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Distinguida señora secretaria


La Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha tenido hasta la fecha nueve secretarios generales. Se trata de un monopolio de corbatas en una institución en la que ya se han asomado memorables perfiles femeninos. Correspondería pues consagrarlos.


También hemos tenido una sobredosis de rostros europeos, cuatro de nueve, es decir, casi la mitad. Si algo está haciendo falta entonces allí es una pizca de simetría y equidad. Al tratarse de una típica democracia rotativa o de reparto, corresponde que desde el próximo año, en el que el actual secretario general Antonio Guterres, culmina su mandato de un lustro, la ONU designe al fin a una mujer latinoamericana en el cargo. Sería la mejor manera de inaugurar un mundo ya vacunado contra el corona virus y por tanto, con la serenidad necesaria para enfrentar desafíos sustantivos.


Abundan mujeres de nuestra región preparadas para ocupar el alto puesto de “distinguida señora secretaria”. Sin gran esfuerzo pienso ya en la chilena Michelle Bachelet, en la argentina Susana Malcorra, en la mexicana Alicia Bárcena e incluso en la brasileña Dilma Rousseff. Cualquiera de ellas asumiría el puesto más o menos a la edad en la que comenzó el egipcio Boutros Ghali o el propio portugués Guterres. Ya no quedan excusas, caballeros.


América Latina es la única región del mundo que solo ha tenido un secretario general, el peruano Javier Pérez de Cuéllar a lo largo de una década (1982-1991). Asia lleva registrados dos, U Thant y Ban Ki Moon en 21 años, África ya tuvo su par consecutivo, Ghali y Annan en 15 años, y Europa occidental se ha excedido con cuatro (Lie, Hammarskjöld, Waldheim y Guterres en tres de las siete décadas y media que tiene la organización).


En el caso de los países de Europa del Este, un grupo regional que queda como resabio de la superada Guerra Fría, éstos no han podido ponerse de acuerdo en un nombre para dirigir la ONU, lo que ya les ha hecho perder, al menos por ahora, su oportunidad de designación. El disenso interno es el rasgo estructural que acompaña a este grupo en el que los ex satélites de la Unión Soviética como Polonia o Lituania tienen que ponerse de acuerdo con su ex verdugo moscovita. Una de las reformas más obvias e inmediatas dentro de la ONU sería que la Unión Europea se consolide como un solo bloque en Nueva York para el reparto de responsabilidades dentro del sistema multilateral. Que Bachelet, Mancora, Bárcena o Rousseff encabecen ese y otros cambios.


La designación de cualquiera de esas u otras cuatro latinoamericanas ayudaría a que durante la siguiente década, la secretaría general de la ONU sea una instancia separada de los cinco países con derecho a veto, cuyo privilegio es una de las fallas más persistentes del sistema. Tal separación y equidistancia solo puede ocurrir con un Secretario General latinoamericano o africano. Ello generaría mejores condiciones para pensar en una reforma del sistema, en la que el tratamiento y resolución de los asuntos de la paz y la seguridad pasaran poco a poco a las naciones verdaderamente involucradas en la inestabilidad y el dolor.


Hoy, por ejemplo, el Consejo de Seguridad, en el que el 80% de los temas conciernen a África, solo tiene dos de sus 15 asientos, asignados a ese continente. ¿No sería momento para que el Consejo de Seguridad deje de ser una entidad colonial y ajena a los problemas que discute y sobre los que toma decisiones?


Un retorno de América Latina a la cabeza ejecutiva de la ONU podría estar acompañada por la promesa de transferir el derecho a veto a las regiones del mundo, plataformas reales del planeta que habitamos en este tiempo. La ONU debería estar obligada, por imperativo de actualización, a desechar los privilegios de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial o ¿tenemos que esperar 100 años para que brote una renovación?


La llegada de una mujer latinoamericana a la cúspide del sistema multilateral también podría ayudar a vencer la división imperante en la región. Mientras la pertenencia al grupo de Lima o al de los amigos de Maduro siga siendo la única seña de identidad de nuestros países, cabe esperar muy poco en el camino hacia la integración. América Latina tendría que terminar por dejar atrás la Guerra Fría, requisito forzoso para encabezar los cambios que la ONU reclama para sí misma. La salida de Trump de la escena es otro aliciente en este mismo trayecto. De modo que bienvenida, señora secretaria general.

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