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Trampas y entronques



El 6 de agosto de 1985, Hernán Siles Zuazo tomó la palabra por última vez en aquel hemiciclo. Sus 72 años soportaban sin esfuerzo ese cuerpo ligero, la gruesa miopía que no evitó que el Chaco lo recibiera de uniforme, la voz entrecortada por la discreta tos del tabaco, esa su carencia radical de grandilocuencia o afectación dramática.


Siles se despedía de la política boliviana para partir rumbo a su primer exilio voluntario. Escuchémoslo otra vez: “La crisis que heredamos se originaba en el derroche de los abundantes recursos con los que se contó durante una coyuntura externa excepcionalmente favorable. (…) Sin embargo los abundantes recursos financieros se inyectaron en proyectos faraónicos”. Sin nombrarlo, a Banzer le dejaba dicho que malgastó el dinero, ese que le faltó al gobierno constitucional a su cargo para encarar la ola de demandas salariales.


Luego, Siles repintaría un cuadro que no iba a ser olvidado. Trazado por sus palabras, vuelve a sonar del siguiente modo: “Una corriente alentada por la empresa privada y algunos partidos políticos sutilmente camuflados de izquierdistas, logró imponer el criterio de lo inmediato por encima de lo importante. Se convocó al Congreso del 80 como si el reloj de la Historia se hubiese detenido, coartando al pueblo el derecho a reiterar la elección de un gobierno con amplia mayoría en las urnas y con un parlamento capaz de respaldar su programa y satisfacer los anhelos populares”. Dice Alfonso Crespo que cuando Siles subió al avión que lo trasladaría de Lima a La Paz el 8 de octubre de 1982, se despidió de sus amigos diciendo: “voy a que me crucifiquen”. Horas más tarde, en la pista de aterrizaje de El Alto lo abrazaban sus verdugos. “El hambre no espera”, gritaban, pero lo que no esperaba era, en realidad, esa endemoniada “vocación de poder” de su joven Vicepresidente. Siles da en el clavo cuando registra ese hecho como la traición más connotada de aquella causa.


Nuestro hombre de abril y de octubre corona su análisis así: “La derecha con su conocida táctica y aprovechándose de la complicidad de algunos grupos dentro de la UDP, había asestado un golpe maestro. Aparentaba recorrer el sendero democrático, pero garantizaba a la vez que el pueblo no pudiera llegar a la meta, que se había señalado. Fue entonces que se selló la suerte del nuevo gobierno”.


El Presidente estaba recapitulando los perturbadores aromas de aquella maniobra. En efecto, no había sido únicamente el adversario del que se esperan solo incordios, sino el que recibió favores y abrazos sin medida, quien terminó montando la trampa. “A los puntos de vista políticos diferentes de los componentes del frente, se sumaron la inexperiencia administrativa de unos y la ambición desmedida de otros”. He ahí la frase más afilada del discurso de despedida. Sí, el segundo gobierno de Siles fue desprolijo en muchos aspectos, pero padeció más dolores bajo el castigo de unas ansias de predominio desproporcionadas al momento crítico que se vivía.


Como vemos, los dardos de Siles apuntan al MIR, aquel partido voraz de la UDP, el frente ganador de tres elecciones, extinguido súbitamente en dos años de desperfectos y desencuentros. Se atribuye a Jaime Paz Zamora la teoría del entronque histórico, formulada en Achocalla el año 1977. Con ella, el MIR se colgó del vigoroso cuerpo del nacionalismo revolucionario, adquirió personalidad propia entre la izquierda mundana y se dispuso a “chapar la manija” de la política nacional. En la práctica, la que debió haber sido la juventud del MNR, que por sucesión biológica heredaría las banderas de abril, terminó siendo una corriente generacional atormentada por el reto de asesinar al padre y reemplazarlo. ¿No fueron tal vez las dictaduras las que provocaron la desafortunada desconexión que obligó al entronque?


Después de Achocalla 77, vendría Lima 81. Los miristas se reunieron allí para encarar la fase de ascenso al poder ante el desvanecimiento del gobierno de García Meza. Allí entonaron el himno del reemplazo y suscribieron la traición con estas palabras: “Lo dominante de nuestra ligazón con la Revolución Nacional tiene que ser ahora con el contenido de este proceso y ya no con sus personajes. El partido debe ir a la apropiación e identificación de la Revolución Nacional, superando las mediaciones y convirtiéndose en el nuevo y auténtico portador del proceso nacional y de su proceso revolucionario”. Quedaba escrito. Cuando Siles leyó la frase, habría quedado perplejo, pero ya era demasiado tarde.

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