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"Sofisticado" populismo


Con la supuesta intención de impedir o al menos frenar el ascenso de Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia de México, tres cadenas de televisión difundieron hace un año los cinco capítulos de una serie titulada “Populismo en América Latina”. Javier García Mata, el productor, debió pagar en julio una multa por haber promocionado un contenido audiovisual que habría malogrado la equidad de la campaña electoral. En los hechos, el documental pasó desapercibido para la gente y no le causó ni un rasguño al favorito de la lid, quien tras su primer año de gobierno, disfruta hoy de más del 70% de aceptación popular.


Con la calma que nos regala el tiempo, revisitamos dicho material. Allí se reitera una afirmación que ha hecho fortuna en nuestro continente: “el populismo no es una ideología, sino un estilo, un modo de hacer política”. Los entrevistados por el equipo de filmación no aportan una sola evidencia que cimiente lo señalado. Se limitan a decir que “por eso”, hay populistas de izquierda y de derecha. Entre los primeros, Hugo Chávez Frías, y entre los segundos, Alberto Fujimori.


La presentadora del producto, la guatemalteca Gloria Álvarez, añade enfática que todo populismo fustiga de forma inmisericorde a una élite, a la que acusa de ser el nido de todos los males que azotan a la nación. Es el temblor que estremece desde abajo. Su único mérito sería, dicen los caballeros que disertan en el video, que vale como un grito de alerta cuando las cosas andan mal. El documental señala que el populismo sería parte del código genético de América Latina. ¿Realmente?


Un acercamiento menos altivo al fenómeno en cuestión plantearía que hacerse de la bandera de los de abajo y al mismo tiempo, maldecir a las élites, no implica en automático carecer de ideas propias. Aquel reordenamiento del universo político, sustituyendo la división izquierda-derecha por la de arriba-abajo es, a todas luces, un acto meditado de suprema astucia. Los mal llamados “populistas” son, en eso, máquinas imponentes de seducción colectiva. Desde que Perón, Haya de la Torre, Jorge Eliecer Gaitán o Getulio Vargas instalaron su carisma en las plazas o estadios de Latinoamérica, la doctrina estuvo siempre clara: “ni el imperio yanqui, ni el ruso, queremos tierra y libertad”. ¿No sería entonces más atinado escuchar lo que dijeron y, a veces, tomarlo en serio, en vez de esmerarse por etiquetar y denostar? Y sin embargo, el destino de todo nacionalismo parece ser el de circular por ahí caricaturizado como populismo. Las élites lo abominan de ese modo y quizás por ello, éste no hace más que regresar revigorizado.


Expandamos la duda de partida. ¿Puede haber una corriente que no sea ni de izquierda ni de derecha, sino de abajo profundo? Para perpetrar semejante vuelco, aquella tiene que ser nomás una ideología. No se podría de otro modo. En efecto, todo nacionalismo que escarba y restaña sus raíces en las emociones y tradiciones del pueblo, será siempre una acción meticulosamente pensada. En consecuencia, revocar las viejas distinciones y trastocarlas por una nueva, no puede ser solo un “estilo o un modo de hacer política”. Quien habla así, no sabe con qué se mete.


En dos pasos, hemos tocado acá la esencia del fenómeno. Quien afinca el “nosotros” incluyente entre los pobres del país y con esa fuerza, ocupa todo el espectro, tiene asegurada una larga vida. Lo que llamamos equívocamente “populismo” es esa manera creativa de sostener una identidad política imbatible. Pero también es un lugar confortable desde el que los portadores del proyecto “populista” pueden elegir a discreción las medidas de izquierda o derecha que mejor eslabonen sus dotes de mando con el beneplácito generalizado. Si algo distingue al nacionalismo de Perón, Haya, Gaitán o Vargas es precisamente la flexibilidad con la que se condujeron entre los vítores y las maniobras de salón.


Por eso el documental reseñado acá, comete pifia cuando coloca en un mismo costal a los caudillos del siglo anterior y los de esta centuria. El rebrote “populista” más reciente, con excepciones, padeció precisamente de la falta de ductilidad de sus predecesores. Duramente presionados por los manuales cubanos, los conductores del tiempo cercano, más que reprender a las élites, se declararon de izquierda, aunque sin recomponer el escenario. Quizás por ello no alcanzaron el mismo calado arrollador de los hombres que abrieron balcones y encendieron volcanes en el periodo previo. No es poco, pero en ello Perón fue más que Chávez.

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