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La casa de Pablo



El señor Pablo Iglesias y su esposa, Irene Montero, han comprado una casa a 40 kilómetros de Madrid, la ciudad en la que trabajan como parlamentarios de la izquierda "indignada” española. Para poder realizar el sueño de tener una vivienda propia, han contraído un préstamo bancario a 30 años plazo. Cada mes deberán pagar 1.600 euros para así poder juntar más de medio millón, que es lo que cuesta su nueva morada.


La mayor ventaja, dicen, es que allá podrán tener privacidad y contacto directo con la naturaleza. Y es que vivir asediado por fotógrafos indiscretos tiene que ser una tortura. Cuando se asoman a la calle, no hay minuto en el que no estallen los flashes de las cámaras. La pareja, que pronto va a tener mellizos, ha esbozado un proyecto familiar, en el que ser famoso no resulta tan conveniente. Pero bueno, ya que lo son, no queda más opción que esconderse de las miradas indiscretas. Están a punto de emprender la misma vida que tanto criticaron en los otros políticos españoles, a los que denominaron despectivamente “la casta”. Iglesias dijo hace años en una entrevista, que no entendía por qué había políticos que no supieran cuánto costaba un café y que jamás hubieran usado el transporte público. Lo dijo cuando solo era un profesor universitario avecindado, como muchos de sus colegas, en un barrio cualquiera de la capital.


Iglesias se hizo portavoz de la indignación cuando dirigía un programa de televisión auspiciado por la televisión iraní. Trabajó para los gobiernos de Venezuela y Ecuador. Destacó por el modo de plantear ideas sin tropezar con el lenguaje. En los hechos rentaba su fuerza de trabajo mental a las causas ideológicas que le resultaban inspiradoras. Pero sobre todo se hizo un buen candidato a presidente del gobierno, cuando supo montar fulminantes ataques contra los privilegios de una clase gobernante blindada contra los avatares de la crisis económica. No hay cosa que indigne más que la subsistencia de los inmunes camarotes de primera clase en medio de un naufragio. Cuando la crisis azota, todos queremos que azote parejo.


Hoy, Iglesias, figura estelar de Podemos, el partido, y su esposa, ella, portavoz de la formación política, han optado por pagar un préstamo que los acompañará hasta que él tenga 70 y ella, 60 años. Lo que nos enseñan ambos es que esperan vivir tres décadas más de la política. Este dato es clave para entender el destino reservado a aquel movimiento de los “indignados”, que surgido en una y varias plazas, terminó encumbrado como tercera fuerza electoral del país. Su mayor pecado fue transformarse en una organización, ¿qué más podían hacer?, y toda organización requiere de una dirigencia, es decir, de una oligarquía. Iglesias y sus amigos ya maduraron al grado de transformarse en una nueva casta, es decir, un equipo de especialistas, devenidos en irreemplazables por sus cualidades adquiridas y la tradición que atesoran. A medida que el proyecto político se ansia a sí mismo como perdurable, necesita de personas a tiempo completo. ¿De qué otro modo funcionaría?, ¿se imagina a la pareja Iglesias-Montero alternando su inserción en el mundo público? Imposible. Necesita huir de la gente común, porque ya cambió de clase. ¿Hay modos de eludir esta maldición? Lo sorprendente es que Podemos ni siquiera se haya puesto a debatir en serio la trasmutación de su pareja en jefe.

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