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La ecuación Almagro


En Medellín, Colombia, acaba de concluir la 49 Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA). El ex presidente Tuto Quiroga apostó a que en esa cita se adelantaría la elección del próximo Secretario General. No ocurrió. Luis Almagro, el uruguayo que ocupa el puesto, prefirió no violar calendarios. Tras despeinarse en el Chapare, entendió que su acariciada reelección es un asunto no solo complejo y arduo, sino también tortuoso.


Para ello ha ido digitando minuciosamente las piezas sobre el tablero. Quizás usted no lo sepa, pero estamos ante un aficionado real del ajedrez. Su ecuación es tan arriesgada como efectiva. La primera movida fue reemplazar al delegado de Venezuela, que obedecía a Nicolás Maduro, por otro, Gustavo Tarre, quien, en los hechos, le debe su colocación en ese asiento. Ahí Almagro tiene un peón asegurado, el de la hasta ahora estéril oposición al chavismo.


Su siguiente base de apoyo es el llamado Grupo de Lima formado por Estados Unidos, Canadá, Guatemala, Costa Rica, Honduras, Panamá, Colombia, Ecuador, Perú, Brasil, Argentina, Paraguay y Chile. Hasta acá suman 14 respaldos, por lo que solo necesita cuatro más para alcanzar la corona. En Medellín, Almagro pudo aproximar a El Salvador, cuyo nuevo presidente espera desmontar rápidamente la herencia dejada por los ex guerrilleros en el poder. ¿Queda claro? Sin el voto de dos o tres países del Caribe, con los que tiene muy mala relación, o los respaldos de México, Uruguay, Bolivia o Nicaragua, la reelección de Almagro baila en la cuerda floja.


En Medellín, 14 países le dieron un revés. No solo votaron contra las resoluciones del Grupo de Lima, sino que advirtieron que no avalarían ninguna que contara con el patrocinio o siquiera el voto del enviado de la oposición venezolana. En eso, México, Uruguay o Bolivia tienen razón y es que Gustavo Tarre no representa a un estado miembro, sino a una parcialidad cada vez más debilitada. La OEA carece de la facultad para reconocer gobiernos. Lo único que puede hacer, bajo la Carta Democrática, es suspender, por dos tercios, a una delegación por la alteración del orden constitucional en su país, pero nunca, dar validez a una representación emergente solo porque una mayoría de votos así lo determina. Es como si mañana, a 18 delegados se les ocurriera que Trump no representa a los estadounidenses y dieran la bienvenida en la OEA al representante de Hillary Clinton, quien, como sabemos, obtuvo más votos en las urnas a fines de 2016.


Por la fragilidad del bloque adicto a su reelección, Almagro ha forzado una argumentación que coloca a Maduro como el gran enemigo a fin de azucarar la estampa de Evo Morales y Daniel Ortega. Contra los desvelos de Tuto, la ecuación Almagro camina. El Grupo de Lima no ha roto con él pese a su visita al Chapare y el Presidente colombiano lo recibió hace poco como a su favorito para repetir.


Para coquetear con la plaza Murillo, Almagro ha dicho que aunque la reelección presidencial no es un derecho humano, no tiene con qué oponerse a que Evo sea candidato debido a que Oscar Arias en Costa Rica, Juan Orlando Hernández en Honduras y Daniel Ortega en Nicaragua han podido postularse a pesar de que sus constituciones se los prohíben. Han sido jueces quienes han cancelado los frenos legales. Pero cuando a Almagro se le hace notar que en Bolivia no solo hubo un fallo del Tribunal Constitucional, sino el voto rebelde del pueblo, trastabilla y apenas atina a balbucear que no todos los referendos son acatados en el mundo. Pone como ejemplo el organizado por Colombia en 2016 para aprobar los acuerdos de paz con la guerrilla. Dicha respuesta es simplemente atroz. En Colombia, los documentos rechazados por el voto, fueron modificados sustancialmente en consulta con quienes impulsaron el No. Hubo meses de esfuerzos por admitir las críticas y alcanzar el consenso hoy reinante.


No, señor Almagro, ningún juez está por encima de la decisión de la gente. Al darle más valor a la sentencia del Tribunal Constitucional en Bolivia que al voto ciudadano del 21F, está usted santificando todo lo hecho por Nicolás Maduro para anular al parlamento venezolano electo en 2015. ¿Acaso no recuerda que la persecución, revocación de poderes y anulación de decisiones legislativas provino de jueces en desconocimiento abierto de la voluntad popular? De modo que si la ecuación Almagro funciona en serio el próximo año, tendremos al peor Secretario General de la historia de la OEA con la opción de prolongar sus desatinos por una década completa.

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