Autorrefutaciones
Rafael Archondo
A medida de que el gobierno del MAS decidió nomás empecinarse en la insólita faena de inventarse un golpe de Estado, ocurrido supuestamente el 10 de noviembre de 2019, ha ido también encerrándose solito en su propio callejón sin salida. Una a una, las declaraciones de sus propios militantes han terminado de convencer a los entendidos y ojalá también a los historiadores, de que en Bolivia el último golpe de Estado ocurrió el 17 de julio de 1980.
A estas alturas del partido, hay suficientes testimonios para acreditar la frase de que el pez muere por su propia boca. Estamos por tanto ante una narrativa bumerang o un tiro por la culata. Acá, para que conste en registros, presentamos las auto-refutaciones de connotados portavoces del oficialismo, las cuales nos permiten porfiar en lo dicho acá mismo hace 14 meses atrás, que no hubo golpe.
“Antes de renunciar, lo medité (…) Al día siguiente, la acción tan natural del movimiento campesino, de muchos sectores sociales, podría haber sido tomar el Palacio, la plaza Murillo. Y no sé si la gente civil de la derecha habría disparado, tal vez algunos sí, pero la policía sí habría metido bala y el resultado habría sido una masacre (…) Informé a mis ministros, a mis compañeros, para evitar esa masacre, mejor renunciar, no por cobarde, sino por cuidar la vida”. Este relato, cargado de sinceridad inaugural salió hace menos de un año de la pluma de Evo Morales, autor de “Volveremos y seremos Millones”, libro de Editorial Planeta de Argentina, distribuido en agosto de 2020. ¿Harían falta más evidencias? o ¿con esta basta?
El hombre que agradeció al gobierno de México por haberle salvado la vida, confiesa en su último libro que su salida del poder fue un gesto de pacificación asumido por él y su equipo de asesores. En un recuento posterior, tras su llegada al trópico cochabambino, el ex presidente Morales rememoró una recomendación suya emitida en los tiempos del gobierno transitorio. Cuando su militancia le preguntó hasta Buenos Aires: “compañero Evo, ¿qué hacemos?, él señaló: “Hay que cuidar a Añez con tal de que garantice las elecciones”. ¿Cuidar a la golpista? El MAS delira sin ayuda de nadie.
Pues bien, si Evo renunció como acto estratégico de repliegue (lo mismo hizo García Linera), ¿por qué no asumió el mando del país la Presidente del Senado como dicta la Constitución? Ahora nos enteramos, por su testimonio, que ella quiso llenar el vacío, pero que no la dejaron. Hace una semana, en “No Mentirás” Adriana Salvatierra dijo: “Cuando yo renuncié, renuncié por los mismos motivos que Evo Morales. Él renunció para dar paz al país”.
También sabemos que la dimisión de la senadora cruceña a la dirección de la cámara alta fue decidida con el asentimiento de Evo y Álvaro. En ese mismo programa televisivo, la periodista Jimena Antelo le pregunta si su renuncia del 10 de noviembre por la tarde fue voluntaria. Ella responde que sí, pero en un contexto de presiones intensas. Luego Salvatierra acusa a Carlos Mesa de haber contribuido al vacío de poder cuando dijo en la plaza Murillo que nadie del MAS podía en ese momento asumir la Presidencia. “¿Él tiene poder de veto?”, retruca Antelo. La respuesta de Salvatierra es cautivadora: “Pero claro, si estaba con la gente apostada en la Asamblea. Si yo pasaba por ahí e intento asumir. ¿Van a permitirlo?”. De modo que, según Adriana, fue la movilización ciudadana la que evitó que se hiciera del mando. ¿Acaso no ocurrió lo mismo en 2005 cuando en Sucre, Vaca Díez y Cossío fueron obligados, marchas y bloqueos mediante, a renunciar a reemplazar a Carlos Mesa?
Otra declaración interesante es la de la ex ministra Teresa Morales en el programa “Noches sin Tregua” del 15 de junio reciente. Ella remarcó ahí que un grupo de “nadies” (Doria Medina, Mesa, Tuto, Villena, Albarracín, etc., etc.), decide el 10 de noviembre quién va a ser presidente del Estado. “Esos nadies cuentan con el respaldo de Fuerzas Armadas y Policía, que facilitan la entronización o auto proclamación de la señora Añez”, agregaba Morales. Pues ya Salvatierra se dio cuenta de que, al menos Mesa, no era un nadie, sino el segundo candidato más votado aquel año. No solo eso, su presencia iba acompañada por un río de gente enfurecida. Es esa fuerza la que el MAS no pudo remontar.
¿Queda claro entonces? El motor de los hechos ocurridos en noviembre de 2019, por lúcida confesión del MAS, fue la gente movilizada, no el ejército y tampoco la policía. Fue un levantamiento social, jamás un golpe.
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