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El mundo Trump


Tras haber oído a Trump vanagloriarse de acosar a cuánta mujer él haya elegido para manosear, Hillary Clinton parecía colocada como la favorita del ocho de noviembre.


Queda entonces fuera de toda relevancia la duda acerca de quién vencerá en la contienda. Resulta más interesante saber ¿por qué alguien tan repugnante como Trump pudo haber llegado tan lejos? O, dicho de otro modo, ¿qué ha fallado en la democracia norteamericana para que un pendenciero sin luces se haya hecho de una de las nominaciones presidenciales? Tras escucharlo en tres debates hilvano acá un cauteloso análisis preliminar.


El mundo Trump existe y está integrado por un conjunto multitudinario y fluido de víctimas de la mundialización de la economía estadounidense. Las grandes empresas, casi todas firmas de vanguardia en sus campos, salieron un buen día al encuentro de las ventajas ofrecidas en cada palmo liberado del planeta. El efecto inevitable de esta expansión transoceánica ha sido el cierre de fábricas en Norteamérica. Así, a contrapelo de lo que se decía casi de memoria y sin reflexionar, la economía global también hundió variadas áreas industriales del hemisferio norte.


Se han escrito torrentes de palabras al respecto y sin embargo es recién ahora que registramos sus efectos político-electorales. Las corrientes anti-globalización en los Estados Unidos han organizado este año una fracción coyunturalmente mayoritaria dentro del electorado republicano y han inscrito a Trump en su estandarte. Y claro, esta sí es una revolución en el primigenio sentido de la palabra. A cualquier planteamiento ideológico, sus impulsores anteponen el desprecio iracundo por las élites, a las que deploran por el modo pasivo en el que dejaron caer los privilegios insostenibles de sus asalariados. Así, mientras decenas ven encogidos sus bolsillos, los capitanes de la mundialización mantienen sus plazas de poder en Washington. Este es el único tema en el que Trump mostró alguna solvencia durante los debates. Tan elocuente resultó, que la propia Clinton tuvo que alinearse a sus posiciones, recordando que varios de los lujosos edificios de su oponente fueron construidos con acero proveniente de China. Por lo visto, abrirse al mundo, lo que por acá llaman “imperialismo económico”, no es consigna para grandes aplausos en los Estados Unidos.


Sí, la de Trump es una revolución porque viene del país profundo y arrinconado, del que fue esquilmado por la modernidad y la técnica. Así lo han hecho notar los líderes republicanos que le dieron la espalda. Trump no es un conservador, porque en sentido estricto, ningún playboy lo es. Representa el terremoto que los privilegiados de ayer quisieran propinarle a las elites cosmopolitas, multilingües, feministas y ecológicas de las grandes ciudades. El “mundo Trump” que habitan se bate, sin embargo, en retirada. Es el de la mina o la factoría, el club nocturno y el auto panorámico, el de la esposa humillada y la hija irrefrenable. Cuatro u ocho años más sosteniendo el efecto Obama podrían ayudar a sepultarlo. Valdrá la pena.

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