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Nadie se cansa



El método de acumulación electoral de Evo Morales ha terminado por tocar fondo. El pasado 20 de octubre, el MAS no solo ha obtenido su peor resultado electoral desde 2005, sino que se sitúa porcentualmente por debajo de lo que logró cuando fue derrotado en el referéndum del 21 de febrero de 2016.


Al mismo tiempo, la oposición, ahora encabezada indiscutiblemente por Carlos Mesa, ha roto el maleficio, superando la barrera del 30%, debajo de la cual tuvo que vivir durante estos 14 años. El arranque de Comunidad Ciudadana (CC) supera toda expectativa previa. Su principal rival, el MAS, nació como sigla en 2002, con un poco más del 20% del electorado, es decir, 16 puntos por debajo del reciente debut de CC. De haber una segunda vuelta, la sigla naranja y verde terminaría de cerrar su ascenso, agrupando a todos los que estamos exhaustos de tanta patraña. Esta vez sí, Bolivia vislumbra una transición. El tiempo de Evo se extingue.


Sin embargo, el saldo funesto de la última elección no es el lento descenso del MAS, en la escala de simpatías sino la virtual evaporación moral de los vocales del Tribunal Supremo Electoral (TSE). Veinte horas bastaron para que ese organismo terminara de pulverizar su ya paupérrima credibilidad. Al haber decidido unilateralmente la interrupción por aquel lapso de tiempo de la entrega de datos preliminares, los vocales se suicidaron públicamente. Ya nada restituirá su reputación, ni siquiera la auditoría en curso de la OEA.


Según consta en el informe de la misión de observación electoral de la OEA, el TSE ensayó tres excusas infantiles para justificar el apagón de las 19:40 del domingo. Primero dijo que no querían confundir al público llevando adelante dos sumas en simultáneo. No somos tontos, el ciberespacio es infinito y bien podemos diferenciar una del otra. Luego aseguró que dado que ya habían rebasado el 80% del total, el suministro de datos preliminares podía cesar, porque ya había cumplido su fin. Ridículo. Después supimos, gracias al renunciante Antonio Costas, que la noche del domingo, el recuento preliminar alcanzó al 94% y que ya incluía gran parte del voto rural. Más tarde, los vocales afirmaron que hubo fallas técnicas y hasta un posible sabotaje informático. Cada una de esas excusas es una pala de tierra en la tumba del TSE. En esas circunstancias, ¿corresponde aún exigir una segunda vuelta? Está claro que sí, pero solo con un árbitro nuevo reconocido por los contendores. ¿De dónde lo sacamos?, ¿de la actual Asamblea Legislativa desfalleciente y nada representativa?, ¿de la que fue electa hace días en turbias circunstancias? Todo un lío, sin duda.


Por otra parte, en solo días, las variables no han hecho más que complicarse. La decisión de partida del gobierno fue equivocarse, apretar los dientes y llevar la definición hacia las calles. Por esa ruta fue el desvarío presidencial de “cercar las ciudades, a ver si aguantan”. Así, Evo Morales elevó la apuesta irresponsablemente. Si cede, insinúa, será solo porque la oposición se lo ha impuesto mediante la fuerza. Desde el helipuerto en el que se ha convertido la clase gobernante, solo se esperan palazos, dinamita y sangre. Ser obcecado petrifica y el MAS es, ya hace varios años, el último resabio recalentado de la superada Guerra Fría.


La revuelta juvenil que está viviendo Bolivia ya tiene sus propios analistas como Catalina Rodrigo. Enhorabuena. La muchachada que ha llegado a las plazas usando la tricolor como capa, es portadora de sentidos amplios de convivencia. Los “changos” que nos recuerdan a diario que “nadie se cansa” y que “nadie se rinde”, han abierto un boquete hacia un país que ya no precisa catalogar diferencias para sentirse genuino, que se cobija y arropa sin grandes aspavientos. Es su turno, no retrocedan, nos queda agradecerles y ceder el sitio.


Y es así que cuando el método de acumulación electoral del Presidente Evo Morales parecía colocarnos ante la resignación frente al clientelismo rampante y televisado, una gruesa hilera de muchachos nos anuncia que ha llegado la hora de la movilización por valores abstractos como la democracia o el respeto al voto. En la Bolivia del césped sintético y los coliseos excedentarios, del satélite que no transmite actas y del ridículo museo de poleras de Orinoca, va llegando la hora de enterrar, junto a los actuales vocales del TSE, el culto a la personalidad presidencial, uno de los orificios por los cuales el país empezaba a hundirse irremediablemente. El daño será remediado.

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