El MIR, a puro recuerdo
Cuenta con más de 700 páginas, titula “Testimonio y Legado” y ha sido publicado el año pasado por Alfonso Camacho Peña, Freddy Camacho Calizaya y Hans Möller. Los autores no solo han hecho un aporte macizo a la compresión de nuestra Historia política reciente, sino que han retratado con nitidez el itinerario de su propia generación militante. Para quienes creen que los miristas malograron todo lo que encontraron a su paso, acá hay un motivo sólido para admirarlos y agradecerles. Pese a ello, el libro no es una ocasión para prenderse medallas en el pecho, sino un acto descarnado de crítica y autocrítica. Qué mejor tributo que reseñarlo acá para invitar a leerlo con urgencia.
Comienzo recitando las conclusiones. Camacho, Camacho y Möller dicen que la trifurcación del MIR, es decir, su fractura en tres partidos el 4 de diciembre de 1984, fue el equivalente de su muerte. Ni los paramilitares que asaltaron aquella casa de tres pisos de la calle Harrington en enero de 1981 ni todas las conspiraciones de la derecha fueron tan letales como aquel ampliado en el que Paz Zamora le lanzó una silla a Alfonso Alem, dejando claro que ya nada más era digno de ser debatido. El MIR se estaba suicidando al mismo tiempo que la UDP, el frente con el que gobernó fugazmente, agonizaba en el Palacio de Gobierno.
Nuestros autores citan tres razones para el hundimiento de la marca más prometedora de la izquierda boliviana en el siglo XX: el obstinado radicalismo marxista del Frente de Masas Obrero, el puritanismo moral de Antonio Araníbar y el pragmatismo decadente de Paz Zamora. De ahí brotan las tres siglas que se disputaron los escombros dejados por la crisis económica derivada en una galopante inflación de la moneda: el MIR-Masas, transformado al final en Movimiento Sin Miedo (MSM), el Movimiento Bolivia Libre (MBL) reagrupado hoy en alguna medida en torno a la candidatura de Carlos Mesa, y el MIR-Nueva Mayoría, refugiado residualmente en la figura de Paz Zamora y su candidatura presidencial tardía bajo el ala del PDC.
Camacho, Camacho y Möller no se conforman con decir que no debieron haberse dividido. Son mucho más agudos al pensar en semejante crisis. Afirman que cuando el partido vivió su implosión, los pilares ideológicos sobre los que se edificó, ya estaban carcomidos. El MIR nació profesando el marxismo leninismo (1971), al cual quiso entroncar creativamente con el nacionalismo revolucionario (1977). Mediante ese puente tendido entre las dos orillas, logró ser el constructor más atractivo de la UDP, es decir, de la unidad frentista entre lo mejor del proceso del 52 (Siles Zuazo) y lo más sólido del “socialismo científico” (el Partido Comunista). De cara a las masas, en medio de los dos polos, el MIR lucía como la síntesis perfecta: el partido revolucionario de la izquierda nacional. Pues sucede que en 1984 ninguno de esos dos pilares quedaba en pie. El Muro de Berlín y el Estado del 52 estaban a punto de periclitar. Entonces el MIR se fractura mientras su base teórica se pulveriza.
Por eso, escriben los autores de “Testimonio y Legado”, cada una de las fracciones del MIR terminó subordinada a las fuerzas emergentes que empezaron a llenar el nuevo escenario político nacional. Así, por ejemplo, el MIR-Masas o MSM de Juan del Granado, acabó convertido en apéndice del MAS para después saltar al vacío en su intento por refutarlo; el MBL se hizo cada vez más diminuto al lado del Gonismo y su “Plan de Todos”; y el MIR-NM acabó pactando con el general Banzer en 1989 y después, gradualmente, con todo el sistema partidario en declinación. La generación del MIR pagaba caro su inadecuación al escenario poblado de neoliberales o kataristas reinventados.
Más allá de estas conclusiones, “Testimonio y Legado” guarda una gran cantidad de “bombas” informativas, que el periodismo local podría recuperar. Por el libro sabemos, por ejemplo, que el MIR forzó la convocatoria al Congreso del 80 porque temía que Siles decidiera presentarse solo con su partido en caso de una nueva elección, que Jaime Paz Zamora habría sido actor principal del secuestro de Siles en junio de 1984 a fin de precipitar la sucesión constitucional, que antes de 1982, el mismo Paz Zamora se habría negado a rendir cuentas del dinero donado por la solidaridad internacional en apoyo al gobierno de la UDP en el exilio y que Antonio Araníbar llegó a renunciar de la dirección nacional del partido en protesta por la pretensión del Frente Obrero de integrar a Walter Delgadillo dentro del máximo nivel de las decisiones. Luego ambos formarían un binomio unitario en 1989.