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¿Quién mató a Jorge Lonsdale?


La madrugada del 5 de diciembre de 1990, el país despertó con zumbidos de balas en la calle Abdón Saavedra de La Paz. Cuatro guerrilleros y su secuestrado perdían la vida tras una fulminante intervención policial. A casi tres décadas de aquel tiroteo, sabemos qué rol jugaron la familia Lonsdale y la embajada de los Estados Unidos, contamos con los testimonios de los rebeldes y las impresiones fabuladas del ex comandante policial.


Es un rompecabezas, cuyas piezas al fin comienzan a coincidir.


Todo ocurrió entre la noche del 4 y la madrugada del 5 de diciembre de 1990. Para entonces, Jorge Lonsdale, dirigente del Club Bolívar y gerente de la embotelladora Vascal, estaba a una semana de cumplir seis meses en poder de la Comisión Nestor Paz Zamora (CNPZ), grupo guerrillero con el que su familia negociaba el pago de un rescate de medio millón de dólares. Los billetes no fueron entregados ni Lonsdale liberado, porque la noche previa, uno de los emisarios del grupo rebelde fue obligado, bajo tortura letal, a confesar la localización del secuestrado. Aquel fue el primer asesinato. Ya con la dirección exacta, la policía intervino la casa de la calle Abdón Saavedra del barrio de Sopocachi. En el operativo murieron Lonsdale y la mitad de sus captores.


Una fuente de datos nuevos es la novela "El Día del Bautizo", publicada en 1995 por el General Felipe Carvajal Badani, entonces Comandante de la Policía. En ella, camuflado por la ficción, el ex jefe policial aporta un dato central: tras conseguir, en medio año de tratativas, que los secuestradores reduzcan sus pretensiones de ocho a medio millón de dólares, la familia Lonsdale habría decidido cooperar con las autoridades.


Así, el 4 de diciembre, el coronel Germán Linares, responsable de investigar el caso, se enteró por los Lonsdale el lugar y hora en que un enviado de la CNPZ se presentaría para cerrar el trato. De no haber entregado ese dato, otro hubiese sido el desenlace. ¿Por qué obraron los Lonsdale así?, pero sobre todo ¿por qué decidió la policía precipitar la incursión en la casa en vez de negociar la rendición de los plagiadores?


JPZ, no NPZ


Hace un año y cuatro meses, gobernaba el país el otro Paz Zamora (jPZ, no NPZ), es decir, Jaime, quien había jurado sorpresivamente a la Presidencia tras firmar una cuestionada alianza de gobernabilidad con su viejo rival de los años 70: el ex dictador Hugo Banzer Suárez. Aún sin haber ganado las elecciones, Paz Zamora adquiría la mayoría congresal suficiente para gobernar entre 1989 y 1993. Su ministro del Interior en ese momento era Guillermo Capobianco (foto), dirigente de su partido en Santa Cruz.


La CNPZ, que retenía a Lonsdale desde el lunes 11 de junio de ese año, se había atrevido a reivindicar nada menos que al hermano guerrillero del Presidente, en clara insinuación de que ellos preferían a “Francisco”, el hombre muerto en Teoponte, y no al nuevo ocupante del Palacio de Gobierno. La última vez que Jaime conversó con Nestor fue pocas horas antes de que éste se enrolara en la guerrilla de 1970. Los hermanos tuvieron una agria discusión a partir de la cual uno abrazaría la muerte y el otro, una carrera electoral que lo colocaría en la cúspide del Estado.


El 5 de diciembre


Aquella madrugada del miércoles 5 de diciembre resultó intensa para la Policía. El trajín se desató la noche previa. A las 20:30, en la calle 21 de Calacoto, agentes del Centro Especial de Investigaciones Policiales (CEIP), unidad autónoma de combate a la subversión, comenzaron a pisarle los talones al ciudadano peruano identificado como Evaristo Salazar (Alejandro Gutiérrez). Al ver que ningún enlace de los Lonsdale acudía a la cita, el emisario tomó un taxi rumbo a Sopocachi. La policía pensó que si lo seguían, éste los llevaría hasta su escondite. Como no fue así, 15 minutos antes de las diez, Salazar fue arrestado dentro de la whisquería J&B. Las horas siguientes serían de cosecha.


Seis meses después del plagio no resuelto, los investigadores sujetaban la punta del hilo que los llevaría a desenredar aquel ovillo.


El peruano detenido aquella noche era uno de los dos hombres que el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) de su país había enviado a Bolivia. Dante Llimaylla (foto) reconoció en 2006 que su dirección nacional transfirió dinero y asesoramiento a la CNPZ. En sus palabras: “Ellos no hubieran podido hacerlo solos, no por incapacidad sino por falta de experiencia. El arte de la guerrilla no es innato, se aprende en el día a día”. Cinco años más tarde, el MRTA vengaría la muerte de Salazar ejecutando el secuestro de otro industrial, Samuel Doria Medina, uno de los ministros de Paz Zamora.En esa ocasión, los peruanos no compartirían las acciones con “aprendices” de guerrilleros e incluso conseguirían financiar mediante el rescate, la toma de la embajada japonesa en Lima.


Aquella noche, el CEIP no admitía demoras. Cada instante en que los secuestradores no recibían avances sobre la ansiada recompensa, se hacía inminente la ejecución del cautivo. Las horas entre el 4 y el 5 de diciembre serían las últimas de Evaristo Salazar. Un secuestro que parecía resuelto desde el momento de la localización del grupo terminaría inexplicablemente en un baño de sangre.


Cinco días después, desde el Ministerio del Interior reconocían que Salazar había muerto. Perdió la vida “en su condición de detenido”, dijeron. Admitieron que aquella muerte se produjo “en circunstancias aún no determinadas”. “Con la misma severidad con que se llevaron a cabo las investigaciones y las acciones anti terroristas, de igual modo se actuará con los excesos que pudieran producirse en el accionar de los organismos de seguridad del Estado”, advertía el comunicado oficial. Después de un inicio formal de juicio contra dos uniformados, todo quedó en promesa.


“Politraumatismos” resumió en la autopsia el Dr. Antonio Tórrez Balanza como causa de la muerte del militante emerretista. El 7 de enero de 1991, el teniente coronel Carlos Antezana Cuéllar, aseguró que 15 minutos antes de la una de la madrugada, y “como resultado del interrogatorio”, Salazar habría proporcionado dos direcciones en las que podía localizarse a Lonsdale.


La información oficial que queda en archivos sobre la muerte de Salazar es que éste logró golpear a sus custodios mientras recorría con ellos, esposado y dentro de una patrulla, las calles, por las que se encontrarían secuestrado y secuestradores. Tres disparos habrían interrumpido letalmente su fuga. El moribundo habría sido internado en la madrugada en la clínica policial de Sopocachi. Lo que nadie entiende es cómo apareció horas después primero cerca del río Choqueyapu y después en la morgue del Hospital de Clínicas despojado de su identidad en un intento por hacer desaparecer la evidencia. Es uno de los cuatro crímenes que quedaron en la impunidad en aquellas horas de desvelo.


Confesión y toma


Coronando la faena, a las 4:45 horas de aquel 5 de diciembre, Linares, jefe del CEIP, conversó con el ministro Capobianco: “El peruano ya ha confesado su verdad”, dijo. “Le ordeno que ingrese a la casa”, fue la instrucción recibida. Y cumplida. En su declaración informativa, Linares comenta: “Lo interesante es que a mí me ordena ingresar a la casa, yo soy investigador, no agente, no soy una persona tal vez preparada para estas situaciones”.


Según la novela de Carvajal, Linares entregaba un reporte diario a la embajada de los Estados Unidos, responsable de financiar y dirigir los pasos del CEIP. Su relación con la delegación diplomática era de estricta dependencia. Según el general novelista, la intervención del 5 de diciembre fue ejecutada por el CEIP sin siquiera enviar un reporte a la comandancia policial, la cual concurría desprevenida, esa mañana, a una peregrinación en honor a la Virgen de Copacabana, patrona de la institución.


La descripción de Carvajal, arropada por la ficción, ilumina el caso como nunca antes. Estados Unidos había logrado organizar un enclave dentro de la Policía. Desde allí, la Embajada decidía y operaba, prescindiendo de los mandos jerárquicos de la institución. Linares debía entregar resultados a los norteamericanos, quienes además de financiar a su personal y darle equipamiento, le prometían becas y ascensos. Entre junio y noviembre, el CEIP estaba frenado por la decisión de los Lonsdale de apartar a la policía de las tratativas con la CNPZ, pero una vez levantado el velo, Linares ingresaría en escena como un elefante en cristalería.


A mediados de noviembre, los periódicos y noticieros ya habían difundido las fotografías, nombres y datos vitales de los principales integrantes del grupo insurgente. Los errores operativos cometidos hasta ese momento por la CNPZ resultaron devastadores. Alentados por el exitoso secuestro, acción dirigida por el peruano Salazar a plena luz del día, los jóvenes no esperaron a cobrar el rescate para proseguir sus actividades político-militares.


En agosto sorprendieron a los transeúntes con muros pintados con su sigla de cuatro letras y la consigna: “Bolivia digna y soberana”. En octubre derribaron el monumento al ex presidente Kennedy muy cerca de la Estación Central y realizaron un atentado a la casa donde vivían los marines que resguardaban la Embajada de los Estados Unidos. En este último acto, tuvieron que asesinar a un guardia que salió a repeler la incursión y en una pendiente abandonaron un auto, en cuya guantera, por descuido, habrían olvidado retirar los documentos de identidad de uno de los líderes del grupo, el italiano Michael Northdufter. En noviembre, las pistas dejadas llevaron a la policía a una casa en la ciudad de El Alto, donde Lonsdale había sido recluido semanas antes. De ese modo, el gobierno supo que los promotores de la campaña por “una Bolivia digna y soberana” eran también los secuestradores del industrial. El siguiente hallazgo fue una casa en Obrajes, a pocas cuadras de la casa de Capobianco, fue otro reguero de pistas.


Retar a la muerte

La hora final acechaba. Los miembros de la CNPZ celebraron una reunión intensa poco antes de la tragedia.


Según relata el emerretista Dante Llimaylla, al documentalista italiano Andreas Pichler, en aquella reunión se planteó la gravedad de la situación en la que se encontraba el colectivo guerrillero. “Enrique”, es decir, el fallecido Evaristo Salazar, no se había comunicado con ellos hace varias horas. Lo más probable es que la policía lo hubiese detenido. Así, el hombre que conocía su ubicación exacta podría estar siendo interrogado en esos momentos. La intervención policial era por tanto inminente.


Aquella noche, en la casa de la Abdón Saavedra, el italiano Michael Northdufter, un joven aspirante al sacerdocio que fungía como el “cerebro” de la organización, les propuso que quien quisiera abandonar la casa, lo hiciera en ese momento. Abría las puertas para toda deserción que no fuese la suya. Inés Paola Acasigüe Parada (fotos), 19 años, hermana de Julio, otro de los allí presentes, fue la primera en rechazar la invitación con una entereza que puso en jaque al resto. Paola describe la escena del siguiente modo: “En mi caso a mí me dijeron que me vaya, por lo que yo tenía mi hija, y yo no quise. Entonces si yo había hecho eso, de decir, no, me quedo, cuando les preguntan a los otros, un poco como que quedaron… no había más opción”. Al ver que la persona más vulnerable optaba por quedarse, los demás, con excepción de dos, habrían imitado su gesto.


En el caso de Dante Llimaylla también primó el compromiso con lo obrado hasta ese momento. Él dice en 2006: “De mí ya se había cumplido mi plazo, yo debía haberme ido al Perú. Me dijeron, compañero, usted ya se puede ir, mi responsable, el otro compañero peruano, pero yo le dije, mira, no, los chicos necesitan ayuda, yo me quedo. Pero sabes el riesgo que estás corriendo, me dijo. Sí, riesgo siempre ha sido la vida, y en esa reunión también se hizo eso con todos los presentes”. Dante se dirigió entonces a los congregados: "¿Saben qué muchachos?… ya tenemos a la policía encima, entonces son dos cosas: o dejamos en libertad al secuestrado y nos vamos todos, o resistimos hasta el último. Dejarlo al secuestrado es asumir una derrota, quizás de la que nunca nos vamos a levantar. Hay que elegir”, dijo. Entonces decidieron retar a la muerte y esperaron a que ésta llegara junto a los primeros rayos del sol.


Paola le dijo a Andreas Pichler, que la entrevistó 16 años más tarde para su documental “El Camino del Guerrero”, que Michael Northdufter, 28 años, nacido en la provincia germano parlante de Italia conocida como Tirol del Sur, tenía miedo a morir.: “Él sabía que era el primero que iba a morir cuando llegara la policía”. Su fotografía había sido difundida por el Ministerio del Interior y se lo acusaba de dirigir el grupo.


Paola agrega que la CNPZ no tenía “una cabeza”, “todos éramos iguales, pero de alguna manera siempre hay un líder”. “Él era el que representaba, pero no porque se hubiera impuesto o porque nosotros le hubiéramos puesto un cargo, sino porque se dio, siempre en un grupo hay una persona que sobresale y en este caso era él”.El gobierno necesitaba desacreditar al grupo y la mejor forma de hacerlo era reprocharle tener en su conducción a un europeo.


El documental de Pichler es clave para entender por qué la familia demoró tanto en sellar un acuerdo económico con la CNPZ. Paola lo plantea sin titubeos: “(Lonsdale) tenía problemas con su familia. Entonces, como que les hemos hecho un favor, o sea, todo salió mal. A la familia se le hizo un favor porque había problemas con los hijos por la cuestión de la herencia. El mismo Lonsdale dice: mi familia no va a pagar…”. Llimaylla lo ratifica: “representaba supuestamente a la transnacional Coca-Cola, entonces podía proveernos de fondos, pero él sabía que lo iban a matar, se ponía mal, se ponía a llorar”. La novela de Carvajal corrobora el dato cuando en boca de un guerrillero coloca la siguiente frase: “Estamos perdiendo el tiempo con su familia, parecería que no quieren verlo de retorno”.


Esa madrugada, Lonsdale y sus seis custodios se preparaban por igual. Dante describe la escena: “Las demás horas ya fueron tensas, nos distribuimos las responsabilidades, el primer piso lo llenamos de colchones, de papeles, colocamos cerca gasolina, colocamos en determinados lugares algunas municiones sin cargadores, se distribuyeron las pocas armas y esperamos”.


Lluvia de balas


Los integrantes de la CNPZ tenían razón en advertir que la muerte les pisaba los talones La retaron y perdieron. Al amanecer de ese 5 de diciembre, el Ministro del Interior, Guillermo Capobianco, estaba ya ante las cámaras de televisión, el rostro compungido. Solemne, anuncia que la casa fue localizada y rodeada. Luego añade el saldo: los guerrilleros han acabado con su presa. Minutos después el Presidente se hace responsable de todo. La Comisión que lleva su apellido yace aniquilada. Tres de los seis integrantes han muerto, los hermanos Acasigüe y el peruano Llimaylla quedan como testigos de esos estruendosos minutos.


Los cadáveres de Michael Northdufter, Osvaldo Espinoza Gemio y Luis Caballero Inclán aparecen destrozados, alineados para las fotos que horas más tarde exhibe la primera plana de “La Razón” cuya edición extraordinaria se esfuma en media hora. Las imágenes de un patio inundado de su sangre (foto) se repiten una y otra vez en la televisión. La fuerte ligazón entre el programa de crónica roja de Canal 4 (El Telepolicial) y los mandos medios de la policía permitió que las cámaras del reportero Edgar “Pato” Patiño estuvieran ahí junto a los primeros rayos del sol.


En la calle Abdón Saavedra, los vecinos arrebatados fueron testigos de la matanza. En el periódico “Hoy”, uno de ellos afirma haber escuchado a Luis Caballero gritar que dejen de disparar, porque ya estaban rodeados. Mientras los tres sobrevivientes corrían hacia la calle, los otros tres buscaron huir hacia la casa contigua. Ante la comisión de derechos humanos de la cámara de diputados, Llimaylla dijo en 1994: “si estamos aquí es gracias a las casualidades que se dan, por ejemplo, de la presencia del reportero de canal 4 y del señor diputado Lanza, porque de lo contrario creemos que hubiéramos sido aniquilados igual que nuestros compañeros”.


Gregorio Lanza, parlamentario de la Izquierda Unida, llegó al lugar con la intención de negociar la entrega de los jóvenes y salvar vidas. Lanza junto a Rafael Puente, ex sacerdote jesuita, también diputado por la misma sigla, formaron parte de los primeros ensayos de organización de un frente guerrillero en la Bolivia de los años 80.


Puente (foto) reconoció en 2006 que conoció a Northdufter en el marco de la activación de la lucha armada. “Nos preparábamos para lo que en aquel momento creíamos iba a ser algo así como una guerra de liberación de Bolivia”, revela Puente en el documental de Andreas Pilcher. El dato es central, debido a que el fallecido dirigente minero y ex senador Filemón Escóbar denunció al diario “La Razón” en 1991 que Puente había entrenado a la CNPZ y que era su Comandante. La declaración ocasionó que Escóbar fuera expulsado en 1992 de la Central Obrera Boliviana (COB) acusado de “delación”. Tiempo después, Puente y Escóbar se reconciliaron bajo las banderas del Movimiento al Socialismo (MAS).


Gregorio Lanza no pudo parar la matanza. La hipótesis es que Caballero, Espinoza y Northdufter fueron detenidos en la casa de al lado, obligados a reingresar, ascendidos al segundo piso y conminados a saltar mientras se les disparaba a quemarropa. Un simulacro de combate. Su caída se habría producido en el patio (foto) que las cámaras de canal 4 lograron captar desde un edificio cercano. El médico forense detalla que a Michael le dispararon con un arma de grueso calibre a un metro de distancia. Su rostro, totalmente desfigurado, lo prueba.


En el documental, el peruano Llimaylla (foto) afirma que Lonsdale cayó abatido por las mismas balas: “Lo primero que hacen es poner un francotirador frente a la casa. Entonces, en cuanto comienza la refriega, de un tiro bajan la ventana, todo y cortina se viene abajo. Acto seguido le disparan a Lonsdale, a una parte del cuerpo le llega. Después entra gente de comando y lo aniquilan. Los demás chicos no sabían qué hacer. Yo salgo corriendo a la ventana, me fijo y había policías por todo lado, ya apuntando. Yo les digo ‘no salgan’, y los chicos se van por ahí. Los han agarrado vivos, los han acribillado y nosotros corrimos mejor suerte porque también nos iban a matar”. En la novela policial, su autor asegura que Caballero y Espinoza dispararon contra Lonsdale por órdenes de Northdufter, quien después le habría dado el tiro de gracia. Carvajal lo imagina así, pero Llimaylla estuvo presente.


El aporte de Carvajal al análisis del caso resulta ahora medular. En diciembre de1990, para todo lo concerniente al caso Lonsdale, la Policía boliviana había sido reemplazada por el CEIP. El ministro Capobianco, el embajador Robert Gelbard y el coronel Germán Linares eran los guionistas de esta trama. Jaquearon el trasvase guerrillero desde el Perú, pero al hacerlo, también lesionaron a fondo nuestra soberanía.


El 30 de junio de 1984, el coronel Germán Linares participó del secuestro del Presidente Hernán Siles Zuazo. A raíz de ese delito, salió en condición de asilado o refugiado a España. Con la llegada al poder de Paz Estenssoro en 1985, Linares, que había sido parte de la fuerza anti-droga, volvió a Bolivia y fue reincorporado a la Policía con todos sus derechos. ¿Cómo fue posible que un secuestrador confeso haya sido encargado años después de "resolver" un secuestro?, ¿por qué fue readmitido en la institución policial?


El documental


Tras haber cumplido su condena, los sobrevivientes de la Abdón Saavedra aceptaron romper el silencio una década y media después. Sus testimonios quedaron grabados en el ya citado documental “El Camino del Guerrero”, realizado por Andreas Pichler, natural del Tirol, Italia, quien investigó el caso motivado por conocer la vida y muerte de su compatriota, el supuesto jefe de la CNPZ. Aunque el filme, bajo el título de “Miguel N.”, fue exhibido durante una semana de septiembre de 2008 en la Cinemateca Boliviana y está disponible en Youtube, ningún periodista activo estaba informado del asunto en ese momento.


El único llamado de alerta en ese momento fue el del periodista Rolando Carvajal, el jefe de redacción del diario “La Razón” en 1990. Lleva su firma un artículo aún disponible en el portal Rebelión en el que toma nota de las declaraciones de Paola Acasigüe y Dante Llimaylla extractadas de la película de Pichler.


En la novela “El Día del Bautizo”, publicada en 1995 por el entonces comandante de la Policía, el general Felipe Carvajal Badani, se hace un relato de lo ocurrido. Carvajal informa que la policía ingresó a la vivienda sin disparar, gracias a que una de las inquilinas, una señorita italiana, que nunca prestó declaraciones, abrió la puerta tras escuchar el timbre pulsado por uno de los guardias. En ese momento, los uniformados tenían todas las ventajas en la mano, puesto que no solo habían rodeado el edificio, sino que ya estaban adentro. Carvajal afirma además que tras una invocación para que se rindan, los jóvenes empezaron a disparar. La policía, que tenía instrucciones presidenciales, de cuidar la vida de Lonsdale habría respondido al fuego guerrillero, desatando la intervención violenta hasta el segundo piso.


En relación a la muerte de Evaristo Salazar, Carvajal habla sobre “un desfase trágico del destino” relatado y suscrito por sus custodios. Aunque su novela es presentada como “un reflejo de acontecimientos vividos en los años 1989 y 1990 con la insurgencia de grupos como (…) la CNPZ”, no se atreve a identificar las causas del asesinato del emerretista.




 

Andreas Pichler nació en Bolzano, Italia en 1967. Estudió en la escuela de cine de Zelig en Bolzano, en la Universidad de Bolonia y el la Universidad Libre de Berlín.

Desde 1998 hasta la fecha es autor de más de 20 documentales.

"El Camino del Guerrero", dedicado a la vida y muerte de Michael Northdufter, se estrenó en 2008 y dura 52 minutos.


En 2004 recibió el premio alemán Grimme por "Llámame Babilonia".


Actualmente trabaja como director y productor en Italia, Alemania y Austria.

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