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Aplanar la curva y también al enemigo

Rafael Archondo


Al ser una enfermedad nueva y letal, sin vacuna ni tratamiento; el corona virus puso a la especie humana a cumplir con dos tareas simultáneas: cortar la cadena de contagios y desarrollar una cura o inmunización. De modo paralelo, tocó también resguardar, en la medida de lo deseable y de lo posible, la actividad económica.


Esos fueron los tres graves retos del año 2020.


A América Latina, el mal llegó el 24 de febrero (a Brasil). A partir de ese día y en menos de un mes, (Haití fue el último en recibirlo, el 19 de marzo) ya se había expandido en todo el subcontinente (ver cuadros adjuntos).


El arribo de la pandemia desde la otra orilla del Atlántico marcó un viraje en la información epidemiológica. De haber comenzado siendo un problema chino o asiático a inicios de año, el corona virus se hizo, sobre todo, euro-americano. Con un tercio de los fallecimientos acumulados por la enfermedad en el planeta, América Latina es ahora una de las áreas geográficas más golpeadas del mundo. Del millón 163 mil de muertos acumulados hasta fines de octubre del año 2020, 391 mil corresponden a los 20 países latinoamericanos (el 33,6%).


En ese contexto estremecedor y preocupante, un área geográfica destaca más que otras: Los Andes. No sólo que el Perú es el país en el mundo con más muertos por millón de habitantes, sino que sumado a Bolivia, Chile y Ecuador encabeza un cuarteto catastrófico. Si no fuera que Brasil tiene más fallecidos por millón de habitantes que Ecuador, los cuatro países andinos estarían juntos e indivisibles en la cúspide de la tabla de decesos por corona virus en la región.


A Bolivia, el corona virus llegó con particular impulso. A escala mundial (con datos de fines de octubre), es el quinto país del orbe con más muertos por millón de habitantes, solo después de Perú, Bélgica, España y Brasil. Por consiguiente es el tercer país latinoamericano con más fallecimientos por millón de habitantes.


Bolivia


El primer caso de corona virus en Bolivia quedó registrado el 9 de marzo.


Solo cuatro meses antes se había producido la sorpresiva renuncia de Evo Morales a la Presidencia, a solo ocho semanas del fin de su tercer mandato y 21 días después de las anuladas elecciones del 20 de octubre.


El 10 de noviembre de 2019, el hombre que más tiempo ha gobernado el país, tomó un vuelo de la Fuerza Aérea Mexicana en dirección al exilio. Tras 48 horas de vacío de poder, la segunda vicepresidente del Senado, Jeanine Añez, se hacía del mando del Estado, respaldada por una bancada minoritaria de la que formaba parte desde hace más de una década. Añez, la segunda mujer en asumir la Presidencia de Bolivia en su Historia, resultó ser la inminente sucesora constitucional tras una larga hilera de renuncias, provocadas por la huida de Morales.


Ese mismo día, los renunciantes decidieron convertirse en víctimas. Para ello denunciaron un “golpe de Estado”. La versión se fue haciendo cada vez más extravagante, si se considera que el Congreso boliviano nunca dejó de aprobar leyes, realizar nombramientos y desplegar una guerra de baja intensidad contra el gobierno transitorio. Las dos cámaras, resultado de las elecciones de 2014, seguían siendo controladas por el partido de Morales. En esas circunstancias, un golpe de Estado contra el MAS era sencillamente inviable.


La transición


El gobierno de Añez nació para enfrentar dos tareas restringidas y básicas: pacificar Bolivia y convocar a nuevas elecciones. Éstas quedaron fijadas para el domingo 3 de mayo, para lo cual el parlamento designó a nuevos miembros del Tribunal Supremo Electoral (TSE).


La fuerte confrontación en el seno de la sociedad boliviana quedaba aplacada gracias a una negociación maratónica entre las nuevas autoridades y los dirigentes del movimiento sindical y campesino. El país empezaba a caminar en una transición que claramente dejaba a Evo Morales fuera del escenario político. El Movimiento al Socialismo (MAS), el partido del ex presidente, aceptaba competir en nuevos comicios concurriendo, por primera vez con otro candidato, Luis Arce Catacora, quien fue ministro de Economía durante 12 años. Su segundo a bordo, candidato a la vicepresidencia es David Choquehuanca, quien fue canciller del gobierno del MAS durante 11 años.


Evo Morales fue candidato a la Presidencia en cinco elecciones (2002, 2005, 2009, 2014 y 2019). Antes postuló para un curul parlamentario (1997). En ello solo ha sido superado por Víctor Paz Estenssoro, el líder del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), el partido que hizo la llamada Revolución Nacional. Paz fue candidato en 1951, 1960, 1964, 1978, 1979, 1980 y 1985. En tal sentido, que el MAS haya decidido probar suerte con otro aspirante era casi un acto de elemental equilibrio interno en un partido desarrollado bajo una extrema dependencia alrededor de una sola persona.


Añez candidata


Entonces vino la segunda sorpresa. El 24 de enero, la Presidente Añez, quien ya había consolidado las dos metas señaladas: calmar la beligerancia social y fijar fecha de elecciones con un nuevo árbitro, tomó la decisión de competir, es decir, de ser candidata a la Presidencia.


Hasta ese momento, había logrado representar a un importante segmento de la población que se propuso como meta central impedir la reelección de Evo Morales. Ese vasto sector del país venció en el referéndum del 21 de febrero de 2016, en el que, por iniciativa del MAS, se le preguntó al electorado si aceptaba o rechazaba la re-postulación de Morales para un cuarto mandato. El hecho de que el entonces Presidente haya podido ser candidato en las elecciones del 20 de octubre de 2019 fue obra de una sentencia del Tribunal Constitucional, que desconociendo la decisión del referéndum de 2016, antepuso la vigencia de tratados internacionales para proclamar el derecho a ser elegido por encima del derecho a decidir mediante el voto. El supuesto derecho del candidato a competir pesaba más que el derecho ya ejercido de la población a rechazar dicha postulación.


Los jueces del Tribunal Constitucional de Bolivia usaron para ello la Convención Interamericana de Derechos Humanos, más conocida como el Pacto de San José. Este reciente 28 de septiembre, la Corte Interamericana se pronunció oficialmente en contra de la idea de que el derecho a ser elegido deba estar libre de restricciones entre los países signatarios de la Convención. Aquel fue el tiro de gracia a la argumentación esgrimida por el MAS después de 2016 para consagrar a Morales como candidato perpetuo.


De modo que, en enero, la participación de la Presidente Añez fue recibida con simpatía por importantes actores partidarios, pero también por algunos sectores de la ciudadanía, que vieron que solo ella iba a ser capaz de vencer en unos comicios liberados ya de la recurrente re-postulación de Morales. La Presidente encabezaba una amplia coalición de partidos. Dos de ellos optaron por unirse a su alianza y dejar de lado a otro candidato importante: el ex presidente Carlos Mesa, quien en los comicios de 2019 fue la carta más fuerte para enfrentar a Morales.


La pandemia


Con la llegada de la pandemia a Bolivia, las condiciones de la competencia electoral se alteraron sustancialmente. De pronto, una transición que debió durar medio año, se prolongó al doble de tiempo por un factor que nadie esperaba: el corona virus.


Como quedó dicho de inicio, el mundo estaba ante dos retos: cortar la cadena de contagios y buscar una cura o vacuna. A Bolivia y su gobierno transitorio solo le correspondía el primero. Para ello, Añez y su ministro de Salud, Aníbal Cruz, se inclinaron por una cuarentena rígida. La consecuencia inmediata fue la postergación de las elecciones para agosto, por decisión del Congreso, y hasta septiembre, por determinación del TSE. Entre marzo y agosto, el país debatió vigorosamente sobre cuál era la fecha adecuada para votar en medio de una escalada de los contagios.


En ese periodo de tiempo, el gobierno operó con tres ministros de salud, el ya mencionado Aníbal Cruz, Marcelo Navajas quien fue designado en abril, y Eidy Rojas, que tomó el mando en mayo. Esta mención basta para confirmar la fragilidad del gobierno transitorio. Es difícil imaginar una peor coyuntura para hacer tres nombramientos para ese despacho en siete meses.


Fue también en esos vacilantes pasos, que la candidatura de Añez se fue cayendo a pedazos. En mayo, una compra de respiradores, efectuada en España, resultó en un escándalo de corrupción. Si bien la Presidente destituyó y mandó a arrestar al Ministro Navajas, la impresión generalizada en la opinión pública fue que la pandemia era aprovechada por el gobierno transitorio para desviar recursos públicos.


En medio del debate sobre qué fecha elegir para los comicios, fue el gobierno de Añez el que se mostró más renuente a una convocatoria muy próxima. La combinación de esta actitud con la compra dolosa de los respiradores alimentó la sensación de que Añez buscaba prorrogarse en el Palacio de Gobierno con el objetivo de prolongar la campaña electoral, en un contexto en el que solo el gobierno conserva la capacidad para moverse, mientras el resto de los ciudadanos y actores políticos debe permanecer en casa. Sobrevenía entonces la politización o electoralización de la pandemia entendida como una excusa para obligar a una sospechosa inmovilidad.


La aplicación de la cuarentena generó una multiplicidad de reacciones. La clase media, mejor protegida en sus ingresos, acató plenamente las restricciones. Los sectores populares, en las ciudades y el campo, la resistieron cada vez con mayor energía a medida que su economía se veía lastimada. Añez estaba ante una tormenta perfecta: mientras la enfermedad no mostraba signos de abatimiento, la economía de las familias empezó a sufrir una merma considerable. La prolongación incierta de su mandato puso en evidencia que el gobierno era lento, débil, ineficaz y corrupto.


La ecuación planteada desde el gobierno de transición parecía ser la siguiente: si Añez mostraba un buen desempeño en el manejo de la enfermedad, saldría premiada electoralmente. Sin embargo ello implicaba postergar las elecciones hasta que la curva de contagios quedara plana. Demasiada espera como para no suscitar sospechas.


El discurso gubernamental de ese momento buscó instalar la idea de que mientras la autoridad se mostraba responsable con la salud de los ciudadanos, las demás fuerzas políticas solo pensaban en abrazar el poder. La estrategia empezó a naufragar cuando los medios de comunicación exhibieron el ya citado caso de los respiradores.


Sociología del corona virus


Al ser una enfermedad letal, nueva, sin cura o vacuna, el corona virus actúa como un extraño agente social. Dada la indefensión de partida, los gobiernos solo tenían una carta en la mano: cortar la cadena de contagios a la espera de que se produzca el tratamiento o la inmunización.


En el caso de Bolivia, el gobierno transitorio tuvo un comportamiento errático e inadecuado. Como muchos regímenes en el mundo, tomó el camino de dotar a los hospitales con respiradores. Dada la coyuntura electoral implícita, la entrega de equipos ayudaba a conseguir “buena prensa” y elogios sobre la tarea.


Sin embargo, como ha quedado demostrado, el corte de los contagios no tiene conexión alguna con la importación o compra de máquinas sanitarias. La estrategia exitosa, probada en diversos lugares, no consiste solo en equipar salas de terapia intensiva, sino sobre todo en rastrear y aislar los contactos de aquellos que resultan dando positivo en la prueba de Covid. Como puede suponerse, identificar a personas con síntomas, hacer un mapa de su cercanía con otras personas y disponer medidas de aislamiento para ellas no es un acto que permita reforzar una campaña electoral. Al Covid se lo combate en silencio y dentro de los poros más insignificantes de la vida social. Su enfrentamiento no consigna entrega de obras o corte de listones.


Si el gobierno transitorio hubiese sido capaz de construir una red de rastreadores, involucrando con fuerza a las organizaciones sociales, sindicales, vecinales y campesinas, Bolivia no habría alcanzado la cima de todas las tablas epidemiológicas. Para ello, la Presidente Añez hubiese tenido que atraer y concertar con la tupida red de organizaciones que caracteriza la dinámica de Bolivia desde hace siglos. Esa red era y es sin embargo un nicho más bien cercano al MAS. Remontar la frontera no resultaba sencillo.


Se dio la insólita contradicción de que un segmento amplio de la sociedad boliviana pudo organizar, en agosto, un bloqueo de carreteras exigiendo la realización pronta de las elecciones y que, ni antes ni después, se pudo exhibir la misma capacidad organizativa para enfrentar la pandemia. En ese mes quedó establecido que la solución a la crisis sanitaria solo podía llegar de la mano de la solución a la crisis política. Bolivia tiene ya un nuevo gobierno electo. Esa era la salida.


El llamado a acatar la cuarentena se realizó sin un rastrillaje preciso y menos logrando un acopio responsable de la información disponible. En todos los casos que me ha tocado conocer, las personas contagiadas de Covid con las que he hablado, han coincidido con el siguiente diagnóstico: cada una tuvo que buscar y pagar por sí misma la detección del virus, ninguna institución hizo un rastrillaje ni ofreció un centro de aislamiento cuando se constató la mala noticia y por consiguiente sus padecimientos no fueron incorporados a ningún mapa oficial.


En Bolivia, el corona virus se movió aprovechando la ceguera del Estado. Así, cada familia tuvo que vérselas sola, con lo poco que sabía del mal y empleando los recursos a mano. Acciones como el uso del dióxido de cloro o la aplicación de remedios caseros cobraron una importancia inusitada ante el desprecio de los instructores de la cuarentena, para quienes dichas ideas solo podían provenir de mentes rezagadas y desinformadas.


Como suele ocurrir en Bolivia, las posturas frente a la pandemia estuvieron marcadas por el racismo colonial imperante, a pesar de los 14 años de un gobierno que se jactaba de ser indígena. En efecto, con mucha frecuencia, las conductas poco cautelosas ante el virus fueron vistas por muchos observadores como modos primitivos de gestionar la crisis. Los sectores que impulsaron la caída de Evo Morales fueron los gestores de este tipo de discursos derogatorios, con lo cual la discriminación étnica o de clase coincidió con el clivaje político. De ese modo, un asunto aparentemente tan poco político como una enfermedad, fue tiñéndose de apetitos electorales e impulsos por sellar la coyuntura.


Entre marzo y agosto, los sectores cercanos al gobierno transitorio jugaron a postergar lo más posible las elecciones. Entendían que esa era una forma de asegurarse el triunfo. El discurso para posponer el momento del voto usó todos los medios para ser validado. Cuando se realizaron las elecciones de julio en la República Dominicana, hubo incluso un candidato, Jorge Quiroga, quien exageró deliberadamente las cifras para señalar que votar siempre provoca rebrotes. Un análisis sereno del asunto nos muestra que con casi la misma cantidad de habitantes, Bolivia y la República Dominicana estuvieron en mayo con datos muy similares en cuanto a número de fallecidos y de contagios. Sin embargo, hoy y sin haber aún realizado sus elecciones, Bolivia se ha alejado y empeorado significativamente con respecto a la República Dominicana. La situación actual de Bolivia es tres veces más grave (ver cuadros adjuntos).


La reacción no se dejó esperar. Un mes después, en agosto, Bolivia despertó paralizada por bloqueos de carreteras. Los sectores más adversos a Añez desafiaron a la enfermedad y salieron a las calles a exigir elecciones prontas. La contundencia de la protesta y su masividad, echaron por la borda los ensayos de prórroga. A iniciativa del TSE, los comicios quedaron fijados para el 18 de octubre. El Congreso refrendó de inmediato la decisión.


La consecuencia directa de este conflicto fue la caída de Añez en las encuestas. No solo no había sido capaz de aplanar la curva de los contagios, sino que ya estaba a merced de los sublevados en los cortes de ruta. El gobierno de transición se quebraba como un cascarón.


El 18 de septiembre, la Presidenta dio un viraje inesperado. Ante la posibilidad de que el MAS derrote a sus oponentes en primera vuelta, decidió renunciar a su postulación. Terminaban ahí 8 meses de una carrera electoral que comenzó con las más altas expectativas y terminó por debajo del 10% de la preferencia electoral.


Los resultados de las elecciones del 18 de octubre arrojaron una sorpresa. El MAS venció en primera vuelta con un 55% de los votos. Carlos Mesa obtuvo el segundo lugar con el 28% y Luis Fernando Camacho, el candidato más representativo de la zona amazónica u oriental, llegó al 14%. Una semana antes del 18, otros dos candidatos retiraron su postulación.


La victoria del MAS con un porcentaje muy similar al que consiguió Evo Morales en las elecciones de 2005, muestra que un segmento importante del electorado que estaba en contra de su re-postulación en 2019, regresó al redil. Dado que la cabeza de la fórmula era Arce y no Evo, el masismo volvió a reunificarse. El retorno de ese caudal es tan evidente que la votación del MAS subió diez puntos en el lapso de un año de la transición. Arce atrajo más votos en 2020 que Morales 12 meses antes. Solo puede haber una explicación: el MAS se había renovado y había decidido acatar plenamente la Constitución.


Conclusiones


Este breve recuento documentado de las relaciones de la pandemia con la coyuntura política boliviana podría condensarse en las siguientes constataciones:


1. La irrupción del corona virus en las sociedades humanas implicó un doble desafío. Por un lado, desarrollar una política de salud que logre penetrar en los más finos poros de la sociedad a fin de cortar el ciclo de contagios. Por otro, impulsar la investigación científica a fin de alcanzar un tratamiento o una vacuna.

2. En América Latina, las medidas de prevención y aislamiento del virus no parecen haber funcionado como en otras regiones. Uno de cada tres fallecidos por la enfermedad es latinoamericano, pese a que somos solo el 8% de la población del mundo.

3. En Bolivia, la enfermedad llegó en plena transición política. Tomó por sorpresa a un gobierno transitorio que carecía de legitimidad para hacer un pacto social que sirviera de escudo epidemiológico. Los resultados son funestos. Bolivia es el quinto país en el mundo con más fallecimientos por millón de habitantes.

4. A la ausencia de un gobierno electo, se sumó la variable electoral. Tras la decisión de la Presidente de competir en los comicios, la política sanitaria del país se tornó sospechosa. Toda acción señalada para combatir la pandemia fue evaluada como un gesto electoral interesado.

5. De la pandemia aprendimos que la mejor estrategia de combate a la enfermedad es la movilización de la sociedad en el rastrillaje de los focos de infección y su inmediato aislamiento. La solución pasaba mucho menos por los respiradores y las salas de terapia intensiva, que aunque sí fueron necesarios, solo eran un remedio extremo y de última instancia. El gobierno boliviano optó más por lo segundo que por lo primero, con lo cual volvió a enredarse en la tentación del acto público de entrega, anhelante de votos y aplausos. En tal sentido, queda claro que el único rédito electoral efectivo de una pandemia es mantener abajo el número de fallecimientos. Eso, en Bolivia, claramente no sucedió.

6. Al final, la Presidente abandonó la carrera electoral un mes antes de la realización de los comicios. Su salida fue provocada por el anuncio de su derrota por parte de las encuestas. El cambio de ánimo de la población se debió en gran parte por la gestión de la emergencia sanitaria.

7. En el caso de Bolivia se percibe una prematura electoralización de los actos decididos con el fin de aplanar la curva de contagios. Los partidos encontraron en la enfermedad una opción para dejar al adversario fuera de combate. Ello abonó el terreno de la polarización y el surgimiento de manifestaciones racistas o de odio, relativas al pretendido acceso desigual a las nociones de la modernidad por parte de grandes segmentos de la población, en especial la indígena y la más pobre. Ello fortaleció los resortes de la identidad construida en torno al MAS y Evo Morales.

8. La experiencia de realizar elecciones en medio de una pandemia no es concluyente. Los datos prueban que ni en Francia Bielorrusia, España, República Dominicana, Guyana o Rusia, la verificación de procesos electorales provocó un aumento en el número de contagios dos semanas después del sufragio. No ocurrió. Esta constatación no impidió que en Bolivia diversos actores políticos y partidarios hayan mentido a sus auditorios aconsejando no acudir a las urnas para salvaguardar la salud de los pobladores. Sin embargo, al final, una ola de bloqueos de carreteras en Bolivia terminó por imponer una fecha para las elecciones.

9. En Bolivia, la solución a la crisis sanitaria pasa por una solución a la crisis política. Solo un gobierno electo puede encarar una enfermedad como el corona virus, tan dependiente de la vigilancia social y las acciones coordinadas desde la base de la sociedad. Esa es la lección aprendida en este año y ese es el reto que enfrentará el nuevo gobierno electo.

10. La llegada de una pandemia carente de cura o tratamiento ha sido una oportunidad única para conectar coyunturas políticas con los comportamientos humanos frente a la posibilidad de la muerte por contagio.

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