La sombra del Che y los fantasmas del Partido Comunista
Este artículo fue publicado en el diario La Razón de La Paz, Bolivia cuando se cumplían 25 años de la muerte del Che. Ha pasado otro cuarto de siglo, pero todo puede volver a leerse con el mismo interés.
Un cuarto de siglo que comprometió a tantas vidas con una sola muerte. Los traumas de una organización política acusada de traición.
Como dijo René Zavaleta en alguno de sus libros, las balas de Ñancahuazú no dejaron huella en la región selvática desde donde fueron disparadas; más poder ejerció la mirada serena del cadáver del Che Guevara clavada en el infinito. Su influencia se acostó sobre los corazones de la juventud citadina situada a miles de kilómetros del teatro de operaciones.
La guerrilla, que buscaba conquistar la voluntad de los campesinos, terminó sedimentando su capacidad de interpelación en las universidades, bibliotecas y colegios. El Che muerto resultó ser más poderoso que su propia aventura acribillada por la indiferencia de los hombres y mujeres a los que quería liberar. Como suele suceder, la sombra resplandeció más alto que el cuerpo fallecido, su silueta se convirtió en la casaca de un sueño contagioso, la muerte la purificó de sus errores militares para convertirla en el ejemplo a seguir.
Aquella mezcla de Quijote y Cristo, esa integridad para entregar la vida por las convicciones más profundas, la identidad de sus palabras con sus acciones; todo eso conmovió a las nuevas generaciones hastiadas de los viejos políticos y los militares gobernantes. Quería desatar un gran combate continental que emparentara la cordillera de Los Andes con la Sierra Maestra de Cuba, pero en realidad logró que un fuerte contingente de la clase media boliviana se inclinara hacia los obreros masacrados en esa sangrienta noche de San Juan. La magnitud del viraje fue tal que los jóvenes de la Democracia Cristiana, que querían exorcizar a Bolivia de los comunistas, terminaron encontrando en las huellas del Che las incipientes hilachas terrenales del evangelio.
Por todo lo señalado, se ve que el Che fue el que menos perdió tras el combate del Yuro, sus ideas se impregnaron por dos décadas más en el caldero de la historia. Los derrotados fueron los comunistas bolivianos que le negaron su apoyo y a los que Fidel Castro dedicó las siguientes palabras en julio de 1968: "Para no luchar habrá siempre sobrados pretextos en todas las épocas y en todas las circunstancias". Desde entonces comenzó a tejerse la leyenda negra del Partido Comunista de Bolivia (PCB), la organización política que quedó convertida como una especie de "Judas de la revolución continental" impulsada por Cuba en medio de la ola de radicalismo más explosiva de los últimos tiempos.
Sin embargo, varios jóvenes comunistas derramaron su sangre en los senderos de Ñancahuazú y sus fantasmas rondaron por los salones del Comité Central exigiendo una explicación. Los remordimientos se arrastraron por los subterráneos del partido y afloraron de vez en cuando como subconsciente encadenado a las culpas pendientes. La estructura eclesiástica del PC anesteció los debates, los sepultó con murmullos sonrojados, dejó que el tiempo borrará las huellas hasta que llegue la hora de la absolución.
En efecto, el perdón llegaría en 1987 cuando Fidel Castro pronunció las siguientes palabras en una memorable entrevista: "Tampoco se puede acusar al Partido Comunista del desarrollo de los acontecimientos".
Tuvieron que pasar 25 años para que Carlos Soria Galvarro, ex militante comunista y periodista prolijo, sistematizara ese trauma y lo convirtiera en un libro. El Che en Bolivia, documentos y testimonios es el título del esfuerzo editorial que reúne en un primer tomo los cientos de párrafos que condensan la discusión que se desarrolló en las entrañas del partido antes, durante y después de la aventura guerrillera.
Afán cachivachero
Soria Galvarro pasó fugazmente por la carrera de Historia de la Universidad. Allí recogió las enseñanzas de Alberto Crespo Rodas, que inculcaba en sus alumnos un culto al documento. Un día llevó a sus discípulos a la Casa de Moneda en Potosí y les contó indignado que en tiempos de Melgarejo las tropas se alojaron allí y usaron los documentos históricos del depósito para encender fogatas a fin de aniquilar el frío de las noches invernales.
Soria vivió después una experiencia similar cuando le tocó sufrir la represión de otro dictador: Luis García Meza. En aquellas celdas del golpismo, las noches de invierno también eran frías y los documentos archivados en el Parlamento fueron usados como leña con el mismo objetivo. Los presos políticos, como nuestro entrevistado, coleccionaban trozos de papel con las firmas de los presidentes en un vano intento por atenuar aquel quebranto de nuestra memoria escrita.
Por todo ello, Carlos Soria Galvarro, el joven militante de la Juventud Comunista, fue cautivado por un fervor documentalista: había que guardarlo todo, hasta el más pequeño papel que diera testimonio de un pensamiento, de un gesto. De esa forma comenzó a chocar con la vieja tradición estalinista consistente en deshacerse de la palabra escrita, especialmente de aquella que pudiera delatar una trayectoria política sinuosa. En el andamiaje del aparato comunista había una aversión al documento porque su desaparición garantizaba que la historia pudiera corregirse de acuerdo a la conveniencia del momento; todo papel podía convertirse en un dedo acusador a futuro. Los estalinistas se especializaron en falsificar los hechos, en borrar a los protagonistas incómodos, en retocar los instantes incómodos. Soria Galvarro subraya, como ejemplo, que no existe una colección del periódico "Unidad", órgano de prensa oficial del PCB. Los escasos archivos que él logró montar no sobrevivieron a la represión.
Pese a todo, Soria Galvarro se convirtió en el único archivador partidario y por eso la jerarquía comunista recurría a él cuando necesitaba algún papel. Después, cuando se convirtió en "hereje", dejaron de discar su número telefónico.
En medio del afán documentalista, Soria Galvarro reunió con especial esmero los textos relacionados con la guerrilla de 1967. La predilección no era casual, él tenía en esa época 23 años y vivió ese periodo con dramatismo. Aniceto Reinaga, Antonio Jiménez y Wálter Arancibia eran algunos de los jóvenes con los cuales compartió jornadas de militancia apasionada y los que después resultaron cautivados por la presencia del Che hasta terminar siguiéndolo hacia su lecho de muerte.
Soria Galvarro no se fue con sus amigos a Ñancahuazú porque asumió una posición contraria a lo que se criticaba con el denominativo de "foquismo". El era, como dice, "un devoto de las concepciones oficiales y las defendía abiertamente".
Sin embargo a Carlos Soria Galvarro se le antojaba pensar que toda su argumentación formal se hubiera diluido si se enfrentaba con las convicciones de los guerrilleros y mucho más si se dejaba influir por la personalidad del Che. Como militante joven guardaba un secreto atractivo por la aventura revolucionaria, aunque sabía que su partido no comulgaba totalmente con esos impulsos.
Contacto en Camiri
Sin embargo, de acuerdo con los documentos publicados en el libro de Soria Galvarro, se observa que el PCB mantuvo una conducta ambivalente frente a los intereses expansionistas de la Revolución Cubana. Si bien declarativamente respaldaba todos los deseos de los barbados gobernantes de La Habana, en el discurso que circulaba dentro de sus linderos difundía sus discrepancias. Los comunistas bolivianos encontraron más parecido entre Catavi y San Petersburgo, que entre las selvas de Camiri y la Sierra Maestra caribeña. Por eso profesaron la idea de la insurrección y soñaron con repetir la hazaña del MNR en 1952, pero bajo las banderas rojas del bolchevismo criollo. Por eso rechazaban la teoría del foco guerrillero.
Por eso la guerrilla era considerada como un método ajeno a la clase obrera, un deseo propio de jóvenes estudiantes desesperados por convertirse en parteros de la historia.
Soria Galvarro cuenta que en el año 1966 el movimiento comunista latinoamericano empezó a discutir sobre la necesidad de ir a las montañas sin mayores dilaciones para convertir a América Latina en un gigantesco Vietnam. Las aguas se dividieron entre los dirigentes del discurso oficial y los que pugnaban por levantar las banderas de la lucha armada inmediata. Nació la ambivalencia, nada estaba claro.
"En el seno de la Juventud Comunista leíamos entre líneas las cosas que se decían, pensábamos que se estaba preparando algo, pero nadie sabía cuándo ni dónde. Cuando lo descubrimos, se nos dijo que era al margen del partido y que no había posibilidad de discutir con los compañeros que estaban en eso (la guerrilla); inmediatamente después tomamos medidas y excluimos de nuestra dirección máxima a Loyola Guzmán, Aniceto Reinaga y Antonio Jiménez. Pero, a diferencia de lo que pudo haberse entendido como una purga, decidimos discutir con ellos e intentamos hacerlo hasta el último minuto", cuenta.
Soria Galvarro confiesa que detrás de su deseo de debatir subyacía el oculto deseo de dejarse convencer con esa opción.
"Yo estaba en Camiri intentando hacer un contacto. No se pudo por cuestión de horas, llegamos cuando el contacto ya había entrado al campamento. Quién te dice que si la discusión se producía, nos hubieran convencido, porque era un movimiento armado en gestación y además dirigido por el Che, eso hubiera hecho sucumbir a cualquier joven de ese tiempo", afirma Soria Galvarro mientras su corazón se estremece al sólo pensar en esa posibilidad.
¿Hubo traición?
La guerrilla había empezado su vía crucis. La presencia del Che sólo hizo más publicitado su fracaso, y cuando su figura guerrera inundó las paredes de las universidades del mundo, el Partido Comunista Boliviano fue puesto en la horca moral.
Soria Galvarro no cree en la leyenda negra, porque está convencido de que el partido no invitó al Che a combatir para después dejarlo morir. Lo que critica es esa conducta pendular, que apoyó fugazmente el éxodo a la selva, pero no se comprometió con la acción.
El blanco de todas las críticas de la época se llamó Mario Monje, por entonces, primer secretario del PCB, quien se entrevistó con el Che en el campamento de Ñancahuazú antes de que sonaran las ametralladoras y le exigió la dirección del movimiento armado. Se sabe que el Che rechazó esa solicitud porque consideraba que Monje no estaba capacitado para dirigir los combates. Ese desencuentro le privó a la guerrilla del apoyo oficial del Partido y generó la imagen de la traición.
Soria Galvarro recuerda que, paradójicamente Monje sostenía antes una posición radical y por eso incluso estuvo en contra de la participación de los comunistas en las elecciones de 1966. "Él decía tener su propio esquema insurreccional para el país y pensaba contar con el apoyo cubano, pero creía que ayudando a los cubanos a viabilizar sus proyectos iban a tener las manos libres para desarrollar un proceso acá. Me parece ingenuo que ellos no hayan supuesto que los cubanos iban a intentar aplicar sus puntos de vista en Bolivia. En vez de enfrentarse a ellos, les hacía el juego. Cuando llegó el Che, ahí la cosa era estar o no estar. Él estaba, en tanto la cosa era pura retórica, pero cuando se trató de actuar, empezó con su reclamo de la dirección", dice al tipificar la actitud del cuestionado dirigente.
Hay varios ejemplos de esta doble conducta. Soria Galvarro subraya que el hecho de que en la guerrilla haya participado un grupo selecto de comunistas muestra que las señales incendiarias que lanzaba el partido crearon las condiciones para que muchos militantes consideren que ésa era la conducta que debía ser imitada. Como ejemplo de este vaivén, nuestro entrevistado revela que cuando comenzaron los tiroteos en Ñancahuazú, el PCB nunca dejó de entusiasmarse con los iniciales éxitos guerrilleros. Soria Galvarro registra una declaración de Jorge Kolle (foto), otro dirigente comunista, que dice que el guerrillero "Inti" Peredo seguía siendo miembro del Comité Central del PCB y que no se lo iba a expulsar. Después, cuando el fuego de la guerrilla es apagado, el PCB retornó a su posición crítica.
Pero aún hay más. En 1963 el PCB participó activamente en las tareas de cooperación a los proyectos armados que los cubanos estimularon en el Perú y la Argentina. De esa forma, antes de la llegada del Che, los comunistas bolivianos se convirtieron en un refugio seguro para los guerrilleros que operaban desde las dos fronteras y pusieron todo su empeño para darles sustento y esconderlos de la represión. El equipo encargado de estas tareas estaba formado por comunistas jóvenes que creían que el Partido se ubicaba en esa línea combatiente. Pero nada estaba definido, eran presiones internacionales.
El corazón del continente
¿Por qué los cubanos eligieron Bolivia? Soria Galvarro señala que la idea del Che era convertir a nuestro territorio en un centro de irradiación de columnas guerrilleras hacia los cuatro puntos cardinales. Desde aquí debía desencadenarse un proceso global que trascendiera en las fronteras. Como se ve, el Che soñaba con dirigir una epopeya de dimensiones monumentales. El hecho de que Bolivia sea el corazón del Continente alentaba esta idea, pero los errores iniciales precipitaron al Che al combate en suelo boliviano antes de lo deseado.
Otra razón. Los cubanos habrían escogido a Bolivia porque, según Soria Galvarro, veían que el Partido Comunista era joven, tenía cierta tradición combativa y no comulgaba mucho con las ideas reformistas. "Eso hacía pensar a la dirección cubana que la mayoría se inclinaría hacia sus posiciones. Había un mínimo de confianza en el partido y probablemente cierto recelo con respecto a algunos de sus dirigentes muy propensos a acatar ciegamente los lineamientos que surgían desde la ex Unión Soviética. La esperanza del Che era reclutar a la mayor cantidad de militantes y confiaba en que algunas estructuras del partido se incorporarían", supone nuestro entrevistado.
Esa versión hace visible el enfrentamiento entre soviéticos y cubanos. Los rusos ayudaban a Cuba, pero discrepaban con sus embajadores armados en América Latina.
Sin embargo, ¿acaso no tenían razón los comunistas bolivianos y soviéticos al criticar las acciones voluntaristas del Che?, ¿El fracaso de la aventura de Ñancahuazú no muestra de forma fehaciente la validez de sus planteamientos?
Soria prefiere creer que el ideal del Che era posible."Se vivía todavía el punto más elevado de una ola revolucionaria. Los Estados Unidos estaban empantanados en Vietnam y el Che quería aprovechar esa coyuntura para desencadenar un proceso latinoamericano. Se lo puede tildar de aventurero, pero me parece que el intento es válido, aunque no haya fructificado. La historia es también producto de la acción de los individuos, las personalidades. Hay ese tipo de circunstancias en las que aparece el voluntarismo, el cambio se da por un gesto, por una decisión audaz".
La posición intermedia
Los jóvenes comunistas discrepaban del foquismo, pero los acontecimientos que acompañaron a la guerrilla los llevaron a ubicarse en una postura intermedia. Criticaban las acciones voluntaristas, pero vieron con el alma desgarrada los episodios de la masacre de San Juan. Los obreros estaban cayendo bajo el torrente de las balas, lo que parecía conducir a la conclusión de que había que enfrentarse militarmente al ejército.
"Estábamos al centro de la tormenta, sentíamos el peso de las estructuras fosilizadas del partido y veíamos la creatividad y audacia de los cubanos. Discrepábamos con el foquismo pero estábamos dispuestos a combatir. En abril, se emite el documento de apoyo del partido a la guerrilla y en agosto los jóvenes terminamos diciendo que este apoyo no puede ser simplemente lírico", comenta recordando esos sacudones.
Sin embargo, la posición de los jóvenes del PCB no estaba clara, la celeridad de los hechos no permitía pensar con calma. Soria señala: "Nosotros pensábamos que mientras se está en la fase previa se puede discutir, pero cuando la lucha ya comenzó había que estar, aunque no tengamos el cien por ciento de seguridad de que el triunfo iba a llegar".
Todos los desvelos y desgarramientos se convirtieron después en angustias. Los alzados en armas habían sido cercados y los debates entre militantes ya no lograron cambiar el curso de la historia.
Ahora que el Partido Comunista camina sin rumbo por la disolución de la Unión Soviética, el fantasma del Che parece haber sido sepultado para siempre. Sólo cabe recordar que ese emblema fue el tatuaje existencial de toda una generación.
Mario Monje, el hombre del fusil y la negativa
Mario Monje Molina dirigía el PCB en los momentos en que se desarrolló la guerrilla de Ñancahuazú. Ha quedado en la historia como el comunista boliviano que no aceptó subordinarse a la dirección cubana. En su diario de campaña, el Che describe su entrevista con él de la siguiente forma.
"A las 7 y 30 llegó la noticia de que Monje estaba allí. La recepción fue cordial pero tirante, en el ambiente flotaba la pregunta ¿a qué vienes? La posición con Monje se resume en tres condiciones básicas:
1. Él renunciaría a la dirección del partido, pero lograría de éste al menos la neutralidad y se extraería cuadros de lucha.
2. La dirección político militar de la lucha le correspondería a él mientras la revolución tuviera un ámbito boliviano.
3. El manejaría las relaciones con otros partidos sudamericanos, tratando de llevarlos a la posición de apoyo a los movimientos de liberación.
Le contesté que el primer punto quedaba a su criterio, aunque yo consideraba un tremendo error su posición. Era vacilante y acomodaticia.
Sobre el segundo punto no podía aceptarlo de ninguna manera. El jefe militar sería yo y no aceptaba ambigüedades en eso".
Las otras quedaron estancadas. Ante la negativa del Che, el PCB no entró a la aventura. ¿Sus cuestionamientos eran válidos? ¿El momento aconsejaba optar por soberanía? La duda permanece.
Lo cierto es que, según Carlos Soria Galvarro, Monje presentó su renuncia a comienzos de 1968 y después de la publicación del diario del Che se sintió un cadáver político.
El desprestigio del PCB se supera después, gracias a la dictadura de Banzer. Su esforzado trabajo clandestino le fue borrando las culpas y por eso emerge como una fuerza vigorosa en 1978 junto a la UDP.
Soria Galvarro recuerda que Mario Monje combatió con una metralleta el 21 de agosto de 1971. "Yo creo que mucha gente se hubiera alegrado si Monje moría, porque hubiera lavado la imagen del partido", finaliza.