Mentiras Dockweiler
Cuando el ahora prófugo César Dockweiler, gerente de la empresa pública “Mi Teleférico”, supo, a través de esta columna, que la firma austríaca Doppelmayr había decidido cotizar sus servicios en la ciudad de México a 19 millones de dólares por kilómetro edificado, se puso muy inquieto. Convocó a largas conferencias de prensa, mandó preparar gráficas, amonestó al representante del BID y despilfarró tiempo valioso en apelativos como “irresponsables y desinformadores”. En el camino mintió tres veces.
Primera mentira. El 30 de mayo de 2019, Dockweiler dijo que Bolivia había comprado un Mercedes y no una peta. Con ello quiso sobrevalorar la manufactura de Doppelmayr e invalidar la de Leitner-Poma, la compañía franco italiana competidora en el reducido mercado duopólico de la fabricación de teleféricos. Pues resulta que la ciudad de México ha asignado a ambas empresas la construcción, por separado, de las líneas 1 y 2 de su Cablebús.
La Bolivia de las contrataciones directas operaba de forma no solo diferente, sino dolosa. En La Paz, los 32 kilómetros fueron montados solo por Doppelmayr. Para ello no hubo ni licitación ni competencia. El gobierno boliviano se decidió por los austríacos y para justificarlo recurrió al fantasioso Dockweiler, al que además ilusionó con la promesa de convertirlo en alcalde de La Paz.
¿En qué queda la comparación de Mercedes con petas? En la basura. Ambas empresas trabajan hoy para México en cada una de sus líneas, las cuales, al final del proyecto, serán prácticamente idénticas.
Segunda mentira. En aquella encendida conferencia de prensa de mayo, Dockweiler afirmó que los precios de los teleféricos en México eran más bajos que los de Bolivia, porque no incluían ni aranceles ni impuestos y tampoco las expropiaciones de terrenos o el pago de servicios. Era por eso que en La Paz Doppelmayr había cobrado 23 millones de dólares por kilómetro de teleférico construido. El ahora prófugo dijo que haciendo las restas correspondientes, el kilómetro en La Paz costó, en realidad, 16.5 millones, con lo cual Doppelmayr había otorgado una ganga al país y estaba lista para engañar a México. Terminó siendo al revés.
En su momento le demostramos, con los datos de la Línea Plateada, que lo que él decía era falso. Para construir ese tramo, se contrató un crédito y los montos desembolsados por la banca de desarrollo reafirman el precio de más de 20 millones por kilómetro. ¿Desde cuando un país se presta dinero que luego será devuelto en impuestos o aranceles? El razonamiento de Dockweiler se caía por sí solo. En cuanto a las expropiaciones, otro embuste. Los mexicanos llevaron adelante la habilitación jurídica de los predios antes de cotizar la obra.
Tercera mentira. El trío de falacias se completa con la peor. Dockweiler dijo que Bolivia había preferido la contratación directa por ser la más aconsejable en un mercado con casi ningún competidor. La ciudad de México nos acaba de dar una cátedra anti Dockweiler. Primero convocó a una licitación pública abierta a todos los interesados, la cual fue declarada desierta. Luego realizó una invitación restringida, que tiene que tener, al menos, tres postores. Solo hubo dos. No satisfecha con ello, la ciudad se decidió por una asignación directa, pero además hizo una subasta. Así, Doppelmayr ganó la línea uno, mientras a Leitner-Poma le fue mejor en la puja por la dos. Gracias a esta medida, México pagará 16 y ya no 19 millones por kilómetro de teleférico edificado.
¿Por qué mintió tres veces nuestro ex gerente? Porque mediante sus piruetas informativas quería evitar la siguiente noticia: “Bolivia pagó 7 millones de dólares más que México por cada kilómetro de teleférico”. Dicho así no parece tanto. El hecho es que fueron 32, es decir, que nos pudimos haber ahorrado un poco más de 200 millones de dólares.
Si Dockweiler operaba como la jefa de gobierno de México, hubiese tenido que incluir a Leitner-Poma en el negocio, es decir, darle a Doppelmayr solo la mitad del pastel. Pues bien, resulta que gracias al periodista Carlos Valverde, sabemos hoy que el representante en Bolivia de la empresa austríaca es el paraguayo-venezolano Carlos Gil Ramírez, el mismo que antes compró el diario “La Razón” y los ferrocarriles del país, el mismo que le dijo a Valverde que Álvaro García Linera era el “gerente” de Bolivia, porque “por él pasaba todo”, el mismo que representando a Doppelmayr, se adjudicó, con su constructora, todas las obras civiles del teleférico de La Paz. Ok, Dockweiler no era el perro, sino la cola.