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Filemón


Filemón Escóbar quedará en la frágil memoria de la oposición al gobierno actual como “el mentor de Evo”, que rompió lanzas con él para sumarse después a las filas de los críticos aglomerados en la acera de enfrente. Desde ahí ha brotado esta última ola de adhesiones funerarias que lo acompañó al descanso eterno. Es de lamentar que ese sea el recuerdo, que haya terminado imponiéndose. Resulta innegable que las últimas acciones suelen sellar la definición póstuma del difunto, pero la vida de Filipo abarca varias décadas de la Historia patria y me temo que sus mayores aportes anteceden en varios años a aquel primer contacto suyo con el joven cocalero que hoy nos gobierna. Leer a Filemón desde su querella final con el MAS es ignorar su despliegue teórico, iniciado en aquellas refriegas inaugurales como dirigente minero. Acá, entonces, un homenaje complementario tras el epílogo de su vida.


De entre los dirigentes mineros de su época, Escóbar fue un teórico entre los trabajadores y un obrero entre los académicos. Se movía con elegancia por ambos rumbos, inyectando sesudas citas de Trotsky a las asambleas obreras y relatando anécdotas de socavón en los seminarios universitarios. Esa doble condición, las manos callosas acariciando libros ajados, le permitió producir un pensamiento original. Filemón creyó primero en lo que él llamaba “las coyunturas democráticas”, esos intersticios oportunos de la Historia, en los que la izquierda, siempre acosada por la violencia estatal, tenía la gran oportunidad de avanzar. Se le atribuye erróneamente haber formulado la tesis “del mal menor” para respaldar, al uso, a la opción menos autoritaria de derecha. Lo hizo, sí, pero no porque simpatizara con ella, sino porque entendía que un enemigo inclinado a pactar, genera aires más propicios para que fluyan los impulsos de la emancipación. Filemón defendía a los Kerenskis porque sabía que bajo los Kornilovs, ya nada iba a ser posible. Fue un “posibilista” y tuvo razón.


Tal idea lo llevó a rechazar sin rubores la vía armada para la toma del poder. Escóbar no gustaba de los “fierros” y abatía de manera brillante las fiebres guerrilleras que veía a su paso. Comprendía que un movimiento armado estropeaba toda “coyuntura democrática”, al dar sustento a opciones golpistas y represivas, esos diques sangrientos de las opciones por una vida más justa.


Pero Filemón no solo estaba a la defensiva, ayudando a gobiernos como el del general Torres o el del doctor Siles. Labraba alternativas, que pronto probaron su viabilidad. Coincidía en que la emancipación de los trabajadores sería “obra de ellos mismos” y nos enseñó que la Central Obrera Boliviana (COB) era un sóviet, un órgano de poder, y no un mero sindicato. Armado de esa idea, proclamó una y mil veces que el pueblo en Bolivia se organiza de manera natural a través de sus organizaciones propias, y no en partidos políticos. Por eso, dejó atrás su afiliación al POR para consagrarse como militante de la COB. Fue, pues, un militante obrero, como titula su testimonio escrito más vital.


Y así, al final de una formulación ideológica rica en referencias propias y alejada de los manuales de la ortodoxia revolucionaria internacional, Filemón derivó en el MAS de Evo Morales. Lo hizo sin traicionar ni una sola de sus premisas. Entendía que aquél no era un partido, sino el brazo electoral del campesinado organizado en Federaciones. Ya para 2002, quienes nunca lo entendieron así, habían copado la agenda del “jefazo”. Su expulsión del nuevo partido estaba entonces “cantada”, pero esa ya es la historia conocida.

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