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La cuerda utopía del Comandante Mamani



Semanario Aquí, 2 de julio de 1988


Viste de guindo. Usa zapatos deportivos gastados y sucios. En la cabeza ostenta un viejo gorro de lana con los colores de la bandera francesa. Su rostro aymara se contrae cuando comienza con uno de sus encendidos discursos. Por respeto al auditorio, se quita el gorro para dejar ver sus escasas canas.


Tiene cejas pobladas y gruesas. Sus incipientes bigotes blancos parecen salpicados en el rostro.


Sí, es él, no se rían. Al Comandante Mamani lo conocen todos los que algunas vez recorrieron las calles paceñas convocados por la COB.


Al verlo, los rostros de los aburridos marchistas se llenan de picardía. "Ahí está el Mamani, Miralo, qué loco". Su voz potente resuena cuando aparece cada uno de los sectores. Llegan los gremiales y Mamani les dice: “Compañeros, no se metan con los universitarios”. Al pasar los campesinos de Yungas, les reprocha su falta e combatividad, gritando: “¿Cómo los del Chapare están luchando?, en cambio ustedes, nada”. A los maestros los acusa de traidores por no dar la suficiente educación a los hijos de la clase obrera. A todos les ordena no asistir al servicio militar.


Lanza la consigna de luchar por un salario mínimo de 1.500 bolivianos. Si el gobierno no cede, el Comandante Mamani dispone la toma de los cuarteles y la posterior guerra civil. Su auditorio responde con mayores carcajadas, para ellos Mamani es una especie de anti-dirigente, no viste de terno, no habla “en difícil”, no conoce a Sánchez de Lozada, ni ha visitado ningún país socialista. Al contrario, viste andrajos, duerme en la calle, y, para colmo, es radical.


Lo entrevisté para abordar fascinado los contornos revolucionarios de su “locura”.


“Los asalariados deben luchar por el aumento de salarios de 1.500 bolivianos. Si el capitalista nacional no acepta, entonces no hay más que tomar la plataforma de lucha, iniciar el proceso de la Revolución Socialista de Mamani”, reitera el Comandante ante la grabadora. Un tumulto lo rodea ya sea por curiosidad o por afán de reír más. Entonces le preguntamos sobre los medios para lograr aquella Revolución. Mamani responde: “Los campesinos del Chapare tienen que movilizarse, tomar los cuarteles de UMOPAR y después las ciudades”.


Confieso que no esperaba una respuesta tan breve, no me quedó otra alternativa que indagar sobre el futuro gobierno socialista. Él me lo describió con las siguientes palabras: “Solamente el campesinado, la clase obrera y las junta vecinales van a llegar al poder con el campesino Mamani. Van a estar en el Palacio de Gobierno. Cuando esté muerto, otro campesino va a ser, otro mamanista. Si no hay de Achacachi, entonces de Potosí o de Santa Cruz. Si los campesinos de Cochabamba están de acuerdo con el Mamani, esos pueden encabezar”. La firmeza de sus convicciones solo puede ser reproducida en forma textual.


Más adelante no resistí la tentación de preguntarle sobre la suerte de los qaras. Para Mamani ocurrirá lo siguiente: “Aquí, a los qaras, es decir, a la clase burguesía, a los ricos, al capitalismo nacional, se va a eliminar”. Le pregunté adónde se irían, me dijo: “A donde sea, a mi no me interesa”.


“Aquí ni un qara ni una birlocha”, exclama al definir a sus enemigos políticos. Posteriormente el legendario Comandante nos describe los rasgos de su gobierno: “Primero voy a posesionar a mi gabinete. Tengo que designar de cada sector laboral, trabajadores. Por ejemplo, a un trabajador fabril mamanista, que está de acuerdo con la declaración del compañero Mamani para matar a los qaras, ese va a ser ministro de industrias”.


“Los trabajadores triunfadores y revolucionarios van a designar a sus ministros, yo solo los voy a posesionar”. Si en esos casos nuestro Comandante se muestra complaciente, en cambio es intransigente cuando dice en tono autoritario: “Yo no voy a permitir ni un universitario, ni un profesional civil. Las universidades van a continuar. A lo que ahora llaman universidad boliviana, o sea, la Universidad Kollasuyo van a ingresar nuevos. Solamente hijos de campesinos y la clase obrera. Allí van a estudiar para servir al pueblo, caso contrario se va a aplicar ama sua, ama llulla, ama qella”.


“Tampoco va a haber ningún cura”, afirma, saltando a otro tema, “yo voy a tomar el poder con la religión de Tupaj Katari”.


Ese es el caudillo de una Revolución ignorada. El humilde que en vez de soñar, decidió soñar en voz alta. Es el hombre en el que la locura se juntó con la utopía: restaurar el Kollasuyo, hacer la revolución obrero-campesina, matar a los qaras, curas y birlochas.


Para la gente que lo escucha, Mamani es una forma de evadirse en risas de las tediosas palabras “serias y realistas”. Es tal vez una añoranza secreta por inscribirse a la locura de un vagabundo, cuyo problema más cercano es haber perdido su frazada en algún recoveco de la calle Murillo, pero cuya precupación central descansa en organizar las funciones de su próximo gobierno.

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