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Zapatero a tus zapatos


Este 21 de febrero fue memorable por muchas razones. Cientos de personas marcharon en Bolivia agitando banderas de colores opuestos. Para algunos, nuestra democracia está amenazada y debemos rescatarla; para otros, aquella era una demostración clara de que no vivimos bajo dictadura. Se recordaban dos años del referéndum en el que los electores ratificamos la vigencia plena de la Constitución, cuando nos negamos a cambiarla y decidimos, por segunda vez, que en este país, un presidente solo debe gozar de una única oportunidad continua para ser reelegido.


Ese mismo día, en Madrid, varios líderes de la clase política española se juntaron bajo el lema “Por Bolivia, con Evo”. Estaban ahí el ex presidente de gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, el número uno de Podemos, Pablo Iglesias, y el coordinador de Izquierda Unida, Alberto Garzón.


La sola organización del encuentro fue una atroz falta de respeto para nuestro país. Los españoles están en su derecho de opinar sobre nuestra realidad, como de hecho algunos de ellos hicieron en su calidad de remunerados asesores de la Asamblea Constituyente. Lo inaceptable es que decidan adherirse a la candidatura de Morales para las elecciones de 2019, el mismo día en que se recuerda el aniversario de una consulta popular en la que la mayoría de los electores se opuso a ello. Vaya modo de burlarse de la voluntad de la gente con la que dicen identificarse.


Los discursos de ocasión estuvieron a la altura de la afrenta. Zapatero, quien todavía cumple un vergonzoso papel como mediador entre el gobierno de Maduro y la oposición venezolana, explicó que acudía al acto porque quería “agradecer el agradecimiento”, es decir, para premiar la conducta de Evo, al que calificó como “un presidente agradecido” por las 346 ambulancias que España donó a Bolivia cuando él era cabeza del estado español. Cualquier observador suspicaz no pudo dejar de pensar en Repsol y en las estupendas relaciones entre esa empresa petrolera y la llamada nacionalización de los hidrocarburos.


Lo peor vino después. Zapatero rememoró una escena vivida en algún poblado de Bolivia hasta donde acompañó a Evo para la entrega de alguna cancha o coliseo. En el acto, uno de los oradores, emprendió contra España y el colonialismo. Para Zapatero, que estaba sentado ahí, el discurso era “terrible”. La frase consoladora que Evo le habría susurrado al oído fue la siguiente: “Esto ya lo sabemos, no te preocupes, hay que decirlo, pero yo quiero a España”. “No se me olvidará jamás esa afirmación de Evo Morales”, comentó el ex presidente en su discurso. Vaya forma de respaldar a un hombre al que se caracteriza como un simulador profesional, alguien que le resta autoridad al discurso de sus seguidores a fin de agradar al huésped del momento. Anticolonialismo de fachada, que se diluye al avistar una flota de ambulancias.


Antes, Pablo Iglesias, cordial amigo de la clase gobernante boliviana, proclamó que por “respeto a la verdad”, había que coincidir en que Evo es “el mejor presidente que ha tenido Bolivia”. Si el diagnóstico fuera cabal, cabría preguntarse, por qué hace dos años, los bolivianos decidieron que ese gran estadista abandone Palacio, dato que la izquierda española prefiere ignorar aturdida por el rechinar de los negocios de la cooperación internacional.

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