felipe Caballero.


A partir de la formación de la C4M, de raíces mineras, surgió también bajo inspiración elena, el Movimiento Campesino de Bases (MCB) en el que militaron Diego Ramírez y Víctor Morales. Esta corriente sindical se enfrentó al katarismo encabezado por Jenaro Flores Santos dentro de la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos (CSUTCB). Su presencia fue notable en las zonas de colonización de la amazonia donde los elenos veían obvias posibilidades de “volver a las montañas”. La crisis del katarismo sindical tras la salida de Flores Santos permitió que en ciertos periodos el MCB fuera capaz de controlar la mayor parte de las federaciones agrarias. Pese a ello, no pudo avanzar demasiado en su irradiación efectiva. Al final, líderes como Juan de la Cruz Wilka, Alejo Veliz o Felipe Quispe terminaron de consolidar la transición hacia una nueva etapa post guevarista.


De no ser por el libro de Ríos, Udaeta y Larraín (2017), nadie sabría que el MCB y la C4M que lo aglutinó, tuvieron su origen en los resabios del ELN. Se aplicaba entonces, en la década del 90 y de un modo creativo, la línea del PRTB, pero con otros nombres y en otras circunstancias. Una de las razones de la expansión de esta estructura organizativa quizás sea el hecho de que finalmente nunca encaró el prometido salto a la lucha guerrillera. Mientras más se profundizaba la línea de masas, es decir, la deriva política, más pacífica e institucional se iba haciendo la lucha.


Sin darse cuenta, los elenos se fueron habituando a la dinámica de talleres, recorridos, lecturas, alocuciones, bloqueos y agitación electoral.


Tan evidente es la ligazón simbólica señalada con el ELN, que cuando, para sorpresa de todos, el Eje se incorporó a la Izquierda Unida (IU) y en 1989 postuló el binomio Antonio Araníbar-Walter Delgadillo para las elecciones generales, numerosos militantes jóvenes que habían bebido de las estrategias armadas, decidieron romper con sus mentores. Así, mientras los conductores principales del Eje como Rafael Puente o Gregorio Lanza eran elegidos diputados junto al resto de la llamada “izquierda reformista”, el odiado PCB incluido, sus seguidores más convencidos organizaban la Comisión Néstor Paz Zamora (CNPZ) y emprendían el camino abandonado por los inspiradores iniciales. El saldo volvió a ser de amargas derrotas teñidas de sangre y balas.


Una comparación entre los dos focos organizados por el ELN en Bolivia da un total 151 personas muertas. El ejército perdió 49 soldados y la guerrilla, 102 hombres y una mujer. Un total de 35 extranjeros se sintieron atraídos por la lucha armada en Bolivia. Los sobrevivientes de las filas rebeldes sumaron solo 14. Entre 1967 y 1970, la cantidad de bolivianos dispuesta a morir por el guevarismo se duplicó, mientras el número de extranjeros se mantuvo casi idéntico. Sin embargo, el dato que más destaca en esta comparación es que el ejército supo reducir al mínimo su número de bajas mortales. Mientras el batallón del Che Guevara se cobró 86 víctimas letales, el del Chato Peredo solo pudo eliminar a 4 soldados. Si nos restringimos solo a los datos fríos, el ELN perdió en dos años su capacidad de combatir y terminó siendo masacrado. En ambos casos, el respaldo de los habitantes de la zona se mantuvo bastante mezquino. En contraste, la cantidad de simpatizantes después de las derrotas hizo que el ELN llegara a tener en sus mejores momentos un total de 500 militantes.


Colofón


Acá podemos extraer las conclusiones más relevantes de este relato.


La historia del ELN se divide en ocho etapas: Praga, La Habana, Ñancahuazú, Santiago, el fin de la ayuda cubana, Teoponte, los intentos de reconstrucción y el desbande final.


El ELN nació en Praga. Fue obra de los servicios de seguridad y de inteligencia del estado cubano reorganizado a partir de 1959. Se diseñó en 1966 para servir de cobertura operativa de Ernesto Che Guevara y 16 oficiales del ejército cubano[13] que lo acompañaron en una operación montada en Bolivia para incomodar a la retaguardia norteamericana en el marco de la Guerra Fría.


El plan fue aplicado con tal cantidad de errores e improvisaciones que solo duró de marzo a octubre de 1967 y dio como resultado la muerte de todos los combatientes reclutados con la excepción de cinco sobrevivientes. Su jefe, el Che, fue fusilado el día siguiente de su captura. Lo sucedieron otros seis.


Al ser una entidad dependiente de un gobierno, el ELN nunca pudo arraigarse en la sociedad boliviana, excepto en algunos segmentos estudiantiles y de clase media. Sin embargo, en mayo de 1969, Cuba dejó de soportar al ELN y suspendió indefinidamente su nexo con la organización. Los resabios del grupo se rearticularon, pero su fragilidad quedó al descubierto con el asesinato de su jefe, el Inti Peredo, a manos de la policía boliviana el 9 de septiembre de ese mismo año.

Al dejar de depender del estado cubano, el ELN buscó otras fuentes de financiamiento. Merced a su prestigio por haber sido fundado por el Che Guevara, logró el respaldo monetario clave del Movimiento de Liberación Nacional (MLN) Tupamaros de Uruguay. Con ese dinero pudo financiar una segunda guerrilla, detonada el 19 de julio de 1970 a cargo del hermano menor del Inti. La nueva incursión en el monte fue más catastrófica que la anterior. Otra vez murieron casi todos los combatientes, aunque en este caso sobrevivieron 9 (en Ñancahuazú fueron 5).


Después de esos dos tropiezos, el último jefe del ELN, el séptimo en solo cuatro años afilió a la organización a la red de guerrillas del cono sur, la mayoría relativamente independiente de Cuba. Eso significa que desde 1973, el ELN perteneció a la Junta de Coordinación Revolucionaria (JCR). En virtud de ello obtuvo un millón de dólares provenientes del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) de la Argentina. A cambio de esos recursos, el ELN aceptó la línea de proletarización consistente en dejar atrás el foquismo y construir bases de apoyo social entre los obreros. Nacía entonces, sin ninguna expectativa de éxito, el PRTB, bajo el modelo del PRT argentino. Los elenos bolivianos, la mayoría en el exilio, en vez de irradiar su influencia, acentuaron el desbande.


Con la llegada de la democracia a Bolivia, exmilitantes del ELN aportaron a moldear tres organizaciones partidarias con presencia sindical importante: el Movimiento Campesino de Bases (MCB), la Coordinadora 4 e Marzo (C4M) y el consiguiente y posterior Eje de Convergencia Patriótica (ECP). Su incorporación repentina en la ruta electoral produjo desconcierto entre sus militantes más radicalizados, que en la década de los 90 intentaron desarrollar la lucha armada con nuevos y notables fracasos. Esta última ola tuvo por primera vez su epicentro en las ciudades. Desde 2005, la mayoría de los militantes de esta corriente se incorporó al Movimiento al Socialismo (MAS). Sus representantes más connotados en este traslado fueron los hermanos Antonio y Osvaldo Peredo Leigue. El primero llegó a ser el primer candidato a la vicepresidencia junto a Evo Morales en el año 2002 y terminó ejerciendo como senador. Varios de ellos aseguran que su ingreso al MAS se produjo bajo la denominación de Movimiento Guevarista. En él se reivindican primariamente casi todos ellos.


La condición dependiente del ELN acentuó su estructura piramidal. Agravada de por sí por su incesante actividad armada, la verticalidad ineludible del conjunto generó una cúpula (estado mayor) y una jefatura unipersonal, cuya legitimidad emanaba primero de su lazo de confianza con el brazo exterior latinoamericano del estado cubano.


En ese sentido, la cadena de mando descendía, en sentido estricto, de Fidel Castro, pasaba luego por Manuel Piñeiro Losada, viceministro del Ministerio del Interior y jefe de inteligencia del estado cubano y se asentaba, ya en la etapa operativa, en el jefe del ELN. Aunque Cuba reivindicó en inicio el hecho de que ese cargo recayera en una persona como el Che, un argentino-cubano, después de 1967 nunca más fue aceptado en esa jerarquía alguien que no fuera boliviano.


Humberto Vásquez Viaña (2012) es uno de los primeros expertos en sostener que la conexión del ELN con una oficina del Ministerio del Interior cubano imprimió a las actividades conjuntas un inevitable sesgo militarista. Los instructores al mando de Piñeiro carecieron de formación política y no conocían las realidades sociales de los países a los que enviaban a los aspirantes a guerrilleros. Con frecuencia, los responsables isleños de los campamentos de adiestramiento advertían a sus reclutas que “de política acá no se habla”. Esta censura transformó a las organizaciones en irreflexivas maquinarias armadas.


En 1975, Piñeiro creó el Departamento América, un ente especializado en estudiar y ejecutar la implantación de guerrillas en los países del hemisferio. Es probable que aquello no haya modificado el modus operandi inaugurado en 1961.


La concepción foquista, forjada bajo la idea de que un puñado de guerrilleros bien entrenados es capaz de derrotar al ejército regular y acelerar las condiciones para una revolución que se desplace del campo a la ciudad, forzó al ELN a aplicar el método de reclutar batallones de voluntarios para ingresar de forma concertada en una zona de operaciones localizada en el área rural. Esta acción invasiva debía estar rodeada de abundante publicidad con el objetivo de incrementar la cantidad de voluntarios por oleadas. La concentración casi absoluta en adquirir la infraestructura mínima para montar el foco determinó que el grupo no sopesara ningún otro asunto. Logrado el arsenal y los brazos dispuestos a desplazarse con él, el foco debía estallar. Todo lo demás se iría montando en el trayecto.


Una guerrilla no es otra cosa que el germen de un nuevo estado. El carácter fundante de su violencia coloca a un núcleo de individuos por encima de la sociedad, les otorga la autoridad que confiere el uso de la fuerza y la legitimidad de una bandera social. Su erección en poder, capaz de modificar las relaciones sociales de su entorno, conlleva la edificación de un modelo de subordinación de todos y todas que carecen de esa capacidad coercitiva.


Al mismo tiempo, la acumulación de supuestos hechos heroicos, a la larga irrepetibles, en manos de una vanguardia, transforma a ésta en una pieza irreemplazable a futuro. A partir del triunfo guerrillero, los comandantes, es decir, los nuevos héroes del país que se convulsiona gozarán de un prestigio que no podrá ser desafiado nunca más por nadie, salvo que alguien empuñe también las armas. Habrá nacido entonces una suerte de mitología o una narrativa mítica de la génesis armada. A partir de ese momento, el estado revolucionario consagrará una a una las hazañas realizadas y las convertirá en religión cívica. Este factor inhibirá estructuralmente la posibilidad de reemplazar o deponer a la nueva clase gobernante. Así, cualquier conato de rebeldía posterior será tachada como contrarrevolucionaria y al servicio de poderes extranjeros.


Otro elemento vital era contar con un individuo atractivo que pudiera convertirse en referente público y catalizador. El ELN cargó así con la pesada herencia de Ernesto Che Guevara, quien aparecía como portador de un recorrido épico que nadie más podía presumir. Esto evidencia que una guerrilla es la mejor catapulta para un caudillo.


La fascinación por el montaje mediático y la edificación del mito guerrillero absorbieron toda la energía del ELN. Sus comunicados repetitivos y punzantes construyeron un sentido de vanguardia. Se trataba de un grupo selecto, curtido en duras batallas y por ello, el único capaz de batirse con el ejército, pilar solitario del orden establecido. Mediante el uso de la violencia, el ELN pretendía que el pueblo le delegara su representación de modo mesiánico y vertical. A diferencia de otros movimientos armados, el ELN nunca pudo arraigarse de forma estable en sectores de la clase obrera o del campesinado. Sus dos ejercicios guerrilleros chocaron con una alianza firme entre agricultores y militares. Los primeros los delataban y los segundos, los aniquilaban.


Las alianzas del ELN con otros grupos políticos que lo admiraban nunca pudieron cristalizar[14]. La razón es siempre la misma. Al ser un ejército, no un partido (énfasis constante en el discurso de Inti Peredo), los reclutamientos solo podían ser individuales. Recibir adhesiones colectivas ponía en riesgo la subordinación a la jefatura. El mando jerárquico solo opera con individuos aislados y activados por órdenes superiores. La deliberación sería parte de la izquierda convencional, “la que nunca haría la revolución”. El aparato armado no discute, actúa. En ese sentido, el pretítulo del libro “Teoponte” de Gustavo Rodríguez es de una elocuencia contundente: “Sin Tiempo para las Palabras”.


La dependencia vertical del ELN con respecto al Ministerio del Interior de Cuba (1966-1969) y luego su sometimiento a la JCR (1973-1979) tendieron a consolidar su desconexión con la realidad boliviana. Del mismo modo, el esquema 100% militarista de la primera fase, lo abstrajo de cualquier evaluación profunda de las coyunturas diversas por las que atravesaba el país.


Si bien, bajo el dominio de la JCR, el ELN tuvo que admitir su carácter hermético y, por consiguiente, se comprometió a transitar hacia una así llamada “proletarización”, comprendió rápidamente que carecía por completo de conexiones con la sociedad boliviana. Lo curioso del caso es cuando la vieja militancia elena, golpeada por la represión militar, ensayó por primera vez su inserción activa en las luchas sindicales y políticas y fue derivando en la vía electoral (Izquierda Unida), sus seguidores más jóvenes les dieron la espalda y se precipitaron a nuevas hazañas militares. Querían imitar a los viejos y se precipitaron al mismo vacío.


Este dato evidencia que el ELN padeció de una enfermedad de origen. Nació para disparar y quienes se acercaron a él en distintas etapas, lo hicieron atraídos por la acción. En la medida en que el ELN nunca exhibió una autocrítica a su concepción foquista y consideró sus derrotas solo como una mala aplicación de una verdad preestablecida, no hubo modo de que su militancia joven o veterana madurara una adscripción a la democracia emergente en 1982.


Solo la llegada de un proyecto hiper mayoritario como el del MAS calzaba con sus tradiciones. Si a ello añadimos que Evo Morales propulsó la llegada del campesinado al poder político efectivo, es comprensible detectar un traspaso casi completo de la militancia del Eje al partido de Estado fundado en 1995. A partir de ese momento, la imagen del Che Guevara empezó a formar parte de la iconografía del estado plurinacional y las Fuerzas Armadas fueron instruidas a gritar “Patria o Muerte” sin que en realidad estuvieran sinceramente identificadas con esa consigna.



Bibliografía


Guevara de la Serna, Ernesto, 1965, Carta de Despedida, La Habana, Cuba.

Guevara de la Serna, Ernesto, 1967, Diario de Campaña, La Habana, Cuba.

Debray, Regis, 1965, “El Castrismo, la larga Macha de América Latina”, Revista “Temps Modernes”, París, Francia.

Linares Iturralde, Germán, Historia secreta del Terrorismo, La Paz, Bolivia.

Machicado, Eduardo, La Guerrilla del Che, ayer y hoy, Heterodoxia y Editorial El País, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia.

Maemura Hurtado, Mary, Solares Maemura, Héctor, 2006, “El Samurari de la Revolución”, editorial Maemura, La Paz, Bolivia.

Reyes Rivera, Simón, 15 de octubre de 2009, periódico Opinión, Cochabamba, Bolivia.

Ríos Brito, Boris, Udaeta Larrazábal, Héctor Juan Carlos, Larraín Parada, Javier (editores), Ejército de Liberación Nacional (ELN), 2017, marzo, Vicepresidencia del Estado, Centro de Investigaciones Sociales, Ejército de Liberación Nacional, La Paz, Bolivia.

Rodríguez Ostria, Gustavo, 2006, septiembre, Teoponte, la otra Guerrilla guevarista en Bolivia, sin tiempo para las palabras, grupo editorial Kipus, La Paz, Bolivia.

Rodríguez Ostria, Gustavo, 2019, “Los Comunistas bolivianos y el Che: ¿Traición o Diferencia?”, revista “La Lucha armada en la Argentina”, Buenos Aires, Argentina.

Rostow, Walt, 17 de octubre de 1967, Memorándum para el Presidente, Casa Blanca, Estados Unidos de América.

Soria Galvarro, Carlos, 2005, “El Che en Bolivia. Documentos y Testimonios”, cinco volúmenes, periódico “La Razón”, La Paz Bolivia.

Vázquez Viaña, Humberto, 2008, Una Guerrilla para el Che, Editorial El País. Santa Cruz de la Sierra, Bolivia.

Vázquez Viaña, Humberto, 2011, Dogmas y Herejías de la Guerrilla del Che, Heterodoxia, Editorial El País, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia.

Vázquez Viaña, Humberto, 2012, Che, del Churo a Teoponte, Editorial El País, Heterodoxia, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia.

Vázquez Viaña, Humberto, 2012, “Mi Campaña junto al Che” atribuido a Inti Peredo es una Falsificación, Heterodoxia, Editorial El País, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia.


Notas

[1] Según Vázquez Viaña (2012), el primer boliviano en enterarse que el Che Guevara estaba en Bolivia fue Jorge, el hermano del autor el 5 de noviembre de 1966. La participación del comandante y exministro de Cuba fue un secreto de estado hasta ese momento. [2] El ELN existió también en el Perú y existe aún en Colombia. [3] El Inti Peredo es Guido Peredo Leigue, el tercer jefe del ELN. Sus hermanos Roberto “Coco” y Osvaldo “Chato” también fueron militantes de la organización. Antonio “Raúl”, el mayor, se sumó al final cuando la instrucción fue crear el PRTB. Este último fue el único de los hermanos que no abrazó la lucha armada. [4] En la misiva, el Che escribió: “Otras tierras del mundo reclaman el concurso de mis modestos esfuerzos”. [5] Lo que se desenvolvía en La Habana con respecto a Bolivia era ciertamente irrelevante para los organizadores de la Tricontinental. El país andino no figuraba en sus planes inmediatos. Nadie imaginaba aún que ese mismo año, los fusiles girarían hacia allí y que la división local del PC sería gravitante para la (des) organización de la guerrilla sureña del Comandante Guevara. El ELN iba a nacer casi en un santiamén. [6] El Che y Tamara se conocieron en 1960 en la ciudad alemana de Leipzig. Allí ella trabajaba como traductora. Al ser argentinos, seguramente encontraron afinidades. En 1963, ella empezó a cooperar con el proyecto guerrillero de Masseti en el norte argentino. [7] Todos los datos recogidos hasta acá demuestran que la Argentina no estaba en la baraja. Algunos analistas señalan que sí estaba y que por ello Ñancahuazú fue la opción elegida, dada su mayor cercanía con la frontera sur de Bolivia. Al mismo tiempo, el involucramiento de algunos argentinos en la llegada del Che reforzaría esta hipótesis. [8] El mismo error, aunque ocasionado por los combates y no por la determinación de la cúpula, ocurrió en Teoponte (1970). También ahí la guerrilla se vio fracturada en dos. Con ello, su fuerza se redujo y al ejército se le alivianó la tarea de destruirla. [9] El linchamiento de Monje a cargo de Fidel Castro (2008) es cruel cuando en la introducción al Diario del Che señala: “Por supuesto, (M.M,) no tenía ninguna experiencia guerrillera ni había librado jamás un combate”. El dirigente boliviano es acusado de tener un “grosero y mundano chauvinismo”, de no haber “rebasado el nivel internacionalista de las tribus aborígenes que sojuzgaron los colonizadores europeos”. Más adelante asegura que Monje saboteó “el movimiento interceptando en La Paz a militantes comunistas bien entrenados”. A Zamora, Fidel lo califica como “otro Monje” por cruzarse “cobardemente de brazos a la hora de la acción”. [10] La referencia es risible. Es así como los campesinos bolivianos suelen acarrear sus pertenencias. Recurrir a ese método aparece en la cabeza del guerrillero como una degradación. [11] Debray había sido detenido por el ejército en abril de 1967 en Muyupampa después de que la guerrilla del Che lo escoltara en su salida junto al argentino Ciro Bustos. [12] Uno de los aportes centrales del libro de Rodríguez Ostria es haber averiguado la ruta de la columna de Alejandro, la cual decidió dispersarse para tratar de eludir a los militares. [13] Con frecuencia se olvida que 18 guerrilleros de Ñancahuazú no solo eran extranjeros, sino que cumplían funciones públicas por encargo del estado cubano. El Che y su estado mayor eran empleados gubernamentales que llevaban viviendo del erario público, al menos desde 1959. [14] Fue el caso de la Democracia Cristiana Revolucionaria y el Partido Obrero Revolucionario Combate.

Commentaires


Entradas destacadas
Entradas recientes
Archivo
Buscar por tags
Síguenos
  • Facebook Basic Square
  • Twitter Basic Square
  • Google+ Basic Square
bottom of page