El estreno de Bob
El neoyorkino Robert Gelbard acumuló en total un lustro de permanencia en Bolivia. Pasó en inicio dos años (1965-1966) como voluntario de los Cuerpos de Paz, despachados al mundo por el Presidente Kennedy para promover el contacto directo entre chicos norteamericanos de alma sensible y los habitantes de nuestro aún injusto Tercer Mundo. Aquella exploración supervisada tuvo lugar poco después de su graduación como bachiller en el colegio Colby de la ciudad de Maine, el año 1964. Para entonces Gelbard tenía solo 20 años y con certeza, regresó a su país como poseedor de un idioma español mínimamente eficiente. Tras estudiar leyes en Harvard (1979), ingresó al servicio diplomático. Sus primeros desplazamientos allende los mares fueron hacia Filipinas, Francia y Brasil.
El 11 de octubre de 1988 presentaba en La Paz sus credenciales como nuevo embajador de los Estados Unidos en Bolivia. Duró en el puesto hasta el 20 de julio de 1991, casi tres años en terreno. Hacía su debut sobre la tarima mínima de la diplomacia real. Después escalaría a embajador de su país en Indonesia, pero sobre todo a enviado especial de Bill Clinton para Kosovo y la post-guerra de los Balcanes.
En el mundito político boliviano, a Bob le tocó tratar de intimar con el parco Víctor Paz Estenssoro, pero sobre todo, aplacar al sobrino del líder del MNR, el díscolo Jaime Paz Zamora, con el cual cultivó, desde el primer apretón de manos, una arraigada antipatía recíproca. Según le cuenta Jaime a Susana Capobianco (2012), la primera misión arriesgada de Gelbard habría sido convencerlo de que los votos naranjas y azules de su partido en el Congreso fueran entregados al empresario minero Gonzalo Sánchez de Lozada. Con certeza, Bob y Goni ya eran, para entonces, cuates de telefonazo diario.
La historia, siempre según Jaime, habría transcurrido más o menos así: Tras las elecciones de 1989, en las que Goni obtuvo más votos, Bob fue a buscar a Paz Zamora hasta su casa. Según el líder del MIR, Gelbard le habría dicho más o menos lo siguiente: "Mire licenciado Paz, el gobierno de los Estados Unidos cree que lo más conveniente para la relación de nuestros dos países es que Sánchez de Lozada sea el próximo presidente de Bolivia, por lo tanto le pedimos que no voten por Banzer". Tras unos minutos de silencio, el hasta entonces únicamente ex vicepresidente de la UDP le habría respondido: "Mire, embajador, tenga la absoluta seguridad de que nuestro voto no va a ser por Banzer". Gelbard se fue de allí con una sonrisa imposible de disimular. Había logrado su meta en unos cuantos minutos. Goni sería el elegido, le quedaría muy agradecido y el MNR permanecería en el poder por cuatro años más.
Recordemos que al no haber obtenido la mayoría absoluta de votos en 1989, la formación del próximo gobierno pasaba a manos del Congreso. Allí, los votos de cualquiera de las tres bancadas mayoritarias tenía que dirimir entre Goni, Banzer o Paz Zamora. Éste último cumplió la promesa hecha a Gelbard. En efecto, sus parlamentarios no votaron por Banzer. Lo que el embajador no sospechaba era que antes de su visita intrusa, Banzer ya había acordado votar por Paz Zamora. Goni se quedaba así en la acera de enfrente. El MIR había engañado a los gringos. Es posible que por entonces, el embajador de 45 años se hubiese jurado ante el espejo no volver a confiar en la palabra de un mirista.
Seis de agosto de 1989. Los embajadores hacen fila en el Palacio para estrechar la mano del nuevo Presidente, en cuyo rostro lastimado se exhiben las huellas de la cruel lucha por la democracia. Gelbard se mueve entre los primeros de la columna. Paz Zamora le cuenta a Capobianco (2012) cómo fue aquel reencuentro: "No me miró a los ojos cuando me dio la mano, porque sabía el diálogo que había habido cuatro días antes. De ahí quedó un poco enemistado con nosotros y vino lo que vino, los narco-vínculos y toda la conspiración".
El estreno político de Gelbard había sido un completo bochorno. Su visita a Paz Zamora buscaba conseguir que, ya en 1989, Goni fuera Presidente, pero el tiro le había salido por la culata. Dirigía Bolivia, a partir de entonces, el hombre que había demostrado que estaba dispuesto a burlarlo. El MIR iría a pagar un precio muy alto por aquella travesura.
Durante casi toda la vida, los bolivianos hemos engordado la fábula de que nos manejaban los gringos. Como toda buena narrativa, ésta posee trocitos de verdad y algunos gramos de evidencia. En esta y próximas entregas, quisiéramos poner las cosas en su sitio.