Correísmo: ¿el fin o la pausa?
Rafael Correa es el presidente que más años ha gobernado el Ecuador en forma continua. Acostumbra decir que la suya fue “una década ganada”, contrastando su tiempo en la cúspide del gobierno de su país con aquellos diez años en los que América Latina vivió un estancamiento económico persistente.
Correa es carismático. Sus ojos pequeños se mueven con rapidez y parecen digitados desde una inquietud perpetua. Aunque sonríe seguido, sus muecas cambiantes delatan reiteradas turbulencias anímicas. El hombre lucha con su propensión natural a la pelea, intenta comprimirla, regularla, liberarla en dosis pequeñas para no desentonar, pero fracasa. Durante sus arranques de furia, toma aire, mira a los costados, nubla su mirada, se retrae levemente, pero el ímpetu retorna y se apodera de él durante varios minutos. Es ahí cuando suelta frases irónicas, muerde y vuelve a morder, provoca y golpea. Correa ha crispado la vida política ecuatoriana por demasiado tiempo, pero los frutos de su gestión; las carreteras, las universidades, las escuelas, las refinerías y los ductos consiguen hacer más disculpables sus estallidos.
Así lo veo desde el otro lado de la pantalla en su pequeño departamento en Bélgica, donde se ha recluido con su familia desde el 10 de julio para escribir y evaluar. Ya no gobierna su país, pero vaya cómo opina y sigue a diario las noticias. Su ex canciller lo visita ahora para tratar de apaciguarlo. Veremos si lo alcanza a serenar.
Lenin Moreno, su sucesor en la Presidencia, ha insinuado por tuiter que Correa sufre el famoso “síndrome de abstinencia”, propio de quien súbitamente abandona el consumo de alguna droga. El poder es ciertamente un estupefaciente peligroso. Diez años decidiendo y luego nada; sólo qué comprar en el supermercado o qué amigos visitar en el ardiente verano de Bruselas.
Pero lo que ocurre hoy en el Ecuador va más allá de los espasmos de un ex presidente. La fuente de ese malestar es la corrupción respaldada por un esquema de concentración de poder que ha transferido los inmensos ingresos petroleros de la “década ganada” a una serie de mega obras de infraestructura. Los dedos acusadores apuntan al actual vicepresidente Jorge Glas, cuyo tío, ahora preso, decía cumplir las funciones de recaudador de sobornos. El presidente Moreno, quien ganó en segunda vuelta por solo dos puntos porcentuales (200 mil votos), ha decidido retirarle a Glas todos sus poderes, como una muestra de que no está dispuesto a protegerlo en caso de que resulte declarado culpable. Correa ha salido a defender a Glas, un modo explícito de rechazar el camino que el presidente Moreno ha decidido para sí mismo. Los seguidores de Correa y Glas han unido voces para gritar que Lenin es un traidor a la “Revolución Ciudadana” y que ahora que “la derecha” se ha apoderado del Palacio, ellos volverán con otra sigla en 2021.
¿Es el fin del correísmo en manos de un renovado “leninismo” más conciliador con la oposición y más intransigente con la corrupción? , ¿es solo una pausa a la espera del retorno del caudillo?
Cualquiera que sea el desenlace en estos cuatro años, queda claro que el llamado “Socialismo del Siglo XXI” no fue capaz de construir un sistema de partidos, que compartiendo el nuevo horizonte, regente una competencia transparente entre competidores dispuestos a acordar, pero también a fiscalizarse mutuamente. Es ahora cuando más echamos de menos los modos liberales de la alternancia y la mesura descentralizada.