"No somos masistas"
Lo dicen de forma repetida. Su marca de identidad se exhibe enarbolando una palabra sofisticada: “auto-convocados”. “No somos masistas”, subrayan y clasifican, con ceño fruncido, como una calumnia, aquel apelativo. “Somos el pueblo”, se ilusionan.
Desfilan en formación castrense, recrean sus memorias juveniles del servicio militar, llevan dos tipos de bandera, la tricolor y la whipala, usan barbijo, sombrero, a veces poncho, pero en general, chamarra. De sus enemigos han copiado el uso de rugientes motocicletas, pero también se conforman con una bici. Mientras más horas los escucho, desde las múltiples fuentes que proliferan hoy en el internet, más me convenzo de que en algo no se equivocan: es verdad, no son masistas, nunca lo fueron.
Quieren una patria pura, monocolor. Les fastidia el tinte oro de Jeanine Añez tanto como les habrá molestado en el pasado el abrigo zarista de García Linera. Son etno-nacionalistas. Han sido activados por la vigencia de algunos apellidos croatas en Palacio de Gobierno, entre los que destaca Marinkovich, una designación que rima con provocación.
Luego se los observa reabriendo el cuartel de Kala Chaka, formando un ejército con pocos caballos, cuantiosos chicotes, pasamontañas y enojo. Ante la muchedumbre, Felipe Quispe Huanca jura como comandante de los bloqueos, habla irónico en aymara, dice que ya antes tumbaron a tres presidentes (quimsa), rastrea su árbol genealógico y remarca que eran extranjeros. El Mallku deplora todo lo que no se ha labrado en el altiplano. Sus fobias se estiran hasta el otro lado del Atlántico, buscan fulminar invasores coloniales y barbados. ¿Acaba de revivir acaso la gran revuelta indianista-katarista de principios de este siglo? ¿Ya ve?, no son masistas, nunca lo fueron. Mientras ellos memorizaban a Fausto Reynaga, Evo jugaba con Noemí.
El país ha vuelto a ser paisaje. Bolivia ensaya hoy un retroceso de dos décadas. No nos podemos poner de acuerdo ni siquiera en una fecha. Los detonantes de la furia son pocos, pero perfectamente audibles: la cuarentena infructuosa, la clausura del año escolar, la corrupción asfixiante, el inútil idilio Trump-Longaric, el uso y abuso de la Biblia y las amenazas diarias de Arturo Murillo. El gobierno transitorio ha hecho todos los méritos necesarios para enajenarse cualquier brizna de simpatía en las tierras altas de Bolivia. Un suicidio.
Y mientras en la avenida 6 de Marzo de El Alto o en Omasuyos, las hileras de manifestantes gritan “que renuncie, carajo” perdiendo las ganas de ir a votar, en CNN Carlos Mesa exige que Evo Morales salga en una pantalla dictando la orden capaz de disolver los bloqueos de un carajazo. Le faltó la finura que suele asistir a los historiadores.
Los líderes de la ex-oposición a Evo no conocen las profundidades del etno-nacionalismo andino, creen que los cortes de carretera se activan desde un teclado en Buenos Aires. Nunca se tomaron la molestia de estudiar en serio al MAS y ni siquiera han ojeado el último libro de Hugo Moldiz. Ni soñar con que hayan enviado informantes a Cuatro Cañadas o a Villa Tunari. Tratan de entender Bolivia colocados en la plaza Altamira de Caracas o, lo que es peor, desde el Instituto que dirige el destemplado Sánchez Berzaín en Miami.
Quizás en el fondo ese sea el problema que no hemos resuelto hasta ahora como naciones. Atesoramos una vaga idea de los modos de pensar del otro, repetimos frases construidas que suenan reveladoras, nos pasamos la vida pegando etiquetas para no entender, que siempre es más cómodo que sentarse a hacer preguntas y a dialogar.
¿Podrá el resurrecto etno-nacionalismo echar a Añez del gobierno?, ¿pondrán Felipe Quispe y su pueblo imponer las reglas de esta nueva coyuntura? Son preguntas de improbable respuesta.
Por lo pronto puede decirse que el germen de la fractura nacional de carácter irreversible seguirá acechándonos mientras haya voces que imaginen que los bloqueos se resuelven a patadas, que “meter bala es lo políticamente correcto” (Murillo) o que si el pasado noviembre no hubo golpe de Estado, ahora es cuándo. Están errados, cada desbloqueo puede volcarse en masacre, con o sin la compañía delirante de Camacho.
Desde que la presidente Añez solo pudo reunir a ADN, Pan-bol, el transporte pesado y al TSE en el Palacio, todo parece indicar que el único organismo con capacidad de escudriñar una salida está presidido por Salvador Romero. Por cierto, tampoco es masista, aunque el Comité Cívico de Santa Cruz porfíe en decirlo mientras pide su renuncia.