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Remedios



Atesoramos acá un clásico de las ciencias sociales en Bolivia. Apareció por primera vez en librerías en 1983, empastado rústicamente y en tipografía de mimeógrafo. La serie de cuatro cuadernos de investigación de CIPCA, lleva el título “Chukiyawu, la Cara aymara de La Paz”, sus autores son Xavier Albó, Godofredo Sandoval y Tomás Greaves. La portada es un homenaje al cine nacional; muestra el perfil del niño Isiku, mirando asustado a la ciudad de La Paz desde el filo de una ladera. Es la escena inolvidable de la cinta “Chuquiago” de Antonio Eguino.


En el fascículo bautizado como “Cabalgando entre dos Mundos”, el tomo III, los autores nos ofrecen 30 páginas dedicadas a la radiodifusión aymara, cuya popularidad califican como un “test de lealtad cultural”. Allí, hace más de dos décadas, encontré el siguiente párrafo que sigo subrayando con cierta perplejidad: “Hasta hace poco, otra emisora que tenía un público urbano muy elitista: Metropolitana, contrató los servicios de un conocido actor, el compadre Carlos Palenque y ha introducido espacios matutinos en aymara con lo que ha empezado a ser sintonizada también por algunos residentes”. Cuando abordan la actividad de radio “Illimani”, la emisora del Estado, Albó, Sandoval y Greaves afirman que ésta introdujo varios programas “de indudable arrastre popular” entre los que mencionan dos: “Sabor a Tierra” y “La Cholita Remedios”. Aguda miopía de quienes, se supone, investigaban nada menos que la irrupción de la cultura migrante aymara en las ondas radiales de la sede de gobierno.


Dichos errores son, hoy por hoy, ostentosos. Palenque nunca fue actor, no fue contratado por ninguna emisora, esa radio era suya, la “Cholita Remedios” jamás fue un programa y no eran “algunos” los residentes aymaras que escuchaban dichos programas, sino, miles. ¿Cómo explicamos una desorientación tan aguda ante un fenómeno que solo cinco años más tarde reordenaría por completo las identidades de La Paz y El Alto? Para la intelectualidad de izquierda, la marcha ascendente de la élite comercial indígena hacia el centro de las decisiones siempre fue invisible o amenazadora. Reconocerle una mayor lealtad entre los aymaras a emprendimientos privados como radio “Metropolitana”, “Nueva América” o “Splendid” por encima de proyectos no gubernamentales o eclesiásticos como “San Gabriel” hubiese sido alta traición bajo la lógica anti capitalista de los pensadores en ese tiempo. De acuerdo a este credo, el mestizaje es una mera variante urbana de la cultura aymara; jamás una fisonomía nueva, jalonada entre la modernidad citadina y la tradición campesina.


Ahora que Remedios Loza nos ha dejado, sería momento de reivindicar su sensible olfato comunicacional. Ella, Carlos Palenque, Adolfo Paco y un poco más tarde, Mónica Medina, hicieron una revolución en la comunicación social boliviana simplemente, porque no leyeron los manuales de José Ignacio López Vigil. Lo suyo no era emprender la liberación de un pueblo, sino conquistar un mercado cultural solvente y en vías de expansión. Estos empresarios de lo popular tomaron para sí las expectativas materiales de quienes en vez de organizar sindicatos tras la Reforma Agraria, establecieron negocios lucrativos en las veredas de la importación y la transformación de diversos productos de consumo. Radio “Metropolitana” fue comprada con tres préstamos bancarios y la venta de un automóvil. Se fue armando con discos prestados o regalados por la audiencia. Fue moldeando un gusto popular emergente que no inoculaba conciencia de clase, sino amor por la lucha libre, el mariachi, las telenovelas mexicanas, la crónica roja, el festival de felicitaciones y la hora del chairo. El cuarteto de “la Tribuna Libre del Pueblo” marcaba el trayecto que todo residente aymara aspiraba a seguir en dos pasos generacionales: empezar como Remedios y terminar como Mónica, empezar como Paco y terminar siendo Palenque, “blanqueamiento” sí, pero jamás “agringamiento”.


Por eso Conciencia de Patria (CONDEPA) se arrimó a la izquierda nacional, nunca a la izquierda marxista. Fue más bien prolongación tardía del nacionalismo revolucionario, uno ataviado de polleras y voces cantarinas. No se armó para la lucha de clases, sino para la inserción de un segmento étnico pertinaz en el reportorio de la nación boliviana. Por eso resulta, a ratos, desconcertante que sea el actual gobierno quien quiera reivindicar ahora a Remedios y su herencia. Quizás es la superación de aquella miopía de los años 80, la admisión de que somos el anegado recipiente de todos los colores, de todos los olores.

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