Ayala Mercado, su hijo Rodrigo y una aclaración justa y necesaria
Ricardo Zelaya
Quizás se lo conozca más por sus comedias cinematográficas, sus críticas de cine o por ser dueño de un canal de televisión en Tarija. Yo conozco a Rodrigo Ayala de muchísimo antes, desde principios de 1983, cuando lo vi por primera vez dirigiendo una asamblea de pre universitarios que buscábamos el ingreso libre e irrestricto, sin exámenes, a la UMSA. Semanas después, ya éramos camaradas en una célula trotskista de la carrera de Economía, donde fui reclutado tras asistir a uno de los contundentes cursillos de marxismo que solía organizar el POR para captar nuevos militantes.
Rodrigo dirigía la célula, y no por casualidad. A sus 18 años, era uno de los militantes jóvenes más prometedores del partido, no sólo por la claridad teórica que le permitían su inteligencia despierta y los cientos de libros de marxismo que había devorado desde que dejó de ser un niño, sino por su fino olfato político, con el que lograba barajar las situaciones más diversas y complicadas. El propio Guillermo Lora, nuestro jefe máximo, generalmente escéptico frente a la militancia “pequeño burguesa”, lo había estado observando con buenos ojos por un buen tiempo.
Como jefe de célula, asistía, junto a otros cinco o seis jefes de otras células, a las reuniones del Comité Central Universitario, donde tendía a tomar la batuta en los debates y la planificación del trabajo político del POR en la UMSA, incluidos los discursos que debían dar los dirigentes más conocidos, como Erick Rojas o Guillermo Marín, en las candentes asambleas estudiantiles de ese tiempo, donde URUS, el frente trotskista, cabalgaba velozmente y terminó ganando por primera vez la FUL, para quedarse ahí por tres gestiones consecutivas.
Pero, más allá de sus habilidades políticas y su papel en aquella hazaña trotskista universitaria que nunca más se repitió, Rodrigo tenía en el partido un cierto prestigio adicional: el ser hijo de un histórico militante del POR, Ernesto Ayala Mercado, quien –después del propio Lora y del fundador del partido, José Aguirre Gainsborg– más y mejores aportes teóricos hizo a la organización, allá entre finales de los años 30 y principios de los 50 del siglo pasado.
El problema era que Ayala padre rompió con Lora poco después de la revolución del 52, cuando, junto a un grupo de dirigentes del POR, sostuvo y llevó a la práctica la teoría de que los trotskistas debían entrar al MNR, el partido triunfante de la pequeña burguesía, para “arrancarle” el control de las masas y reconducirlas al carril verdaderamente revolucionario. Lora participó en los tramos iniciales del debate, pero –quién sabe por qué– no fue convocado al momento de su ejecución: el plan se llevó a cabo a sus espaldas y Lora pronosticó que los “entristas” terminarían sirviendo al MNR a cambio de pegas y otros beneficios personales. Todo esto lo separó definitivamente del grupo de Ayala, el cual, efectivamente, se quedó en el MNR y nunca regresó al POR a la cabeza de las masas reconquistadas. Retrospectivamente, la Historia le hizo justicia a Lora.
Ironías del destino, exactamente 30 años después de aquella ruptura, Ayala hijo era un destacado seguidor de Lora, el mismo que había dedicado ríos de tinta a fustigar y repudiar como traición la conducta política de los “entristas”. Rodrigo, convencido gracias a un profesor de secundaria de las ideas trotskistas que su padre había abandonado hace muchísimo tiempo, nunca habló gran cosa sobre el asunto, ni conmigo ni creo que con nadie en el partido de ese tiempo. Entre nosotros, creíamos que el tema le causaba alguna incomodidad, o acaso indiferencia.
La historia, en todo caso, se hizo breve y acabó el momento en que nuestra célula expresó su desacuerdo con la política organizativa de la dirección del POR, que a nuestro juicio impedía su pleno desarrollo, como se comprobó más adelante. Cometimos el error de discutir y dar forma a nuestras ideas al margen de los canales regulares del partido; no faltó un soplón y terminamos marginados por el Comité Central de Lora en 1985, antes de que nuestros planteamientos pudieran ser bien debatidos.
Y así llego al motivo principal de este artículo.
En una crítica reciente que hice de un libro que dedica atención a Ernesto Ayala Mercado, escribí de manera equivocada que éste había concluido su vida política como “funcionario de la dictadura de Hugo Banzer” y que tuvo “un mal final vinculado al militarismo”. Lo de “funcionario” lo tomé de una cita que encontré del desaparecido político y periodista Andrés Soliz Rada, y lo del vínculo con el militarismo fue apenas una deducción mía.
Lo cierto es que Ayala padre, como después me aclaró Rodrigo, nunca fue funcionario de Banzer, pese a que éste le habría ofrecido personalmente en varias ocasiones que sea su ministro o embajador, ni estuvo ideológicamente vinculado al militarismo. Lo que sí hizo –tras una estéril travesía que lo había colocado en la derecha pazestenssorista del MNR– fue aceptar, en las elecciones convocadas por Banzer en 1978, una candidatura a senador dentro de la fórmula presidencial del general Juan Pereda, patrocinada por el dictador, la cual terminó en un fraude escandaloso. ¿Por qué lo hizo? Es algo que el mismo Rodrigo no pudo explicarme con exactitud. “Es muy probable que en ese momento estuviera aburrido y haya querido volver a la política activa”, me dijo cuando hablamos del tema.
De cualquier modo, a Ernesto Ayala Mercado se le pueden criticar muchas cosas –entre ellas lo que fue su mayor desacierto político, cuando abandonó la dura trinchera del POR a cambio de las comodidades del poder, o el modo un poco gris en que terminó su vida después de haber sido uno de los teóricos más lúcidos que dio el trotskismo boliviano–, pero no que se hubiera convertido en militarista y menos funcionario de una dictadura.
Lo aclaro por una amistad de casi 40 años que me une a Rodrigo y también por respeto a la memoria de su padre. Pero sobre todo porque es cierto.
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