Breve radiografía del periodismo en Bolivia
Entrevista a Rafael Archondo
El escándalo Zapata cumple un año de recurrente vigencia. Hasta se lo ha asumido, desde diferentes ópticas, como carta decisoria para el destino político del país. ¿Qué errores, delitos o pecados cometieron los medios bolivianos no oficialistas en el tratamiento de este tema?
Los periodistas en general, de todos los medios del país, cometimos un error inicial que nos llevó a incurrir en otros posteriores y derivados.
A partir de la confirmación, el 5 de febrero de 2016, de que Gabriela Zapata fue pareja de Evo Morales, todo lo que ella o su entorno familiar y legal decían, sonaba creíble para el periodismo. Hubo sin embargo una excepción, cuando Paola, la hermana de Zapata, que fue diputada de la oposición, dijo que nunca había visto al niño, su declaración fue rápidamente descartada y no se le dio seguimiento. Se creyó más en Pilar Guzmán, la supuesta tía de cariño, quien resulto poco fiable. Resultaba además extraño que ni los padres ni la familia más cercana a la ex novia de Morales declarara nada ni se mostrara solidaria con la detenida.
La propensión a mantener al núcleo central del poder político en el ojo del escándalo resultó noticiosamente atractivo, pero a momentos endeble a la hora de recolectar evidencias.
¿Cómo califica el hecho de que quién destapó el escándalo finalmente de un gran paso atrás y anuncie que no había el niño?
El 16 de mayo de 2016, Carlos Valverde fue malentendido o se explicó muy mal. Él acaba de aclarar en su reciente documental que lo que quiso decir era que el niño que los abogados de Zapata estaban a punto de mostrar a los medios, no era Ernesto Fidel Morales Zapata. No supo expresarlo con claridad y apareció como alguien que se retractaba. En rigor, mientras no exista un certificado de defunción del niño o pruebas irrefutables de que nunca nació, nada concluyente aún puede afirmarse.
¿Cómo califica el manejo del caso Zapata por parte del Gobierno y los medios para –oficialistas y el corolario del documental del “cartel de la mentira”?
El gobierno nunca pudo unificar su libreto al momento de generar sus reacciones e incurrió en constantes contradicciones. Primero dijo que el niño murió, luego exigió que se lo presente a su padre, después sostuvo que nunca nació. Momentos antes había asegurado que el Presidente conoció al bebé y que lo envió a hacerse un tratamiento médico. Los medios oficialistas reflejaron esa sucesión de contradicciones y pasaron por las mismas vergüenzas. El documental de Andrés Salari, financiado con recursos estatales, no fue capaz de demostrar que los cuatro medios acusados de formar un cártel hubieran coordinado sus coberturas. Llega al extremo de colocar como evidencias, informaciones y noticias de otros medios como La Razón, El Correo del Sur, Panamericana o Los Tiempos, que no están en la lista de los acusados de mentir. Es un trabajo muy mal hecho que usa como sus fuentes principales a cuatro esposos, vinculados al oficialismo y al propio gerente de Abya Yala, canal en el que trabaja el autor de la pieza audiovisual. “El Cártel de la Mentira” es una obra sin rigor, propio de un militante político y no de un investigador serio.
Censura, autocensura, sumisión…,¿qué pasa con la libertad de prensa en Bolivia hoy?
Creo que la censura es cada vez menos frecuente. En cada medio hay periodistas convencidos de las bondades del llamado “proceso de cambio” o de la urgencia de lograr un relevo de liderazgo nacional en 2019. En esos contextos, los que tenemos son medios homogéneos en lo interno que se contradicen como bloques unificados. La autocensura se da en los medios que tienen que elegir entre recibir publicidad estatal o sostener periodistas críticos con el poder. Sumisión sería un sinónimo de autocensura.
Hace unos años usted denunció la existencia de grupos mediáticos que blindaban otros intereses en Bolivia. Entiendo que a ello se suman otro tipo aparatajes en estos años. ¿Cuál el escenario de la propiedad de los medios y su influencia en la política boliviana hoy?
El panorama actual ya ha sido descrito por las propias autoridades. Los medios que reciben publicidad estatal y que son una abrumadora mayoría, procuran no sobrepasar ciertos límites y contienen sus críticas al gobierno. Los que no tienen esos ingresos, se llaman a sí mismos “independientes” y debido a la indiferencia de los anunciadores privados, sufren asfixia económica. Algunos de esos medios están al borde de la quiebra o se sostienen con gastos limitados. En tal sentido, las libertades han perdido lugar en los espacios mediáticos y se han refugiado en el uso irrestricto de las redes sociales, las cuales, sin embargo no gozan de la misma credibilidad que los medios profesionales.
Creo que hoy la situación es más preocupante que la que vivimos a finales del siglo pasado cuando la propiedad mediática empezó a concentrarse en pocas manos. En ese tiempo, los periodistas críticos éramos la mayoría y aunque sufríamos recortes a nuestro campo de acción, podíamos sostenernos en nuestros puestos de trabajo.
¿Cuáles son las mayores dificultades para el ejercicio del periodismo en Bolivia hoy?
La más grave es la falta de medios libres con solvencia económica. La sobrevivencia financiera ha implicado, muchas veces, autocensura. En ese contexto, los pocos periodistas distantes con el poder tienen cada vez menos lugares para trabajar.
¿Qué opina sobre la creciente influencia de las redes sociales y las iniciativas del Gobierno para regularlas?
Las redes sociales no se pueden regular. Eso es materialmente imposible porque no están restringidas al territorio de ningún país en particular. La información allí circula al margen de los estados de manera radicalmente descentralizada. Lo máximo que se ha podido hacer es intervenir en los buscadores para que la gente no pueda encontrar ciertos contenidos como sucede en China. La otra opción ha sido privar a las personas del servicio como en Cuba. Ninguna de las dos cartas podrá ser jugada ya por el Estado boliviano. Por ello mismo, la influencia de las redes sociales irá en constante crecimiento. Se trata de un campo de batalla en el cual el gobierno puede perder o ganar, dependiendo de su capacidad para distribuir contenidos exitosos.
¿Cree que se agraven los problemas para el ejercicio de la libertad de prensa en el país?
Indudablemente que sí. Ya hemos vivido el debilitamiento agudo de Erbol, cuyo personal se ha reducido dramáticamente y eso mismo está ocurriendo ahora con ANF. Estos espacios críticos seguirán perdiendo poder persuasivo. La tendencia es a que los periodistas equidistantes del poder se refugien en las redes sociales para seguir marcando pautas de opinión, lo cual no siempre implica que se fortalezcan.
¿Qué debería hacerse en Bolivia para mejorar el ejercicio de la libertad de prensa?
La única opción parece ser que el Estado pierda algo de su capacidad financiera y que al mismo tiempo crezca la capacidad cuestionadora de la sociedad civil. Eso solo puede ocurrir si se invierten más recursos técnicos y monetarios en los segmentos ciudadanos que no dependen del poder central. Ello depende de dos fuentes, la empresa privada y la sociedad civil internacional. En este momento ambas están restringidas por la acción limitante del propio estado. En tal sentido el panorama no es muy halagador.
¿Cuánto está influyendo este escenario en la calidad y en la falta de innovación informativa? Ya no se advierten fenómenos comunicativos de especial impacto en Bolivia.
De ser así, ¿qué otros factores agravan este vacío?
Con la llegada del neoliberalismo, los medios de comunicación vivieron una expansión notable. Apareció la red de canales privados (1985) y se fundaron o refundaron varios medios impresos (Hoy, Ultima Hora, La Razón, Presencia). Con ello, un grupo nuevo de periodistas entró en escena y se consolidaron espacios importantes de opinión y de análisis. Tras la crisis de este esquema de gobierno en 2005, la inversión privada en este campo se ha reducido al mínimo. Salvo la aparición de Página Siete, que marca una contra-tendencia, lo que hemos visto es el cierre de La Prensa, Presencia, Hoy y Última Hora, y la erradicación de programas de interpretación en los horarios estelares de la televisión. Hay un repliegue acentuado del periodismo como actividad crítica. La izquierda, normalmente muy productiva en este terreno tampoco ha forjado sus trincheras de papel.
Las razones de este retroceso podrían ser la construcción de una hegemonía partidaria alrededor del MAS y la debilidad crónica de la oposición. El país tiene menos motivos para debatir y quienes controlan las decisiones no tienen mucho interés en hacerlo.