Perder en La Haya
Doce votos contra tres. Ocho refutaciones contra cero. La derrota de La Haya no pudo haber sido más humillante para el país. ¿O acaso imagina usted un fallo peor que el que escuchamos este 1 de octubre? Quienes hoy tratan de engañarnos con argucias optimistas lo hacen de mala gana, porque saben que están mintiendo. No hay por qué tragarnos semejantes falacias.
Que los jueces de La Haya sepan que Bolivia nació con mar, que lo perdió en una guerra y que nada le impide seguir conversando con Chile, es puritito aire. Ninguna de esas afirmaciones sirve para maldita la cosa. Entre tanto, lo que Chile cosechó en Holanda es un auténtico trofeo. Allí donde Bolivia exponga su reclamo, Chile exhibirá el fallo de La Haya como su acta triunfal y resolutiva: “no tengo obligación de negociar”, dirá, “por tanto, no lo haré ni ahora ni nunca”, repetirá. Cualquier país con una carta semejante lo haría, forma parte del sentido común de las soberanías encontradas.
Además como sabemos, la sentencia es inapelable, el caso queda cerrado con siete llaves. La misiva de Evo Morales argumentando que la Corte falló “a favor de un invasor” o “de un puñado de transnacionales” agravará la vergüenza sufrida ante los ojos del mundo. Por favor, si ya la escribió, tírela a la basura. Deje de dilapidar nuestro mermado prestigio.
¿Qué nos queda además de lamentarnos? Aunque usted no lo crea, muchas cosas, aunque ya ninguna sobre la misma senda, sino marcando avances por otras vías. Primero, demandar el incumplimiento del Tratado de 1904. Sin embargo, para hacerlo, necesitamos que Chile esté de acuerdo. Solo así puede acudirse a la Corte Permanente de Arbitraje, esa que también funciona en La Haya. ¿Qué ganamos con eso?, ¿mar con soberanía? Por supuesto que no.
Lo que podríamos obtener es que las promesas del Tratado se cumplan e incluso que se amplíen. ¿Un nuevo Tratado?, ¿por qué no? Con ayuda del arbitraje, podríamos tener el mejor acceso al mar sin soberanía del planeta. Eso equivale a salir al Pacífico mejor que Zimbawe, Malawi, Botswana o Zambia que usan el puerto de Walvis Bay en Namibia. Eso significa hacerlo mejor que países como Suiza, la República Checa o Austria que usan las vías fluviales europeas y han adquirido zonas operativas de los puertos alemanes. Eso implica mejorar las condiciones de Laos, que sale al mar mediante el río Mekong, gracias a un acuerdo con la vecina Vietnam. Y finalmente podemos lograr un mejor acceso marítimo que el de Etiopía, que ha construido un tren de Addis Abeba a Djibouti, país que deja pasar los vagones como si fueran suyos. Estos países sin litoral han hallado fórmulas atractivas, que los bolivianos jamás hemos estudiado, porque preferimos acusar a Chile antes que encarar metas compartidas con ese país. Ha llegado la hora de trazar líneas sobre un mapa, pero no con la idea de que recuperaremos territorio, sino de que ganamos vocación marinera y mercante.
Perdimos en La Haya, entre otras razones, porque nunca desechamos la idea de que más que mar, en el fondo queremos un trozo del mapa para castigar a Chile y restarle tamaño. Por eso es tiempo de descomponer la noción de soberanía. Para llegar al mar necesitamos corredores de transporte, con soberanía parcial y acotada. Ello implica que, como dijimos en La Haya: exista una continuidad entre nuestro territorio y el puerto, donde la movilización de carga y pasajeros nunca dependa de un factor ajeno. Esa es la porción de soberanía que necesitamos, nada más allá. ¿O acaso queremos que en la zona por donde circulen nuestros vagones y camiones haya escuelas bolivianas, hospitales bolivianos y soldados bolivianos?, ¿Para qué necesitamos anexar esas zonas a nuestra forma de vivir? Con que nos dejen circular sin restricciones es suficiente.
Ya pasamos por la excentricidad de “los actos unilaterales de los estados” y perdimos, ¿por qué no pensar ahora en hacer cosas que ya existen? En el mundo, la soberanía no siempre es plena. En Cisjordania, el incipiente estado palestino concentra todas las prerrogativas, menos el control de la seguridad que Israel no ha cedido. En Hong Kong, sus habitantes tienen un sistema político diferente al del resto de China. En Alemania del este, cuando imperaba el comunismo, la mitad de Berlín estaba bajo la administración de otro estado, el federal alemán, que se vinculaba con su enclave por ferrocarril. ¿No podrían Bolivia y Chile hacer lo mismo algún día? Pensar en salidas como esas es hoy la forma más productiva de atravesar el luto de La Haya.