Assange: los sacrilegios de un hacker
Como muchos hijos únicos, Julian Assange vino al mundo en 1971 como el mejor ensayo de la superación involuntaria de su madre. A él le tocaría acercarse a las metas que ella hubiese querido acariciar. Y es que incluso ahora, Christine Ann Hawkins, la mamá del célebre hacker, funge como voz importante en todas sus decisiones. Divorciada antes de que Julian naciera, Christine Ann conoció al actor de teatro Richard Brett Assange, quien no solo le legó su apellido al niño, sino que introdujo el nomadismo en la familia. Desde entonces, los tres vivieron en más de 30 ciudades, buscando público, armando escenarios, encendiendo reflectores. Esta movilidad teatral incesante hizo de Julian un autodidacta, un aprendiz solitario. Cambiar tanto de escuela puede resultar agotador, por lo que resulta más conveniente encontrar un asidero confiable en casa: uno mismo. En 1979, sobrevino el siguiente divorcio de su madre y tiempo después el tercer matrimonio. Le nació un medio hermano, pero Julian no dejó por ello su sitio central en ese hogar reducido e intenso.
Desde muy chico, el joven Assange se vio rodeado de pancartas, panfletos y banderas. En su lejana Australia, el chico sintió la angustia precoz de ver a su madre frustrada por la impotencia de la calle frente a la insolencia del poder. La sintió triste al comprobar que nada se conseguía a pesar del enorme sacrificio de la lucha. Su padre biológico, John Shipton, era un pacifista convencido, alguien que guardaba una aversión espontánea ante cualquier uniforme militar. Julian se armó con esa misión en la vida: sabotear los planes de la guerra, oponer cerebro a bombardeo. No ha podido evitar uno, pero al menos, ha avergonzado a sus inspiradores.
En busca de salidas para consolar a los activistas con los que compartió su infancia y su adolescencia, Assange clavó sus ojos en una computadora, el gran regalo de su madre cuando alcanzó los 16 años. y no los volvió a apartar nunca más de allí. Se hizo hacker con el deseo íntimo de reemplazar la impavidez del poder por la carcajada del invasor cibernético. Estudió matemáticas en la Universidad de Melbourne, pero decidió no culminar con el diploma, “por razones morales”. Le revolvía el estómago ver a algunos de sus compañeros empezando su carrera en las salas de cómputo del ejército. Con ellos se enfrentaría pronto en el terreno de la guerra cibernética.
El oficio de hacker combina a la perfección con el espíritu dominante de estos días. Se trata del héroe individual, de un vengador solitario, aquel que solo requiere de un puñado de aptitudes técnicas para vencer al sistema. Assange comenzó su trayecto hacia la fama universal inyectando un gusano etéreo en un lanzador de la NASA. La alimaña salida de su ordenador se fue comiendo todos los datos y el despegue hacia el espacio tuvo que cancelarse, la nave se quedaba en plataforma y el hecho aparecía reflejado en todos los televisores. El causante del percance, Julian Assange, tenía apenas 18 años y se movía bajo el nombre de “Mendex”, la palabra en latín para “mentiroso”. Su grupo, un trío de complot incesante, adquirió la ingenua denominación de “los subversivos internacionales”. Assange entendió muy pronto que aquello era lo suyo.
Cuando Julian cumplió los 20, la policía australiana ya lograba penetrar hasta su habitación para llevarse las pruebas que tres años más tarde dieron lugar a su primer juicio. La sentencia fue leída en 1986. El chico-amenaza tuvo que responder por 30 delitos, más de uno por cada año vivido. Las penas leves impuestas por el juez fueron justificadas a la luz de la infancia nómada del muchacho, de su supuesta inestabilidad familiar. Lejos de preocuparse por su ingreso precoz al mundo de los antecedentes penales, el joven se sintió ratificado en su novel papel de enemigo público en crecimiento.
Las ideas Hacker
Todo hacker (toda persona) se dota de una ideología. En el caso de Julian no habrá una sola noción que sorprenda a su auditorio. Ha dicho, por ejemplo, que el internet “nuestra más grande herramienta de emancipación” se ha transformado en “el más peligroso facilitador del totalitarismo” (2012). No puede haber mayor motivación para un activista que aquel pensamiento paradojal. Su misión en el mundo sería evitar que aquella arma libertaria se convierta en una ramificada cadena, en el mejor esquema de vigilancia planetaria, en ese panóptico universal que tanto estudió Foucault.
La imagen citada sigue en boga: un cuchillo puede servir para salvar una vida en una cirugía o para terminar con ella en una reyerta sangrienta. De acuerdo a esta sentencia, lo importante no es la herramienta, sino su usuario, la mente que la acciona y manipula. Dicho en términos mal atribuidos a Maquiavelo: el fin, y no el medio, es el decisivo.
En este siglo corto de computadoras y teclados, la vida nos ha enseñado que dicha concepción es equivocada y Julian Assange es la prueba tangible de tal extravío. Un cuchillo sirve solo para cortar, ese es su fin último y utilitario. En efecto, quien lo tome puede cortar un órgano vital o abrir un orificio para desalojar una bala. A pesar de que ambas acciones difieren en su objetivo, el cuchillo no ha dejado de ser lo que es: una herramienta para cortar. Trasladado el razonamiento al nuestro ciber-mundo complejo, internet no es otra cosa que una conexión ágil e irrespetuosa de las fronteras nacionales. Puedes usarlo tanto para recolectar datos y almacenarlos en grandes cantidades y velocidades como para extraer esos secretos y divulgarlos. En ambos terrenos, quien actúa es una persona o un grupo de expertos, una élite tecnificada y probada en el campo, es decir, en la práctica sofisticada del manejo de información. Entonces, que no te engañen. El internet no está capacitado para emancipar a nadie. La emancipación no nace de las conexiones, sino de las acciones masivas y organizadas que van desmontando la opresión dentro y fuera de las computadoras.
He ahí la cualidad de Assange. Como hacker de probada contundencia, su misión ha sido la de robar secretos y hacerlos accesibles a la ciudadanía. No es un ángel emancipador, es un ladrón benéfico que regresa lo que es de interés público a ese terreno. Julian descorre velos, que no deberían existir y con ello nos ha ayudado a entender mejor el funcionamiento del poder militar y del poder político. La emancipación es un fin que requiere de muchas más herramientas que el internet y lo mismo puede decirse del totalitarismo. Gente como Assange pone datos en manos de millones de individuos. Su uso es disímil y diverso. Solo el tiempo dirá a qué causa sirve el destape.
Islandia-Suecia
Entre la sentencia dictada contra el joven Assange en su Australia natal y su primer momento de gloria se interponen más de dos décadas. En 2009, nuestro fisgón de yacimientos informáticos deambula por los territorios más seguros del mundo en materia de privacidad, los países escandinavos, sitios ejemplares de democracia ampliada y soberanía social.
En Islandia, al mando de un grupo de democratizadores de la información, consigue su primera hazaña: horadar las bóvedas de datos de uno de los bancos principales, el cual había sido declarado en quiebra y estaba en proceso de rescate a cargo del gobierno. Cientos de manifestantes ocupan las plazas del pequeño país y le agradecen al hacker en jefe por haber descubierto que el lugar donde guardan su dinero, está en problemas porque ha cometido varias irregularidades como prestarle dinero fácil a sus propios accionistas. El rescate bancario prosigue, pero bajo nuevas bases y los ejecutivos tramposos deben agachar la cabeza para cumplir su condena de 8 meses de prisión. Assange ingresa rápidamente al Olimpo de los héroes. En Islandia lo quieren y defienden como si hubiera nacido allá. El escándalo del banco Kaupthing aparece bien arriba en su hoja de vida.
Sin embargo, julio de 2009 es en realidad el principio del fin en la carrera de Assange. Su exposición pública, su paso del anónimo Mendex al rango de celebridad pone a prueba uno de los primeros mandamientos de un hacker auténtico: ser discreto, ser invisible. En el instante en que un villano se transforma en favorito, se ha hecho vulnerable ante la avidez represiva del sistema. Ahora sí, con el rostro descubierto, Assange se transformaría en un blanco fácil de sus enemigos. Su conexión con los movilizados en calles y auditorios y con los periodistas más connotados se transforma en el beso de la muerte.
Casi como consecuencia inevitable de su ingreso al jet set, tras dictar una nutrida conferencia en Suecia en 2010, dos mujeres lo invitan a celebrar el éxito. Aquella noche de copas plantaría las bases para su segundo juicio. Las damas con las que pernoctó se presentan tiempo después para demandarlo ante la policía por violación. Era el tropiezo que el sistema estaba esperando con ansias. Assange, el imputable, pero también el sacrílego, el que rompió con el sacramento sagrado del anonimato.
A partir del incidente con las suecas, Assange pasaría a jugar sobre el terreno del enemigo. Esas fronteras nacionales, de las que el internet se mofa cada día, se convertirían en su tablero primordial. Anoticiado de la demanda por violación, nuestro hacker se refugia en Londres y desde allí pelea su caso hasta llegar a la Corte Suprema, donde en 2011, se da curso al pedido sueco de extradición. Sus seguidores y él saben que de haber prosperado un arresto en ese momento, la siguiente escala después de Estocolmo era algún sitio inhóspito en los Estados Unidos, donde Assange se ha ganado el título de enemigo público número uno. Para fortuna del australiano, la diplomacia ecuatoriana, al mando de Ricardo Patiño, canciller y Rafael Correa, presidente, acepta cargarse sobre las espaldas el inmenso pleito y abrir las puertas de su embajada en Londres para otorgarle refugio. Aquella iba a ser quizás su penúltima morada antes de caer en manos de la policía británica.
El soldado Manning
Como sabemos, Julian Assange se transformó en un dolor de cabeza para la Casa Blanca desde 2010 cuando recibió millones de documentos secretos, propiedad del Pentágono, de manos de Bradley Edward Manning, soldado y analista de información norteamericano en Irak. Entre abril de ese año y abril de 2011, los secretos fueron a dar directamente al público mediante el sitio de Wikileaks y a través de un grupo selecto de diarios y revistas de Estados Unidos y Europa. Las intimidades más repugnantes de las invasiones a Afganistán e Irak estaban ahí, a la vista del mundo entero. La guerra quirúrgica de la que se vanagloriaba Bush aparecía desnuda como una serie atroz de equivocaciones y abusos, nada que no se hubiera intuido antes sin tantas pruebas, en momentos en que el electorado estadounidense ya había optado masivamente por Barack Obama y su plan de retirada de tropas.
Solo un año después del estallido de la bomba informativa, Assange ingresaba con su disfraz a la embajada de Ecuador en Londres. En paralelo, Manning, el soplón providencial, ingresaba en prisión y recibía una dura condena. La escena es elocuente. La llave a la información en la cárcel; su difusor, en un incómodo refugio, y los medios impresos seleccionados, en la cúspide de su credibilidad. Algo no cuadra, ¿cierto? ¿Por qué Wikileaks es imputable y no “The Guardian” si ambos han hecho exactamente lo mismo?: difundir esos secretos.
El filtro
Aquí emerge un nuevo punto de debate. Los medios impresos estudiaron los documentos y fueron armando historias con esmero y oficio, Wikileaks, no. Cuando alguien posee una auténtica montaña de datos, está obligado a filtrarlos y a censurar algunos de sus componentes. Una bóveda completa de informaciones no es digerible para nadie. Algo más. Dentro de la documentación entregada por Manning, figuran cientos de nombres de informantes iraquíes y afganos, al servicio del ejército de los Estados Unidos. ¿Es correcto que esas identidades aparezcan en un escaparate?, ¿es ético divulgar esa lista sabiendo que los insurgentes la pueden usar para cobrar venganza?, ¿es esa una labor anti imperialista y emancipadora?
Con esto vamos llegando al fondo del asunto. Assange no es criticado por querer darle al mundo un baño radical de transparencia, sino por haber divulgado información sin procesar. La mediación que impone el periodismo a las informaciones que administra, aparece acá como un paso indispensable. Noticia no es un dato virgen o crudo, noticia es la conversión de uno o varios hechos en novedad, en pieza comunicable y comprensible, en texto ponderado y jerarquizado, en material con propósito y fin. El caso de Julian Assange nos prueba que para avanzar hacia un mundo menos opaco no basta con un puñado de hackers efectivos. Un mundo transparente no es uno sin filtros, con datos apilados desordenadamente ante el público; muchos, pero carentes de sentido. Sin una mediación operativa nada de lo que se revela podría resultar útil o interesante.
En ese sentido, el golpe más duro contra Wikileaks no ha sido arrestar a Assange tras el viraje “leninista” de la política ecuatoriana, sino despojarlo de sus posibilidades de financiamiento. Cuando los empleados del australiano no pudieron recibir más pagos o donaciones, su capacidad para procesar datos se vio aún más comprometida. En tal sentido, las posibilidades emancipadoras de la Humanidad no dependen tanto de la capacidad de robar secretos, sino más bien de administrar esos datos y darles un sentido orientado a la toma de decisiones.
“Nosotros no tenemos un problema, ustedes lo tienen”. La sentencia es de Assange y fue dirigida al Departamento de Estado en Washington, cuando Hillary Clinton era la responsable de la política exterior. La frase se refiere a que en el momento en que todo quedara accesible al público, las consecuencias para el ejército norteamericano serían volcánicas. El consumo caótico de la información en una situación de guerra, producirá inevitables desgracias. Los errores de un Estado Mayor son pocos frente a una espiral descontrolada de reacciones armadas. Assange, el aprendiz de brujo, el hacker público y narcisista. En algún momento, la Casa Blanca le habría ofrecido asesoramiento para conseguir una explosión controlada. Su negativa a recibirla llevó a que varios colaboradores importantes de Wikileaks le mostraran la espalda. Assange, el vengador solitario, el hacker autosuficiente.
El alivio Snowden
Desde la embajada ecuatoriana, Assange disfrutó a plenitud de la espectacular fuga de Edward Snowden, otro analista de datos, que logró refugio en Moscú tras revelar los modos de espionaje al uso. En el avión que despega de Hong Kong en dirección a la capital rusa, Sarah Harrison, la periodista en jefe de Wikileaks, acompaña a Snowden. Aparecen juntos en las conferencias de prensa y a raíz de ello, Harrison ya no puede volver a Londres para seguir secundando a su jefe. Tuvo que ver la detención de Assange desde Berlín. La operación para salvar a Snowden y conseguir su asilo en Rusia mostró cuán poderoso podía ser aún Assange a pesar de su reclusión en la embajada ecuatoriana. El hombre había aprendido a moverse fuera de internet y aunque no pudiera salir a la calle, ponía en claro cuán ágiles eran sus movimientos en el mundo. Rusia ya era ahí su principal aliado.
Dos giros
Dos virajes políticos posteriores terminarían de cerrar esta historia. En 2016 Donald Trump gana la Presidencia pese a tener dos millones de votos menos que Hillary Clinton. A su favor jugó la revelación de cientos de correos electrónicos elaborados en el cuartel de campaña de los demócratas. Assange aparece como principal sospechoso de haberlos conseguido. Con respecto a esas elecciones, Assange dijo que Hillary era una “belicista”, mientras Trump era “impredecible”. Está claro que con ello estaba justificando su inclinación por el magnate. ¿Lo ayudó a ganar las elecciones? Es probable.
El otro viraje se da en el Ecuador. Al año siguiente del ascenso de Trump, Rafael Correa, el protector más entusiasta de Assange en América Latina, deja el mando en Quito. Su sucesor, Lenin Moreno, decide virar en seco. No solo destapa casos de corrupción atribuibles a la anterior administración, sino que impulsa la detención y sentencia de su vicepresidente, el correísta Jorge Glass.
Con relación a Assange, Moreno toma distancia gradualmente. En varias entrevistas, el nuevo Presidente dice que los derechos del hacker serán respetados, pero no de manera incondicional. En octubre de 2017, le imponen un protocolo de convivencia de 32 puntos. En el 24 se señala que no puede realizar actividades que “pudieran ser consideradas como políticas y de interferencia en los asuntos internos de otros estados o que puedan causar perjuicio a las buenas relaciones de Ecuador con cualquier otro estado”.
La cancha ya estaba rayada. A Assange, Ecuador le estaba cortando toda posibilidad de acción global. Un golpe letal. Para el hacker, actuar planetariamente es lo único realmente válido. Wikileaks no es nada sino no opera en el terreno mundial. Su trabajo consiste en descorrer cortinas y jugar con esas fichas en el ajedrez de los gobiernos más poderosos. La movida de Lenin Moreno cambiaba el juego, el cual daba así un salto cualitativo. Casi podríamos decir que la caída de Assange es el fin de una etapa y quizás el fin de su carrera.
¿Qué hemos aprendido en el camino? Varias cosas: Julian Assange se convirtió en un hacker predominante a partir de su ruptura con uno de los mandamientos centrales de la ética del sector: el anonimato. Al hacerse visible, se hizo imputable, pero también, famoso. Ello le permitió atraer más datos, hacerse receptivo. Sin embargo, en ese tránsito, incumplió el segundo precepto hacker: filtrar la información para darle un sentido y evitar el caos. Fue su segundo tropiezo, puso todo al alcance de quien lo quisiera tomar. Allí se convalidó la necesidad del periodismo como paso intermedio antes de llegar a la gente.
Su caída tiene que ver con ambos ingredientes. Tras convertirse en imputable e irresponsable, Julian Assange se hizo además extraditable. La lección final es simple: la emancipación llega de la mano de millones de rostros no identificables, de la fuerza anónima del poder organizado desde la articulación descentralizada de las personas. Es una revolución que no solo no necesita, sino que requiere extirpar a sus héroes.