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Ahora que sabemos


Rafael Archondo


Los instintos democráticos de cientos de bolivianos fueron a puestos a prueba durante los once meses del Murillato (2019-2020).


Aunque las precisiones criminalísticas sobre la conducta del ex capataz del gobierno de Añez acaban de perfilar, en estas semanas, nombres y números exactos, nuestro olfato funcionó con oportuna antelación. Ya para agosto del año pasado, cientos de alteños y comunarios del altiplano paceño se plantaron en las calles y carreteras para empujar la abreviación del gobierno transitorio constitucional. Bolivia es una sociedad con sofisticados reflejos para detectar en germen a aprendices de tiranos. Salud por ello.


Ahora que sabemos, es posible describir las capas sobrepuestas del comportamiento de Arturo Murillo, el ventrílocuo socarrón de Jeanine. Aquel gobierno tuvo dos rostros imponentes: el que blandía esposas presto a la cacería de “masistas” (Murillo) y el que se acomodaba los lentes oscuros para simularse James Bond (López Julio).


La dupla del policía malo y el policía bueno estaba allí servida. El primero te coge de las solapas y te zarandea en el aire; el segundo entra horas más tarde a tu celda y te desliza una cajetilla de cigarros bajo la mesa, luego te ayuda a encender uno mientras te suplica que confieses, que ya no soporta tus gritos. Más tarde los dos se juntan para cotejar coordenadas, mientras tú imaginas que has logrado dividirlos.


El caso es que Murillo dijo haberse prestado de amigos, un lote de gases lacrimógenos mientras promovía la compra de nuevas granadas brasileñas para reprimir a sus viejos antagonistas en el Chapare. “Todo estaba preparado para que nos coman crudos a los bolivianos”, le advertía el funesto ex ministro a Carlos Valverde hace un año. Para entonces, el policía bueno de López Julio ya había prestado el membrete de su Ministerio para adquirir los pertrechos no letales. Tres decretos asfaltaron la vía de la compra apremiante.


Ahora que sabemos, qué conveniente para Murillo instalar en el consulado de Bolivia en Miami a Jaqueline Mercedes, su hermana, bajo la excusa de que allí ella estaría a salvo de los cocaleros. Y Longaric diciendo que la señora estaba preparada para ejercer el cargo. El triángulo quedaba instalado en sus tres puntas: Cochabamba, Tamarac (La Florida), Río de Janeiro. Mientras el entramado tendido presionaba al ministro José Luis Parada para que firmara el desembolso de 5,6 millones de dólares del Banco Central, Erick Foronda, el ex corresponsal de Goni en Fort Lauderdale, organizaba la gira de Murillo en Washington buscando seducir a Trump. Ahí está la foto del 19 de diciembre de 2019 con el senador Marco Rubio. En los salones, el ventrílocuo de Añez se las daba de Bolsonaro de Tiquipaya.


Ahora que sabemos, resulta fácil retratar a Luis Berkman Littman, alias “El Gordo”, al que Murillo llama Lucho y con quien comparte una confesada fascinación por las armas. Es el hombre que ya había estafado dos veces antes al erario nacional. En 2000 le vendió gases lacrimógenos al gobierno de Banzer con la venia de tres ministros apellidados Guiteras, Fortún y Fernández (Leo, el pandino). En 2001 adquiría 50 fusiles robados al ejército boliviano para venderlos en Paraguay. Y a ese personaje, Murillo le confiere el título de amigo.


En julio del año pasado, el capataz del gobierno transitorio le dijo a Valverde, sobre Berkman: “Era el único proveedor, el único que podía darnos el material en el tiempo que necesitábamos y era el único disponible”. Por sí sola, esta breve declaración, coloca a Murillo con sentencia tras las rejas. El verdadero proveedor de los gases era Cóndor, la empresa brasileña a la que el gobierno de Añez obligó a aceptar a Berkman como intermediario. En el camino se apropiaron de 2,2 millones de dólares, mientras agitaban las banderas de la cuarentena rígida.


Cuando los datos decían que unas elecciones no disparan contagios si se hacen como en Rusia, Polonia, República Dominicana o Francia, los jaleadores de Murillo salían con furia por las redes sociales a gritar “quédate en casa”. Eran los mismos que querían cerrar el parlamento o que vociferaban que Eva Copa no tenía facultades para promulgar leyes.


Ahora que sabemos, no cabe duda de que usaron el corona virus como excusa para acuartelar el país, prolongarse en el mando y entregarse a la corrupción exprés. Con ello ensuciaron la causa del 21F y sellaron su ruina como actores con mínima prestancia en el terreno público.


Al MAS solo podrá reemplazarlo un conglomerado de demócratas honestos, no la pandilla de Miami.

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