El Meme y el Face en el libro de Guardia y Zegada
Rafael Archondo
“La vida política del meme: interacciones digitales en Facebook en una coyuntura crítica” es el libro que usted tiene en sus manos. Ha sido escrito por mis amigos María Teresa Zegada y Marcelo Guardia, quienes me han pedido que lo presente. Cumplo acá con ese privilegio.
El meme es un cartel, un letrero, una pancarta. Tiene dimensiones modestas, si las comparamos con sus predecesores de cartulina o tela, pero el tamaño suficiente para alcanzar las mentes de millones de individuos apegados a sus pantallas personales. Una de sus zonas privilegiadas de circulación y exhibición es el Facebook, un medio de comunicación cuya vigencia no ha decaído a pesar de haber sido creado solo cuatro años después del despuntar de este siglo, que ya no luce tan juvenil como quisiéramos.
Estamos entonces ante el vehículo y la autopista. El meme fluye y lo hace por vías expeditas. ¿Ha nacido una nueva democracia, o, al menos, una nueva modalidad de interacción política? Zegada y Guardia nos llevan por esos rincones, estimulando nuestro ingenio y agregando un repertorio de imágenes y contextos bien escogidos.
Su interés mayor es la política boliviana dentro de lo que ambos llaman “una coyuntura crítica”. He ahí el intersticio del análisis, el periodo de tiempo en el que el país se debate entre las resonancias del referéndum del 21 de febrero de 2016, la primera derrota electoral inapelable de Evo Morales y sus anhelos por insistir con su rostro en la papeleta de 2019. En esta presentación, no me detendré a hacer consideraciones sobre la coyuntura elegida. Siento que cuando usted la lea, muchos otros memes habrán desfilado por su retina.
Me concentro mejor en el formidable marco teórico ofrecido por nuestros autores. No voy a refutar ni convalidar nada de él, considero que toda presentación debe evitar anticipaciones repetitivas. El libro está hecho para ser leído y no caben tramposos resúmenes pre ambulares. Quiero más bien soltar un par de ideas, surgidas de, o más bien, inspiradas en la teorización de los autores. Ellos me dirán luego si aportan y expanden sus propios horizontes.
Un meme contiene imagen y texto, perfecta o defectuosamente anclados. Lo que se muestra con colores, se completa o aclara con lo que queda escrito, o, en mejores casos, incluso se expande y le hace guiños inesperados al espectador. Imagen y texto son los integrantes de un dúo compacto en relación de planificada interdependencia.
A ello se añaden potenciadores poco analizados: el post y las reacciones e interacciones de los internautas una vez publicado el meme. El post es un ejercicio de encuadre, es el valor agregado por quien echa a andar la circulación entre su red de contactos. Sirve para refrendar o tomar distancia del meme, es la invitación a hacerlo viral a través de la condena o mediante el asentimiento, a veces, entusiasta, a veces, solo aprobatorio. Los destinatarios toman el relevo en la cadena y hacen del mensaje lo que mejor les parece, son los encargados de obstruir o canalizar su exhibición en oleadas.
Bien lo subrayan nuestros autores, presenciamos una dinámica nueva dentro los ejercicios actuales de la comunicación humana. Estamos ante la auto-construcción libre de un circuito de sentido. El meme congrega a su alrededor una red de adhesiones y/o repudio y detona una expansión de reacciones y re-significaciones. En medio de una red donde cada punto es un activador o inhibidor, el resultado ulterior es incierto y escasamente concertado. Uno nunca sabe con seguridad cuál podría ser el destino de un meme lanzado al torrente inestable de las interacciones dispersas o convergentes.
Pero, por favor, miremos la especificidad del fenómeno, y no tanto los rasgos generales de internet, los cuales han comenzado a recubrir toda la comunicación humana. Me explico. El éxito o fracaso de un meme no descansa en la participación en tiempo real de los internautas o en el fin de las localizaciones y las distancias, tampoco en la interactividad. Los citados son atributos de todos los productos que circulan en la web y no son exclusivos del meme como producto intelectual singularizado. Lo que distingue y diferencia al meme de otros mensajes de la red es, como apuntamos antes, su anclaje texto-imagen. Si a ello sumamos los elementos ya citados, es decir, el post y las reacciones, acabamos de comprender aquello que le ha agregado el Facebook en su calidad de territorio de circulación de mensajes.
La interconexión entre los rasgos intrínsecos del meme con el modo de funcionamiento del Facebook nos dan una suma explosiva. El anclaje texto-imagen potencia como ningún otro las ventajas de la autopista o, en su defecto, empobrece el desempeño. Ahí se vuelca el talento humano en estado puro.
Junto a ello corresponde ponderar otros utensilios que Facebook ha colocado en manos de los usuarios. Guardia y Zegada los consignan y me valgo de ellos para completar este panorama. Los internautas no operan en una planicie sin ondulaciones. El Facebook es un lugar lleno de barreras construidas a partir de individuales motivaciones o configuraciones de privacidad. Cada quien elige a quiénes abrir la puerta y decide a quiénes dejar afuera.
Los tamaños y grosores de las barreras son explícitos: hay los que han sido bloqueados en señal de castigo y enemistad, y, por ello, no son vistos ni pueden ver a su bloqueador, luego están los que pueden mirar, pero no incidir ni participar en el territorio del otro, pero también los que tienen vía libre y hasta quienes incluso penetran, con o sin permiso, en el reducto más disimulado de la intimidad de su persona de interés. Estas cuatro categorías evidencian que no estamos ante una ciber-democracia, como suelen celebrar algunos soñadores sin mucho ejercicio efectivo en las redes. Lo que tenemos delante con guetos, cotos cerrados e intermitentes.
El Facebook se ha convertido en un espacio de interacción auto-regulada en el que los choques tienen que ser consentidos o buscados. Allí la deliberación irrestricta se va haciendo cada vez menos frecuente. Más que una arena o un cuadrilátero, se va tornando en un juego de espejos y trazado de mapas. Nos es útil para conocer a afines y adversos, para encasillarlos, enfrentarlos de cuando en cuando, para después huir a nuestro reducto de confort.
En ese contexto, habrá quien navegue para hostilizar, pero sobre todo quien lo haga para encontrar a sus iguales, a los que reaccionan y sienten de un modo similar, a los que adivina como compañeros de ruta. La colocación de fronteras libremente decididas ha hecho de las redes sociales un archipiélago de núcleos semi-cerrados y una guerra incruenta de trincheras.
Estas ideas tienen un trasfondo compartido con los autores de este libro. A los tres nos interesa la política y su reconfiguración en el escenario de las redes sociales. Usando los ejemplos que exhibe esta investigación, vemos con claridad que el Facebook es útil para cerrar filas, compartir verdades rígidas y aislar o demarcar a los adversarios ocasionales. No esperemos mucha deliberación, aunque sí, grandes oportunidades para merodear en los discursos ajenos, lo que permite trazar mapas, fijar hitos y poner alarmas. El Facebook parece ser un compactador de sentidos. Los que son evocados por una cantidad apreciable de personas, se entronizan, pero como también dicen Zegada y Guardia, se esfuman rápidamente ante las nuevas pulsaciones.
La ventaja del meme radica en su capacidad para generar reacciones inmediatas. Su naturaleza se concilia casi como un engranaje armónico con la lógica del Facebook. Quien lo usa, es reacio a salir de él para aventurarse en otras páginas. El meme le permite quedarse, mirar de paso y seguir girando. Para muchos, el Facebook no es más que un carrusel infinito de memes, un exhibidor raudo y continuo de micro mensajes instantáneos.
Algunos mecanismos relativamente recientes han hecho más complejo el potencial de deliberación del Facebook. Ante la profusión de comentarios, éstos ahora pueden ramificarse. Así, un usuario está en la posibilidad de comentar una frase u opinión específica, con lo cual abre un diálogo con uno y ya no con todos los interesados. De ese modo, Facebook consigue encauzar sentidos diferenciados, abriendo un espacio autónomo de conversación o debate. Con ello queda evidenciado el principal problema de la participación irrestricta e incesante: el ruido. Esta es otra característica global del internet como plataforma de vínculos indiscriminados y como tal afecta al meme y a cualquier otro mensaje.
Otro rasgo central de internet es la auto-programación. Uno decide qué ver, en qué momento y por cuánto tiempo. Facebook ha profundizado este rasgo permitiendo que cada usuario defina a qué mensajes desea quedar expuesto. De ese modo, nadie recibirá los mismos datos o emociones que el vecino, sino solo aquellos que se acomodan a sus opciones y preferencias previas. Estamos hablando de la dislocación generalizada de públicos y de la proliferación, en paralelo, de distintos repertorios de sentido. ¿Es la muerte de lo que conocimos el siglo pasado como opinión pública? Respuesta: si es que no ha muerto, al menos, se ha fracturado en cientos de segmentos de interés.
¿Ha muerto entonces la política como arena incluyente de lo que Rousseau llamaba el interés general? Otra vez, más que muerte, se trata de una descentralización espontánea. Ahora, para agregar sentidos mayores no basta con emitir un mensaje, éste debe ser atractivo, representativo y claro.
El escritor alemán Hans Magnus Enzensberger decía que cuando todos pueden manipular mensajes, al final, ya nadie puede hacerlo. Lo nocivo no es que puedan fabricarse discursos a discreción, sino que esa sea prerrogativa monopólica de unos cuantos. Internet ha democratizado la elaboración de contenidos públicos y con ello ha disuelto los tradicionales centros de poder, los cuales luchan entre competidores para sobrevivir.
Los ejemplos de Zegada y Guardia son contundentes. La lucha ideológica en Bolivia, trasladada a esa planicie ondulatoria del Facebook, ha puesto en serios aprietos a las autoridades centrales. El tránsito en las preferencias estratégicas gubernamentales del canal estatal de televisión y de la red de emisoras del Estado a la guerra digital confirma la mutación del terreno. Nunca más una campaña electoral estará ausente de las redes. Hacer política hoy es postear y postear sin descanso.
Tras evacuar los esquemas analíticos que usted acaba de conocer, me resta ahora labrar una conclusión audaz, solo posible, gracias al encuentro con los hallazgos de este libro: internet es, desde hace al menos una década, el espacio de una nueva manera de interacción política en el que el meme y su autopista, el Facebook, son un recurso indispensable. La consecuencia visible del surgimiento de este espacio deliberativo ha sido el despliegue de batallas cortas, eficaces y a momentos devastadoras para quienes no reaccionan a tiempo. Los ritmos de sentencia de la vida política se han acelerado exponencialmente. Ello obliga a los actores a educar sus reflejos y a reaccionar sin demoras. Aunque con barreras y auto regulaciones, internet ha hecho más por la democracia que las plazas públicas o los escenarios presenciales.
Por eso, cuando los intelectuales de viejo cuño lamentan el ruido imperante, que los ha dejado hablando solos, prefiero huir de su arrogancia aristocrática mediante el estéril intento de hacer viral un meme o invertir horas de horas escuchando el murmullo desordenado de mis semejantes.
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