Altibajos del embeleso argentino
Rafael Archondo
Buenos Aires, 3 de noviembre de este año. Desde Bélgica, llega el ecuatoriano Rafael Correa; desde Cochabamba, Evo Morales, escoltado por Fernando Huanacuni y Álvaro García Linera. Gabriela Montaño, la flamante subdirectora del CELAG, tuvo, seguro, la gentileza de ir a recibirlos al aeropuerto junto a su nuevo jefe, el economista español Alfredo Serrano Mancilla.
¿A qué hora prometió llegar por ahí el Premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel? ¿Y el biógrafo oficial del Jefazo, el escritor Martín Sivak? A la comitiva se sumará pronto Alberto Fernández, el ocupante de la Casa Rosada, firme aliado, estratega de la fuga de Evo, allá por noviembre de 2019. Dos años después de aquella huida, Morales está de visita, tiempo ideal para rememorar la epopeya vivida.
La capital argentina es aún el cuartel central de operaciones para rescatar a Morales. De hecho así se llama el libro que las citadas celebridades fueron allí a presentar: “Evo, Operación Rescate”. Está firmado por Serrano, un flaco de larga barba bicolor. García Linera comenta que así se parece a Cristo y él refrenda el símil, ataviado con un polo que lleva la clásica silueta del pez. El embeleso argentino por Evo es tan afiebrado como rotundo. Cabalga australmente como el “Perón de Los Andes”, al menos en los circuitos del alicaído Kirchnerismo de nuestros días.
El libro está escrito por el telefonista del grupo. Cuando menos así lo celebran todos. Serrano estuvo pegado a su celular desde el domingo 10 hasta el martes 12 de noviembre de 2019. Buscaba la salida pronta de Evo y sin saberlo lo hacía acompañado por las oraciones de miles de bolivianos movilizados en una lucha de 21 días en defensa del voto popular. Luego va quedando claro que el actor central no era el Cristo de la U de Barcelona, sino el entonces presidente electo de la Argentina. Fernández habló personalmente con el canciller mexicano, el presidente del Perú, Martín Vizcarra, el jefe de estado paraguayo Mario Abdo y la cancillería uruguaya. Temía por la vida de su protegido y reafirmó su derecho a ser consagrado como el salvador titular.
De pronto, los datos que van circulando en el acto, empiezan a contradecir todo lo expresado al principio. Resulta por ejemplo que Morales estaba resguardado por diez mil cocaleros en un aeropuerto que es prácticamente suyo, el de Chimoré. “Qué golpe más desprolijo”, habrán cavilado los rioplatenses invitados. Van brotando más novedades: ni Perú ni Paraguay sufrieron presión alguna del gobierno de Trump para cerrar o abrir su espacio aéreo al avión mexicano. El supuesto cohete disparado tras el despegue de la nave no fue captado por nadie, excepto por el piloto mexicano que recuperó la memoria dos años más tarde. Y así, cuando todo aún parecía salvable, Evo vuelve a fallar. Alentado por tantas ganas de beatificarlo, el ex presidente se mete a contarles por qué renunció realmente a la Presidencia aquel día domingo: “Yo pensaba, sin policía, sin Fuerzas Armadas, ¿si mañana va a haber una gran masacre?, me van a echar la culpa a mí. Mejor renunciaré”.
¿Perdón? ¿Así que no fueron los “endemoniados” militares a los que aludió su ex vicepresidente, los que lo empujaron a dimitir? Evo resultó en la Argentina más memorioso y espontáneo que sus sofisticados aduladores.
Segundos después, recordó el golpe de Estado, éste sí real, de 2002 en Venezuela en el que Chávez ni renunció ni buscó caer en combate. Fidel Castro le habría aconsejado salvarse como no lo hizo Allende en 1973. Evo se identifica jubiloso con el hecho empleando estas palabras: “Para mí, hasta 2019 todo era Patria o Muerte, pero en ese momento me di cuenta de que primero hay que preservar la vida”.
De pronto, Evo abre un folder azul puesto en situación de espera sobre la mesa de al lado. Extrae de él siete recortes de prensa. Con ellos intenta darle solvencia a una aseveración temeraria: su caída huele a litio. Y dijo textualmente: “Después de que nacionalizamos, empezamos con la industrialización” (¿qué?). El proyecto era siembra para 2030. Quince mil toneladas de cloruro de potasio ya habían sido exportadas a Brasil. Entonces vino el Golpe. El embeleso reverdece súbitamente en el auditorio. Nadie cuenta que fue Evo quien poco antes de renunciar anuló la entrega por 70 años del Salar de Uyuni a una empresa alemana, que al hacerlo se rendía ante el Comité Cívico de Potosí y que el litio no fue entregado ni un par de días a la empresa Tesla o a los amigos de Jeanine Añez en el Pentágono.
No cabe duda, a Evo no hay forma de rescatarlo.
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