Urgente, una cuarentena filosófica
Cuando estas líneas empiezan a oscurecer la pantalla, el mundo ya cuenta con cinco millones de contagios por corona virus. Es el saldo de una enfermedad descubierta a fines del año pasado y es casi todo lo que el 2020 nos ha entregado hasta la fecha. Será inolvidable.
La cantidad de fallecidos supera los 300 mil en todo el planeta, de los cuales, solo el 9% fue cremado o sepultado en América Latina. No es motivo de alivio. Aunque la pandemia ha tardado dos meses en cruzar el Atlántico, podemos estar seguros de que el epicentro del mal está en plena mudanza hacia estas latitudes. Para los que seguimos a diario las estadísticas sanitarias, las tendencias han sido un descenso rápido de los daños en países como China o Corea del Sur, una caída exasperantemente lenta entre los ocho países europeos más lastimados, una escalada sostenida en Estados Unidos y un salto formidable de Brasil hacia las alturas. Hemos ido olvidando Wuhan o Milán para empezar a temblar por Nueva York, Sao Pablo o la ciudad de México.
El corona virus es ya una enfermedad global que pone a prueba economías y gobiernos. Su presencia cada vez más uniforme en todos los confines del globo nos desafía como especie, pero nos evalúa como naciones y administraciones locales. Hay quien quiere ver en las tablas el fin de la ultra derecha (Trump o Johnson) o el colapso de las izquierdas eco-socialistas o autoritarias. Semejante cruce de variables no refrenda nada.
Hasta ahora la única receta que ha funcionado es el fraude estadístico y el maquillaje de las cifras. Hay cosas que simplemente no cuadran en los números del corona virus. Siendo profanos en el tema, degustemos como muestra un par de datos recientes: Rusia tiene ya la segunda cantidad más alta de contagios en el mundo, por encima de España o Italia (más de 300 mil), pese a lo cual han muerto por el mal tantos rusos como peruanos. Sin embargo la cifra de contagios en el Perú es un tercio de la rusa. Solo hay dos explicaciones paralelas o convergentes para este bache: Moscú informa mejor que Lima o en Rusia hay más auxilio para los enfermos, y por consiguiente una cuota letal más baja. Las tablas lo revelan: mientras el Perú realiza 20 mil pruebas por millón de habitantes, la cifra de Rusia es de 50 mil. ¿Sub-registro por acá, mejores hospitales por allá?
Hasta hace unas semanas, Alemania era la depositaria de todos los entusiasmos. La señora Merkel, ejemplo consagrado de la amistad entre política y ciencia, ostentaba una cantidad desoladora de contagios junto a una suma relativamente modesta de fallecimientos. Ahora la medalla va para el autócrata del Kremlin. Es la prueba de que los guarismos son inestables y no parecen tener un corazoncito ideológico.
Sobre bases tan endebles, los filósofos en larga cuarentena, no han tenido miedo de aventurar hipótesis y posar ante los reflectores. Da ganas de pedirles un reposo mental. Si algo nos ha enseñado el corona virus es a cerrar la boca. Una enfermedad sin vacuna ni tratamiento, que nos confina al espacio íntimo debería también inocularnos unas gotas de modestia. Somos la especie que más calamidades ha engendrado para los sistemas de vida del planeta y carecemos de argumentos para creer que tras sacarnos los barbijos, produciremos otras pautas de convivencia con el clima, la flora o la fauna. Hannah Arendt nos instó alguna vez a creer en que los mundos plenos y libres emergen de la cercanía o de la congregación de pareceres. No hay liberación sin deliberación profunda. ¿En serio podemos esperar algo lindo de la “sana distancia” y el pavor a ser tocado?
De vuelta a las cifras. Islandia es superada por las islas Feroe en la carrera mundial por hacer la mayor cantidad de test de corona virus a la gente. Claro, ocho mil muestras de saliva de sus 48 mil cavidades bucales han visitado un laboratorio. Luego nos enteramos de que son unos daneses autónomos y que el Reino de Dinamarca, su madre patria, también es, junto a Lituania, el paraíso de los cotonetes y los tubos de ensayo. Y sí, muy pocos fallecidos en las Feroe y sus similares, hasta que, para aguarnos la fiesta analítica, aparece en la tabla Bélgica que siendo el país número 18 en el ranking global de los test, tiene la cifra de mortalidad mundial más elevada en corona virus por millón de habitantes. Es el ejemplo de que hacer más pruebas, en vez de salvarte, quizás solo te ayuda a deprimirte con lustre. Por eso, mientras dure la cuarentena y no se invente la vacuna, seguiremos aplicándonos más y más placebos numéricos.