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Amor rebelde

Rafael Archondo



Cristian y Yimarly lograron conocerse pese a servir en frentes distintos. Miraditas van, miraditas vienen. En general el amor estaba excepcionalmente permitido por los férreos códigos de conducta de la guerrilla. En la lista de prioridades, muy arriba, podría leerse seguramente: “derrotar al estado colombiano” y muy, pero muy abajo: besar a tu “socia o socio”. Hacer vida en pareja dentro de las FARC. Aquello podría haber sido una excentricidad individualista en medio de los estremecedores bombardeos. Quizás no tanto si pensamos en el medio siglo de hostilidades y en una concentración de 18 mil reclutas.

El romance convencional y sereno de Cristian y Yimarly aparece retratado en “Amor rebelde”, el documental de Alejandro Bernal estrenado hace dos años en Toronto. Bernal y Jaime Escallón produjeron esta historia, cuyo valor histórico estará ya siendo atesorado por los especialistas. La cinta nos infiltra sigilosamente en el campamento que las FARC montaron en 2016 sobre los llanos del Yarí. El grupo guerrillero más antiguo de América Latina deliberaba en esos días bajo la inminente certeza de que por fin iba a dejar las armas. Según cuentan los cronistas de aquella que fue bautizada como la “Décima Conferencia”, allí había instaladas camas para 300 visitantes, una sala de prensa y un escenario que cada noche se inundaba de llanera, vallenato o ranchera.

En el documental, sobre dos sillas blancas de plástico, Cristian y Yimarly se abrazan mientras contemplan hipnotizados la amplia tarima iluminada. La escena nocturna más impactante es la que sigue: los combatientes de ambos sexos bailan apretado, calzan botas de goma y ropa deportiva. El enjambre de parejas no tiene fin, los roces y vueltas son incesantes. De pronto, la que parece una fiesta cualquiera muestra más de lo permitido, en un giro rítmico uno de los guerrilleros hace visible que carece de un brazo. La música ardorosa nos pone sobre aviso que aquella podría y debería ser la última mutilación.

Cuando Cristian se cuadra ante la cámara, suelta dos frases que caen como machetes mentales: “cuando mi cerebro despertó, yo ya tenía un arma” y “las armas hacen oír al sordo”. Palabras que sintetizan su vida que hasta ese instante acumulaba 29 años. Fue reclutado cuando apenas tenía 12. Yimarly en cambio es nueva. Su ingreso a las FARC se produjo cuando los diálogos de La Habana ya estaban en curso. Nunca combatió y hoy es la salida emocional de Cristian, quien en 17 años no había vuelto a ver a su madre y nunca tuvo un teléfono celular en sus manos.

Si bien el documental de Bernal quiere limitarse a subrayar que los guerrilleros también aman y que, en tiempos de acuerdos de paz, pueden incluso tener hijos, construirse una casa en San José del Guaviare y hasta buscarse un empleo como personal de custodia, lo que en realidad ofrece al espectador es una estampa viva de lo que podría llamarse “el guerrillero raso”. En efecto, las armas “hacen oír al sordo”, en este caso concreto, al poder político y económico del país, pero como se observa también son o fueron un silenciador cerebral.

Las FARC operaron como un gran cementerio de ideas. Inquiridos por Bernal, ni Cristian ni Yimarly perciben un objetivo guerrillero que vaya más allá de la comarca en la que montaron campamentos, canchas de voleibol o baños químicos. La política del país les interesa tanto o menos que cualquier vecino. Su vida ha sido esperar órdenes y acatarlas. Cuando narran su incorporación a las FARC lo hacen con la frivolidad con la que cualquiera de nosotros consigue un trabajo eventual a fin de dejar de ser una carga para los papás. Irse a la guerrilla era casi como enrolarse en la zafra o buscarse la vida en la frontera más norte que uno pueda imaginar.

“Amor rebelde” nos muestra, quizás sin desearlo, que muchos hijos de campesinos que se sumaron a la lucha armada en Colombia lo hicieron, porque ahí recibirían un plato de comida y un fusil que los haría sentirse útiles y poderosos. Y es que ya lo podemos decir sin miedo: las FARC eran lo más parecido a una empresa, que recaudaba, reforzaba su arsenal, prestaba servicios, cobijaba familias y pueblos y velaba por el bienestar de su amplia militancia. Nada en ellas nos despierta reminiscencias de la teoría del foco o de la convocatoria para producir varios Vietnams. Por eso se fue desvaneciendo como lo hace un banco que se declara quebrado. En su hundimiento no tuvo ni votos ni himnos, sólo amores rebeldes y claro, una pila inútil de cadáveres juveniles.

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