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El Hachazo


La grabadora o, en tiempos más recientes, el celular, puede ser un gran instrumento para la lucha de clases. El 19 de mayo de 2020, la directora de “La Razón”, Claudia Benavente convocó a una reunión extraordinaria con la dirigencia del sindicato de trabajadores del periódico, a su cargo desde el año 2010. Asistió secundada por uno de sus editores, Rubén Atahuichi y la plana mayor de la gerencia. Todo comenzó a las 4 de la tarde. Las deliberaciones se prolongarían hasta las 6 y media. Afuera imperaba la cuarentena.


Estamos ante un hecho extraordinario. Una reunión similar se realizó por ejemplo hace más de dos años. A Benavente no le gusta este tipo de encuentros, ásperos, tensos, distantes. Lo suyo siempre fue chocar copas con buena música de ambiente, piso con alfombra cubriendo el mármol.


Aquel día de mayo, la directora monopoliza la palabra, no sin disculparse a cada rato por ello. De cuando en cuando deja traslucir su resentimiento por las críticas que abundan en su contra: “La Claudia debe estar tirada en su cama comiendo chocolate”, “tantos zapatos para sus cócteles”, “seguro se lo pagan la gasolina”. Las frases son suyas, son palabras imitadas con furia, casi a gritos, las imagina en boca de muchos que la miran con desplante. En esta década ha cultivado una imagen de mujer etérea, exquisita, llena de lirismos vacíos y siempre atenta a los dictados de la moda y del poder.


La reunión ha sido convocada para que la empresa anuncie un plan para enfrentar la profunda crisis económica del periódico. En el aire flota la pregunta: ¿cómo vamos a seguir adelante? Hay una planificación meticulosa de la cita: introducción, recepción de quejas, exposición del derrumbe y al final, exhibición del hacha.


Fluyen los datos: cuando Carlos Gill Ramírez, el empresario de las tres nacionalidades, compró “La Razón” a sugerencia del “gerente” de Bolivia, Álvaro García Linera, la empresa tenía 354 trabajadores. En febrero de 2018 ya eran solo 330 y a la fecha de la reunión grabada, 280.


He ahí el primer problema. “La Razón” tiene desde el inicio de sus tiempos una sobrecarga de personal. Aún hay algo peor que ser obeso: ser viejo. Ese también es un mal en Auquisamaña. Benavente les recordaba a los líderes sindicales sentados frente a ella que el promedio de antigüedad en el diario es de 15 años. “El número que quieran, 20, 22, 30…, hay”, les dice, de acuerdo al audio, repasando las diversidad de permanencias largas en la misma planilla.


La consecuencia de la sobrecarga y la antigüedad de las personas a bordo ha generado dos problemas en “La Razón”: el 80% de los recursos se van al pago de salarios y si mañana, todos quieren retirarse, no alcanza el patrimonio acumulado para liquidar o finiquitarlos al mismo tiempo. En consecuencia, señor Gill, usted no compró un diario, sino un problema, una bomba laboral de tiempo.


Benavente prosigue su introducción añadiendo cadáveres aritméticos al recuento de los daños. Cinco piedras más habrían ayudado a hundir el transatlántico de Auquisamaña: los ataques políticos y mediáticos contra Carlos Gill, la tensión interna con el sindicato, la caída de Evo Morales, la pandemia y la estricta cuarentena. Luego alguno de sus brazos gerenciales se atrevería a decir que también hubo un sabotaje interno, sin pruebas, pura inquina.


La voz de los asalariados


Presentado el muerto, llega el turno de los trabajadores. La líder del grupo elude rodeos, va directo a las astas del toro. Hay agravantes, señora directora. Esta crisis no es reciente, se arrastra desde que tenemos memoria, ustedes no hicieron nada, reaccionan tarde. Nunca se tomaron en cuenta las propuestas de los empleados, hubo soberbia y manejo autoritario. “Pudimos haber hablado antes”, dice la voz de los productores del diario.


Benavente interrumpe, aclara que ella no era la interlocutora con el sindicato, sino los gerentes y la dirección de recursos humanos. Bueno, hasta que llegó Pablo Rossell, el gerente 2015-2017, el constructor del galpón rajado, el del “carácter endemoniado”, “sincero y buen profesional”. Ese conflicto derivado de los maltratos de Rossell a la gente, hizo que Benavente tenga que intermediar. Al final el ex cuñado de la directora tuvo que replegarse a la remunerada labor de escribir editoriales. Luego trabajaría como portavoz del programa de gobierno del último binomio Evo-Álvaro, septiembre-octubre de 2019.


Las voces del sindicato vuelven, cada vez más valientes. Reiteran que en diez años no se hizo nada, que la sobrecarga no es novedad, que todo se fue arrastrando de manera indolente. Y, lo peor de todo: ante los ataques en el sentido de que “La Razón” era una sucursal de la Vicepresidencia, de que se había agachado ante el gobierno del MAS, nunca hubo reacción ni respuesta, ni una línea de contraataque y menos de defensa. Hubo silencio y en muchos casos, ratificación implícita de los reproches.


Benavente recupera la palabra una y otra vez. Va dejando una larga serie de frases dignas de apuntarse con bolígrafo rojo y letra resaltada: “no tengo nada que ocultar”, “esos 12 millones no están en mi cartera” (el monto que el Ministerio de Comunicación del gobierno del MAS le pagó al diario por publicidad en los últimos cuatro años), “Carlos Gill tiene diez empresas que cuidar en plena pandemia, pobre hombre, no, no es pobre, tiene plata”, “Carlos Gill venderá a su madre, no sé”. Lo curioso que ninguno de los miembros del sindicato toca tales temas. La señora directora sostiene pugilatos verbales con los rumores, las murmuraciones de pasillo.


Cifras del derrumbe


Habla el cuerpo gerencial. Destapan datos necesarios para la persuasión final. “La Razón” gasta 2 millones de bolivianos al mes en salarios. Ha pagado más de 18 millones en impuestos atrasados en 2007. Ha tenido que dar dobles aguinaldos e incrementar remuneraciones. La planilla está desfasada, hay subalternos que por antigüedad ganan más que sus jefes. Los gerentes pesan menos del 10% en la nómina salarial (cuidado crean que se dan la gran vida…). Con la cuarentena solo nos han dado permiso para que se muevan tres vehículos, es poco para traer al personal hasta la colina. De cada 100 bolivianos que ganamos, solo 12 vienen el gobierno. Somos independientes. La venta de ejemplares en los quioscos ha caído a un ritmo de 9 a 11% por año. La imprenta trabaja al 25 a 28% de su capacidad instalada. Es mayo, y solo hemos podido pagar el 70% del sueldo de febrero.


Benavente corona la lluvia de indicadores en rojo con una pregunta que nadie responde: “¿Cómo hacemos si ni para café tenemos en esta reunión?”.


Afilando


Finalmente se hace conocer el plan hacha. “La Razón”, dicen, acaba de lograr un crédito del gobierno. Usará ese dinero para pagar lo que falta por febrero y los primeros 15 días de marzo. Listo. Pero esa no es la salida, sino un paliativo. La solución pasa por achicarse. Benavente aclara que “La Razón” lo hará, pero no como lo hicieron “Página Siete”, “El Deber”, “Los Tiempos” o “El Correo del Sur”. Todo será, promete, negociado. A saber: se hará una invitación a todos los empleados que deseen retirarse para que se sienten a calcular el tamaño de sus finiquitos. Acordada la suma, se les entregará el 20% con la condición de que se vayan. El dinero restante lo irán cobrando en cuotas. Benavente parodia ahí una conversación ficticia entre empresa y trabajador: “¿si no me pagas, te meto a la cárcel?, sí me metes a la cárcel, ok, meta”.


¿Qué pasa si no te sientas a pedir tu retiro? Te quedas, aunque “va a ser duro”. Pese a ello, la directora hace promesas que no iría a cumplir: “Patada en el poto, reducción, no va a haber”, “No va a ser a lo Página 7 con reducción de salario”, “no va a haber reducción de salario”, “no hemos dado el hachazo”. Añade que cuando necesiten gente a futuro, los van a llamar, estacionalmente.


El cuestionamiento sale por sí solo: ¿hay dinero para finiquitos y no para salarios? Benavente se adelanta al reproche. Dice que para las liquidaciones habrá un segundo préstamo. “La Razón” usa crédito para gasto corriente. De locos.


La voz del sindicato reaparece en medio de la avalancha de amenazas. Es para aclarar que “a la Página Siete”, la reducción se dio en términos amables. Los trabajadores fueron informados de la crisis y aceptaron reducir sus salarios a cambio de mantener sus empleos. Lo mismo pasó en “Correo del Sur” donde todos se sienten miembros de una misma familia. No, señora directora, no hubo hachazo en esos lugares.


Concluida la reunión del 19 de mayo, 40 empleados negociaron su salida en los términos definidos por la empresa. Cobrarán el 20% de su liquidación y esperaran a que el resto vaya goteando.


El miércoles 1 de julio, el personal remanente, unas 240 personas, fueron invitadas a una sesión de zoom. Exprimir la pandemia en todas sus aristas pragmáticas, la estrategia empresarial. Después de un par de banalidades de inicio, se les dijo que allí estaba presente un notario de fe pública. Entonces vino el hachazo.


No, no fue “a la Página Siete”, fue “a la Benavente”. Empezaron a leer una lista de despedidos. “La Razón” los llama “desvinculados”, quedan fuera y sin desahucio “por razones de fuerza mayor”.


“Desvinculados”, suena hasta noble: romper un lazo, desprenderse, flotar. El sindicato tuvo que ponerse a contar. Al final eran 97 nombres. La directiva sindical había sido pasada por el hacha, el filo anti-rebelión.


El 19 de mayo de 2020, Benavente dijo “no hemos dado hachazo”. Era solo cuestión de tiempo, mientras afilaba la herramienta.

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