top of page

¿Por qué ahora sí se firmó la paz en Colombia?


Colombia es con ventaja, el país más experimentado del mundo en negociar acuerdos de paz. Desde hace más de medio siglo, el Estado colombiano ha conseguido que, al menos, nueve ejércitos medianos y pequeños abandonen las armas y se decidan por la vida civil. Durante los gobiernos de Gustavo Rojas Pinilla, Belisario Betancourt, Virgilio Barco, César Gaviria, Álvaro Uribe y ahora Juan Manuel Santos, colgaron sus uniformes camuflados las guerrillas liberales, el M-19, el EPL, el frente Quintín Lame, el PRT, las FARC y las AUC, más conocidas como grupos para-militares. Este dato nos muestra que la sociedad y geografía colombianas son proclives a la violencia y que a cada negociador de la paz le corresponde quizás un número equivalente o mayor de potenciales hombres armados.


Entonces, si la firma de acuerdos de paz en Colombia no es algo fuera de lo común, ¿por qué este último, el de las FARC con el gobierno de Santos, ha sido celebrado en Cartagena con la presencia de al menos diez presidentes latinoamericanos?, ¿qué hace tan especial este último proceso negociado en La Habana?


Las lecciones


Dos parecen ser los rasgos diferenciadores: el tamaño de las FARC y la duración de su lucha. En efecto, poner fin a 52 años de combates de parte de una fuerza que congrega a seis mil hombres, no es un asunto rutinario. Aunque los paramilitares los quintuplicaban en número, el “adiós a las armas” de las FARC libera un porcentaje significativo del territorio colombiano de las restricciones bélicas que le impedían desarrollar sus economías locales. Por fin, el Estado nacional podrá enseñorearse en todo el espacio físico consignado en su mapa, bueno, en casi todo, porque aún quedan pendientes las zonas en poder del ELN, que también ha expresado su deseo de ceder fusiles. Si las conversaciones que ahora se realizan en Quito prosperan, Colombia habrá empezado a ser un país normal, uno que ya puede considerarse de aquellos de la post-guerra fría.


Juan Manuel Santos ha conseguido firmar la paz con las FARC, porque ha construido este proceso sobre la base de los aciertos previos, pero también porque ha aprendido de los errores del pasado reciente. A los latinoamericanos nos deja dos reglas de oro para cualquier proceso de paz que se busque negociar en el futuro. Veamos en qué consisten tales lecciones.


1. No otorgar ninguna ventaja militar.- La primera regla de oro es que cuando los representantes de las fuerzas en discordia se sientan alrededor de una mesa, aquella etapa de negociación no puede transformarse nunca en una potencial ventaja militar para ninguno. Negociar la paz no debería ser jamás una plataforma para proseguir la guerra después y en mejores condiciones que las precedentes. Aprovechar la paz para reforzar la guerra es la carta que tiene que quedar descartada desde el inicio.

¿Ocurrió esto en Colombia? Sí, al menos en dos momentos. El primero fue cuando en 1985 el presidente Betancourt propició el ingreso de los guerrilleros a la competencia electoral, aunque no hubieran dejado previamente la lucha armada. Una vez que las FARC organizaron su brazo político legal, la Unión Patriótica (UP), e inscribieron candidatos, la ocasión fue aprovechada por sus adversarios armados para exterminar a quienes se atrevían a competir en las elecciones a rostro descubierto. Más de tres mil asesinatos interrumpieron la transformación gradual de la guerrilla en partido político. Los ejecutores de estos crímenes fueron los paramilitares y los narcotraficantes. A dos décadas de distancia, Betancourt lamenta hoy no haber incluido en los acuerdos a los sectores de la ultra-derecha y el ejército. Ellos fueron el cabo suelto que quedó sin atar.


El segundo momento histórico en el que una tregua solo sirvió para atizar la guerra sucedió durante el gobierno de Andrés Pastrana. En 2006, las FARC lograron que el ejército despejara una zona del tamaño de Suiza, para usarla como refugio y comenzar negociaciones. La pausa fue usada por la guerrilla para descansar, ver a sus familiares, organizar desfiles ante las cámaras de televisión del mundo y planificar nuevas ofensivas para cuando las tratativas se interrumpieran. Por su parte, Pastrana usó también la pausa para acordar el llamado Plan Colombia, el paquete de ayuda militar más ambicioso que haya firmado Estados Unidos con un país del hemisferio.


2. Estar seguros de haber empatado.-Otra regla concomitante con la anterior es que la paz solo será posible cuando ambos bandos estén totalmente persuadidos de que la salida nunca será militar. Aniquilar al adversario mediante la violencia, ese horizonte es el que debe desaparecer para que una negociación sea viable. Si alguno de los contendientes abriga la esperanza de poder lograr en algún momento una victoria militar, se sentará a negociar con aquel as escondido bajo la manga. Así simplemente no se puede.


En Colombia, esta conciencia fue adquirida en el momento en que el gobierno de Uribe, en el que Santos actuó como ministro de Defensa, le asestó a las FARC una seguidilla de derrotas, de las cuales no pudo recuperarse. No fueron derrotadas, pero sí claramente debilitadas. Las campañas de Uribe, muchas de ellas cuestionables legalmente, como el bombardeo a territorio ecuatoriano, permitieron sentar a la guerrilla en la mesa. Algo similar aportó la desmovilización de los paramilitares, otra gota aportada por Uribe a este caudal.


Del otro lado, la conciencia acerca de la irreversibilidad del empate sobrevino porque Uribe postuló a Santos como su candidato de continuidad a la presidencia y éste decidió cambiarse de bando una vez que ganó las elecciones. De ese modo, el ex uribista más fidedigno se transformó en un “traidor” de la guerra y un impulsor de la paz. La guerrilla jamás hubiera firmado la paz con otro político que no fuera Santos. En este caso, el debilitamiento de las FARC, seguido por la división dentro del Estado entre “duros” y “blandos”, abrieron las puertas a la confianza mutua, pero sobre todo a la imposibilidad de que uno de los bandos acabe físicamente con el otro.

Así, sin que nadie se lo haya propuesto, los “duros” de la guerrilla fueron aniquilados por los “duros” del Estado (Uribe). A su vez, los “blandos” del Estado desplazaron a los más intransigentes de su propio bando para auspiciar el diálogo con los guerrilleros “blandos” sobrevivientes de los bombardeos. En ese sentido, la paz no es otra cosa que el virtuoso pacto de los “blandos” de ambos lados, cada uno de los cuales marginó antes a sus “duros” a fin de conseguir el silencio de las armas.


El futuro de esa paz


Juan Manuel Santos y Rodrigo Londoño (Timochenko) han hecho ya su trabajo. Los Acuerdos de La Habana son un logro resonante y razonable respaldado por la comunidad internacional. Las FARC dejarán las armas en menos de 200 días y se transformarán en partido político con el objetivo de concurrir con sus candidatos a las elecciones de 2018.


¿Cuál es la garantía de que este proceso no derive en una nueva guerra? Muchos se hacen esta pregunta hoy en día.


Con la guerra todos los colombianos perdían. Ese es un dato irrefutable. Por eso sobrevino esta firma. Ni el ejército ni la guerrilla podían considerase satisfechos con su desempeño militar, y aún menos las víctimas civiles, las más afectadas por los tiroteos.


Sin embargo, ¿será que con la paz ganan ahora todos los colombianos? No. La paz tiene sus perdedores y no son pocos. El periodista británico John Carlin es quien mejor ha definido este hecho. Consultado sobre este proceso, planteó las cosas del siguiente modo: “Votar Sí es traicionar a los muertos, votar No es traicionar a los vivos”. Nunca mejor aclarado.


Cualquiera de los resultados del plebiscito terminaba siendo un acto de injusticia parcial. Expliquémoslo. La paz implica reducción de penas para los verdugos, por lo tanto, se está lesionando con ello la memoria de quienes murieron, fueron secuestrados, heridos o vejados por los combatientes. El Sí y la paz de Colombia obligan a que las atrocidades cometidas no sean redimidas apropiadamente. Pero aún hay una opción peor: la victoria del No. En ese caso, quienes tienen que ponerse a temblar son los vivos, aquellos que salvaron el pellejo y quieren vivir sin sobresaltos. La razón es que el No reabre las compuertas a las balas y a un número mayor de afectados y desplazados.


De modo que no es una situación fácil. Alguien tendrá que acabar siendo víctima de esta paz y parece que es preferible que sean quienes ya no están, y no quienes son hoy los potenciales constructores de la nueva sociedad. Muchos de ellos sentirán que no se hizo justicia con sus familiares, pero al final, podrían optar por esa paz imperfecta que obstruye el paso a nuevas calamidades.


La paz de Colombia con las FARC apuesta por una justicia que se ha llamado “transicional”, es decir, un conjunto de actos de esclarecimiento y reparación que aspiran a superar las cuentas con el pasado. ¿Cómo? Transando penas reducidas por la verdad y la restitución. Si confiesas y das datos vitales para entender lo que ocurrió y si estás dispuesto a reponer los daños, en la medida de lo posible, tendrás sanciones más suaves y creativas (desminar campos, reconstruir escuelas, hacer trabajo comunitario).


¿Será esto suficiente?, ¿ayudará a reconciliarse?, ¿permitirá que los transgresores no recurran más a los fusiles? De toda esa experiencia aprenderemos pronto, mirando a Colombia y habiendo mirado antes a Sudáfrica, Argentina, Chile o Irlanda.


Mientras esto va sucediendo, la expectativa es que se repartan tres millones de hectáreas entre los campesinos sin tierra, que se erradiquen los cocales y se ahuyente a los narcos, que no resurjan los para-militares y que las FARC se sientan lo suficientemente recompensadas en votos como para no pensar en un retorno a la selva. Y así, mientras esos asuntos se van resolviendo, Colombia regresa, o quizás apenas llega, a la normalidad latinoamericana, en la que las ideas se combaten con discursos. Humberto de la Calle, el negociador del gobierno, usaba otra frase afortunada: “De lo que se trata es que dejen de echar bala y empiecen a echar lengua”. Tiene razón. La clave de todo es que las balas terminen siendo inútiles para impulsar cualquier idea política. Así sea.

Entradas destacadas
Entradas recientes
Archivo
Buscar por tags
Síguenos
  • Facebook Basic Square
  • Twitter Basic Square
  • Google+ Basic Square
bottom of page