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Alemania arco iris




Rafael Archondo


A partir de 1949, el sistema de partidos en Alemania occidental adoptó los tres colores de su bandera. Así, los demócrata-cristianos se sentían representados por el negro, los social-demócratas cuidaban su conexión con el rojo, mientras el pequeño partido liberal atesoraba el amarillo. La República germana de la post guerra empezó y sigue siendo plural y federal, las dos vacunas contra el nazismo que ayudaron a consolidar su independencia de las potencias vencedoras que ocuparon su territorio en 1945. La soberanía de la nación derrotada dependía de su juramento orientado a no repetir la conformación de un estado imperial y adverso a la paz europea. No ocurrió lo mismo con la República comunista del otro lado del Muro de Berlín, pero esa ya es otra historia.


Con la llegada de la alternancia entre demócrata-cristianos y social-demócratas inaugurada en 1969 con el juramento de Willy Brandt, el primer canciller rojo de la nueva era, esta democracia escaló un peldaño más en su perfeccionamiento. Los liberales, portaestandartes de la clase media emergente, terminaron de calibrar la ecuación. Entre 1974 y 1998 se especializaron en jugar el rol de mediadores entre las dos fuerzas dominantes. El amarillo era el fiel de la balanza al inclinar sus votos a favor de uno u otro bloque electoral. Cumpliendo con ese papel, asumieron el mando de la política exterior e hicieron aportes sólidos en terrenos como las libertades individuales.


La armonía tricolor de un país ampliamente satisfecho por sus logros económicos fue alterada por primera vez en 1983, año en el que la paleta partidaria tuvo que recibir a los Verdes en el parlamento. Ahora, casi cuatro décadas después, la marca eco-pacifista del girasol compite con solvencia con rojos y negros, tras haber superado históricamente a los amarillos.


Esta cuarta incisión cromática tiene una explicación rápida. Verdes quisieron ser los alemanes nacidos después de la Guerra, es decir, aquellos que miraron con incredulidad lo que sus padres y abuelos habían provocado en el mundo. Su ingreso a la arena ideológica europea es un acontecimiento aún poco valorado por los estudiosos. Hoy, la defensa del medio ambiente, nuestra casa común, es un sitio frecuentado por todas las corrientes; así de hegemónica es la idea desarrollada por el ecologismo alemán de los 80, que comenzó repudiando la guerra nuclear y avanzó hacia la exigencia de un apagón definitivo de los combustibles fósiles.


En los pocos lugares donde floreció, el eco-pacifismo logró trascender la clásica fisura entre izquierdas y derechas, alertando sobre los intereses de la especie humana por encima de las clases sociales o las ideologías industriales. Pese a su enorme magnetismo en el centro de Europa, los Verdes aún no han podido ganar una elección grande, aunque ya hubieran atravesado la experiencia del gobierno federal, en el que jugaron un rol similar al de los liberales entre 1998 y 2005.


Ya en la década de los 90, la reunificación alemana aportó poco a este universo creciente de colores. Esto muestra que el comunismo germano no pasó de ser una anécdota histórica fallida. Su huella queda recogida hoy en el partido llamado “La Izquierda”, una variante más encendida del rojo social-demócrata.


Para cerrar el repertorio, las elecciones de este domingo confirman la persistencia de un grupo reducido y siempre estridente de la extrema derecha. Su sello actual contiene el rótulo pretensioso de “Alternativa” y se ofrece a sus votantes como una carta en contra de la migración asiática o la gravitación de la Unión Europea. Antes de 2014, el sistema alemán lidiaba siempre con el marrón. Hoy, en una especie de rito de aceptación, AfD está caracterizada con el azul.


¿Qué nos enseña esta ampliación gradual? Alemania es hoy muestra virtuosa del funcionamiento de un pluralismo generoso, que alberga a todos los puntos de vista, sin por ello, poner en riesgo la coherencia de sus sucesivos gobiernos. Merkel gobernó 16 años con coaliciones cambiantes, 12 de los cuales obtuvo la colaboración de quienes ahora podrían encabezar su sustitución. Como ha ocurrido con los Verdes, las nuevas corrientes de la política alemana se integran sin aspavientos rupturistas al sistema y labran su derecho a edificar gobernabilidad sin despreciar los logros previos. En tal sentido, el largo gobierno de Merkel ha sido el fruto de intensos acuerdos y paciente concertación. Cualquier comparación con la adicción latinoamericana al poder vigente en Bolivia, Nicaragua o Venezuela sería un acto de desinformación plena.

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