Soliz Rada, nuestro nacionalista
Una de las pocas fotografías del sepelio de Sergio Almaraz Paz, nos refleja, en medio de la enlutada concurrencia, la figura de un Andrés Soliz Rada cabizbajo. Lo imagino abrumado por aquella muerte prematura. A sus 28 años, Soliz se colocó sobre la espalda la titánica misión que nos legara Almaraz: ponerle fin al “réquiem para la república” y alumbrar la regeneración de Bolivia como nación libre y soberana.
Soliz Rada casi ha duplicado la edad alcanzada por su maestro enterrado en Cochabamba. No sé si también hizo el doble por los recursos naturales y su colocación como plataforma material del ser nacional cohesionado. Lo que sí sé es que su huella será un acto de prolongación de todas las herencias que nos podrían llevar a coronar una meta tersamente acariciada: la formación de la nación boliviana.
En efecto, Bolivia acaba de perder a su mayor teórico nacionalista, un hombre paciente y discreto, acostumbrado a labrar la piedra gota a gota, minuto a minuto. Con la retina aún sensible por la muerte de Almaraz, Soliz Rada se acercó a los gobiernos militares de corte socialista. Fue hombre de Ovando y Torres, salió exiliado durante el septenio banzerista y regresó a Bolivia para reocupar la tribuna de las ideas. Editó la revista “Patria Grande”, junto a su inseparable Eduardo Paz, y decidió saltar a la arena de la política electoral, promoviendo la coherencia programática del partido de Carlos Palenque. Muchos lo vieron agacharse cuando los compadres se acercaron al general Banzer. Soliz se mantuvo ahí bajo estricta disciplina hasta el día en que su partido desapareció legalmente. Replegado en su trinchera de tinta, siguió avivando la llama del nacionalismo en su sentido clásico, ese brotado de los labios de Perón en la Argentina, país al que quiso con el alma.
Casi como un monumento a su vibrante trayectoria, Evo le entregó la misión de nacionalizar el gas. El hombre que invirtió su vida completa en el esfuerzo, recibía la colosal oportunidad de culminarlo. Meses más tarde renunció fastidiado por la injerencia sub-imperial brasileña. Libre del ajetreo gubernamental, Soliz Rada tuvo tiempo para hacer el balance final de sus maravillosos años. Tomó distancia del MAS, aunque en los últimos meses vivió un retorno aplaudido desde el Ministerio de Trabajo, entidad que le publicó su último libro. Lo vi por última vez en la presentación del texto en el lujoso patio interior de la Vicepresidencia. No me sentí mal al sentirlo vitoreado por el oficialismo. Me pareció un justo homenaje, porque al final de cuentas, la Historia terminó por ratificar sus posturas, sí, las suyas, no las del Vicepresidente. En efecto, hoy, la nación boliviana es obra casi involuntaria incluso de quienes en su momento proclamaron su adhesión a las republiquetas indígenas y al etno-nacionalismo.
Soliz ha muerto como un político realizado. Quienes se pongan ahora sobre la espalda su legado, tendrán que caminar más ligero.