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Fábula y realidad: las misiones médicas de Cuba para el mundo


Rafael Archondo

Al inicio de sus días, la Revolución Cubana envió guerrilleros a los cuatro puntos cardinales de América Latina y del vasto Tercer Mundo.


Cientos de jóvenes, galvanizados por los discursos de Fidel Castro, fueron reclutados entre 1961 y 1991, primero por la llamada Dirección General de Liberación Nacional, y a partir de 1975, por el Departamento América, los dos despachos sucesivamente encargados de impulsar desde La Habana la consigna del Che Guevara: crear “uno, dos o tres Vietnams…”. Aquella se convertiría en una factoría de revoluciones abortadas o maltrechas, la mayor agencia funeraria del continente.


El plan maestro era administrado por el comandante Manuel Piñeiro (foto), una especie de canciller paralelo del gobierno cubano, el operador simultáneo, azaroso y generalmente irresponsable de decenas de aventuras armadas, al final, todas ellas puros y simples baños de sangre.


Las operaciones encubiertas incluían entrenamiento militar intensivo para los reclutas, manufactura de documentos falsos de identidad, enlaces aéreos a través de Checoslovaquia o Argelia, operaciones faciales de cirugía estética y traslado de armas, vituallas y aparatos de comunicación. La factura la pagaba la Unión Soviética, que aunque a momentos trataba de contener los impulsos de sus socios cubanos, consentía la mayor parte de las maniobras.


Entre 1959 y 1962, las embajadas de Cuba y los corresponsales de la Agencia de Noticias Prensa Latina servían de enlace para los sucesivos desembarcos. Desde allí corrían las decenas de invitaciones para visitar la isla, hasta allí llegaban las múltiples recomendaciones para contactar a tal o a cual líder político a fin de acercarlo a la teoría del foco guerrillero. Advertidos de ello e instados por la Casa Blanca, los gobiernos latinoamericanos decidieron, uno por uno, romper relaciones diplomáticas con La Habana. En 1962, la OEA le sacaba además tarjeta roja a la delegación cubana en Washington. Desde la isla se respondía que aquella ya se había convertido en “el ministerio de colonias” de los Estados Unidos. Cuba no regresó más al organismo a pesar de que el veto ya fue levantado por sus países miembros en 2009.


Cuando Cuba fue expulsada del sistema interamericano, sus embajadas tuvieron que ser evacuadas. No importó mucho. Las reemplazaron cineastas, escritores, actores y actrices, periodistas o poetas. Cientos de manos y mentes se pusieron a disposición de la insurrección continental contra el imperialismo norteamericano. “La Casa de las Américas,” el diario “Granma”, el Festival de Cine de La Habana, el de la Juventud y los Estudiantes, las canciones de Silvio y Pablo… en fin, cada encuentro en el teatro Karl Marx de la capital cubana detonaba olas flamígeras de aspirantes a combatir. Todos querían armar su Sierra Maestra y la entrega de vidas estaba en el primer renglón del orden del día.


En medio de esos fervores bélicos, los nuevos gobernantes cubanos empezaron a desarrollar técnicas eficaces de control ciudadano e inteligencia. El mismo Piñeiro, más conocido como Barbarroja, se convirtió en un perito en estos temas. Su labor principal era defender a Fidel Castro de los inventivos planes de la CIA norteamericana, que buscaban sin descanso desbrozar todas las vías para asesinarlo.


Ese formidable aparato, más conocido como G2, funcionó como destacamento de avanzada de cuanto proyecto de expansión de la Revolución Cubana asomaba por ahí. A pesar de su escaso tamaño, su enclenque economía y su condición insular, Cuba se convertía de pronto en un gigante geopolítico.


En enero de 1966, en La Habana, se celebró la famosa Conferencia Tricontinental, 500 delegados de 82 países de América, África y Asia abrazaban formalmente el camino de las armas. Nacía una nueva Internacional guerrillera bajo la bendición de los Castro. Ernesto Che Guevara, ya con la mente puesta en Bolivia, les envió una carta para reforzar su ánimo combativo. La suerte estaba echada, había cesado el tiempo de las palabras. De ahí en más, solo contaban las detonaciones.


Fracaso tras fracaso


Fueron 30 años en los que Cuba buscó la implantación de la violencia revolucionaria como mecanismo para la toma del poder en América Latina. Sus fracasos fueron tan rotundos como persistentes. Una pila de muertos y una hilera de golpes militares fueron el saldo final de tantas aventuras fallidas. En el camino, los cubanos no se detuvieron ni siquiera ante la renuencia de los partidos comunistas locales, cuyas dirigencias cuestionaron muchas veces la vía elegida. Hubo fracturas y reproches de traición, también ajusticiamientos extra judiciales internos. El poeta salvadoreño Roque Dalton fue asesinado por sus propios camaradas y con él, varios más.


En el balance, Manuel Piñeiro solo pudo jactarse al final de un solo episodio semi victorioso: la Revolución Sandinista en Nicaragua. Pare de contar. Sin embargo, el 25 de abril de 1990, Violeta Chamorro juraba como presidenta de ese país. Los compañeros rojinegros en Managua habían sido desalojados del poder por el voto del pueblo. Al final entonces, nada. Cuba quedaba, en la última década del siglo XX sola y con las manos vacías, ni un solo Vietnam aparte del ya conocido y glorioso.


Golpe de timón


No es casual por ello, que en julio de 1990, la izquierda latinoamericana se haya reunido por primera vez en el Foro de Sao Pablo, en Brasil, para repensar a fondo su estrategia. Las guerrillas habían perdido su brillo y era momento de rectificar. A partir de ese año, los impulsores de la violencia se cambiaban de bando y optaban astutamente por la democracia electoral. El Departamento América fue clausurado. Desde La Habana se empujarían mejor campañas proselitistas. Se avecinaba el tiempo de Lula, Chávez, Evo, Correa, Mújica, Kirchner, Ortega o Zelaya.


Con la llegada de los nuevos gobiernos electos, inclinados a la izquierda, Cuba dejó de entrenar y exportar guerrilleros, prefirió reemplazarlos por doctores y enfermeros. Si bien el envío de misiones médicas ya arrancó en 1963, en este siglo las batas blancas cubanas se transformaron en la principal fuente de ingresos del Estado dirigido por los hermanos Castro. Se dice que las recaudaciones por este concepto superan incluso a las del turismo.


Según datos oficiales del propio gobierno de La Habana, más de 600 mil trabajadores de la salud han partido hasta ahora desde Cuba a misiones “internacionalistas” rumbo a 160 países. Actualmente (2019), 30 mil médicos cubanos están activos en 67 naciones. Este número ha crecido tras la aparición de la pandemia del corona virus.


Ante el nuevo contexto, Fidel Castro empezó a cambiar de discurso. La Unión Soviética, que había sido su cajero automático durante 30 años, yacía hecha pedazos. La isla que había buscado subvertir todos los órdenes democráticos o dictatoriales en el mundo, empezó a usar palabras dulces y a impulsar la co-existencia pacífica que tanto criticó. Además de insistir en el fin del bloqueo económico impuesto por Estados Unidos, Castro reforzó los lazos de amistad con todos los gobiernos sin importar su color. “En las relaciones internacionales practicamos nuestra solidaridad con hechos y no con bellas palabras”. Era la nueva cita del Comandante a ser recitada y copiada en todos los muros.


¿Solidaridad? Naciones Unidas calcula que entre 2011 y 2015 el gobierno cubano habría recibido más de 11 millones de dólares como compensación por haber enviado misiones profesionales al exterior. El 80% de ese dinero es atribuible solo a los médicos (hubo también maestros, ingenieros y hasta músicos o danzarines). El personal en salud que sale de la isla cumple con periodos de trabajo de al menos tres años fuera de su país. La cifra de 11 millones en 4 años subestima la realidad. Solo el gobierno de Brasil le pagó a Cuba por un mes de salarios a 8.500 médicos un aproximado de 34 millones de dólares.


Primer mito que debemos derribar de entrada: los enviados por Cuba al exterior no hacen trabajo voluntario ni filantrópico, son profesionales pagados por sus beneficiarios. Cuba no regala el trabajo de sus médicos, cobra por ellos y no poco.


Numerosas investigaciones sobre las misiones médicas cubanas han terminado de iluminar su situación real. Al principio, los datos fueron secreto de estado, sin embargo el volumen de los desplazamientos ha terminado por revelarlo todo. Acá solo te entregamos un resumen de lo que ya se sabe por diversas fuentes y testimonios.


Una síntesis ponderada de esos datos nos permite hacer las siguientes afirmaciones respaldadas.


1. No son gratis


Ya se dijo. Los médicos cubanos en misiones en el exterior no son fruto de ningún altruismo revolucionario. Sus servicios son pagados por los países que los reciben. Durante el tiempo que viven y trabajan en el extranjero, los galenos continúan laborando para el Ministerio de Salud de la isla. Lo que hace éste es cederlos por un tiempo a los países receptores, pero nunca dejan de ser sus empleados, salvo que abandonen la labor.


En tal sentido, las misiones médicas cubanas no son propiamente “internacionalistas”, en el sentido guevarista de ofrendar gratuitamente esfuerzos y sacrificios bajo otras banderas. Se realizan bajo condiciones acordadas por los gobiernos y están intermediadas por el dinero. Los países anfitriones proporcionan transporte, vivienda y equipos a los misioneros. Ellos solo llevan sus conocimientos. Regresan a sus casas con maletas llenas de electrodomésticos y otros productos que no se consiguen en la isla, conocida por su desabastecimiento crónico desde 1959.


2. No operan bajo criterios ideológicos


Cuba no otorga a sus médicos solo a los gobiernos con los que simpatiza ideológicamente como ha ocurrido con Brasil, El Salvador, Ecuador o Bolivia. Los entrega si los países pagan por ello. En tal sentido, pueden volar hacia la ultra derechista región del norte de Italia o hacia la poco socialista Andorra, el paraíso fiscal que los ha llamado recientemente. Acá impera el Señor Don Dinero, rasgo del abominado capitalismo.


¿Qué pasa cuando un país no puede pagar? Según un informe de “Archivo Cuba”, en estados pobres como Mali o Haití, de la factura se hacen cargo organismos multilaterales como la OMS. Eso les permite tener clientes impensados y hacer propaganda humanitaria con dinero ajeno.


3. No son baratos


Los médicos cubanos generan remuneraciones relativamente altas que oscilan entre los 4 mil dólares al mes que se pagaban por cada uno en el Brasil de Lula y Dilma, y los dos mil dólares que ahora mismo se cancelan en el Perú del presidente Vizcarra.


Los gobiernos que los reciben depositan considerables sumas por tenerlos. A cambio reciben evidentes beneficios, el principal de ellos, los galenos del Caribe están “dispuestos” a trabajar en los lugares más apartados de las ciudades y el campo. Van adónde les piden, trabajan bajo horarios extenuantes y padecen una vigilancia incesante de parte de sus coordinadores o custodios del G2.


4. Son los médicos que le faltan a Cuba


En Cuba existen disponibles 95 mil profesionales formados en medicina. Como ya se dijo, 30 mil de ellos están fuera. En la isla muchos se preguntan si los que se van, son los que les faltan. ¿Tiene Cuba un excedente notable de médicos? En 1999, Cuba abrió la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM), situada a 3 kilómetros de La Habana en una ex Academia Naval. El objetivo era y es formar médicos a ritmos acelerados para poder proveer personal en el menor tiempo posible. Dado que enviar batas blancas al exterior es un negocio para la burocracia gobernante, es lógico que merme el personal doméstico.


5. Son explotados laboralmente


Los médicos cubanos que se resisten a formar parte de las misiones “internacionalistas” son etiquetados, no faltará quien los tache de “contrarrevolucionarios”, que es la sentencia habitual que antecede a la muerte civil en el país. Difícil decir que no. ¿Por qué hay cada vez menos disposición a viajar? Las razones se han ido expandiendo como infección sin vacuna a medida que regresan los que ya estuvieron fuera. Ellos lo cuentan todo en voz baja.


Ya se sabe que las condiciones laborales de las misiones son deplorables. Un informe de noviembre de 2019, suscrito por la oficina de Derechos Humanos de Naciones Unidas en Ginebra ya insinúa “trata de personas y semi esclavitud” cuando se refiere al asunto. Los médicos se enteran de su destino asignado solo horas antes de subir al avión, al llegar son despojados de sus pasaportes y sometidos a una vigilancia personal diaria, no pueden intimar con nadie que no sea de su misión, tampoco pueden llevar a sus familias, deben entregar un informe diario de sus actividades, no están autorizados a hacer turismo ni a salir por las noches o los fines de semana, deben asistir a reuniones políticas y no pueden regresar a Cuba por vacaciones o motivos de emergencia. Cualquier sospecha de deserción tiene que ser denunciada. Cada contingente médico cuenta con un comisario o coordinador que se hace responsable ante La Habana de que todos los que salieron de la isla, regresen. Son los agentes del G2.


En Naciones Unidas ya se sabe que los médicos cubanos en misión trabajan 64 horas a la semana. Las relatoras especiales Urmila Bhoola y Maria Grazia Gammarinaro, responsables de combatir la trata de personas y la esclavitud moderna, consignan ese dato en su carta al Presidente de Cuba el año pasado.


6. Son mal pagados


Pero la peor parte de la misión es la salarial. El gobierno cubano confisca entre el 90 y el 75% de los salarios asignados a cada médico. Ese dinero es entregado por el gobierno anfitrión directamente a La Habana, y ésta se lleva una parte que excede cualquier plusvalía. En los hechos, las misiones son una fuente de ingresos para el Estado. No es un mero descuento, sino casi una expropiación del salario o, siendo tolerante, una especie de súper impuesto.


El monto no confiscado, es decir el 10 o 25% del sueldo, queda retenido en Cuba. Los médicos pueden cobrarlo cuando regresen. Si desertan, pierden todo. ¿Con qué sobreviven? El coordinador les entrega una suma, cuyo tope está en los 120 dólares al mes, de acuerdo al país. La regla para América Latina es que un médico cubano perciba entre 65 y 70 dólares mensuales. De ese modo los “internacionalistas” se transforman en objeto férreo de control por el estómago. Al no contar con dinero local, optan por el encierro y el trabajo agotador. Todos saben que la mayor parte de lo ganado será usado en Cuba cuando regresen. En este aspecto, los trabajadores migrantes temporales que se van de México a California tienen un mejor trato.


7. Muchos desertan


Cuando en enero de 2019, el nuevo gobierno brasileño decidió eliminar el programa “Mais Medicos”, más de 6 mil de los 8.500 doctores cubanos fueron presionados para regresar a su país. Brasilia los invitó a quedarse bajo la condición de que revalidaran sus estudios. Para ello les ofreció incluso acabar con la confiscación de su salario. Dos mil aceptaron la oferta de Bolsonaro. Ello les significó el castigo de no poder volver a ver a sus familias, retenidas en la isla, pero les permite cobrar salarios de hasta 5 mil dólares si se mantienen en los lugares alejados a los que llegaron. Si quisieran regresar a la isla, los espera una celda de hierro. La deserción es delito y se paga con entre 3 y 8 años de cárcel, según el Código Penal de Cuba.


Lo sucedido en Brasil dejó al desnudo la realidad de los médicos cubanos en el mundo. Mostró la manera en que se usa el marxismo en Cuba. Dicha teoría parece haber despertado en los burócratas comunistas caribeños un apetito voraz por la plusvalía de sus propios trabajadores, en este caso, sanitarios. Tampoco es novedad. En los prósperos hoteles privados de lujo del comunismo caribeño las condiciones laborales son casi las mismas.


8. Son agentes político-electorales, no espías


Una de las exageraciones que se han dispersado sobre los médicos cubanos consiste en decir que son espías. No hay evidencias sobre ello. Al contrario, la creciente cantidad de desertores termina más bien siendo una crítica elocuente al modelo comunista. Los galenos cuentan poco, pero al final terminan soltando evidencias sobre las malas condiciones de vida en su país y el fracaso de la aparente panacea revolucionaria en el terreno.


Sin embargo es evidente que la presencia benéfica de los médicos cubanos en los barrios marginales y en las comarcas más olvidadas funciona como un recurso electoral para los gobiernos que los han recibido. No faltan denuncias de los propios portadores de batas blancas a los que se les ha pedido que le digan a los pacientes que si Maduro no gana las elecciones, ellos tendrán que marcharse de Venezuela.


9. Son “todo-terreno”, pero…


Lo que muy pocos pueden desconocer es que las misiones médicas de Cuba no tienen los remilgos aristocráticos de muchos profesionales de la salud que solo esperan trabajos confortables y bien remunerados, a pocas cuadras de sus mansiones. Los cubanos van adónde les dicen. Son fuerza de trabajo militarizada. Sin embargo, con el corona virus ya han empezado a rebelarse. En Chimbote, Perú, abandonaron el servicio en el que laboraban, porque no querían someterse a las malas condiciones de bioseguridad de sus colegas peruanos. Su huelga ayudó a que en ese país se discuta la necesidad de cambiar de equipo de protección cada día.


10. Carecen de una alta calificación


El sistema sanitario cubano es exitoso por su carácter preventivo. Hay médicos por vecindario, que hacen vigilancia desde los primeros años de vida y van evitando enfermedades. Allí llueven elogios bien merecidos. Sin embargo eso hace que muchos de los que se forman en medicina en Cuba se queden en los conocimientos básicos e indispensables.


Cuando el nuevo gobierno brasileño ofreció la residencia en el país a los médicos cubanos, los invitó a que revalidaran sus estudios. Muchos tuvieron que regresar intensamente a los libros. Se dieron cuenta que sabían mucho de proezas revolucionarias y menos de tratamientos y curas. En el Perú también los han criticado por no entender las nuevas complejidades y eso los obliga a actualizarse. Ser herramienta de burócratas puede ser a veces una fuente de desgano y comodidad.

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