¿Traición o más bien, engaño?
Rafael Archondo
Entre las muchas víctimas del Che Guevara a lo largo de su vida consagrada a la resolución de agravios, se encuentra el Partido Comunista de Bolivia.
El mítico guerrillero hizo con el PC lo que ninguna organización política desearía ni para el peor de sus adversarios: lo aniquiló moralmente.
Para lograrlo, interpuso su propia vida en el duelo. Y claro, cuando un héroe coloca su cuerpo como argumento, a su adversario solo le queda hacer lo mismo: bien callar y entregarse al castigo.
El perpetrador final de la aniquilación moral del PC fue Fidel Castro, cuando en su “Introducción necesaria” al Diario del Che, golpea con crudeza contra los comunistas bolivianos, convertidos desde ese día de 1968, en los traidores oficiales del Comandante inmolado.
Los numerosos testimonios recopilados años después nos entregan una constatación de partida: el Che no aspiraba a combatir en Bolivia; sus objetivos eran Argentina o Perú. Nuestro país aparece en su agenda meses antes de su vuelo a La Paz. Hasta ese momento, Bolivia le había servido a Cuba únicamente como céntrica antesala para desplazar combatientes hacia las fronteras con ambos países. El PC boliviano ejecutó dichos operativos limpiamente, trasladando a los futuros guerrilleros hasta su destino final. Tras su huida del Congo y la lectura precipitada de Fidel de su carta de despedida en octubre de 1965, el Che esperaba en La Habana el nombre de su nuevo destino sin retorno. Como ni en el Perú ni en Argentina prosperaron los desembarcos, recaló en la cabecera de playa de Ñancahuazú. Así, el sitio de paso se transformó en la parada final.
A partir de ahí, todo se arroja en un plan de urgencia lleno de tropezones y pasos a tientas. Cada movida de aquel trayecto ayudaría a redactar un decálogo de la improvisación armada. El francés Regis Debray exploró tres zonas de posible asentamiento, recomendó una, pero se decidieron por la peor. El reclutamiento bebió de los contactos entregados por el PC y la persuasión de los futuros compañeros del Che se hizo sobrepasando al partido. El contingente se alimentó de la fractura y la disidencia, es decir, pidió permiso para entrar a la casa y se adueñó de varias habitaciones.
La información sobre el inicio de operaciones fue celosamente escondida a los comunistas bolivianos que en diciembre de 1966 se vieron ante los hechos consumados. Con el campamento instalado y el Che al mando de medio centenar de hombres, se invitó al partido a integrarse al plan diseñado en su ausencia. Viendo estos antecedentes, no resulta raro que los “engañados” por el Che le hayan dado la espalda.
Se dice hasta el cansancio, que el PC también engañó a los cubanos, porque durante años simpatizó con la lucha armada, pero desistió de ella en el momento estelar. La acusación no tiene asidero firme. Una cosa es elogiar el método en artículos y titulares y otra muy distinta aceptarlo como adecuado para la realidad boliviana. Una sigla que participa en cuanta elección hubo hasta ese momento y que subraya que es la insurrección y no la guerrilla, la vía para tomar el poder, no traiciona a nadie si se rehúsa a irse a morir al monte.
Por último, ¿hubiera triunfado el Che de haber recibido ese respaldo? No. Haber fusionado la estructura logística de un partido con 17 años de vida a la caída irremediable de una guerrilla prematura, solo hubiese apilado más muertos inútiles. “Más vale cadáver que traidor”, se habría porfiado quizás, en esos años tan dados al luto testimonial.