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Fumando en Montevideo



En agosto de 1961, Ernesto Che Guevara llegó a Montevideo, la capital del Uruguay, como conductor de la delegación cubana que concurría a una conferencia continental convocada por la Organización de Estados Americanos (OEA). Los temas a discutirse allí eran económicos, y el médico Guevara improvisaba ademanes y nociones básicas en su calidad, en simultáneo, de presidente del Banco Central y de Ministro de Industrias de la isla.


En Punta del Este, aquel balneario lujoso, se reunía el Consejo Interamericano Económico y Social y el jefe guerrillero, pistola en cinto, paseaba en sus botas militares sobre las largas alfombras. Por aquellos salones deslumbrantes, el tímido Comandante deambulaba con retaceos nerviosos. Al final del cónclave, no firmó nada. La economía fue siempre su preocupación lateral y el escenario de su primera derrota intelectual ante la nomenclatura comunista de La Habana. En 16 meses más, Cuba sería expulsada de la OEA. No quiere volver hasta hoy y Venezuela ha seguido sus huellas fugitivas.


El olfato de Guevara a orillas de río de La Plata lo impulsaba más bien a procurar auditorios políticos. Éstos llegarían. El 17 de ese mes, el Che dio una conferencia en la Universidad de la República ante un paraninfo lleno de jubilosos aspirantes a guerrilleros. Su alocución en Montevideo ha quedado grababa y ahí se escucha el rugido de los chicos repitiendo: “Cuba sí, yanquis no”. El orador estudiantil que lo introduce al podio exclama casi de hinojos: “Haremos lo que hay que hacer”. ¿Cuántos pares de brazos en la sala se avendrían años después a la cita con los fusiles? “Sentíamos que nos faltaba algo y ese algo era precisamente el contacto con el pueblo”, comenzó diciendo. Su frase más aplaudida versa sobre el consumo de carne entre los cubanos, y su derecho a consumirla aunque no tengan dinero. Resulta igualmente curioso escuchar al guerrillero defender el mercado libre de productos agrícolas tras la Reforma Agraria en el Caribe. El Che es responsable del fracaso de un plan de industrialización con decenas de fábricas llave en mano y sin materias primas para alimentarlas.


Lo que muy pocos saben es que durante esa estadía, el Che pidió una reunión con el embajador de Bolivia en Montevideo, el ex presidente Hernán Siles Zuazo. Los dos se reunieron a solas y no me cabe la menor duda de que, dados sus hábitos pertinaces, fumaron juntos. ¿Cómo habrá sido aquella conversación atravesada por el humo?


Ambos eran los conductores directos de dos de las tres grandes revoluciones latinoamericanas. Entre el boliviano y el argentino había 15 años de diferencia y la insurrección de abril ya había estallado entre La Paz y Oruro cuando el estudiante Guevara empezaba a ascender el continente en motocicleta. Entre los dos, Siles ya había acumulado muchas más millas revolucionarias.


Testigos periféricos de aquella reunión me comentan que Siles regresó a su casa sin revelar entusiasmo alguno por su interlocutor barbado. ¿Qué le podía enseñar el Che al embajador? Guevara había enfrentado cuatro meses atrás la invasión de Bahía Cochinos, el primer error severo de Kennedy apenas ingresado a la Casa Blanca. Está claro que mientras Cuba aspiraba a jugar un rol planetario, dejando que los soviéticos plantaran misiles entre sus palmeras, Bolivia había aceptado la ayuda de los Estados Unidos para estabilizar su moneda y aplacar los trastornos de la nacionalización de las minas. ¿Le habrá recriminado el Che a Siles por la aprobación de Código Davenport (1955)?, ¿le habrá dicho que se vendió al imperialismo?, ¿habrá contrarrestado Siles la embestida mencionando a las milicias obreras y campesinas, o quizás la aplicación del voto universal, del cual él fue el primer agasajado en los comicios de 1956? Lo único seguro hasta aquí es que fumaron.


Cito este episodio olvidado para subrayar que la Revolución Nacional Boliviana vivió presa de un complejo de inferioridad abrumador desde 1959, año en el que Castro ingresa triunfante a La Habana. La llegada de Guevara a Bolivia, solo seis años más tarde, para intentar darle lecciones al exiliado Siles y sus pares, solo ayudó a enturbiar más las cosas. La derrota del Che en La Higuera no redujo la arrogancia de los cubanos, quienes aún porfían en que son la única revolución profunda y consecuente de la región. El andar de los años demostraría que los logros de Siles superan con creces los del Che, tanto así que los guevaristas bolivianos, 14 años en el poder, no incurrieron en el desatino de aplicar las ideas del argentino en nuestro país.

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